ÍN D I C E

INTRODUCCIÓN

GRANOS Y SALVADO

NOTAS

  • I : Sueño experimental.
  • II : Reducción de los monstruosos antagonismos entre el individuo y la sociedad moderna.
  • III : Conclusión metafórica.
  • IV : La cuestión del lenguaje como actitud mental.
  • V : Poesía, transparencia de las cosas de los seres.
  • VI : Para escapar de allí mediante la lucha.
  • VII : Las esclusas humanas de la razón.

INTRODUCCIÓN

En Diciembre del año 1931, se publica en el número 4 de la revista El Surrealismo al Servicio de la Revolución uno de los escritos teóricos más importante de Tristan Tzara titulado “Ensayo sobre la situación de la poesía”. Entre 1951 y 1963, año de su fallecimiento, Tzara se dedicó, además de analizar numerológicamente la obra de François Villon, a recopilar, ordenar, clasificar, corregir y publicar todos sus textos críticos y teóricos que titularía con los nombres de Lampisterías, El poder de las imágenes y Las esclusas de la poesía.

Sin embargo sólo se ha publicado el primero de ellos, que recoge los celebérrimos Siete manifiestos ampliados con textos afines. Por extraño que nos parezca la recopilación de sus escritos sobre arte y sobre literatura (los otros dos títulos mencionados) aún no se han publicado como obras independientes, únicamente las conocemos por su inclusión en las excelentes e imprescindibles Obras Completas al cuidado de Henri Béhar, seguramente el hombre que mejor conoce la obra del padre del dadaismo.

Afortunadamente en 1935, los editores Denöel y Steele, publicaron con un “Cereales y salvado” (Grains et issues) cuyas pruebas fueron dedicadas por el autor a René Char, según consta en en los manuscritos de la biblioteca literaria Jacques Doucet, modisto, coleccionista de arte antiguo, de manuscritos y de primeras ediciones de las vanguardias y mecenas literario. Obra ésta capital, fundamental, esencial para entender el pensamiento tzarista y el eslabón perdido entre dada y surrealismo.

Más allá de su consideración como movimiento o como escuela literaria, de las diferencias personales, ideológicas y teóricas, de su consecutividad histórica, de su coincidencia en muchos de sus componentes, es innegable en ambos su repercusión en el arte del siglo XX. Sería inconcebible entender el concepto actual de arte y toda su evolución práctica posterior sin la renovación- revolución que se produjo en el primer tercio del siglo.

Enmarcado en este instante histórico, “Cereales y salvado” marca un hito y señala el camino de los acontecimientos sucesivos de la creación literaria y artística. Aparecen aquí los conceptos de arte como actividad del espíritu y como medio de expresión, poesía latente y poesía manifiesta, tesis y antítesis dialéctica, que Tzara consigue esclarecer sicoanalíticamente, influenciado por la obra de Carl Gustav Jung, y que logra sintetizar en un único concepto evolutivo con preeminencia de uno u otro factor según el momento evolutivo.

A partir de este texto ya nada puede seguir siendo igual, prosa y poesía son los mismo, no hay barreras para la expresión lírica, la etimología de la palabra poesía ha alcanzado su plenitud, crear, crear, crear. Creer es crear, “La pensée se fait dans la bouche” “La poèsie doit être vivide et veçue” (La idea se construye en la boca y la poesía debe ser vívida y vivida).

GRANOS Y SALVADO

Sueño experimental

A partir de hoy, el contenido de los días será escanciado sobre la damajuana nocturna.

La desesperación adoptará las formas alegres del fin de la época de manzanas, y rodará como una granizada de tambores frescamente descargados, sobre la húmeda sombra que nos sirve de abrigo. Las noches crecerán en detrimento de los días, a plena luz, según las reglas de los malos humores, los más sórdidos e inextirpables. Unos huevos luminosos se acumularán sobre la tripa de los edificios Estará prohibido al sueño acostarse con mujeres en la calle. En las horas de mayor afluencia se soltarán unas jaurías de perros invisibles por toda la ciudad, se deslizarán entre los pies y los vehículos, completamente barnizados por una substancia fosforescente, ligeramente musical como el raso. Hombres, mujeres y niños se rozarán las manos con una evidente satisfacción que dará lugar a la cortesía. Nadie tendrá que dar cuentas de la prolongación de esos roces. De esta fórmula, en apariencia carente de interés, nacerán conocimientos inverosímiles y enredos trascendentales. Inmediatamente las cabelleras se pondrán a disposición de todos. Una nueva voluptuosidad brotará sustituyendo al amor. Desaparecerán sus cadenas y, en su lugar, habrá hilos de seda tan invisibles como algunas miradas que expresan el mundo en su actual complicación, sentimental, atroz.

he aquí en este momento la lluvia fina de una oscuridad de hormigas que caerá felizmente sobre la ciudad

digo felizmente no digo otra cosa

y cómo podríamos sin ruido aplastar las causas y destrozar los tragaluces

cuando la suavidad de la atmósfera entre otras cosas no alentaría mediante signos sutiles de risas cuchicheadas a escondidas

a los montadores de escenas sin final que vendrán a asomarse en la palma de la ciudad

Montones de frutos se colocarán en los cruces, algunos alcanzarán la altura de un edificio de tres plantas. Las noticias serán cuidadosamente anunciadas por medio de señales de barcos amarrados con cordajes y éstos a su vez colgados de las farolas. Se otorgará a los caballos al honor debido a su belleza plástica y a la nobleza de su carácter. Nada será descuidado, ni el atavío de animales domésticos, ni la institución de parlamentos de pájaros. Los hombres no hablarán más, mientras que la mujeres cantarán algunas frases, cuyo uso sera determinado y su número delimitado, pero el sentido expresado por las palabras no concordará ni con la etimología ni con los sentimientos habituales. Cada viernes habrá cambio de expresiones, se ordenarán algunas supresiones y, en los límites del repertorio que se establecerá para la semana en curso, los añadidos a los sentidos siempre renovados completarán las melodías conocidas. Todo lo susceptible de producir un ruido agudo, se recubrirá con una delgada capa de caucho. Los ruidos serán opacos y sordas sus resonancias.

En la ciudad inmensamente fluorescente donde la sabiduría de las multitudes se conjuntará con la locura dispersa de algunos deliciosos seres, se instituirá, en previsión de la inminente transformación de la materia y se pregonará desde lo alto de los graneros, a la usanza de aquellos que tienen oídos para oír y no para romper los cristales de las bofetadas desgraciadamente muy escuchadas, la hora de los pastores será pregonada, en la claridad del tiempo bienvenido, único estruendo ampliamente admitido. Y el cantante callejero hará sombra en el temible sufrimiento del silencio difundido como una mancha de vino tinto, que podrá sumergir toda la ciudad en el placer y la voluptuosidad sin límites, hacia las que tienden verdaderamente los significados del hombre, ese imperturbable solitario que cada día sale de una prisión.

un paso adelante

los labios de lluvia

un paso adelante esto es una nana para niños cubiertos herméticamente de piel

una calle de menos

un paso atrás

el dolor de lo próximo un paso atrás

decir lo que pasa por la cabeza con tal que no sea en vano

decir no importa qué

sin desplegar los labios ya hubo labios lluviosos y permanecimos allí

esto no será para siempre lo verá bien quien vea el fin

siempre que nadie comprenda

el viento los seca

antes después

no importa cómo

todos los detalles, cuyo número y naturaleza exactos algún día conoceremos, gracias al registro mecánico de las hojas caídas a tierra, que el otoño amontona sobre el cálido seno de la tierra, aquellas que están desparejadas antes de caer en la cuneta, mientras que las mujeres diseminadas por el parque se desnudarán, arrojarán sus vestidos a un profundo pozo, y buscarán protección en los árboles que ellas transformarán con métodos afortunados en domicilio, hasta el momento en que nuevas hojas vengan a tomar posesión de las ramas, hábilmente equivocadas por estas provisionales e insólitas existencias.

La primavera se anunciará mediante fuegos, juegos y bosques. Las mujeres bajarán de los árboles y se juntarán en las entradas de los parques. Bajo el mando de los panaderos vestidos de pasteleros, cruzarán las calles, mezclándose cada vez más con la población boquiabierta y acogedora y perdiéndose en ella por completo, tanto en señal de alegría como de reconocimiento. Así, a medida que desaparezcan totalmente de la circulación, literalmente atrapadas por una juventud ávida de ágiles sensaciones, la primavera traerá muchas otras alegrías.

A cada cual le será dado el poder de realizar mediante una vida monótona las absurdas posibilidades que nos hacen presagiar las ganas de reír despreocupadamente.

La ausencia de palabras podrá por sí misma llevar ya a curiosas transformaciones en la naturaleza de los sentidos; – las relaciones entre lo expresado y lo expresable engendrarán, en lugar de los deseos netamente perseguidos, según una línea más o menos recta derivada de nuestros conocimientos actuales, una manía por la acción, que, en parte sorprende y en parte recuerda un utilitarismo singularmente despojado de convicción y de motivo, una acción que, a causa de la facultad de sumisión o más bien de la facilidad de experimentar desarrollada desde entonces en el conjunto de la población, no tendrá ya el carácter agresivo de un éxito planeado ni la pasividad de un deber cumplido o de una energía por desperdiciar – será entonces francamente egocéntrica, aunque incorporada en la vida social mediante la supresión de barreras tanto en la recepción como en el enunciado de una proposición cualquiera. Las mujeres cantarán, en las condiciones ya descritas, algunas frases de sentidos carentes de la pompa de la razón, para ejercer un constante acercamiento, para establecer un punto de referencia que constata las distancias recorridas, una escala de equilibrios firme y rigurosa, y también para mantener la vida en un nivel que no amenace con estabilizarse definitivamente ni con eternizar estériles consideraciones en un recipiente con sonrisas demasiado fáciles, garantizadas.

Desaparecerán poco a poco : la duda de lo que un individuo piensa, no pudiendo, no sabiendo o no queriendo, por diversas razones, decirlo, y con ello, la posibilidad del “decir”; la costumbre de pensar con palabras, porque en la mayor parte de los casos, solo el hablar sonoro o contenido en la boca engendra el pensar, el poder motriz de la idea cuyo avance, como demuestra lo que queda atrás, consigue su resultado con la rubrica del tiempo; el fin por alcanzar que, por contagio de aquel propuesto en la idea, se propaga sobre el camino de una actividad según la noción enmohecida de la vida en general y finalmente, la noción de la duración continua, porque la naturaleza estática de la idea imaginada podrá retener al individuo en el estanque cenagoso donde estarán ausentes el bien y el mal, la belleza y lo horrendo, la vida y la muerte. La sucesión de hechos no tendrá ya el aspecto embrutecedor que aporta a la imaginación los testículos paternales, y la ternura impregnará los acontecimientos colectivos por los que se exteriorizarán los fenómenos espaciales. Podemos fácilmente figurarnos la nueva naturaleza de esa época si admitimos que continuaremos dando cuerda en todas las esferas de los relojes y arrancaremos las saetas de sus mismas raíces.

Esperando los desbordamientos de una tendencia sobre la otra, comeremos en amplios establecimientos, ya platos que los dispositivos olfativos y visuales habrán enunciado a la medida de los sentidos despertados, ya lo que el interés o la fantasía de los camareros acróbatas, péndulos vivientes, dejará caer durante los saltos peligrosos; en cada barra estará colgada la presentación de una de las especialidades del día que el azar haya provisto, aquel día, estará dispuesta la población para recibir las más extravagantes innovaciones.

Comer,dormir, hacer el amor,etc., tenderán a confundirse; no se podría mantener unas manifestaciones vitales encerradas, durante tanto tiempo, en unos corrales rigurosos con destinos netamente especializados. Unos maniquíes-testigos de una perfecta hechura estarán colocados en posturas banales en las paradas de autobuses. Estarán fabricados de materiales comestibles e incrustados de perlas. No faltarán malos chistosos para hacerles un corro constante, pero los ritos se transformarán en necesidades con el derecho a reír sin abrir los labios hasta el momento en que nuevos postulados harán de ello rastros tomados en flagrante delito de necedad podrida, lo que creará una nueva razón para continuar creyendo y dedicándose a ello con toda el alma. Se cambiarán los fuegos artificiales por lanzamientos, en una absoluta oscuridad, de pájaros provistos de minúsculos reflectores y atados por largos hilos a altas columnas comúnmente llamados torres de los filósofos. Las peores torres serán interpretadas por personas cuyo aspecto pensativo se parecerá al betún. Podrán ser obligadas a andar a cuatro patas, empapadas en orinales y abandonadas al terror y a la crueldad delirantes del populacho, lo que les servirá de muy merecida lección. La cantidad de tristeza disminuirá así progresivamente, y cuando haya desaparecido totalmente de la ciudad, lanzaremos las nuevas formas de la alegría, donde el estudio del terror, del miedo y de la crueldad jugará un papel de primer orden, y conllevará en adelante un cierto cambio en las costumbres uniformes. Unos perros atiborrados de gasolina, a los que se habrá prendido fuego, serán azuzados contra mujeres desnudas, por supuesto las más hermosas. Unos ancianos serán apretados y secados entre las hojas de inmensos libros de madera y extendidos, a modo de alfombra, en los salones burgueses. Unos tarros conteniendo lenguas aristocráticas se expondrán entre los botes de confitura y de mostaza en los escaparates. Veloces automóviles, provistos de aguijones delanteros de acero, podrán empalar largas filas de gentes que hacen largas colas ante un cine, por ejemplo. Será muy excitante, ¿no es así?, todo el mundo estará ya avisado. Una casa de ocho plantas que, sin suscitar la menos inquietud, durante más de diez días había albergado los servicios de la canción, se derrumbará por un lado, al cortar un funcionario la única cuerda que la sujetaba a los cimientos. Una montaña podría también, instalada sobre unos raíles, llegar a derrumbarse sobre la ciudad, puesto que estamos allí, pero evitaremos durante el mayor tiempo posible emplear este método, un poco brutal, de poner fin a la exquisita y excelente organización del jolgorio general. Nos conformaremos con regar los jardines públicos con tinta, y construir sobre la plaza de la Concordia un inmenso barco cuyos motores girarán en seco. Unos bandidos cazarán a lazo a los banqueros, con los que se sentirán muy cercanos y, con la ayuda de arietes medievales, destruiremos, poco a poco, esta maravilla de la mecánica moderna. Sin embargo, todos los días, en el momento en que nadie piense en ello, porque el olvido servirá de base a la nueva cultura de la alegría en sus manifestaciones más agriamente discutidas, no desde el punto de vista de su eficacia, sino del de la destrucción que constituirá toda la dignidad humana del olvido en el día a día y hora a hora, en el momento en que la vida de la ciudad arda de ganas de superar la alegría, cuando aún no haya acabado de moler el cansancio de los pequeños seguidores, de grandes acumuladores de crueldades populares, verdaderos inventores de tiempos inesperados en un mínimo espacio, me refiero a aquellos, escasos, que viven la vida de todos y que, muertos, todavía sirven de tarrinas de mantequilla en la mesa de los aprovechados, tanto júbilo se manifiesta con sus brazos tensos y estirados, a la hora en que el olvido haya circunscrito la vida fuera de todo pasado y porvenir, en un presente siempre reducido a su más corta expresión de existencia, de silencio que, desde lo alto de las torres, inmensamente perdidas en búsqueda de las nubes, la hora de los pastores se iluminará, a través de los caudales glaciales, para que la ciudad trepidante de ruidos secos y enfurtidos se transforme en vida de aquarium, como una única e inmanente evocación de la existencia. Y el cantante callejero, también él, se cubrirá con el abrigo de esta servidumbre, él que reparte olas de silencio como ondas infinitamente graciosas sobre la ciudad inconmensurablemente cruel y contenta.

