para S. T.

En las incertidumbre de esos tiempos lejanos donde la poesía caminaba a nuestro lado, cuando se expresaba antes incluso de conocer las palabras que debían servirle de armazón, nada parecía impedir el sorprendente porvenir que preparábamos en un mundo estrictamente definido por la adolescencia de nuestras fronteras. Maravillas, toda la exaltación de los años vacilantes, la habíamos llevado a la altura de vuestra voz. Y, para alcanzar el núcleo de fuego, ¿no habíamos volteado las campanas que por todas partes anunciaban el poderoso acontecimiento?

Cuando yo trato de penetrar en ese túnel de tuberías cada vez más estrechas de el conjunto de la memoria, mezcla de humos y ausencias, caracoleando en el vapor de los lugares y de las extensiones de la consciencia, se alzan algunas imágenes apenas perceptibles desprovistas de perfil o de contorno. Un color perdido, una voz, qué se yo, han fijado en estas comarcas sin apariencia coherente, como uno de los orígenes de la luz, el punto de germinación de mi entendimiento.

Aunque la vida escapa a cualquier intento de descripción, algunos rasgos subalternos, algunos gestos descarriados, señalan su carácter propiamente humano mucho más netamente que los ladrillos de las palabras en una imaginaria pirámide. Y es así como mi recuerdo se aproxima a revelar, en su frescor inicial, un ser de carne y voz, en la raíz misma del mundo de la memoria , arrancando zarzas y malas hierbas que la ocultan en la pradera cantante, para devolverle en lo sucesivo el aliento repartido sobre el conjunto de todo lo que respira y puede concebirse.

La muerte de cada individuo procede de una larga preparación, de una sucesión de muertes que, gradualmente, añaden el peso de sus conciencias provisionales a la memoria así oscurecida. La desaparición de cada ser, que se movía a nuestro alrededor en la esfera donde se imbrica nuestro conocimiento, nos aproxima a la ausencia. Y cuando llega el momento en que sólo un desliz os hace pasar el obstáculo, el río os parece bueno para cruzar, fácil para comprender.

¿Y qué decir de las bruscas rupturas? Son ellas quienes, en los ejes de la noche, hacen rechinar en la soledad de las carreteras las preguntas de acero y las respuestas de chatarra.

Tampoco hay respuesta a ello. Nada que mezcle, transfiguraciones, esperanzas aceptadas, promesas previstas. E inmensos ecos en el tonel vacío de la sustancia del amor. Es así como hierve, en el espacio sonoro de la oscuridad de ser, la fuente de la amistad pasada por el cedazo de los silencios primaverales.