El debate de tipo intelectual que actualmente se plantea con mayor insistencia es el de la conciencia : la conciencia del escritor y la conciencia que el escritor debe despertar en el lector.

Estos dos aspectos o caras de un mismo y único problema, se confunden cuando son afrontados desde su ángulo actual, porque, aunque la adquisición de conciencia ha sido el centro de todas las preocupaciones de la razón desde que el hombre piensa, en los diferentes estados de su desarrollo, no hay que identificar las cómodas clasificaciones y las operaciones del espíritu destinadas a estudiar el problema con los datos reales de su naturaleza, tal como los ofrece el hombre actual en su raciocinio.

Es verdad que la mayoría de los escritores, por sus orígenes y por su pertenencia al mundo de las ideas en el que vivían, hasta ahora se mantuvieron apartados de las luchas sociales.

En todo caso pudo influirles el carácter afectivo de estas luchas. Pero en el instante en que esas luchas latentes se transforman en luchas dinámicas, en ese instante revolucionario que hace estallar las guerras, ante la conflagración general de todos los elementos de una civilización, el escritor, si no quiere correr el riesgo de desaparecer como tal, debe tomar postura. Incluso su silencio o las preocupaciones aparentemente alejadas de la actualidad están cargados de significado. Más o menos legible ese significado no puede desaprovechar convertirse en una realidad histórica objetiva.

Hemos visto,¡ay!, escritores que regresan a una torre de marfil que desde hace mucho tiempo su razón ha abominado. Hemos visto, en nombre de idéntica razón, a escritores refugiarse, si no en una indiferencia ante los acontecimientos, sí, al menos en un estado de espíritu donde la justicia y la humanidad no tienen nada que hacer y que, bajo la insensibilidad de una balanza de tipo puramente mecánico, oculta su horror ante cualquier participación activa. El avestruz que hunde su cabeza en la arena para no saber lo que pasa ha vuelto a estar especialmente de moda.

Cuando no se trata de dejadez o inconsciencia, tenemos quehacer allí, con el espíritu de “no intervención” adaptado a la forma afectiva del mundo de las ideas. Toda la juventud, y por consecuencia el porvenir inmediato de la humanidad, es unánime en condenar este falso espíritu. ¿Quiénes son hoy los escritores que, basando su escepticismo sobre una ideología pacifista o antimilitarista, aplican íntegramente los preceptos formulados en régimen burgués, a un estado de cosas que precisamente representa la voluntad de transformación de este régimen? Son los mismos que, deteniendo, podríamos decir, en su carrera, una época revuelta, intentan justificar como revolucionario lo que hace mucho ha dejado de serlo.

Nos encontramos de nuevo en presencia de descontentos e insatisfechos que aplican los mismos descontentos, las mismas insatisfacciones de una época anterior a acontecimientos que han rebasado hace mucho sus objetivos. Olvidan que el mundo es un incesante cambio, un movimiento continuo. Lo propio de las épocas revolucionarias es que esos cambios sean rápidos. La espontaneidad de estos cambios, su brusco movimiento, abren las compuertas a razones inesperadas, a energías latentes.

El reconocimiento de estos fenómenos sociales, ante los que el escritor no puede permanecer indiferente, implica por su parte el reconocimiento de una conciencia revolucionaria. Ésta se ubica, en relación con la conciencia pacíficade las épocas pre-revolucionarias, en un nivel superior. Nada podría destruir la indivisibilidad del espíritu humano. Establecer en este terreno una separación artificial sería ir contra la naturaleza de las cosas.

La razón humana es una e indivisible y sus relaciones con la vida deben ser constantes. ¿Cuántas veces hemos oído decir que la libertad de conciencia es un bien sagrado de la humanidad y que se trata, en no importa qué circunstancias, de salvaguardarla? Sí, éste es nuestro deber, pero ¿de qué libertad se trata y de qué conciencia?

No tenemos derecho a trasmutar el debate. ¿Acaso es la libertad, en nombre de una abstracción generosa, pero abstracción al fin y al cabo, quien socava los fundamentos de un porvenir cuyo sentido ya se adivina? ¿Acaso no sabemos ya suficientemente que la libertad que usurpa la libertad de otro individuo se denomina tiranía? ¿Acaso no es la peor tiranía la de los instintos incontrolables que, según satisfacciones puntuales, pone en juego el destino de esta misma libertad que exigimos para los pueblos, para las comunidades, para los individuos?

Hay, pues, una gran confusión por desvelar entre aquellos que proclaman la libertad de conciencia a cualquier precio, porque por un lado, la libertad no podría ser limitada por las necesidades sociales del momento, siempre en transformación y por el otro, la conciencia misma cambia de contenido en cada fase de la historia.

Aunque permanece idéntico el fin por alcanzar, la dignidad del hombre en libertad y conciencia, sería un crimen aplicar a unas épocas revolucionarias no sé qué principios paradisíacos de reivindicaciones inmediatas que la realidad de las cosas hace imposibles o perniciosas.

Por esta razón la palabra puede convertirse en un arma más terrible que los más potentes cañones. Sé hasta qué punto, para un ser sensible, el conflicto puede llegar a ser agudo, entre la conciencia del objetivo por alcanzar y el paso necesario para ese objetivo. No se trata de menoscabar al hombre, de castrarlo, sino, al contrario, de enriquecerlo, de conducirlo hacia la plenitud.

No se trata de renuncias, se trata únicamente de hacer patente el triunfo en dignidad de la persona humana. Yo he visto en los frentes de España, campesinos que, en grado extremo, renunciaron a lo que tenían, y que, habiendo adquirido ese minimum de conciencia de ser también hombres, puesto que ésto es lo que les fue negado durante siglos de opresión, se sintieron suficientemente maduros para en adelante sacrificar sus vidas impresas de esta nueva dignidad.

No nos equivoquemos, la tarea que nos espera no es solamente de tipo teórico : además de la adquisición de una conciencia revolucionaria en el escritor, es preciso suscitar en las masas la conciencia de la cualidad de hombre y el deseo de lograr la dignidad y hacer patente ante los hombres el sentido de esa dignidad.

Las masas son fluctuantes, el papel del escritor es enorme en la batalla que debe librar para destruir su indiferencia.

El poeta, ya lo dije, es un hombre de acción, hasta ahora ha rechazado su deseo de acción y lo ha sublimado para crearse un mundo donde la plenitud del hombre podía seguir su libre curso. Pero era un mundo privado que presentaba pocas posibilidades de contacto con los restantes mundos vecinos.

Tras los trágicos acontecimientos, pero cuán plenos de esperanza, que surcan la tierra española y alzan el espíritu a alturas de una inefable pureza, hemos visto a estos mismos poetas identificarse con la lucha.

Esta pelea ha sido la solución a sus conflictos internos. En lo sucesivo nada les impedirá luchar hasta la victoria total, y esta victoria será una luz nueva que brillará en el horizonte del mundo entero como una señal definitiva de todas las victorias, se trata todavía de conseguir y también de merecer.