Regresará la ensoñación seca y vacua, porque los sueños ya no llegarán a triturar las piedras de la existencia con su tornillo de Arquímedes, al ser colmados los deseos durante el tiempo de vigilia. Dormiremos alternativamente en unos cofres colocados a lo largo de las aceras, y la ciudad estará siempre llena de vivas fornicaciones de sombras, del espíritu inventivo de sus habitantes. Los sufrimientos síquicos serán un placer escaso, instituciones lujosamente acondicionadas responderán a las necesidades de la muchedumbre. En gran número se apresurarán allí los adeptos al dolor corporal, al haber desaparecido desde hace mucho tiempo la moral sin dejar otras huellas que los ridículos accesorios sentimentales desplazados al terreno de los mitos. Los metros serán secularizados nadie será acuciado. El transcurso del tiempo recobrará, excepto durante algunos intervalos, una fluidez aérea de paso a nivel de las ideas opacas y estáticas, acentuada por las necesidades orgánicas. El tiempo ya no será prisionero del sistema de martillos demasiado bien conocido, ¡por desgracia! en nuestra época, donde se junta con el olor excremencial de la idea de muerte y de pesadumbre. El tiempo se liberará de la opresión huesuda de la religión, al ser borrado del círculo de las representaciones humanas, los metros estarán a disposición del laboratorio de sufrimiento y de crueldad. El honor quedará impreso mediante los formatos inversos, de todos modos negativos, del heroísmo, los de la destrucción. Las válvulas de distracción que estas nuevas prácticas crearán desde cero, no dejarán de apreciar en las multitudes los efectos bienhechores del nuevo sistema. La belleza de los cuerpos será troceada en estos institutos por deformaciones y supresiones, y así nuevos criterios ocuparán los lugares importantes en el ámbito moral con medios coercitivos y con signos indiscutiblemente perceptibles para todo el mundo. Los trajes de hombres y de mujeres no serán sensiblemente diferentes de los que hoy en día llevamos, sus transformaciones se llevarán a cabo en la medida en que la coquetería de los habitantes exija que se recorten algunas partes para que las formas de los cuerpos puedan quedar más patentes, y así se constituirá una nueva jerarquía de las elegancias donde las cicatrices irán a la par de los recortes correspondientes, comandando estos a las otras e inversamente.

De serias correcciones en la naturaleza ambiental, de monopolios de las leyes físicas mediante los rayos ordenados y complejos de los espejos, cara a cara, en el espíritu evolucionado de cada individuo, de expropiaciones de carne y de dolores contenidos hasta su inhibición tan pareja al placer que llegarán a identificarse a él plenamente, nacerá la forma suprema del amor, espulgada descortezada de la zona erógena y, en cierto aspecto, depurada de las controversias y considerandos morales, porque ella solo evolucionará en la esfera moral de las ausencias de apoyo y de principios sólidos. Los atractivos estarán marcados por el sello de la reciprocidad directa y animal, al margen del ideal soporte de la conciencia, alcanzarán el estado de perfecta desnudez que exija la teoría del conocimiento y, por decirlo así, la imposibilidad de extraer consecuencias de cualquier naturaleza que sea, con lo que conlleva de descansada intensidad, la abolición de las leyes de la causalidad y la falta de cualquier idea de peligro y de responsabilidad.

La vida transcurrirá de una manera sistemática y agradable. Para hacer comprender mejor al lector la manera en que el erotismo podrá vaciarse de sus perspectivas específicamente inmediatas, describiría una escena entre mil tomada al azar de un paseo entre la luz macilenta de unas lámparas de mercurio.

En una calle en pendiente, unas personas que no están borrachas, van unas hacia las otras, cruzando continuamente la calle, tocándose las manos, apresuradamente, casi en secreto, corriendo con los demás, a un ritmo despavorido, distraído, con un cuerpo ausente y sin embargo dueño de sus movimientos. En el silencio, una hermosa voz como sólo lo puede ser la voz de una muy bella mujer, lanzada en la soledad, que no conocería ni la idea trágica de la muerte ni la tristeza de las miradas conmovidas, por lo que ocultan de miseria instalada a domicilio, una voz resistente se alza y canta sobre el tono aterciopelado del encerador de calles (porque las calles estarán enceradas y las puertas sustituidas por corsets, color de rosa rosa, cuyos batientes serán cerrados por lazos), se alza, digo, una voz que canta :

“pain de minuit pour lèvres de soufre”

canta andando y se calla, según la manera normal de las invocaciones súbitamente retiradas del agua cuando bajo la presión de la mano sentimos que hemos atrapado el pez con el anzuelo y se debate en su maravillosa y repentina lucidez, sobre una melodía que a falta de notación exacta yo intentaría describir, pidiendo excusas por la imprecisión de los términos, como ese tipo bastardo de transcripción imposible de evitar.

Pain, cantado con toda su longitud de pan, sostenido por un aliento luchando contra los desfallecimientos eventuales, y la inflexión final, que puede hacer creer en la satisfacción de haber conseguido colocar la modulación con seguridad en las siguientes notas, sirviéndoles asimismo de base; de mi …debe caer precipitadamente como el vuelco de una caja con dos tapes, más grave y decreciente, cogiéndola en su caída antes de que toque suelo, sobre mi, mientras que …nuit será lo contrario de pain, la contrapartida exacta del amarillo en relación al rojo o del canario con un tubo de hierro fundido, con la longitud de un hilo para coser un botón de chaleco, en el instante en que la aguja se detiene por un sobresalto ligero que anuncia el límite de su longitud máxima, límite donde se inicia aux lev…, que será levemente triunfal, pero no más que la decisión de levantarse de una silla, la satisfacción que os da una determinación de escasa importancia, un acto reflejo o mecánico, por ejemplo, causado por un mínimo implícito de comodidad, pero que, consecuencia de la modulación, podría hacer pensar en un soplo iracundo que sugiere la toma de una barricada, por el movimiento musical que evidentemente la precedería y no por la energía muscular y saltarina que se desarrollaría en esta circunstancia;…res de sou …recordará un cierto giro melódico usado insistentemente por el reparador de porcelanas, que con el nombre de Joliboit se hizo oír durante una audición en la velada del 10 de Junio, en el Estudio de los Campos Elíseos, en París, y tendrá también la regularidad de tres golpecitos sucesivos dados con un tenedor sobre un sopera, un plato y un vaso lleno de limonada; …fre será el punto de parada final de un ascensor, amortiguado por unos tapones de algodón dentro de unos sacos de lana que imitarían las patas de los elefantes de juguete de niños preferentemente rubios – ni demasiado largo ni demasiado corto, sera un libro que se cierra, pero un libro de terciopelo, donde el justificado de las páginas hará creer que hay impresos unos versos regulares, pero inútil decir que nada sera legible en este seudo-libro de poemas de terciopelo, y que el lector paciente sólo vería en él sombras de belleza de las que será único autor momentáneo, editor y lector y que, tras el repentino cierre, disminuirá la sonrisa del hombre contento por una obra completada en condiciones felices- esta nota se cerrará con un gesto de duda sobre los posibles ecos a despertar en el alma de los oyentes, por lo demás ausentes – como un leve encogimiento de hombros que, sin embargo, no habrá sucedido, de renuncia y sumisión a las decisiones pendientes de adoptar- gesto algo agudo y resignado en el sentido de la fatalidad y también de tímida ofrenda, cuando no se tiene nada mejor que ofrecer, o el acto de engullir un último trago de una sustancia deseada tras la masticación y succión automática, casi desesperada y deliciosa por sí misma, al margen del placer que la caracteriza.

Así es como canta, con un regusto de naturaleza interrogativa, la hermosa mujer consciente de la importancia de su acto :

pan de medianoche para labios de azufre

mientras que las demás mujeres cantan, indiferentes o despreocupadas, apasionadas o dramáticas en un orden donde el azar es único regulador de intervalos y de potencia de elocución, según la moda muy definida del repertorio semanal :

la fuerza reside en el lóbulo de la oreja

rueda de los placeres placer de sufrir

frenesí frenesí del hurón de los bosques imaginarios

deleitarse con frutos antepasados de duras palabras

objetos por madurar

incubar los perfumes mediante amplias vibraciones en la voz

todo lo que se necesita lo que se quiere lo que se puede

lo que se tiene no tiene lo que

gato de manzana

teoría de los sentimientos por la concordancia de sus relaciones de realidad sonriente

la realidad no euclídea luchando contra la autoridad

y lo que necesariamente puede unir en un sistema cuyas premisas de salida son superficialmente puestas a prueba por una fantasía de hierro rusiente por el fuego y el sable, y cuyas consecuencias se apoyan sobre una humanidad apresuradamente organizada con miras a la voluptuosidad sin armas y a consideraciones inútiles que acompañan al lenguaje en fuga. Reversibles, las palabras allí hacen el oficio únicamente de siervos decorativos : de jefes de restaurante durante una hambruna en medio de un desierto- desiertos abundantes dentro del propio desierto- de restos de comida sobre un peñasco solitario encaramado sobre un glaciar donde se le acaba de conducir, con gran dolor, de un lejano mar situado en las antípodas de la civilización y de fuego para quemarse los dedos, especialmente vendido (digo vendido como dato, y sé lo que digo), con grandes refuerzos publicitarios.

Tenemos sin embargo una joven muy hermosa en cuya descripción no me detendré, el vocabulario descriptivo que ha cambiado totalmente de aspecto según nociones pensadas de nuevo pero no expresadas, y mucho menos dichas.

¿No sería la cantante de hace un momento, porque era hermosa y una hermosa equivale a otra, es muy posible e incluso deseable?.

Un hombre joven horriblemente deformado en toda la parte izquierda de su cuerpo, con pelos en la planta de los pies, según una línea de demarcación limpiamente diseñada, mantiene largamente entre sus manos las de la joven. El sentido evidente de la cortesía se ha transformado en alegría, tanto más delirante por cuanto nadie hará ver a las personas que les rodean, el placer que obtendrán con ello. Ahora espalda con espalda, de pie, con las piernas ligeramente adelantadas, se sostienen recíprocamente. Esto durará al menos una hora, unos curiosos harán círculo, pasarán y se dispersarán, pero nadie sospechará con qué comunión de sentimientos experimentales los dos enamorados estarán así consagrados, antes de separarse, sin que, quizás para siempre, tengan la oportunidad de reencontrarse (Escena 114.097 C. Rue Tholozé 2.2.4). Hemos de añadir que cualquier escena de tipo espectacular será inscrita en un registro por la única media docena de Supervivientes del Alfabeto que tendrán derecho a saber leer y escribir. Cuántos millares de escenas diferentes se producirán en el mismo minuto en mil puntos de la ciudad, con toda la indiferencia y sobriedad de los gestos distinguidos, en la divertida seguridad de una multitud con los labios cosidos, sin contar algunos molestos y saltarines cantos entrecortados, debidos a la repoblación de los sueños, en un alma popular con la invención siempre en vela, con el gusto exquisito y delicado, nunca en falta a causa de la organización misma del espíritu, que ya no puede ceder a las plañideras fluctuaciones de los huevos con mal de orgullo y de las visitas en pleno campo de avena, nadie sabría decirlo.

Adrede dejo al lector con la impresión del gusto a avena en la lengua, porque ha llegado el momento en que para mil sirenas, todas decoradas de sirenas y las sirenas mismas decoradas por verdaderas escamas de peces, para mil sirenas se anuncia en la ciudad la feliz noticia, digo que ha llegado el momento no solamente de clamar al cielo moribundo, para desgarrar la trama de una existencia monótona y repelente, sino también de suministrar un ejemplo de lo que podría ser una sorprendente demostración, se anuncia digo en la ciudad, como un hecho – porque uno y no otro, nadie sabría decirlo- un hecho de una importancia ancestral, aunque al producirse cotidianamente según nuestros relojes actuales, desencadenará en el instante mismo una actividad que solo los poetas de nuestra época apreciarán en su justo valor.

Los hombres y las mujeres están obligados a arrastrar por las calles unas toneladas de heno, unos sicomoros con ruedas son transportados por bueyes pintados de blanco, las carretas están subidas en el tejado, desde donde se les arrojará el heno. Innumerables rodajas de melones helados se aplastarán sobre las aceras. Unas batidoras agarran a los inocentes transeúntes y les trituran a la vez como máquinas de escribir. Una enorme campaña de siembra será abordada con absoluta simplicidad, no se descuidará la complicidad, por otra parte admitida, de los tribunales y de los teatros, a los que previamente se les habrá dado la vuelta como a unos guantes, estando los decorados, los camerinos, etc., en el exterior en la calle, mientras que en el interior se abrirá una pequeña plaza, un kiosko de periódicos, un vendedor de colibríes para cacahuetes (digo vendedor en vez de dador, y sé lo que digo, sólo se da a aquellos que tienen interés en coger), unas aceras salpicadas de sombreros que se llaman lloronas como las chicas desgraciadas chorrean a lo largo de los bulevares – ver “Chica desgraciada que se llama llorona”- se perfila una campaña de cosecha, porque en cada corazón de urbanita late un corazón divertido de ligón y chorrea a lo largo de los bulevares, plantando manzanos y pimenteros, todos con ruedas, algunos a vapor, legumbres, montañas de corderos que no alcanzan a desprenderse de toneladas de miel que fluyen por las rejillas de fundición militar, provistas de poderosas bombas de miel, cabezas de ternero en todos los árboles, sardinas en aceite para que se deslicen mejor bajo las lámparas de arco, jamones esculpidos con forma de mujeres desnudas, de tamaño natural y que se arrancan a mordiscos con el movimiento precipitado de la cola de izquierda a derecha. como los perros que saben muy bien copiar los gestos de los hombres, candelabros y verrugas entre los desechos de aviones construidos de zanahorias y mangles, lluvias de avellanas, barbas de ruibarbos en minúsculas jaulas, con aspecto de farolillos, diversos movimientos en los bancos de la oposición, espejos para rameras, sacos de sal, toneladas de llaves jubiladas – todo esto y lo demás- y también la simplicidad del huerto amarillo, y las luces otoñales, y los vientos, y los ladridos de los perros prolongados más allá de las líneas de demarcación de la oscuridad, los silencios pesados de angustia y viento, o el animal salvaje surgiendo entre los buscadores de oro, y el viento todavía y el viento, el viento, todo esto y muchos más fenómenos aéreos, el relámpago y la soledad, y de repente todo esto acaba y las gentes se apresuran a limpiar las calles, se hace entrar a los animales domésticos y a las banderas, se le ordeña al cielo su negra melancolía, se le retira la electricidad como una lenta agonía, se colocan flautas en las cajas de música, se lavan las calles y se las encera de nuevo, se reanuda la vida, según unas reglas definidas, para andar sobre ruedas con sus lentos desarrollos, de los que solo comprendemos algunos breves principios, en ráfagas de viento, también el viento se ha callado, a la hora imprevista, cuya amplitud y profundidad siempre desconocemos, ha finalizado. Y el cantante callejero sabrá en lo sucesivo, mediante el gesto y la mímica, alertar todas las atenciones del público y reunir en la plaza pública a aquellos que, como él, hayan incorporado la necesidad hasta los últimos guiños de probabilidades lógicas y en la saturación de las razones principales imperecederas, impersonales, que prefieren servir a los supervivientes como cuero para arreglar las botas antes que subsistir a la experiencia, se quitarán la vida como una capa de espuma

con la misma alegría callada

en el hilo de agua

de escalofrío de mariposas

los movimientos ondulantes de los elefantes

blancos bosques de renos cargados de nieve

traqueteantes y monstruosas cuchillas guillette a motor destinadas para afeitar la vida el campo de las ciudades

la innegable tranquilidad de conciencia

fuerte como el alcohol que da la ausencia de amor filial local maternal paternal todo eso que está integrado en el método de la

violencia y de la objetivación de una naturaleza bruta

ya sin frente que no es necesaria a los árboles para crecer

ni a la tundra para dejarse recorrer

por dudosas nostalgias

sin más miedo que no hace presagiar la existencia

sin más discernimiento que no es necesario en el circo para levantarse desde el centro de la tierra

hasta nuestros dedos siempre en búsqueda de ternura

sin más certeza sin más ojos famosos

sin más rigor ni corazón ensordecedor que no es necesario a las estrellas en paro para encontrar el dolor siguiente

rechinando los dientes

sin ruido sin lámparas

sin cadenas para tensar para romper para querer romper

para extender unas lámpara tiernas hasta los confines de luces caricias

para querer caer en los ruidos oscuros y tiernos y humeantes como un relámpago disperso de flores para fumar

edredones de leves embozos en el pecho sin límites

sentimientos de edredones que impregnan la enfermedad del hombre

hombre latente

hombre en los universos de relucientes primaveras

hombre latente asediado por la audacia

personificado en su futuro

y la certidumbre

que participa tanto de su vida como de su muerte

con un tapiz persa como fondo de decepción

y esto no es más complicado que aquello

de tener varias cuerdas en su risa

aquello constituye incluso una feliz diversión

y consigue algunos felices rumores aunque mudos teñidos de ironía en la asistencia

de las maniobras intrínsecas y del vino seco

poniendo grises las sienes acuáticas del rayo

igual que los pelos numerados de las nubes son capaces de dejarse vagar entre los demás extravíos

porque la vida humana no tendrá ya valor – al haber desaparecido el miedo a la muerte con sus derivados de lamentos por abandonarse entre los restantes, así como la conformidad de estos en el homenaje a los muertos- así será, en un mundo donde se instaurará el olvido absoluto como primera norma de vida, cuando la inspiración y el encanto se convertirán en objetivos con miras a una inocencia total, el poder conmovedor del espíritu en movimiento, al igual que la geometría euclídea, restringida a la aplicación de algunos sentidos de miseria, no es ya operativa desde que se introduce en ella un sistema de varias dimensiones, demostrando con eso la vanidad de nuestro delirio de fijación y las innumerables posibilidades de cambios, no del decorado de la vida, sino del contenido específico de ideas y sentimientos y los múltiples desplazamientos, cuyo objeto sediento e infinitamente transformable será el hombre, ese deseo en evolución.

