Sentada en un confortable sillón, la palabra fuma grandes supuestos. Agitada durante mucho tiempo en la lavadora del cráneo, se ha extinguido su sabor, y la cálida dureza de sus vértebras se ha diluido con el peso de la bruma cotidiana.
El cansancio inconsolable eclipsa el resplandor de sus dientes burlones en los múltiples bolsillos del caos. Y enganchado por los habituales tentáculos de los aburrimientos gramaticales, su aliento moribundo no podría impedir a las horas cubrirse con el abrigo de moho y de tedio.
Frente a la falta de frescura de la lengua, Arp inventa una taquigrafía del sentimiento. Su alfabeto ideográfico solo tiene el poder milagroso del espejismo que empuja a las nubes hacia los límites seductores, saca la lengua a las llamas inestables, regresa de rondas extrañas al interior de las piedras. Y nosotros desciframos la historia nuclear que en cada evolución contiene la inmensa imagen del mundo, tan fácilmente como su espíritu marcó las huellas de su paso sobre la hoja de papel.
Sobre la cuerda tensa de proa a popa, el arco del viento se ejercita con incalculables habladurías. De estos solfeos gimnásticos se componen las misteriosas fábulas que solo se pueden concebir con la ayuda de los ombligos de pájaros.