El ojo sólo alcanza a discernir rasgos de la forma en que se encabalgan los objetos de la naturaleza o los que, modelados por la mano del hombre, regresan a la naturaleza y en ella encuentran su lugar. Son huellas de dedos torpes, manchas, vestigios de una fiesta sin comienzo ni fin. Se diría que toda la naturaleza es solo una comida universal en cuyo transcurso el consumidor es a su vez consumido, y, en efecto, tras haber penetrado en la intimidad de su estructura, se toma conocimiento de esta enorme digestión de materia, de esta transformación que pasa de lo viscoso a lo lúcido, de lo cortante a lo gaseoso, de este vaciado escabroso y liso a la vez, del que, superior y desdeñoso, el hombre creyó poder desprenderse. Para contemplarla desde fuera. Sin embargo, ya era hora de que nuevamente se decida a remover estas masas amorfas de las que él mismo – a pesar de su inteligencia que pretende salvarla de las aguas- forma parte integrante hasta el extremo de ni siquiera darse ya cuenta dónde comienza y dónde acaba lo que le rodea, absorbe o expele.

Sólo podemos captar imágenes fragmentarias de esta contínua consumición y de la voraz profundidad de esta ebullición que, a fuerza de cambiar todo, se reduce a la uniformidad de las repeticiones. Sería falso creer que la reproducción visual de lo aparente bastaría para desvelar su fondo. Quiero sobre todo hablar de la emoción. Nos acercaremos lo máximo a ella más bien mediante la re-creación de algunos secretos movimientos, gestos o tics, en inmersión, y olvidando los signos externos de sus manifestaciones. Es esencial una brusca zambullida en el olvido. Es esencial tomar las cosas por su lado imprevisible, imposible. Por el riesgo. O caer en el oscuro absurdo y sin salida o alzarse hasta la luz. No cabe camino intermedio. El conocimiento, en este terreno, comienza por un mazazo. La ternura y la dulzura siempre están allí presentes. Porque nada se consumasin amor. Si es verdad que la fabricación y la recopilación pasan demasiado frecuentemente por auténticas investigaciones, no es menos cierto que el engaño sólo alcanza a aquellos que la pereza y la vacilación derivadas de él les hacen contentarse con emociones de hojalata y sentimientos de papel maché. (También están los indiferentes. O aquellos que alzan la negación como un escudo de carne.)

Pero la pretensión de englobar el Todo está abocada al fracaso. Lo universal se alcanza mediante una especie de humildad ante los límites de algunos fenómenos. No hay estado intermedio: o la razón se agudiza tanto que con su dolorosa punta afecta a una sustancia iniciática de locura y , por ahí, desemboca en plena luz, o abraza la sensiblería de los movimientos superficiales y entonces se contenta con ser sólo broma. Hablo de intensidad.

Y siempre el hombre, como está definido, tanto por la apariencia como por la devastación interior o por reflejo de la naturaleza exterior a él y su imagen reflejada en la naturaleza, estará en el centro de todas las preocupaciones del hombre.

Emanada de él, tras no importa qué sinuoso trayecto, toda actividad debe regresar a él.

El hombre parece haber perdido la dirección por unas grandes conmociones que él ha desencadenado. Pero la dirección puede parecer oculta al hombre, está siempre allí, incitando infaliblemente a su porvenir, cada vez que cae en la oscuridad, a desembocar en una nueva claridad. Y, a fuerza de reunir tantas claridades, la luz acabará por hacerse más urgente. A pesar de las amenazas que le rodean y de la precaria situación que todavía le está predestinada, el hombre recuperará el señorío sobre sí mismo y podrá de nuevo gobernarse. Podrá reducir, conduciéndolas por caminos que aún nos parecen adoquinados de silencio y de oscuridad, las desgracias que le azotan a una expresión de plenitud, a la dignidad de la conciencia. Hablo del coraje. De aquél que consiste en mantenerse sobre las alturas de los valores serenos. Y en no abandonar nada. Ni de este mundo, ni de la luz.

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Pero, el mezclarse íntimamente con las cosas hasta convertirse en sus fibras y abrazar su dolor, sólo le es otorgado al que está dotado de una gran facultad de amar. Así, el artista, si es el dolor de los objetos, el objeto creado de él debe mantener la alegría. El amor del mundo exterior es capaz de adoptar las formas más imprevistas. Puede negarlo, mofarse de él, cubrirlo de sarcasmos, e incluso torturarlo. Porque la pasión no se expresa únicamente según las formas consagradas de la tranquilidad campesina. Y es esencial la pasión. Pero, a fin de cuentas, es la ternura quien domina, y el gran artista será aquél que habrá amado las cosas hasta olvidarse de sí mismo. Por esta razón el oficio de artista es peligroso. Conlleva un sacrificio libremente consentido, en no importa qué momento, aunque fuése sólo en sentido figurado (sus efectos no son por esto ni menos rigurosos ni menos reales), este sacrificio puede provocar catástrofe, muerte, crimen.

Porque la identificación entre objeto amado y objeto amante, no ocurre sin un cierto sentido trágico. Al identificarse con él, el artista debe vaciarse hasta tal punto de cualquier substancia extraña al objeto que su estado de receptividad sea total, abierto incluso a las alas ardientes de la muerte que a veces le visita. Mata al objeto, pero se conquista, Se agarra a él mediante la violación o la ternura, y, ahogándolo, lo expresa. Toda expresión, cuando aspira a llegar a ser completa, es de alguna manera una muerte. No es extraño que, huyendo del mundo actual, algunos seres, artistas, poetas, señalados con el sello del conocimiento, se refugien en el mundo particular de la voluntad de expresión. Encuentran en él una libertad esencial sin la que no existe dignidad. ¿Qué otra cosa pueden hacer en un mundo hostil, frío, deformado? Lo rehuyen, pero lo llevan encerrado en ellos. Esta es su riqueza. Fabulosa. La que les permite mezclarse con ese mundo. Creen, por su misma conducta vital, servir de enseñanza allí donde predicar con la lógica y el buen sentido, se ha convertido en un ejercicio vano, cuando no peligroso. ¡Atención a los charlatanes impenitentes, rateros, perseguidores de dote, parlanchines, falsos profetas o fanfarrones! Son anestésicos de agua dulce que se toman por océanos.

Siendo la obra un acto no necesita explicarse, justificarse. Lleva en sí su justificación, su explicación y sobre todo su razón de ser. Es un acto gratuito en la medida que ningún fin le es asignado a prioripor su creador. Su potencial moral existe en relación inversa al valor aparente que se le da. Actúa tanto más eficazmente cuando en su elaboración carece de cualquier idea voluntaria que conlleva problemas y soluciones. Tiene el aspectode ser ligera : como una hoja, una llama o un montaña son naturales y asimilables al medio ambiente. Utiles, cuando se siente necesidad, están al alcance del hombre.

El peso de la obra es de otras latitudes, como el del aire. Lo superamos, y ya no de aire sino de luz. Así va el amor de las cosas, es luz.

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Miró es de estos seres que han conmovido el sentimiento primordial de la existencia, en ese sentido de que la vida se le aparece completamente natural como una ventana abierta sobre sí mismo. Poco a poco, se identificó con ella. Inscribe allí una escarcha de hollín, a través de los inviernos del alma, de los desiertos bailarines, con la malicia de una araña y el aterciopelado de la cortesía. Y es la verdadera cortesía, la de las claridades y las fuentes cantarinas, profundas como el vino blanco de las mañanas de los glaciares.

Y todavía existen primaveras.