REALIDADES DIURNAS Y NOCTURNAS

Yo me paseaba por un entorno de manojos de muerto, de arbustos de precauciones oratorias y de algodón, de manojos de copos de muerte turbia que se abrían ante mí como una raya bien trazada en la cabeza de un montículo endurecido por casualidad, y se cerraban tras de mí en la confusión de la noche de hierbas y serpientes profundamente ancladas en la opaca magulladura nocturna.

Me gustaría escribir brutalmente -con un estilete sobre la misma carne honesta de un mundo de serpientes y palabras pesadas y opacas- historias que quemarían la vista de los que se acercaran demasiado a este núcleo de desgracia -con el ácido aún desconocido para usos de la vida mental- historias desgarradas y desgarradoras que colgarían como jirones sobre el cuerpo del mundo donde está prohibida cualquier luz, sin recordar alguna turbia fechoría que hubiera pesado sobre mi conciencia, a través de las épocas, aumentando, estruendosa, acentuando su virulencia con el tiempo que se expande, con la consciencia de un fétido recuerdo petrificado en la noción de tiempo, pero anticipándose a un futuro humeante donde el hombre sería transformado de arriba a abajo, transformado hasta el punto de confundir su vida con el fuego, de profundizar su paz en el torbellino y el fuego y de identificar su crecimiento con la destrucción por el fuego, en la invisible, la invencible persistencia del fuego. Y, desde que un vago deseo de escribir se extiende como una ola sobre la playa tranquila como aparento representar a lo largo de los períodos de hastío encadenados, sin sacudidas, con insignificancia y torpeza, todo me parece convertirse en caricia y dulzura. Ni ante mis ojos ni ante los de los demás, sino detrás de ellos, el delirio de una infinita ternura se apodera entonces de este poso de deseos para adivinar su completa satisfacción, a lo largo del cristal empañado de un tren nunca cogido, yo me encontraba como reflotado a la superficie de una existencia sin mirar atrás, más allá de un lugar en continuas transformaciones donde la confusión de los reinos de la naturaleza se habría convertido en la verdadera naturaleza de las cosas y las gentes. Esta es al menos la impresión que me dejan mis escritos y la tristeza está demasiado imbuida del gusto amargo que destilan para que cometa el insulto de dejarla en silencio.

No asomarse al exterior. En efecto esto es tan peligroso, para los que se han sentado en la vida y en su cabeza, que un sillón creció dentro de su cuerpo, al que sirve de estructura y esqueleto. Es peligroso asomarse fuera de uno mismo, porque no se sabe que viento negro barre el vagón con sus ramas y mientras el terror dilata las pupilas ante el enunciado de una posibilidad semejante que llegan a no verla ya, el calor de una estufa es tan dulce en sí mismo que retrocede en la adivinación y encuentra en uno mismo un universo, pequeño, ciertamente, pero mucho más atractivo, un simulacro de universo, un universo de simios, en quietud, sistematizado con esmero, pequeño, ciertamente, pero mucho más sabio y precioso. Organizado según las leyes del confort moral, este universo se presta a pequeñas aventuras muy espirituales, siempre que giren en el asador fuera de alcance y peligro, y a que su estudio profundo esté protegido de cualquier peligro. ¿Dónde estamos nosotros?, nosotros que a fuerza de asomarnos fuera, intentando atrapar, de nosotros mismos, lo que nos supera hasta el punto de vivir fuera de nosotros, en el mundo real y objetivable, que, a fuerza de querer y querer comprender, frecuentemente no mantenemos sino un equilibrio peligroso, un milimétrico desequilibrio, mientras nos tienta y atrae la fuerza exterior, ¿dónde estamos nosotros, considerados bajo el aspecto del dolor inhibido, del presente entreverado de anticipaciones, enlazado con el recuerdo infernal sonoro y sordo, cuando únicamente nos importa el presente y nos hace daño, y cuando la elección de una preferencia no puede siquiera formularse bajo el aspecto de una fugitiva inspiración, de una voluntad arbitraria? Acaso no sabemos ya así en qué momentos es preciso tomar las preguntas como respuestas, como si la ascensión de una montaña solo fuese su descenso en un mundo del revés y no sensible, un mundo trabado de simulaciones, de montañas y de mareas y de corazones y de piedras, fuera de alcance y de peligro, sin aliento, crudo e incomprensible.

Esa noche, yo subía por la colina cubierta de maleza, por caminos tan arrugados por cuidados, vigilancias y latidos de pulsos, que el frenesí del pájaro, hundido hacia la base, les hacía temer la ruptura de las relaciones de seducción con la temporada exagerada de los perpetuos despertares, yo subía por la noche acuchillada en plena espalda, noche desplomada en la razón arenosa, noche de los juicios furtivos, noche de sospechosos susurros, levantados como diques en el candor renacido de las intenciones del agua, de pétalos de agua, de guijarros repentinamente agitados en una hucha -una noche de ramas, ramajes y armaduras, de violentos prólogos y pedregosos murmullos, de algas espectrales y nervios delicados, falsas actitudes de altos helechos y astillas de risa inválida, de hojas estrujadas en la mano- yo subía por la colina espesa, era esa misma noche cuando subía, el montículo escalonado de bruma, de cáscaras de deficiente comprensión y de sal negra como la mentira y la muerte, subía siempre por unos caminos que se abrían para mí sin miramientos ni hacia el cielo ni hacia la tierra, que se abrían en el centro mismo del cuerpo humano, como el tallo de las flores y la horrible palmera de las predicciones desagradables, con el incipiente espíritu de venganza, y yo me aferraba con firmeza a los círculos tangentes, traslúcidas boyas de salvamento que flotaban a la deriva y me arrastraban en sus órbitas de fuego frío.

Un hervidero de animales feroces recorría la nube que se reproducía en negativo en la cabeza del hombre, de un extremo a otro del horizonte incorporado a la idea de la muerte. Acabadas las fortificaciones de las inquietudes y la noche de las esclusas de hambre. Las escaleras de las olas en la siempre creciente agitación de la noche, ascienden hasta el hombre, hasta su hambre incorporada a la idea de la muerte. En los huecos de las rocas se amontonan los pájaros y en los posos de café, sobre este hielo de la vista que, incorporado a la imagen de la muerte, congela el reflejo amistoso del mar, se inmoviliza para siempre el notorio hálito del deterioro. Y de las cartas rezuma una miel maléfica que prepara voraces surcos para la expresión del amor en crecimiento.

Yo seguía por la noche a uno de esos miserables pasajeros nocturnos, verdadero emigrante anónimo al infinito y al odio de los muelles nevados, un hombre precedido por una nube y seguido por otra, un hombre vaciado de su actividad sentimental, a remolque de la noche, que bajo otros soles se enredaría con las cortezas de arena desescamada en toda su longitud por una equimosis pasada, un transeúnte amasado en la violencia sin sentido, contenida bajo el globo de la infancia, única entidad preservada a costa de increíbles presiones de ridículas voluntades, y yo sentí cuánto le pesaba el vacío con la carga de inmensas casualidades, cómo, juguete de altas y bajas mareas, cedían todas las direcciones del agua para fluir por las pendientes naturales y que nada podría desviar, ni su destino de vocación de instrumento que, sin que lo supiese, debía llenar hasta el borde su envoltorio de tierra, ni las propiedades de un mundo exterior que se había creado con recuerdos, como de hecho apenas podríamos creer que existiese realmente, si su convicción y el despilfarro de algunas facultades de aspecto humano no nos forzaran hasta su evidencia. Y, objetivamente, estas manifestaciones eran viudas de un cierto sentido difícil de formular, en suma sólo eran sus fantasmas que habían adoptado un aire familiar, falsamente fatídico, aunque, mediante mil pequeños cuidados lógicos, apresurado a conformarse con la realidad circundante; una cierta expresión de esencia pero sin consistencia alguna, diría más bien sin peso, carecía totalmente de ella. El hombre, según todas las apariencias sometidas a nuestros débiles medios de investigación, vivía, el hombre vivía obstinadamente como miles de otros, por inercia, aunque en este preciso momento, por razones inefables, yo también hubiera podido admitir lo contrario. Tal es el entusiasmo que confieren las extrañas ideas simples, unívocas y sólidas de las que con toda razón es recomendable desconfiar.

Sin embargo, en virtud de la memoria los sortilegios funcionan como promesas sobre el plano patético de una realidad única. El hombre lleva de la correa a otro hombre o se pasea su lado, de la mano, y sin embargo uno esta encerrado en el otro y, no más que la libertad de un montón de noches para reflexionar interiormente las radiaciones de un amor contenido, ninguna fisura prejuzga la libertad de espulgarse hacia el exterior, concéntricamente, a ejemplo de un pistilo que emerge al desnudarse. Esta residencia, interna y externa a la vez, esta propiedad de inhibición y de exhibición recíprocas y espontáneas, no es exclusivamente el espectro de una pareja orgánica o la simulación, propia de la materia viva, de una petición de infinito, sino, sobre todo, la solución de un principio arbitrario que, viviendo de hipótesis, conduce a éstas a su nada particular o las adopta sin otro criterio que el de la verosimilitud y las desarrolla hasta alcanzar las maduras puertas de la muerte. ¿Quién despierta la memoria desde la profundidad del sueño para darle la fascinante acuidad del día, quién la reduce al nivel de una confidencia en voz baja, durante la vigilia, o la levanta y la somete para impregnarla del aspecto tiznado que tienen las sombras tras un sueño mate?

¿A qué obedece el recuerdo de un recuerdo? ¿Existe, más allá de los confinamientos del pensamiento, una memoria infusa que resista todos los impactos? ¿Quién gobierna sus viciosas intrusiones en los más simples actos del hombre? ¿Es de naturaleza permanente, está ella, en estado latente, ausente, o sigue las referencias de otra memoria superpuesta a la primera y organizada con el objeto de ejercer su huella y su dominio?

Los mecanismos que la desvelan pueden cambiar hasta el infinito por razones determinantes, sin que se pueda establecer hacia ellos un criterio de probabilidad o un grado de previsión. Este sistema de la memoria, con múltiple y extensible profundidad, según las necesidades ambientales, donde rumbos y contrastes no ceden ante ninguna evaluación, porque todos son admisibles en todos los plazos de tiempo, humor y buena voluntad, donde no se repite ninguna experiencia en condiciones estrictamente iguales en apariencia pero irrealizables en el tiempo, porque ningún conocimiento total del pasado es posible, este sistema se rige por una ley de indeterminación que, a pesar de las diferencias entre un individuo y otro, es susceptible de ser generalizada. Es porque aunque, llegado el caso, la memoria sabe estabilizarse en un frenesí local y en el estático estancamiento de la obstinación, muy frecuentemente se regodea con las sustituciones, con los disfraces y con las vicisitudes de fantasmas en acción.

Este año, la piedra del recuerdo, hemos de creer, era más pesada de lo habitual.

Y, más alegremente que el pescador al salir del agua, acabada la hora que no ha cerrado aún el resplandor de su desmedida semejanza con la que la ha precedido o con la siguiente, y cuyo mayor motivo se basa en sus clausulas diferentes acada segundo – el invento imprevisible sin el que el hombre dimitiría de sus funciones de espera y de esperanza, ya sea en el sueño, ya sea a orillas del agua, del vigor imponderable que acepta vivir fuera de las causas y atraer su contenido hacia las corrientes generales de la continuidad universal- el pez sigue ondas y huellas sin preocuparse de la hora que lleva inscrita en un frontis de cristal, siempre la misma, siempre buena y atractiva y que, sin señalar la distinción entre el sueño y la transparencia del agua, le conduce también en dirección a un impulso vegetativo donde cada cambio de estación dilata la corteza del árbol, e inserta otra vez entre ella y el núcleo una maravillosa capa de fibra y sol, de ese sol endurecido, curtido por mil presiones iguales, fuertes y dulces, cuya voluptuosidad ya no conoce el hombre, el pez se infiltra entre las algas y remonta la corriente con su lenta madurez, hacia los eternos aterciopelados de las madres y las piedras, de los amores abandonados sin ruptura ni dolores y recuperados, sangrantes y frescos, en las comisuras de los ríos y en las grietas de los torreones.

Este año, la piedra, hemos de creer, era más pesada de lo habitual y la somnolencia de su legendaria pelusa daba vueltas entre los prodigios de plazas y placeres, acosando las astillas de aureola y los demacrados jirones de sol, protegida por una perfecta estabilidad de sentimiento, de una sutil ilusión.

El verano ardía en todos los extremos, a lo largo de ese arco distendido que era el día, el día mucho más dolorosamente largo que la noche, constante refugio en la ternura expulsada de un paraíso maternal, se encogía y se interrumpía antes de que su dulzura no se volviera eficaz. Y, a pesar de este placer que al mismo tiempo era un sufrimiento, la costumbre, dando codazos, acabó por abrirse paso a través de la batahola de ofuscamientos.

La región habitada me parecía un mueble pacientemente usado por las miradas, un mueble que llegaba a existir pasando totalmente desapercibido. De casas y de árboles, de ríos abundantes y de despistes de la percepción, acariciadores como melocotones, se alzaba un halo de sonrisas, algo semejante a un revoloteo sin mariposas, a una ternura materializada, pero sin origen ni objeto, a una exaltación de la que todavía no se había dicho todo, el aluvión de un fervor de sueño que cruzaba sin reconocerse. ¿Quién habría sellado los días de memorables admiraciones, sobre la colina resbaladiza y venenosa, sino esta mujer, nacida de la cera de las palabras de amor y de las confluencias de la emoción, en la raíz de la perfecta fidelidad al sueño que ella aceptaba como yo a través de los detalles de la vida perceptible, cuya belleza, cada vez que la miraba, se expandía, bajo el efecto de un despertar improvisado, sobre el universo entero, olvidando las apariencias del mundo que nos rodeaba? Fundida en mi sustancia, en ese límite donde el compromiso carece de cualquier traba y donde el amor cree descubrir, usando su esperanza, el sentido alucinante de los espacios interestelares, ya se imponía en mí su soberanía, pero ella aún dudaba, con delicadas manos, en superar los centros sensoriales, los hitos plantados alrededor de las fronteras de nuestras conciencias, como semillas inmortales, tangibles y cuantiosas, noche tras noche perseguidas, más transparentes que el silencio, devorando el parsimonioso otoño. Todo el oro que brota desde lo alto de los sueños, en el tenue conocimiento de la muerte, y tintinea, torpemente presente en el trabajo engreído del agua, os envuelve entonces de delicados errores vegetales y de soledades de olivares en pendiente, despiertos entre las lágrimas. La desesperación basaba su éxito de nidificar en fuegos dispersos sobre la persistencia de una cualidad de calor propia de perfumes agobiantes. Para toda cosecha, el sílex escogía su honda. Pájaros como palancas acechan las tropas de urbanitas y derraman una sutil levadura de destino sobre su masa amorfa y despreocupada. Y, abriéndose de máximo a mínimo y viceversa, todas las puertas os acogen con alegría, a vosotros para quienes el amor se ha decantado como en obra suya, porque los mínimos hechos restablecen el acento personal en la copa del azar. Desde el crecimiento de los días en las jaulas infantiles, desde los túneles a la luz del tiempo, arrastraba un sueño del que, en lamparilla de noche, se llenaba todo el campo. Y esta sombra atisbada donde se diluye el niño que conserváis en vosotros, sumergido en el profundo estremecimiento de las travesías, de las lenguas y de los túmulos, esta sombra merodea hasta por las transformaciones de los mundos de crisálidas en vivas extensiones de océanos nocturnos. Cruzáis con facilidad sus fronteras de humo, pero la prisa sonámbula que os rodea os hace huir con la mirada entre los dedos. Durante la noche, yo perseguía la imagen misma de la noche, como una sombra sucede a otra, se apodera de ella y se separa de ella, sobre este camino muchas veces recorrido, un camino alterado por tantos roces que no alcanzo a precisar ni su longitud ni su contenido, un camino que frecuentemente monopolizó mi memoria hasta el punto de imprimirle ese movimiento rotatorio del que se sirve la obsesión para triturar la candente desaparición de ficciones alternativas.

¿Qué silencio, qué obstáculos nos decían que vivíamos de la sustancia cotidiana en la cuyo amor se cultiva en todos los estados del pensamiento, pruebas espaciales a las que le someten los objetos que os atraen, y consuelos de los lentos terrenos doblados en el horizonte de animales pesados como auroras, como hermanas? Cada día nos alcanzaba con la promesa de un nuevo atractivo exigido a corazón abierto. Así llegó hasta nosotros, tentador e insidioso, el rumor de que una casa de los alrededores parecía estar embrujada. Era objeto de múltiples investigaciones por lo que la pasión muy pronto nos conquistó. Nos movemos en un elemento saturado de informaciones de todas las clases, rodeados de noticias que solo piden ser recogidas, y pocas de ellas influyen sobre nuestra atención : la mayor parte carecen de base y van a fundirse con el enjambre de blandas olas. Al igual que algunas corrientes, sosteniendo al buzo a cuyo alrededor unos lazos errantes de filamentos apenas agua, apenas luz, se enrollan, retuercen nudos sin consistencia y consiguen enturbiar la superficie, las zonas deshilachadas de la piel resbaladiza, en la reverberación de las duermevelas, las noticias de las que se ha arropado solo nos dejan indiferentes en la medida en que una preparación especializada de algunas feminidades estableció en nosotros el litoral de la inocencia, al determinar la fecundación de los recipientes según métodos invariables, florales y pasivos, que, desde la creación cristalográfica hasta la de los astros, nos incorporan a cada extremo de silencio. Así como un juego en sus inicios se complace en hacer volar a plena luz del día una parcela al menos de los secretos nocturnos, tan pronto como yo giraba hacia la noche ésta resplandecía con todo el poder de sus señales, el de una respuesta indestructible en la espiral de mis preguntas. La casa embrujada llegó a ser para nosotros como un desperfecto en la armonía del paisaje, una repentina intoxicación, equivalente a un móvil al fomentar la necesidad de dejarse sorprender por cada trampa de la vida. Se arrastraba sobre nosotros y nos deslizábamos sobre sus frías pendientes. Tenía muros espesos y blancos en los que estábamos encerrados como dentro de una manzana, y ya sólo existía la ternura y el amor que encontrábamos allí. Había montones de cadenas bostezando en las bocas de los escorpiones de madera. Y este sueño (¿podíamos ser jueces cuando la impotencia nos clavaba al suelo de estambre?) llegaba a rebuscar hasta dentro de la angustia y de la completa oscuridad la señal de amargura que debía desvelarnos de una manera si no válida, al menos aceptable provisionalmente, las razones mismas de nuestra angustia. ¿Acaso ésta no era ya función del terror que cada vez más invadía el cuerpo de la casa con el que nos habíamos identificado? Una invasión gris de palabras bloqueadas sustituía a la alegría de las viñas. Nos perdíamos en suposiciones y, subrayando su carácter violentamente inventivo y perezosamente alucinatorio, nos percatábamos de la necesidad de salir indemnes : tal como habíamos bajado, de escalón en escalón, el miedo a nosotros mismos porque, ya, eramos capaces de transigir en cuanto a la viabilidad de las razones que se nos ofrecerían de especular sobre sus valores plenarios. Una muy rica panoplia de juicios adorna la morada del sueño, ¿pero para qué me sirvieron los entusiasmos
que pusimos en mantener sospechas, recelos, hipótesis alrededor de este misterio divergente, sino para resucitar el apetito inhumano de conocimientos que perseguía mediante nuestras investigaciones un alimento que creía indispensable?

Sin embargo
los juicios eran, en esta caza de lo desconocido, inútiles fusiles de piedra porque el terreno por explorar no se encontraba más allá del centro de nosotros mismos. ¡Y cuánto más difíciles de alcanzar son las regiones situadas detrás de la vista, de donde
procede el acto mismo de la visión, antes de que se dé el objeto efectivo de dirección que solo se controla por la brújula de nuestras voluntades! En la brutalidad de las estrellas grabadas en el fondo de los ojos de animal, en el extraño idioma que,
con cualquier tipo de alas, sin refugio ni falso collar, no exige traducción, se reconocen la nobleza de las intervenciones lunares y los destinos latentes, que una abundante melena hace solubles y aceptables para cualquier transmisión de poder nuclear. No
porque bajo el ángulo del conocimiento, ante un planteamiento falso de la cuestión, su eficiencia solo valga de manera relativa, pues incompleta precisión se deduce de lo presuntuoso del delirio de la ciencia, y ¿no hemos visto ya vaciarse las ventanas de
las respectivas persecuciones y los cuchillos de los búhos hundirse, antes incluso de la salida del poseedor de luces, en las paredes de carne con que se adornan las cavernas y las camas?

La casa embrujada amortiguaba entre sus estructuras de musgo los movimientos que se debatían entre sus leyes de encantamiento, para dejar a la ductilidad de nuestro desarrollo todo el espacio que, razonablemente, hubieran debido ocupar. Una vivaz lucidez despojaba, de cualquier alusión utilitaria, los bocetos esqueléticos de estas actividades hilvanadas y suturadas a flor de piel. Las sensaciones descarnadas que pululaban en la base de sus impulsos lideraban el conjunto de ausencias de hambre y no pienso tanto en el hambre manifiestamente de boca sino en el que, pospuesto en las periferias orgánicas del hombre, se transforma, cargado del esfuerzo exigido por los errores de este empeño, en una voracidad sobria y constante pero feroz, cuya palpitante promiscuidad ilustran de maravilla las plantas carnívoras. ¿De qué valen en adelante las codicias desenfrenadas, cuando el tacto no encuentra ya resistencia y se hunde en el metal, otra vez, la fluida tenacidad que existía en el seno de los orbes lácteos? Al desaparecer tras su misterio todopoderoso, la casa embrujada cuestionaba la realidad de nuestro amor cuyo interés, progresivamente, se establecía en otro sitio antes que en sí mismo. El desaliento que fue siempre causa de justificación de alguna construcción del espíritu empírico, mediante órganos de policía racionalista, y mi convicción de la fragilidad de las declaraciones en general, contribuían en gran parte a ello. Supongamos que la sorda revolución y la insatisfacción de un deseo de reintegrar el orden de la noche, hubiesen podido encontrar en la angustia que yo vivía un derivado apasionado, ¿hasta qué punto la sustitución de una inclinación por otra, ese eterno error de la serpiente que se muerde la cola, se hubiese debido a la debilidad de las deducciones discursivas? Ahora que me está permitido pensar en ello con la mente serena, aún me pregunto si hubiera habido manera de mantener los esfuerzos desplegados en la sequía indefendible que nos devoraba indiscriminadamente.

Precursora de catástrofes, la expectativa de una tormenta de luz que no debía dejar de estallar en el momento adecuado, arraigó en nosotros. Así que, y todo esto pasaba mucho en sueños, sobrevino un incidente cuya repentina prontitud sobre la tierra sedienta, el desgarro producido y el frío arrojado por su certeza en los campos desconcertados, reflejan la compatibilidad que existe entre las decadencias de un estado de conciencia determinado y el advenimiento de otro, en los límites posibles de la memoria.

Es propio del sueño ocultar los acontecimientos que preceden a un incidente principal, que para su desenlace se revelará crucial, y este trastorno de la atención demuestra un verdadero odio, fundamentado, contra cualquier idea de causalidad. Así perdí yo, directamente sobre las bruscas ráfagas de mi asombro, sobre sus combates arrogantes pero titubeantes, la secuencia de las circunstancias en las que tuvo lugar.

Sin embargo, gracias a la repentina luz y a la fatalidad de este desorden, vivo en mi compañera, ella misma causa involuntaria pero directamente responsable de insólitos fenómenos cuya sede ocasional era la casa embrujada, un pretexto entre otros para atentar contra las costumbres humanas y para fijar una difusa atención sobre la larga sucesión de aberraciones del tema. ¡Cuánta niebla acumulada alrededor de un resplandor de conciencia, cuánto sentido profundo extraviado en la insuficiencia de la materialidad de los sueños! La mujer que yo amaba, que no sabía nada de lo que pasó, ni de este lado ni del otro, continuaba removiendo fuerzas en un mundo ya sin eso muy erizado de miedos y contradicciones, y sometía a esta ruina arrojada como una polvareda de vergüenza y de penosa situación sobre nuestros espíritus, mi amor y el suyo. Ella no ponía ninguna excusa por encontrarse constreñida a cualquier nueva obligación ni sospechar de mi condescendencia en cuanto a su verdadero rostro, por ella misma desconocido, que flotaba, podríamos decir, en su conjunto, como un cuerpo intermedio, amorfo y transparente, perfectamente sigiloso contra los ruidos del exterior.

Cuando una pared se desploma por el azar demoledor de la vida afectiva, cuando la vista que se os ofrece, os sorprende y golpea en la abundancia submarina, de la que está dotada vuestra fantasía para saber representar los rodeos, sin respeto, a merced de una crisis, tras la que también pueden ocultarse desnudos maravillosos denominados aéreos o coloidales como insignificantes para posesión, únicamente ofrecidos a la contemplación de las ondas, cuando este muro desplomado representa, no la mujer amada, sino la instauración de la fe en ella, esta total credulidad que exige el control poro a poro de cualquier luminosidad y oscuridad, a las que nadie aparentemente escapa, excepto a veces un grito, pero que enseguida se restablece en el orden natural de una legítima desgracia de piedras y raíces, cuando el dolor provocado por ese muro que se desploma ante vosotros se presenta con las imágenes descritas, más altas en la escala del entendimiento que las posibilidades suministradas por el tema, con una alegría cierta debida a la contemplación de cosas deslumbrantes, esta realización ficticia, pero cuán admirable, de deseos que ni siquiera dudáis puedan existir paralelamente al amor reconocido, cuando este derrumbamiento va unido a un placer de otro tipo, si se quiere inferior, del de una satisfacción inmediata, el hallazgo bruto, este placer que nos reserva una dignidad que se creía ahogada y cuya servidumbre se venga por el aspecto heroico, victorioso, del hallazgo que al fin tenemos entre manos, no existe sitio en el hombre para significar la lucha que se libra y, a pesar del oleaje de las reminiscencias que os sujeta y os lanza hacia la nada, la razón compasiva os paraliza y os transporta al estado anterior al incidente con, además, el desorden que la caracteriza, bañándoos, tan imposible de rechazar como el ser amado, en adelante íntimo, que es el almacén de este nuevo secreto.

Este sentimiento que se desintegraba en sueño, y continuaba sonando gravemente sobre la cuerda aflojada y prolongada más allá del recuerdo preciso, cuya descripción emprendí aquí sin llegar a concretar la palabra, encontraba su plenitud en este hecho que nada había cambiado en la naturaleza intrínseca de la mujer amada, en la voz que armonizaba su conducta en el transcurso de una historia ribeteada de espectros o flores. Parecido a una primavera adelantada que se supera, inconscientemente, por una serie de despistes que tienen sobre vosotros el efecto de una atracción y adiestramiento continuos, en una escalera de caracol a lo largo de la cual se escabulle una sombra de aliento, calor y bienestar, este sentimiento es capaz de conduciros como a un niño al inquietante lugar de las verdaderas emociones de tipo moral, las de los reencuentros y las maravillas, en el seno de una absoluta comodidad, por la noche, que nunca deja de engendraros, de abortaros, cada día, mientras existen días cómplices, tras haber agitado y petrificado el poder de vuestra alma eternamente en connivencia con ella, en la materia prolífica e indivisible, tan sumamente alteradora y penetrante como vecina de la muerte.

Yo tenía, en el momento mismo que ocurrió el incidente, parecido con la sombra que seguís a vuestra manera, os parece, pero que en realidad estáis atraídos por ella cuando no es ella la que os sigue y os conduce, yo había seguido por la noche a uno de esos mensajeros inconscientes, aparentemente inútiles y decididamente ciegos para su vida mendicante, y adquirí la prueba que representaba una función secundaria pero exacta en la larga intriga tejida alrededor de la casa embrujada. Desde entonces comprendí como estos seres viven de esta especie de vida figurada, vacía de una jugosa significación, que no es totalmente la muerte, pero de la que están profundamente impregnados y de la que, desde muy cerca y lejos a la vez, son los factores variables de los métodos de desconocimiento. Ellos que golpean en las paredes de los ancianos, unas casas embrujadas, son las víctimas de las directrices transmitidas por otros seres maravillosamente dotados para confundir sueño y realidad como medios y resultados. En deseos fragmentarios de alzamiento e insurrección, éstos últimos no pueden canalizarse uno en beneficio del otro, ni viceversa, y descargan la admirable tensión de su espíritu insatisfecho sobre sus pobres diablos, sus correspondientes inconscientes en un mundo superpuesto al nuestro, engullido, en cuyo seno nadamos, queremos, estamos contenidos y nos contiene, sumergidos en él, jadeando, resistiendo, dudando, confiando o no, poco importa, pero con toda seguridad serviles, sometidos a su disciplina y a su implacable necesidad.

Que la existencia de la mujer deliciosa e impulsiva no sea únicamente consecuencia de un sueño, sino la incorporación de éste entre los movimientos naturales e imperativos que la fatalidad ha liberado en nosotros, el ascendente sentimental que ella tomó ante mí, bastaría para demostrarlo, porque si ella poseía el poder de conducir personajes convencidos de su total independencia de pensamiento, y de dirigir sus movimientos perdidos, yo me veía, por el contrario, recoger estos gestos en la multitud de los demás gestos como un bien que se me debía, a menos que mi ilusión no pareciese aún dispuesta a situarlos entre esos movimientos que escapan a la atención. Hablo de esos movimientos que no responden a ningún postulado de principio o utilidad, de los que la memoria misma desdeña apoderarse, objetos extraviados, encontrados, extraviados, sin importancia y que no arden con ningún fuego interior ni exterior, las ausencias y abandonos irracionales de los que conducen a la ceguera, en harapos sentimentales, asustadas estrellas y jirones de playas arrugadas bajo la mano irremediable del lector apresurado, arrojadas allí por descuido en el montón de papeles grasientos, de piedras de afeitar, de orillas abandonadas. Así, cuando el hombre desamparado se detiene en la calle y no sabe si es a la izquierda o a la derecha donde debe dirigirse o cruzarla, y cuando acaba con esa duda y dándose el aire de tomar una decisión, como el camaleón al cambiar de color, toma la noticia como indefectible, es porque, lejos de él, se pliega a la voluntad de esta red de hilos invisibles que le vinculan a un centro ignorado por él mismo. Un ser, dotado de un sentido exacto para la dirección de los movimientos imprevistos en el asedio del mundo por unos hombres atados a una fantasía oculta, pone en marcha, en previsión de propósitos injustificables, con vistas a oscuras maniobras derivadas de su subconsciente, un mecanismo extraño a la razón del mundo sensible. Allí se fraguan cuentos invisibles mientras el mundo que los ha provocado se retira de sus formas habituales. Frecuentemente se encuentran casos hermosos donde las vacaciones son bastante largas para confundirse con el sueño y nadie está mejor colocado para ignorar sus efectos que el mismo generador de esos ávidos poderes. Tan activos como los naturales, se entrecruzan y ponen en movimiento la vida gratuita de los actos irreflexivos. Las leyes de causalidad caen entonces en desuso. Son nuevas leyes de irritabilidad y de provocación quienes las sustituyen ventajosamente. Sus disciplinas sirven para poner en marcha algunos miserables sentimientos de miedo implantados sobre el mundo exterior, pero allí no está su motivo final ni el limbo de desvío del que se rodean amorosamente.

Feroces, los vínculos se entretienen con la muerte. Y el horror que son capaces de levantar mediante pérfidos y refinados arrebatos es la forma familiarmente adoptada por su sentido general de ternura. Por qué una hermosa y pura mujer, imagen misma del deseo, del placer, casta, despierta entre las vigilias y elevada a esta altura donde la dulzura impregnada de violencia pone precio a todo el encanto humano, por qué una mujer similar se confía a lo que se ha supuesto representar el crimen, el hombre espantoso y bajo o vil, vaya usted a saber sus razones indelebles según las pobres leyes en cuyo fango nos hemos acostumbrado a regatear. Cualquiera que sea nuestro rechazo a identificarnos con ella, sin embargo deben al lodo esta rígidas reglas su mortífera savia y el poder opresor de sus correas de cuero. Y más allá de cualquier crítica, existe el abismo y el sufrimiento.

Así es la enseñanza que un cambio perpetuo, en los marcos definidos por el hombre, en la escala de la especie, puede ofrecer a la materia pensante : a pesar de la bruma que amortigua el estallido de su voz y donde se mueven deseos de crisálida, lo que el hombre saca de otro constituye su alegría y su pasión, en tanto que lo que da provoca tristeza, vacío y decadencia a su alrededor. Y cuando el hombre se organiza así en el rumbo de sus acuciantes sentimientos, cualquier beneficio en cantidad y en superficie que causa una perdida de fuerza y profundidad, tanto sonarán las horas en el reloj de los progresos, tanto caerán por ello, al mismo tiempo, en el de las degeneraciones. Peladuras y castigos alfombran entonces su suelo tradicional. Cejas pobladas de bandadas de buitres oscurecen lo que queda de sol sobre el mar, por venganza. Pienso en la venganza que se manifiesta en forma de suicidio de una imponderable parte del hombre, la que escapa a la voracidad de los alrededores de buitres. ¿Quién nos dirá si no residen en ella todas las determinaciones del hombre, su sed de grandeza y su tendencia al acaparamiento por medios que hacen daño, por rasgos de memoria enrojecidos en el fuego del espanto?

De concesión a concepto, de adaptación a conversión, de engaño a mito, de humillación a aventura, de castración o crecimiento, de elección o selección, a la pasividad digestiva de un mundo de fantasmas, se opone la acción ferruginosa y ácida del tiempo que corroe y pule.

Si la memoria siempre me ha parecido una fuerza enemiga y traidora, que frena la cadencia de las épocas, una escurridiza instigadora de arrepentimientos sin fundamento que se interponen entre el olvido y la pereza que yo llamaba en mi socorro, una usurpación en un terreno del que sin embargo formaba parte, la representación creada automáticamente, según axiomas del tiempo, de una memoria universal a la que están subordinados todos los medios propicios, no es menos defendible de las sorpresas que de ella se derivan. Casi sería atrevido elevar esta tiranía de la memoria personal hasta la maléfica supersestructura cuyo jugo el mundo se ingenia en agitar. No consigo reprocharme algún perjuicio tan horrible, porque considero el residuo básicamente hiriente y agresivo de lo que debió pasar por un filtro misterioso, como un mal viaje que me jugaba la memoria, como un peso incluido en lo sucesivo en la base de mi vida, o como una maldición sobre la que reposaba la identificación que yo tenía de ese residuo con la memoria entera. Su coexistencia solo contaba bajo un aspecto más o menos extraño y compasivo, quiero decir que, a pesar del sentimiento de parentesco respecto a ella, o más bien a causa de él, de este deseo de alejarse de los seres próximos que no habéis escogido libremente, yo lo afrontaba con desconfianza, porque si el olvido retorna ante el nacimiento y si la pereza tendía a la muerte, la vida, entre los dos, se resumía en una restricción inaceptable. Ésta sólo podría mostrar una intención de realizarse plenamente más allá de estos dos términos que el hombre se complace en creerse como límites supremos. ¡Oh, nostalgias lanzadas de un extremo a otro de este embarazo que llenan las lanudas y revueltas vegetaciones del recuerdo, cuánta energía gastáis para huir del espacio y del tiempo reservados a la viva memoria! ¡Sin embargo ahí están, como simples señales sobre las que se acumulan las nubes de los reproches atrapados en marcha, antes de que estallen en tempestad sobre la montaña, estas harpías excluidas entre las necesidades de los peregrinos! No se tienen que soltar las tenazas cuyos mangos, sin quererlo, controláis, para ver a un niño ahogarse en un universo mantenido íntegramente al nivel de células atávicas, en la complejidad de los sistemas de referencias, y agarrarse un volcán a su humareda, o escuchar la palabra moverse en la concha, después de que el mar se ha retirado de los ojos de los viajeros a punto de quedarse dormidos. Es el poder de los gérmenes de la juventud sensorial de verter los órdenes naturales en una corriente en ciernes, la fuerza que rige el origen de las nostalgias.

Deja que una mujer se te aparezca en sueños, una mujer por cuyo amor os resignáis a todas las renuncias, porque sus innumerables rasgos sustituyen en tí todo el pasado y todas las presencias, entonces las paredes del sueño se rompen y su contenido os basta para colmar el vado de los días, no solamente atravesando, de una esperanza a otra, las orillas secas y solitarias, sino también inculcando en la mujer amada tanta vida como tu mismo has abandonado en el sueño, hasta que el equilibrio establecido en vuestras relaciones recíprocas alcance el nivel de la indescriptible verdad. ¡Desgraciado el que traspasa este límite! Porque cuanto más asciende la imagen de la amada en grados de similitudes vitales, en intensidad inicial, más profundamente se sumergen en el sueño y en la impotencia de salir de él, las facultades en lo sucesivo prisioneras de la amante.

¿De dónde provienen estos seres entrañables, dotados de infinitas variedades de seducción y de las fuentes de la ternura? Ellas responden con gritos de nostalgia delicadamente modelados por el entusiasmo, son los momentos destilados de una memoria angustiada. Habitan la memoria, estremecidas en una torre y solo pueden descubrirse gracias, a veces, a un accidente, a una breve ruptura en la continuidad del tiempo, o al menos de lo que nos parece como tal, una ruptura rápidamente calmada, debida a una probabilidad muy reducida de condiciones favorables, fisura a través de la cual una breve sonrisa os atrapa al paso y os deslumbra y os marca para siempre, con el símbolo ardiente de su soledad. Un acuerdo tácito se alza como luz rectora. Y cuanto más restringida es la vía de comunicación, más la sensación total de este nuevo hecho os obliga a una intensiva obediencia hacia él.

El azar corona la falaz construcción del espíritu humano y su campo de actividad, mediante el que se asocia con nosotros, se encuentra si no en el centro, al menos en proximidad inmediata de la memoria, y a partir de esta cumbre, como rebaños de escaleras descendentes, se suceden mil razonamientos, facultades, propiedades, valores, proposiciones, categorías y todo lo que el hombre ha sabido separar meticulosamente para grapar un elemento con otro en redes infinitamente enredadas con las leyes de la naturaleza. Y como en zoo revuelto, dejamos caer un filete sobre los animales furiosos, este inmenso edificio, endomingado y acicalado, está destinado a servir como albornoz para no dejar oír el grito del hombre.

Las tareas defensivas que el hombre emprende y las compensaciones que se genera mediante transmutación, reduciéndolo, disgregando el intenso poder de sus instintos, atacando, poco a poco, la total alegría de su vida por el aumento de la cantidad de basuras y similares, y prohibiéndole la recuperación de tanta vida, extendida por el viento a su alrededor en beneficio de las cosas resistentes, que incluso su sonrisa tiende a desparecer del lugar que un rostro eterno le asignaba en el corazón del hombre, le conducen infaliblemente a querer destruir el orden establecido del mundo actual. Su postura, junto a la del amor, corregida por sus dolorosas experiencias infantiles, solo puede intensificarse ante el peligro y aliarse, orgánicamente, por las anclas del amor, con las únicas fuerzas que mantienen en reserva la explosión necesaria. Única actitud, única altitud : ante ellas el frente del mundo retrocede, y sus datos mendaces se moldean ya bajo la polvareda decrépita de las migajas de tiempo y sus amargas vanidades.

Evidentemente, de mil maneras diferentes, podríamos hacer la demostración de lo que adelanto aquí como si fuese la más simple expresión de mis ganas de tierras y de astros. Casos clínicos y observaciones cotidianas están ahí para revalorizar las mil evoluciones del espíritu que convergen hacia un punto en el que se sitúa la dignidad humana.

Toda mi angustia y el fuego que la sostiene, los encomiendo a la esperanza de ver un día cercano, merced a la reducción de los monstruosos antagonismos entre el individuo y la sociedad moderna, expresarse libremente, abiertamente, corrientemente, la ambivalencia de los sentimientos, en un mundo donde las costumbres ya no impedirán su uso y donde la justicia solo se ejercerá conforme a la más simple oposición entre blanco y negro. Cuando, sin ser acusado de doblez, se pueda decir a un amigo que le quieres, pero que al mismo tiempo le odias, y cuando los arrebatos de amor vayan acompañados por arrebatos destructivos inherentes a la naturaleza del amor (¡al fin conocido, será absolutamente tiempo de hablar con conocimiento de causa!) cuando las formas de pensamiento ya no permitan ofuscarse más en ello (¡hipocresía de la palabra sinceridad!) cuando ya no se utilice la sublimación por cortesía para evitar rechazar y degradar un miembro de la frase con vaivén defectuoso, cargado de miles de responsabilidades, veremos nacer como una luz artificial en la luz del sol y el calor de una sartén encendida en pleno verano, veremos nacer, digo, una luz nueva que anidará en la luz, un poder inseparable de cualquier acto humano, el humor. Derivado de la contradicción de los sentimientos, ejercerá a su vez sobre la tesis y la antítesis que lo han constituido una acción que, sola, les dará un sentido válido, uniéndolas y cambiándolas en su esencia. Esta será por fin, en su más hermosa desnudez, la decisión irrevocable que sustituirá a la verdad. La ingratitud y la hipótesis- conocemos su función como instrumentos de prospección de la naturaleza humana, sobre esa capa poética que imita al acto de conocimiento hasta en el más fortuito secreto- serán las piezas maestras entre las leyes de sentido común. Existe efectivamente, ese poder de persuasión (considero aquí su sentido activo de verdadero objeto de cambio) que el humor aporta a la poesía, integrado como está en su conjunto, por la visión con la que ilumina las relaciones entre las cosas y los seres, por una negación intrínseca y constante del objeto afirmado al que acompaña y destruye, o por la desconfianza que arroja, gratuita en apariencia, necesaria para el examen, sobre la interacción de los pensares dirigido y no dirigido. Al derivar del azar, regresará al azar, pero a un azar humanizado que habrá vivido en el lugar de una memoria, un azar que habrá aprendido de la memoria sus aventureras maneras de vivir y las inapreciables perspectivas que ofrece a la esperanza humana, a través de caídas y dolencias, para evidenciar el objeto de los sueños, al margen de la concurrencia de circunstancia alguna.

Así las palabras mismas, mediante acoplamiento imprevisto e insólito en diccionarios graníticos, son susceptibles de adquirir el matiz de un nuevo sentido o de una pérdida de sentido, según el principio de desbordamiento de un líquido en estado de ebullición y de los cambios de naturaleza que se producen en su interior. El humor es la venganza del individuo víctima de las trampas de sus limitaciones. La suspensión de los privilegios decadentes de las palabras, que el humor sabe objetivar, goza aún de los fanatismos del capricho y de los misterios de la seducción. Ésta es insultante para todo lo que le es exterior, mientras es afirmación muy intensa de una personalidad trágico-sádica ya establecida en inmensa soledad. Pero a medida que el individuo adapta sus experiencias a las exigencias de la comunidad, el humor, al modificarse, adquiere un carácter más universal. Yo sueño con un coeficiente de humor que sirviese para los cálculos matemáticos, con fines de máxima especulación. De un humor específico y liberador, mensurable en sus propias unidades correspondientes con las unidades de todo lo que es definible. De un humor que, extendido como estará sobre todas las formas del pensamiento humano, del que sería inmanente, permitirá a las manifestaciones científicas vivir con el hombre, para él, verdadera e íntimamente y constituir parte de su vida cotidiana y de su modo de conocimiento. Quizás se trate del amor. Quizás se trate del amor-humor. Quizás de una conciencia sin puerta giratoria. Quizás se trate de la supresión de los números ordinales. Tal vez de la transparencia, de la desaparición de cualquier ambigüedad. Quizás sea un tono alto y sostenido en el que el eco del sol caminará, apartando las noches enanas que se agarran a nosotros y nos ofenden. Tal vez regresará, como en el límite de un sueño prenatal, más allá del cual la falta de conciencia provoca una angustia que se expresa en el deseo irrealizable de una dulce y cálida comodidad, tranquila y oscura, y en el otro extremo, el miedo a la desaparición de la conciencia, la muerte, quizás tenga una transformación capaz de enfrentarse a ésta sin zozobra, como encontrar al final de los deseos la perversiones beneficiosas que quedan aún por inventar.

La vida se me ha aparecido en corte transversal, como un ágata cuyas manchas son cambiantes, en una huida perpetua de contorsiones de gusanos, que se codean para evitarse y buscan, en un constante equilibrio, una salida rodeada de opuestos, barreras y prohibiciones, provocadas por el mismo movimiento. Quizás haya una brecha en el ambiente. Quizás exista la posibilidad de no pensar de puertas adentro. La consistencia del gas quizás gane la partida. Quizás veamos que la oscuridad no es más que un globo de cristal, un tumor, basta romperlo para que se haga la luz e invada la memoria y el miedo a la muerte. Tal vez se trate del amor. Solamente entonces las leyes morales vaciarán sus bolsillos, porque el hombre será visible y visitable, y nadie tendrá ganas de saber más que lo que tenga que ver, lo humanamente pensado hará desviarse sobre los caminos de sus nuevas leyes del azar y del humor el odioso bien pensado que cada día añade una piedra en los yugos de nuestras horas de cristales y claros.

La mañana, aquella mañana, era de una transparencia completamente planificada. Las capas de aire imbricadas unas en otras se elevaban hasta el nivel en que la luz desaparece en su fulgor. El poder cegador de una sangre incandescente , el infinito trino de su osadía, ¿dónde acaban las presencias, dónde comienzan las ausencias?

Motivada por la seducción de una especie de recuerdo, su incorporación, según el modo del cielo en libertad, a un ser concreto- un ser del que estamos habituados a pretender que nada nos convencería de su irrealidad- escapa a la fácil destreza de ombligos y tinteros. Pero, cuando el amor interfiere en ella ¿hay una razón decente para distanciarnos de los beneficios de ese diálogo de las formas cuya reducción, a medida que el tiempo se muere, relaja la relación de reciprocidad de las comentarios hechos, y para cruzarnos de brazos ante la multiplicidad de sus fisuras? Un alma de papel secante se instala en la germinación de los desperdicios y su permanencia, mediante consumición, la tritura y agota.

En este punto de divergencia, donde los golpes infinitamente repetidos de subastas y concursos hacen esperar una definitiva parada de las trampas de relojería para lobos, se cierra el circuito de la mirada. Y, cuando en el alma de las palabras vanas arde un nuevo significado, entre la pasividad de una naturaleza con plumas, surgen algunos pequeños pájaros que permanecen, insistentemente parados, en los mismos bordes del barranco humano. Es una vida difícil que sucede al margen de un recuerdo epitelial.

De la mujer deliciosa y violenta, atravesada por repentinos miedos como un árbol, suspendida de las correas de las ramas, estremeciéndose entre el viento nocturno y la lluvia, yo supe que irradiaba un obtuso mundo de intenciones. Merced a ellas, el otro ser que la habitaba en secreto podía conducir hacia alguna conclusión una red de deseos reprimidos, convertidos en historia viviente, drama latente de un lugar de águilas y cifras, en secreto, la violencia, en un silencio tal que ni siquiera desvelaba su presencia, ni la de los actores que le servían como dúctiles guantes, ni la del olor del que ella era centro lúcido y, sin embargo, vestido de brumosa inconsciencia con apoyo de sedosos cuidados de brisas y labios.

Entre las formas cristalizadas sobre la superficie de un corazón deficientemente descortezado, proclive al exceso, hostil a las infiltraciones vagabundas y muy imperfectamente conocida, considero la de esencia netamente masoquista como la más apta para regir las manifestaciones de este tipo. La contrapartida dialéctica de esta inhibición, al ser de naturaleza sádica, encuentra su modo adecuado de expresión mediante la venganza. Su carácter pérfido es hasta tal punto escandaloso que en ningún momento se tiene conocimiento ni conciencia de su enfermedad. Está pues doblemente oculta, tanto por lo que respecta al sujeto como al objeto. De este doble salto mortal, podríamos decir, en el inconsciente, de este rechazo del rechazo, deriva para el individuo un apariencia de perfecto equilibrio síquico. Digo apariencia, porque, al analizarse, su realidad síquica está reducida, en el plano que corresponde, a un grado inferior – grado calculable por otra parte, según la progresión geométrica que representaría la raíz cuadrada del rechazo inicial- a un estado que encontraría una comparación con la costumbre que pueden tomar algunos seres de ver y vivir adaptados al interior de una cueva que reproduciría en hueco un magnífico castillo cuyo esplendor esta amplificado tantas veces, en relación con el castillo real, como se corresponde a la distancia en metros que le separa de la cueva (de alguna manera multiplicadora) con los grados expresados en fotones, por los que se pasa de la luz a la oscuridad. Aquí, según los casos, se hace intervenir un potencial de temperatura, de tiempo, de aire y de recuerdo y, al vibrar la tormenta, una llama sutil que, nacida de un cálculo, como unos labios que se rompen en un cristal, acaba por extraviar los corazones enamorados, las copas de cielo y los pájaros que llegan a lagunas desoladas.

En el desnivel de la personalidad, entre el plano síquico real y el del comportamiento habitual, de apariencia normal, se percibe el miedo al abismo, esos ojos cerrados que encierran en ellos unos ojos cerrados, esos titubeos de los movimientos de la razón revuelta, cuando quiere agarrarse a realidades materiales, ese resplandor irreal que adquieren los objetos cotidianos porque misteriosamente se han volatilizado con el contacto de nuestras enfermedades, esas enfermedades más fuertes que unos árboles, y que la idea de enfermedad hace débiles como sillas de fibra de vidrio, las fobias, esos seres en estado flotante, fluorescente, perdidos en el laberinto de las más simples manifestaciones diarias, mezclando el amianto con los más graves momentos humanos de una verdadera y gran vida sentimental, y sus amplios datos con confusiones de manos y colores, esos fluidos angustiosos y solares, esas tardías alegrías de agradable invernadero, pero resplandecientes y completas, no sabemos cómo, no sabemos por qué, todos estos contrarios que son contenidos y continentes, que se suceden y se solapan sin orden, sin sistema, nunca en el mismo plano, pero existiendo siempre, entre un plano y otro, un vacío que se asemeja extrañamente a un precipicio, están allí señales infalibles e irreductibles del hechizo, síntomas de un actividad delirante de funcionamiento hermético.

Igual que, ante dos contenidos síquicos consecutivos, de la misma naturaleza, el sujeto sustituye, mediante transferencia, un individuo cualitativo por otro, en un esfuerzo supremo y sintético, y formula la comparación que se impone justificando por ahí, históricamente, la conclusión metafórica, esta chispa aislada de las escorias inertes, el sueño pesado sobre un platillo de la balanza provoca otro tanto más ligero despertar en el otro platillo; y lo mismo que la inconsciencia y la conciencia juegan a quien pierde o gana con valores de intensidad y tamaño que se intercambian con tasas invariables, el desnivel producido por el rechazo del rechazo obliga al sujeto a una total discreción. Es tan firme esta discreción que compromete al sujeto a ocultársela a sí mismo. Y sin embargo está traducida en su mirada extraña, y su cara se halla por ello golpeada como por una luz particular, como por una repentina energía.

Cuanto más grande es el silencio en la vida de los hechos, más marcada está la moderación de las ardientes manifestaciones por el sello de la inocencia, y de una manera más amplia y febril, más frenética y dramática, más compleja, más laberíntica, difícil e insuperable, atraviesa la existencia que nos está prohibido conocer. El rechazo a enfrentar con su propia luz las manifestaciones de la vida exterior conduce al sujeto a un rechazo encasillado, cuya causa y efecto se fusionan en la cobardía, en la impotencia revolucionaria, Pero la causa, implícita en el efecto, del caso que nos preocupa, hay que buscarla en un poder revolucionario, manifiestamente precoz, que se reprimió muy joven frente a la abominable resistencia del padre. Éste, para someter al hijo según el modo burgués de posesión que confunde amor y bienes, dando al amor un valor de mercancía y reservando a los bienes el valor eterno, aquel que él cree ser del amor, se opone como un muro a su voluntad revolucionaria, Porque ésta última se atreve a subvertir el orden que le garantiza su seguridad social. La teme y levanta contra ella el terror de su ascendente paternal consistente, por un lado, en los medios de subsistencia que, suministrados al hijo, deben cubrirle de vergüenza y hacer de él su instrumento, y con la amenaza constante de un amor incestuoso que es el precio de este mercado, por otro lado, rigiendo el uno al otro e inversamente y descubriendo, al amparo de las leyes y de la tradición, la horrible lesión que representa para la historia el repugnante espectáculo de la sociedad actual.

En un ruido de cáscaras rotas, en el silbido de las amarras cortadas, en el impacto espantoso de los barcos destripados, la angustia se instala definitivamente con sus corolarios, y en la sordera subterránea y compacta comienzan sus labores de zapa.

Sin embargo una dulzura venenosa envuelve la confusión y la crepitación latente del sueño invasor, pacífico y sostenido, virulento y seguro de sí, disperso sobre el conjunto de la existencia exterior, recogiéndose poco a poco sobre un punto exacto del mundo, el del individuo. Así se presenta el ser de sueño cuando se introduce con precaución en el hombre diurno. Un cebo nocturno que, en adelante, le domina y se apodera de él, le levanta en sus manos anchas y potentes como estanques, unas corazas. Un cebo que, desde el alba hasta la mañana siguiente, atrae al hombre hacia los valores satisfechos de la plenitud de las costumbres. Unos seres sutiles construidos con la sustancia de las algas, pero animados por una incandescencia espectral, por un hormigueo de nervaciones y destellos de mica, pueblan la materia reservada para este segundo territorio de la existencia. Las reglas de esta vida no son inmutables, varían con la densidad de los juicios, cuyos temas son más o menos capaces de concordar sus deseos de integridad con las funciones humanas. Nada se opone a que ellas sean total o parcialmente contrarias a los conocimientos establecidos en la vida diurna, o completamente inventados, o incluso conformes a ella, aunque desplazadas de su sentido provisional y menoscabadas por una deformación apenas sin experiencia.

En la noche prolija, construida a imagen de las ratas con lo que hay de más huidizo en el hombre, ocurre a veces que unas figuras de nieve corrompidas por el frío sean atrapadas por un abismo negro y redondo y que, según la dirección determinada por esta aspiración, se alarguen indefinidamente y os arrastren también dentro de la voluptuosa fluctuación de su naturaleza mutable. Finas y fosforescentes gacelas de vino blanco, vertidas por un estúpido y reluciente rey, hablan sin pudor de las gotas muertas en el susurro del jardín. Sin contar los subterfugios de la más fastuosa floración, pienso en el regordete tapizado de misterios, palpable e incapaz carne de los prados. ¿Qué no se ha dicho ya ante los muros secantes y los ásperos anfibios, en contra de la vista, de cerca y de lejos, y hasta la saciedad del mal sentido, cuya soledad es importante restablecer al fin entre las hipótesis lanzadas como globos sonda y de señalización, y sincronizar su rehabilitación a la velocidad de la esperanza humana?

Vistos a través del aire enrarecido de los espejismos, en sus anillos que elevan a la altura de los asesinatos el sentido barrigudo de los mundos perfeccionados, la calma de las montañas se encierra dentro de los ramajes submarinos de los sustos instantáneamente inmovilizados, y ciudades enteras gatean hacia la profética solidificación donde se obtienen las satisfacciones fraudulentas, pero siempre preciosas, del sueño, con una cierta rudeza en la incandescencia del tono.

Que se diga lo que nadie ha osado, con el único ruido de las pizarras entrechocadas, crujiendo tiernos ratones en el armario de la cabeza, y estrujando unos papeles de seda bajo los calmados tejados de paja de los graneros, el fingimiento de las orejas acostadas contra el pecho de las islas filtrará suficiente sol, a través de los toldos, para que este simulacro de inteligencia -porque la realidad circundante, hemos pensado, solo puede ser diurna- nos haga aún creer que nosotros queremos la muerte.

Nada más falso si entramos por completo en la nieve. Una roedura agria de luz gaseosa levanta y baja sin continuación la nube que ya se deshace en nosotros. Unas velas patinan por la tierna curva. Hay bocanadas de silencio, Su vértigo no alcanza al espacio interlineal blanco. Está sorda, la tierra sin pupilas. El blanco de los ojos llena los olvidos con cojines de tierra. Nada se aleja del incesante acróbata. Aquí está una mujer completamente blanca que sostiene en sus brazos un niño completamente negro, negro como un gemido congelado. Unas caderas de abeto se alargan hacia esta botella compuesta por manos unidas. La rodean, la levantan. Antes de que el sol haya tenido tiempo de agitar las ramitas de escarcha de sus párpados, ellas le han hecho desaparecer en unas esferas más inteligibles. ¿Qué importa en adelante que una chimenea de ladrillos, en su lugar, fume en largas caminatas, la distribución de los pájaros a través de los tubos de baobab? Grifos, solo unos grifos provistos de alas llenan el cielo con sus gritos. Lo que se deseó ya no abandona el cesto de provisiones. Era necesario pensar en las temporadas que se avecinan y, de una manera más exacta, en la muerte que merodea y husmea los olores de perro en la base de los troncos de los árboles, con tanta insistencia que el bullicio de sus sucursales, vagando detrás, en una ráfaga de viento, ha podido pasar desapercibido. Y sin embargado cada árbol no deja de atraer la atención por su corazón en alto y basculante, abierto al musgo. Sabréis entonces quién os busca, implantado en vuestras memorias, en los huecos de las campanas y de las faldas, con qué invisible motivo cualquier ciego intervalo causado alrededor de vuestro mal paso, se acumula hasta la ruptura quirúrgica del destino, de la rama nocturna, pesada sin éxito en una serie de contrafuertes y os hunde en la nieve hasta el cuello. Nunca cubriremos suficientemente la impúdica crueldad de este blanco interlineal mediante los gritos, que cada uno debe lanzarse, cuando el día se convierte en demasiado estridente, cuando arranca al hombre del lecho de su ensoñación, de lo que él toma como tal en los muebles terrenales alambrados en que vive, y sobre las olas que le transportan, por el tiempo espeso y de flor única, hacia algún lacónico sistema de válvulas del que lo menos que se puede decir es que la convicción de su astucia es enorme para obstruir el camino a cualquier intuición y a cualquier función de utilidad.

Hay un delirio en cada fatalidad, es importante depurarlo. La crueldad no radica tanto en la brusquedad de la transición de un fenómeno a otro, en el cambio de las condiciones válidas para cada uno de los estratos correlativos, como en el delirio que, en parte, la ha desencadenado y del que, por lo demás, participa. Este delirio es concebible como fuerza motriz, como una emisión ilícita de un correo efectuado por la transparencia del conjunto reabsorbido de los sentimientos insatisfechos, como un hambre que careciese invariablemente de objetivo, como un dolor cuyo tema sería móvil y extendido sobre una gran superficie. De las veleidades síquicas surgiría entonces un vacío que, instantáneamente invadido por oleadas de materiales de todo tipo, disponibles en la vecindad más cercana, provocaría una fuerte reacción, la súbita apertura de las compuertas, la transferencia de valores de un nivel a otro y el cambio de las condiciones que se derivarían.

Los relámpagos se suceden con rapidez alrededor de una rueda cubierta de plumas que gira agitadamente. Su parada produce una brecha profunda, un signo transitorio de muerte, en el oleaje amorfo de la memoria que, de lado a lado, discurre considerablemente cargada y sin ninguna organización. Así se despliega la suerte sobre la altura agarrotada por nuestras limitaciones cuando designa a alguien. La vergüenza del vacío y de la banalidad que expresa, en cada giro, la facultad escolar de reproducción de los mamíferos, va ligada a los lados de la torpe memoria. Y que esta suerte sea de muerte, o amase en la marga de todos los días la pena y la alegría de los alrededores, suscita mediante la imagen una representación incomparable. Es la de la mujer que, llegada un día en sueños, por poco que hayas trazado un circulo alrededor de vuestra vida probable, obliga a amoldarte a esta nueva forma transitoria de la existencia que ella evoca y, en la medida en que el estado de tus ideas nacientes lo permita, si no lo incita, a adoptar sus penas y agonías combinadas : las orillas de maravillas y delicias de las que, en cualquier latitud, se dilata el amor que se apoya en ti.

A pesar de la infinita volubilidad, mitigada por ciclones y cohetes, de las mujeres que aparecen en sueños, es posible deducir un modelo único, basado en un mínimo de rasgos comunes. Su itinerario seguido hasta la desembocadura de nuestros sentidos, y la revelación, en la plenitud de sus acciones que no por ser más secretas son menos sorprendentes, utilizan el funcionamiento del subconsciente porque precisamente este modelo se parece a las criaturas de carne y sabe, como consecuencia, sustituirlo ventajosamente. Por pocos que sean los que puedan descubrir su presencia, sin embargo a cada uno le es otorgado saber hacerlo vivir fuera de sí.

Ocurre un necesario sobresalto, al efectuar un cambio de los marcos del pensamiento para participar en plena armonía de sentimiento en los recorridos del hombre y del no ser. Se suceden y se corroboran por orden bruscos vuelcos y adquisiciones cualitativas, que tan pronto como alcanzan un punto culminante, determinado, en su crecimiento, se continúan por sus consecuencias, se entre- penetran por sus procesos, se superponen y se insinúan en sus recintos antinómicos. Acabarían por solaparse por completo y, a veces en la muerte, otras en la vida, por circular libremente uno hacia el otro, al nivel del sueño, entregados a la confusión, sin falsa perspectiva, sin temor de las dimensiones, como nuevos fracasos vendrían a diseminar las filas de la alegría según el feroz principio del bombardeo de células mediante rayos cósmicos, esta monomanía destructiva y soberana que arrastra en su torbellino cualquier idea de persistencia y autonomía.

Cuando las luces ya no tengan dueño, y la lluvia ya no escoja domicilio en los pechos despreciados de las arañas, todos los pasos llevarán al fuego a los que se apartaron injustamente de él. En cada pecho mordaz arderá entonces el fuego domesticado y renacerán todas las esperanzas en sus propios fines que habrán reconocido sus colores en las llamas inestables y palpitantes que crecerán en lugar de los frutos.

¡Que la imposible blancura y la nada se aviven en cada uno, que el cristal se rompa y que en su lugar se instaure la transparencia! ¡Que en la sobriedad de las noches, los días claros lleguen a descargar las cuchillas de cuerpos desnudos entre los puñales de los faros encendidos y los amores silentes, permanentes como ríos! ¡Que las coronas de luz pasten aún la indecisión esponjosa de nuestras noches por acción de rebaños inagotables, y el hombre sepa precipitarse en la muerte como en el agua de sus deseos, siempre fresca y espléndida! Al alcance de sus manos, sobre cada césped de gemas, en las mazmorras de albahaca y bajo los arcos de los líquenes, mediante brasas de hornos, vivir y amar encuentran qué decir y repetir.¡Ni hacia atrás, ni hacia delante, sino siempre en el centro de la vida vivida sin saber; sin comprender, del instante insustituible, poner cerrojo a la afluencia humana! La nostalgias enredadas, las profundidades de los vicios y después el agua en calma y el romero, las primaveras recuperadas y las comodidades de los nidos por la noche, ligeros, ligeros y plenos : de qué hechizar a todas las bailarinas, todas las hojas locas en piruetas, a expensas de las celdas inertes de los cerebros, este es el ser desbrozado en lucha contra los inventos suntuarios de su instinto, y la trágica confrontación de las piedras en la carretera con el sudor del prisionero de hierro.

Deliciosos descuidos del tiempo, madurados en habitaciones demasiado espesas, prevemos el final de vuestras sombrías luces, atrancados en la prisa por sobrevivir de los herrerillos y empollando por olas y charcos los esporádicos desvestidos de los palacios. Los adoquines asedian los ruidos. La tormenta anida en cada hueco de calma abandonado a disposición de los guantes recién quitados. Por todas partes, la mirada de los curiosos se cruza con aviones a reacción. Por todas partes, las piedras pastan bosques de sueño. Redondos irregulares arco-iris larvarios graban llamas de lepras sobre sus caóticos rostros. Se arrugan imperceptiblemente, hacia una luz veloz que los tritura, los tiempos unánimes que corren a la deriva. Una fosa de terciopelo, dices, con mejillas sinceras, se desliza y se destruye. Y la muerte de las mujeres, mientras fueron amadas, pasó dócilmente por allí, conducida por una mano de ámbar con toda la sencillez de los cereales. Los cristales pierden las arrugas, las ciudades explotan, un único perfume permanece en tierra bajo el barrote de la cuna. Subid y bajad, escaleras y sílfides, nada que no nos helaría de espanto alcanza a perturbar el hundimiento de la grupa boscosa. Las tumbas, se llevan dentro de uno mismo, reversibles a voluntad y demasiado ligeras para las penas subsiguientes, alrededor del eje donde bailan a gusto de cada cual los párpados y las duras peonías de las lámparas.

No habría que dejarse llevar a una melancolía total. Sino más bien servirse de ella, como agente conductor, para llegar a acoplarla a un nuevo engranaje productor de emociones. Por ello siempre son aconsejables algunos rodeos de alondra, que conllevan una sucesión tras un acto final. Yo nunca he consentido vivir y pensar en campo cerrado, el deseo de atraparme allí, permaneciendo completamente alerta, ha afinado suficientemente la imagen que me formaba de ella para que el aventurero que se debatía en mí buscase, aun a riesgo de naufragios y desastres, nuevas oportunidades en los peligros que encierran las palabras. Los derrumbes de la razón no pueden más que vivificar sus intenciones exasperadas de conquista y expansión.

Una utópica voluntad me obsesiona : la de plantear, atravesadas en los caminos, unas proposiciones evidentes y tan sólidas que las gentes tropiecen y ya no se levanten de la deformación mental que estos obstáculos de esmeralda les han infundido. Cualesquiera que sean mis fallos, en los conflictos, injustamente pregonados frente al horizonte, yo sacaba la fuerza de pasar de las medidas fantasmales de la consciencia, cuya condición temporal de vida sólo hacía más patético su valor, a un plano más próximo al peso neto del universo. Pienso en la monotonía metálica de las reflexiones, donde los sedimentos individuales de los sentimientos se insinúan entre los rígidos sistemas de entramado intelectual, a los que asociamos virtudes más reales que las valoraciones inciertas de este uno mismo de relojería, proyectado sobre las cosas y los seres con candados.

Los niños conocen bien las diferentes edades de la realidad sensible, sus sucesivas etapas. Saben proporcionarlas con escalas específicas, conservando intacta su propia identificación con el objeto del juego escogido para el momento, conforme a unos principios de simultaneidad y sucesión intercambiables, y dosificar sus contenidos efectivos según la economía que rige la eficacia que desean obtener. Sus discusiones tratan principalmente sobre la interpretación de esa posología, sobre cuestiones de grados y sobre la multiplicidad de las realidades posibles o de aquellas por tramar, así como sobre el interés que hay por pasar lo más rápido de las que han madurado a las siguientes, constituyendo esto la convención preestablecida al lado de la que cualquier variación de habilidad o carácter, mantiene el patrimonio de cada uno y su aportación personal a la comunidad de la tribu. A su vez ésta enriquece a cada miembro, gracias a los principios de ósmosis y contagio, con las paredes dispuestas que al ser frágiles facilitan estas acciones, y prepara los éxitos en el fuego precipitado de las subastas combustibles.

Ante la seguridad que da a los hombres la petrificación de los sistemas de pensamiento y ante las muestras de su excelencia que se extienden indiscriminadamente, a todo el mundo, a todos los vientos, en los bazares estandarizados de piedras preciosas demasiado vistosas y demasiado numerosas para no ser sospechosas, yo siempre alegué el poder de mi falta de argumentos, esos rosarios engastados de la trashumancia de las ideas de combate. Los bruscos saltos de memoria, con los que mi infancia se ingenió para amueblar la mecánica caprichosa de mis giros de pensamientos que son mis pobres maneras de actuar, me permitieron, al transgredir las barreras desde hace mucho tiempo inamovibles, preferir a la cobardía, los indefinidos terrenos del vagabundeo e incluso los de la confusión, cuando ésta derivaba de los residuos síquicos de los instintos, y superaba el alcance de estas arenas movedizas mediante las que un conocimiento, demasiado frecuentemente insatisfecho, se da la alegría de engañarnos, de burlarnos.

Como gesto de elegancia espero la excusa de la locura, la de querer pasar inadvertido, inviolable pero amenazador, como una tímida tormenta y una inalterable felicidad, a través de las filas de centinelas que delimitan los derechos de pernada de las especies existentes.

La carne coriácea de este mundo no se encuentra próxima a ceder. Las insistencias verbales cubren de pesados ropajes al delincuente de olas, y se precipitan bajo el porche de los pájaros. Allí, ninguna tentación, a pesar de las caídas de labios y de los despistes de escamas, a pesar de los burdos batidos de las hojas, es capaz de atizar los colores atenuados, por la noche, bajo la campana de la chimenea, a través de plumajes y columnatas

Abrirse en si mismas crisis y generosidad.

Atravesar los signos unidos a la sombra, sus oscuras líneas.

Darse la vuelta uno mismo, es ver levantarse en cada punto limítrofe un horizonte de incertidumbre, una ola trémula de inéditas cosmogonías.

Una sensación de realidad intoxicada por los forcejeos y los despojos de las andanzas y el errático batiburrillo que hace correr, por todos los lados de su sonriente desidia, la avaricia de las vísperas volátiles, acabaron por hacer huir los últimos refugios de las llamadas resistencias de vivir en el sol, en este sol que hurga en los secretos, se dice, y que, en lugar de rehabilitar el respeto a la lógica, como comúnmente se piensa, por el contrario, adormece los espíritus y los predispone a la somnolencia diurna, con la que vive y concuerda de maravilla.

De la colada de metal en fusión, de este sol desovado en la cabeza de la tierra, emanan los espejismos y, a pesar del sentido explicativo de esta palabra que quiere hacer concordar, pero a posteriori, las experiencias vividas -oh pobreza del lenguaje racionalista-, no es menos evidente que aquel que está sometido a la acción inequívoca del fenómeno, en su mismo instante de estallido y existencia, al experimentar la verdad hasta el compromiso mortal de todo su ser, que se compromete a él y se hunde en el camino de la identificación. Cuando una crisis semejante de los sentidos pueda ocurrir accidentalmente, y, a pesar de todo, conscientemente, con el concurso único de un casual eclipse de juicio, la sistematización de este proceso solo podrá, con mucha más razón, aumentar la vitalidad del individuo, provocando en él un temperamento sepultado bajo el montón de hojas. Si es posible una restricción en los métodos mediante la sucesión de contactos con la realidad inmediata, parece seguro que un crecimiento de las otras facultades relacionadas con el conocimiento, debe derivarse, necesariamente, de la edificación de este dique mental en cualquier idea automática de previsión, que compensará la pérdida, enormemente deseable, del mecánico razonamiento de la causalidad. En virtud de este principio de inmediatez, del acuartelamiento vital en las sensaciones intensas, limpias de antecedentes y consecuencias, este moho apócrifo que salpica el acto de pensamiento prolongándolo en dos sentidos, el de su movimiento y el opuesto, pero únicamente en el plano de una realidad intelectual que, por ende, se define como falsamente interior, merced a ese riguroso principio, en contra del paranóico que confunde sueño y realidad exterior, el poeta se dedica, con la ayuda del sueño, como de un proyector, a hacer la realidad confusa, a dislocarla, trocearla, diseminarla e insensibilizarla.

Es hora de que entremos deliberadamente en el mundo de esta nueva consistencia, ayer aún insospechada, que está ya a punto de forjarse como una realidad de acero. ¿En qué pueden detenernos los compromisos entre las fuerzas síquicas actualmente dominantes y todos aquellos que nos precedieron en el camino de la liberación? ¿Nos limitaremos, muy a nuestro pesar, a aceptar sus modos de apreciación cuyos vicios podemos ponderar y denunciar sus fundamentos? Se desarrolla una teoría de la desesperación en la estructura de esta ciencia de las contingencias, donde la acción es reversible, y el sentido variable, que se atribuye a las palabras, reitera la demostración de nuestra capacidad para estremecer la naturaleza bruta del hombre. De hecho, el problema que se plantea es el del mismo lenguaje como actitud mental y el humor, tal como lo veo discurrir hacia el azar, no podrá agilizar el trabajo necesario de descalificación, al aplicar a esta actitud un coeficiente de decadencia y fluctuación propio para arruinar sus afinidades.

Sería urgente, antes de que caiga la noche de víctima y rigidez, dedicarse con rigor a traducir a una realidad trágica, a una realidad que no os deja tregua, brusca y emocionante, pero no sujeta a formas vilmente descriptivas, la realidad manifiesta del mundo sensible. Todas las facultades disponibles con objeto de sabotear la realidad exterior y sus inaceptables manifestaciones, y alcanzarlas en el mismo núcleo de sus miserables derivaciones, de comprometer lo esperado, convergen ya hacia el foco de esta disposición de la transparencia de las cosas y los seres, la poesía. Se tratará de aportar a cada uno la manera de servirse de ella, de canalizar en beneficio de la poesía los subversivos impulsos del espíritu, y de captar las emanaciones equívocas y clandestinas de las actividades improductivas, aquellas a fondo perdido de las supersticiones y de las tradiciones populares de tendencias sibilinas, y los poderes irregulares de las frases con sentidos turbios, depravados o ennoblecidos, mediante un proceso de transferencia o mimetismo. Nos adueñaremos de la magia de los lugares comunes y de los atractivos sexuales en base a predicciones realizadas, factibles o falsas, como expectativas de milagros tipo buey de tres cabezas, y de las simpatías espontáneas entre objetos y personajes, cuando éstos, tragando, por ejemplo, la receta del médico en lugar del medicamento, se encuentran por ello mejor que si hubieran actuado inversamente. Se asumirán, en gran parte, las relaciones deformadoras y deformadas entre animales y vegetales, al proceder de los ecos pasados del totemismo, los desvíos de la memoria que conducen a la necrofagia, y los de las imágenes de eternidad que se resumen en actos de canibalismo. Se alentarán y practicarán los sentimientos amorosos, que encuentran su calma en la sangre, y las intoxicaciones alucinatorias de los que provocan descarrilamientos o de los pirómanos, y los deseos complicados por tantos viejos recuerdos, donde se fija un simple incidente hasta el punto de llegar a ser determinante, como el mecanismo de satisfacción del que necesariamente depende. Para abordar al fin esta ecuación del hombre, que se esconde bajo sus pasos, cultivaremos los terrores espasmódicos de los orgasmos, sus manías, sus especializaciones que gorgotean luces invertebradas, los tics sensoriales que impregnan la vida moral, las depreciaciones voluntarias de los métodos aceptadas por comunidades de delirantes, esas desesperantes experiencias aéreas, las pasiones, los traumatismos de las especulaciones cósmicas en los marcos de la esperanza, de donde derivan los vicios, en lo que tienen de noble y elevado, si se les considera bajo la forma exclusiva de un instinto vital muy intenso y corrosivo.

Así, adaptados a la vida corriente y al urbanismo del poder humano, se mostrará ofensivo cualquier movimiento seudo-consciente de aspecto monstruoso, el derroche de una materia funcional única en ausencia total de sus complementos más próximos, la desorientación sistemática, el desequilibrio inflacionista de la envidia y todo lo que, en general, se enfrenta a la racanería y armonía del mundo real, tal como se nos presenta, troceado a la medida de la pobreza y del tedio al que nos condena. Habrá, al fin, una redistribución más equitativa, según las disposiciones orgánicas de cada uno, de todos estos valores que una sociedad basada sobre actos de bandolerismo solo registra en forma deficitaria, de demencias y sicosis, en lo que tienen de más concluyente por acumulación de miseria, usuras, daños y de esas odiosas huidas a las regresiones, a las que una rutina secular impulsa al individuo : al ser el derecho a refugiarse en los sistemas filosóficos o eróticos de una felicidad infantil perdida para siempre, la única libertad que se le concede.

Si la autoridad de este mundo indumentario, notoriamente sometido a los sentidos humanos, pero no más que las pompas de aire al menor soplo cardíaco, ya se extingue, es porque las palancas de mando se encuentran detrás de los muros que lo limitan. Nuestras mismas existencias contribuyen a su sospechoso estado. Sobre el entramado de las influencias recíprocas de dos mundos que se combaten para unirse, pronto ubicaremos el exquisito fulgor del cedro y del antimonio. Aunque careciésemos de los medios morales y materiales para costearnos la gestación de algunas fantasías, aprovechamos unas señales inequívocas de depresión en cuanto al rechazo a vivir en un mundo falso, mutilado, o a seguir cojeando por un camino no elegido. La reintegración de los elementos contrarios, del tipo que sea, en el conocimiento del mundo del que formamos parte, a pesar de las diferencias que nos separan a unos y otros, unidos todos por un fenómeno innato de automatismo con caracteres simbólicos en esta misma diferenciación, esta reintegración, que acaso solo sería mediante el rumor del delirio, se efectuará a costa de nuestro derecho a la vida.

Se tratará, con el placer de los ríos crecidos, de combatir los moldes de la apariencia hasta que el sueño prosiga. Se tratará de hacer batirse en retirada a las emanaciones válidas de sus palabras mortales. Se tratará de exprimir el producto obtenido, y reducir a la nada los argumentos de algunas gotas arrojadas como pólvora a los ojos de los asesinos de lluvia. Se construirán sobre los regustos de la revuelta las sangrantes insinuaciones al mando de la noche. Impregnaremos los rumbos del pensamiento de las maneras de actuar de lo que, actualmente, consideramos el peor enemigo de la moral, inspirándonos en los métodos insurreccionales experimentados como tales en las zonas de la acción directa de las masas. Haremos sufrir -y la injusticia no será excluida del total de los medios de combate- una distorsión, como un espasmo deformador fijo en una ley sin respuesta, a la abominable codificación de las costumbres como reflejos de la actual desigualdad de los poderes representativos, otorgados por la superioridad de las clases dominantes. Pero a las costumbres, conservadas intactas, sobre todo en la clase dominada, sus caracteres permanentes, tras haberles quitado las partes vergonzantes injertadas en ellas durante la época de esclavitud y prebenda, nadie excusará ignorarlas en su práctica por lo que tienen de más irracional, de absurdo y de arbitrario, al menos teniendo en cuenta nuestra imposibilidad de analizarlas. Todas las molestias infligidas como medidas de oprobio en el orden sentimental, serán debidamente elevadas a fórmulas de cortesía. Se colocarán, al margen de la condición nutriente, palabras con contenido claramente fidiuciario, mediante la organización de su uso masivo en conjunción con palabras que un desprecio latente ha designado como palabras para expresar todo y que, poco a poco absorberá su sentido. Por ahí, se habrá rendido un inmenso servicio a la ventilación de los vocabularios y a la extinción de toda una serie de significados, de los que las llamadas ideas que conllevan mantienen boquiaberta a una gran parte de la humanidad, víctima de las estafas del verbalismo y la escolástica. Cavaremos trincheras donde, mediante capas geológicas, serán derribadas las dignidades de este mundo y sus insignias. Enmarcados en cristal, los gráficos ideológicos de las palabras y sus dolencias, servirán como museos a los gusanos de tierra, que podrán instruirse en ellos, para el mayor bien del olvido de su especie. Así nos regocijaremos con los más infames juegos de palabras y con los lugares comunes, que ya hemos experimentado, porque constituían nuestro más suculento alimento espiritual. ¡Basta de preceptos blandengues! ¡Basta de razones de tener siempre razón! El cielo de migajas de pan no precisa de la comprensión de los gusanos terrestres para ser desmembrado al alba de los cabellos. Ni mandíbulas de matacanes, grandeza de exprimidores parpadeantes, sino dentro de sutiles operaciones de identificación que algunos obuses ocasionan durante los días de escasez y de abuso de pleonasmos. Y el amor, nos han dicho, está al alcance de todo el mundo, -¿no es así?-, a menos que no se nos de el consejo de matar el tiempo en excursiones, deportes, juegos y otras sanas obstrucciones y enlucidos propios para hacer saltar de su piel, sin embargo curtida, ¡los más implacables aficionados de pacotilla y de platillos! ¡Cómo los grandes hombres, entre los más grandes, grandes y grandes, saben bellamente hablar de amor, amor, ese gargarismo, esa albóndiga, ese encolado! … ¡ Sitio a los viejos! Desde que el hombre existe, los padres a paladas han privado de la agresividad humana a los que, en un escalón inferior, pero solamente por la cantidad de años, eran superiores como futuro en toda la amplitud de su acción. ¿No es una cierta lucidez de pensamiento, sobre cuyo barniz se paraliza cualquier búsqueda de profundidad, que nos hace la vida insoportable? En varios grados de intensidad, a lo largo de un instinto incontrolable, una obsesión se apodera del timón intelectual de estos “padres”, y con ella la obsesión contraria, manifestada en sus recuerdos de juventud y aplicable a la juventud real, se convierte en verdaderamente abominable, no en la forma que las uvas juegan un papel reversible, como objetos de deseo y desdén, sino en la de un zorro que querría, profunda y naturalmente, el cumplimiento de la transformación, con la ilusión en que creía rotundamente.

No podría tratarse de nublar su vista mediante unas nebulosas de bruma, sino de disolver los objetos de la vista en algo insoportable, oportunamente molesto y ácido, en un baño de base que habrá saturado, por su amplitud, las formas mismas de percepción, del contacto más simple hasta la febril y altiva contemplación, y que habrá castigado el uso exclusivo del éxtasis como método de conocimiento.

Será preciso levantar inventario de todo lo que, para cada sector, se reconoce como parecido al mejor disolvente. Los armazones de la realidad objetiva, que parecen resistir los golpes más fuertes, no consisten más que sus filamentos de goma, que han adquirido los rasgos particulares y prolongados de un andamio metálico, aunque, a sabiendas de las huellas de arcilla, sean planeadas por la boca de un niño.

Separaremos en fracciones y disonancias, restringiéndola en su amplitud y valor, la apariencia de lo que, a nuestro alrededor, consagra el triunfo de una doctrina de esclavitud. ¡Que los que en absoluto sospechan la inmensidad del hombre erigido sobre el balance de lluvia de las ruinas de las que se ha desarraigado -a través de la serie de acrobacias sobre el alambre de las que supo mantenerse en pie- supriman sus objetivos alimenticios y los vicios de construcción síquica, que causan estragos entre ellos, como testigos de una muerte paralela, de una animalidad macarrónica y pegajosa contra la que al fin trataremos de inmunizarles!

¡Que la noche recupere su profundidad en la misma base del día, en total crueldad de máquina laminadora! Harta de evocaciones nostálgicas y de forma implícita abocada al repunte del hombre sobre la tierra, la noche devolverá sobre el tapete palomas y bebederos brillantes, donde el tiempo se enrarece acorde con las heridas vegetales. ¡Que el hombre viva sobre la tierra como si estuviese en el mar, que el aire pueda suministrarle plumas, y que la lluvia tenga para él la impureza del hierro, nada podrá absorber sus facultades, siempre alerta en un conjunto polimorfo y ampliamente removido por una brasa de olas! Frente a la niebla y gracias a la ternura de reinos limítrofes, los hombres acotarán su poder y su debilidad, al fin reunidas, como nota dominante sobre la cumbre que cada cual constituirá en su propia individualidad.

Reduciremos las cosas del espíritu a su más simple expresión de sellos de correos. Arrancaremos en su naturaleza los vergonzosos datos de intercambio, de los que somos demasiado benévolos caldos de cultivo. La muerte ya no degradará la tristeza soberana de los más hermosos ojos de mujer, ni la trama insensible arrojada sobre su luminosidad. Cascaremos en el huevo la resistencia de cualquier inocencia, y a los que pastan razones, vagos tragones de horizontes en llamas que, al amparo de cualquier suplicio, nos incitan a compartir sus odiosos juegos de mosquitos, se les aplastará en la masilla de sus cerebros de lechuzas. Asfixiaremos en su ronroneo cualquier condición de una vida dubitativa que, en la punta de la sonrisa, hace girar ilusorias satisfacciones. Y despejaremos el camino del amor, el camino por el que penetraremos en el reino maravilloso, el que abrazará bajo su imperio, dominándolos desde lo alto de la corriente, los reinos mineral, vegetal y animal, antes de que caiga la noche víctima e intolerante y que nuestros miembros no sean los de combatir, como hélices, el insulto de la época cuyos laberintos cenicientos no podemos seguir a través de las trampas y engaños de este mundo jadeante.

Nuevamente, se expande el invierno sobre la extensión sonora donde el abismo excava permanentemente sus arrugas ricas en yacimientos de miedo. Nuevamente, enmudece la fuente de los matrimonios entre la vida y la muerte de la que extraigo la fluidez de mis datos crepusculares. Nuevamente, la flor se enclaustra en el calor huraño de los zurrones. En la cabeza no se despierta ninguna ventana. Ningún deseo asume la responsabilidad del viento. Nada se mueve, aunque el cielo se arremolina en su plácida debilidad dentro de la bola de cristal, que mi sueño equívoco ha elegido como escondite. He trepado las escalas minerales, donde las mariposas superan el estado de su evolución para convertirse en cascabeles de una especie incoherente y agresiva,
singularmente dotada para sustituir las leyes. Los faroles son sepultados por allí con chiquilladas de colores y turbantes de carne rubia. Pero nada se mueve, en la inmensidad de las viejas dentaduras y en la luz de las pulseras profusamente difundida sobre las avenidas de algodón, constatamos la cercanía del mar. La gravilla ya no crepita en la garganta del embarcadero. Allí se han disuelto las figuras de nieve por orden decreciente, de día, a medida que se apagaba la sustancia de los pasillos. La blancura de los objetos pesados de la vista se ha aferrado a las grietas de fábulas lunares, y los alambiques de los templos se pierden entre los vestidos lacustres de encaje y serpientes.

Una joven se me apareció con aspecto de una cascada. Su abisal frescura cruzaba el umbral de las crecidas diamantíferas, dique de tiaras que me separaba del esplendor de este sueño consagrado para siempre reconocido al fuego del recuerdo. Se me apareció una joven en sueños y mis ojos, desorbitados, le rogaban que se quedara. El oro que realzaba su silueta era incandescente, y sus gestos, confiados, tenían el purísimo sonido de minúsculos gongs. Todo en ella era seguridad en sí misma y plenitud. Sus ojos aéreos, tal como los posaba para reinar sobre el mundo de sus rasgos, se convirtieron en autoritarios, y no mostraban ninguna duda sobre esa especie de marejada que tenía que completar, durante la corta travesía de mi espíritu. Yo ya no oía sus palabras, pero sabía que iban unidas al asombro y a la estructura íntima de los minerales. Su mirada, como un silencio que habla, vaciaba de su substancia mi cuerpo y mi casa. Ninguna conducta en el mundo era menos ansiosa por afirmarse que la suya. También me sentía yo vivir en función de un nuevo nacimiento, como si una rara imprudencia arrancase la gracia de mis nuevos pasos. Un exilio sangriento de hojas permanecía en sus manos. Ella era vencedora en las esferas incorruptibles, por los senderos del alambique separado de la luz que se congelaba por existir sola, y envejecía a ojos vista, ella palpitaba bajo su melena sonriente, con suturas de luna yo la cosía en la seda del tacto, me pareció viva de tal forma que una única población de cristales y alas brotaba en mi mano, que una voz única sabía solapar la mía y llevaba su vértigo, desde el horizonte más luminoso bajo la
carrera nocturna, hacia una ociosidad total, porque su presencia cazaba el tiempo a mi alrededor, como un aire impuro y, en la majestuosidad de este sueño, mis ojos desorbitados le rogaban que se quedara. Las sorpresas del alma no excluyen las ilusiones del movimiento sensible, así se fue ella de allí con el dolor que la había engendrado, tan taciturna y maravillosa como lo pueden ser las durmientes y las pesadillas.

Un monstruo se me apareció en sueños en los confines de mi conocimiento. También lo he conservado en mí, aun a riesgo de contaminar mi razón, como un testimonio precioso del humor ruinoso de las visitas salvavidas. Desde entonces, pude contemplar la imagen concreta de la joven con los cabellos de rocío, ya solo se me aparecía de día, como una copia tras mi desazón, mezclada con palabras insaciables, cuyo sentido y alcance ella cambiaba en su beneficio, rodeada completamente por suntuosas emanaciones, herencia de la noche, una debilidad inestable.

Unos pasos casi torpes suben la escalera. Son los sucedáneos de la realidad del delirio, recuperados para la vida normal que es la rutina de los universos, bajo la conducta de las sombras y los desastres, en la continuidad de las cantidades, un cuento triste, un reflejo, nada más.

Así se muestra un alma sin pena frente a la expresión de una apariencia de vida, cuya muerte ha acometido a un ser querido y doloroso. Un camino con frecuencia recorrido de memoria, el de una mujer hermosa e impetuosa en el silencio de la perfección que, más allá de la dulzura corporal, poseía el secreto de los valores automáticos al margen de cualquier material y abarcaba en único aliento la vida, incluso en su forma transitoria de noche, este camino es de tierra y no podría desaparecer. Un camino dotado de una vida propia, una manera de vivir, un cuento vertiginoso, un reflejo, nada más, ni siquiera una lágrima.

DEL CÉNIT AL NADIR

LA LUZ

Un cielo interrumpido en su primera lucidez por gran e indivisible furia, se extiende, complacientemente cubierto de oro, sobre el estrato de infancia que permanece intacto en la maraña de cerrojos. Ninguna controversia impide al agua, en la serie de reflejos albergados en su evolución, unirse a los ojos de animales, mientras el adormecimiento de las voluntades para atravesar una nieve milenaria, con el bello fulgor de ágata, recorre su incómodo camino. Dientes sin mella se muestran en los alrededores de amplios pastos. Son venerable rostros, engarzados con cuentos propagados sobre cuyo reverso trotan rebaños de torreones, que se desfiguran con el manoseo de los rumores en busca de sombra. Una geometría subcutánea que irrumpe en los oasis de los prudentes. Los pájaros no van más avanzados por ello ni sus velas menos se tensan en los bordes del jardín. No nos sorprendimos de otra manera por encontrar, en la desembocadura sombría, la guarida en descomposición de las horas en adelante vulnerables, obstruidas las salidas de socorro por inclemencias de algodón.

¡Espejos, espejos, voy, en recuerdo de las infinitas repercusiones de vuestras sedosas roturas sobre los horarios del mundo, a juntar, en el fondo de azogue de las fugas, lo que queda de actualidad en apenas un ansia de memoria, de polvo!

no es miedo al mundo

rival con las riberas

de las luces intensas irrumpidas en el fondo de los bloques

donde no gruñe el espliego

que no esté golpeando ramas

surgido a la luz de las pálidas carnes de senos

transparentes espantos

más allá de los rediles

en la sangre de las anémonas con color de recién nacido

frente a las playas donde las olas se degradan lentamente

testigos amordazados

todas las puertas sin salida

donde se apaga el sabor del mundo

el ojo amargo e indiviso

es importante para mí como el agua fresca

juntarse sólo sería un instante de imagen disuelta

en la senda de los supervivientes

cortes circulares de membranas de aspectos brillantes

el aire hundido en su raíz

nadie sabe repetir su sombra

en el agujero de las sordas peleas

de las que nacen los inviernos

los esqueletos de sus malezas y el aliento de los piensos

desconocida

atada en el lado derecho de las soledades

con voz vengativa

recubierta por el frescor de los campos

siempre en la fila muerta rota como un sol de paja

apuñalada en la garganta de los glaciares

en la médula de las flautas dulces y de su lejanía pistilo madura pero nívea

y mediante unos vestidos de nieve hasta la altura de los arándanos

arrebatada a la belleza de este mundo

desconocida

destilada en la sangre de todos los labios desconocidos

mezclada con los huesos de la tumbas

al vuelo en mil resplandores en las guaridas de los ciclones marinos

escuchada en las profundidades de las minas en los recovecos de sus flores de yeso

desamparadas así te perdí mientras otros te encontraron

y no tuve que hacer contigo en los escondrijos de la salamandra

escurridiza como la arcilla en el arroyo perezoso

temor más allá de las nieves de los pájaros milenarios

te fingí desconocida detenida con todos los incógnitos lamentos

el sentido de los hielos la dirección que toman bajo el imán

porque tú no fueses la que vive

la que esperamos en el puerto de las resacas

y el destino que se otorga al lamento

según el sentido del amante y de la fuga

levantada en la nieve y tensa por el dolor

porque tu no estuvieses presente

Los estrechos no se continúan ya en las profundas entrañas de resina porque ya, como un vaso de agua bebido de un solo trago, la inmensa pasión derriba muertes y disidencias y se coloca en primera fila de los insurrectos. Cogidos los bajos por hormigas vivas, la aureola del árbol sólo tiene una vuelta por rematar y el lazo estrangulará, en su huida desenfrenada, al potro disperso que corre con la diligencia de tu lóbulo, tonel colgado de la batidora doméstica.

Encontraré en los movimientos del hombre, extendidos sobre un oriente de cicatrices por una mano de avaro, los pasos balizados de animales y piedras. Con la simplicidad de las mandíbulas cerradas, despoblaré, si es necesario, para alcanzar el núcleo de tu paz, hasta las salvajes protuberancias de las tribus dentales en su arcilla e indiferencia. Y la hache no carecerá de palabra, porque se pronuncia con las asas de mala vida, que un soplo vago pero ardiente une los morros de los golfos con los esguinces de vitriolo. Alcanzaré la altura de las armas de castigo y las obras de carne se iluminarán por ello. En el amor y durante la guerra desencantada en beneficio de las aguas, feliz como la colmena, profundamente pacífica, oh sed incendiaria, te gusta trocear el fuego chasqueando unos dedos en el desierto de los desvanes, mientras el lobo solo piensa en frustrar el poder de tu elección y la supremacía de las trampas en la genuflexión de tus hojas.

Trataremos de saber si un movimiento de puro desplazamiento específico, de pensamiento válido, llega a dirigir los acontecimientos considerados como entidades, al margen de cualquier influencia y, lo que me parece una peligrosa presunción, eliminados del centro generador de los deseos, de lejos el más activo porque, reducida la importancia que debe conservar próximo al sujeto y a sus objetos, y sobre el que en lo sucesivo planea la duda, es sospechoso, en más de un aspecto, de traición o de debilidad, y se envenena progresivamente en el origen mismo de las cuestiones.

¿Por qué es necesario que, con todo el peso de la tristeza adquirida, el problema de los infinitos deslizamientos de terrenos, que llegan hasta la ruptura de las arduas realidades en sus relaciones sensibles, influya sobre los frágiles párpados de estas viajeras acumuladas en la proa de la noche que representa, en el orden creciente de las comprensiones, la vanguardia del odiado día? Existe en la deprimente comunidad de intereses de los transeúntes sobre los desconchones de cemento y de granadas, una evidente preocupación de sustraerse a la vida justiciera de las humanidades coaguladas e insensibles bajo la pasta arrugada. Mejor ocultaremos a los ojos dirigidos sobre el mundo, el dolor y las corrientes de odio que ella suscita, y la permanencia del sentimiento que poseemos, para poder vivir, es de suponer siempre basada en el corazón del hombre, será inducida, más profundamente, a un estado de crueldad. Ni el árbol se desviará del hilo sobre el que baila en el vestíbulo barnizado de debilidad humana, ni la manera de vivir del hombre, con poder de propulsión, pulsaciones e insinuaciones, del hombre tal como se aglomera y agoniza en grupos de paralíticos- que apenas aún piensan, mientras se hacen infusiones y se multiplican a través de canales de esponjas- se sustraerá a las repentinas intervenciones del hechizo, en un punto determinado de la trayectoria, cuya bienhechora explosión desintegra la solidez de filamentos basada, ante todo, en el olvido de su función vital, bobaliconamente incluida en el paquete de collages.

Tal es el poder de la costumbre que nadie podría evitar las bromas por las que se canaliza la substancia humana, pensando en ciertas concordancias y en sutiles complicidades con los elementos del mundo exterior. No es necesario romper la capa animal de cristal, para palpar el fuego maleable que la historia ha grabado con antorchas de carne. No se permite ningún saqueo en los límites de las cristalizaciones secas. Hace mucho tiempo que la vegetación, inmunizada contra las pérdidas de memoria, ha recolectado las rupturas entre lo mejor de las existencias cultivables. Todo ha vuelto a ser liso y sin ambages. Pero muchos labios en carne viva se han suturado, y las cicatrices ensanchadas han dejado una aureola indeleble en el crecimiento de las pieles, frutos recogidos sobre sí mismos y abandonados al cuidado de su propia atención.

De hijos a padres remontaremos, mediante la eliminación de los sucesivos injertos, la corriente de la última adaptación de las facultades naturales a los venenos de los debates. Pero las intrigas de flores no se encierran en su especialidad rigurosa y, al perder su hermetismo, influyen enormemente sobre territorios cercanos, y llegan a llamar en todas las puertas, a la redonda, cada vez más débilmente, a medida que se alejan, hasta alcanzar el límite imperceptible, hasta morir dentro de sus propios ojos. Nada es extraño para que ocurra, Sólo el hombre en tanto que consciencia es extraño a todo. En este límite se sitúan los dramas y los crímenes del conocimiento, y las brutalidades cometidas por tomar conciencia del mundo en su forma atroz, cruel, estéril, punzante y dolorosa.

Había una vez un lagarto que, aun necesitando el calor del sol, presentaba sin embargo, a través de toda su imagen, la realidad del frío. No porque temblase, expuesto a los rayos de un carámbano y rodeado por todas partes y, sin lugar a dudas, ceñido por amplias palabras de enfermero, como si temiese, al final de los paños calientes cuidadosamente colocados, ser aplastado y por decirlo así tragado, sino también su color, el jadeo intempestivo y las membranas transparentes que estaban esculpidas en un agua marina y un aire condensados, por no hablar de sus movimientos precipitados siempre preparatorios de sucesivas desapariciones, intermitentes absorciones espaciales, todo el viento que estaba constituida su fuerza, detectaban en él la expresión extrema del frío.

Sin embargo hacía calor, como la misma existencia del lagarto demuestra, y no en esa dirección pienso introducir la confusión por la que el lector ha sentido que se estropeará esta historia, tal como ya se ha producido en una buena parte de la de su vida. El calor era pues tolerado y de alguna forma inhibido, a pesar de las apariencias en contrario, por el lagarto arrepentido que, en competencia con los duendes de los lagos, dejaba reposar la herida de su pequeña ascua de vida y enterraba en la arena la enclenque precisión de su volumen huyendo como un espejismo provisional. Que se enfrentase a la intransigencia del sol, que el matorral no bromease con la sombra blanda untada sobre su vientre, e hiciese caso omiso de las torturas atizadas, cuya difunta acrobacia las lavanderas no dejaban de abrumar mediante coces habituales, el lagarto olisqueaba el espacio que estaba dispuesto a atrapar, cañón arponero, jadeando en su concentración de costumbres lentas y pálidas a la vez, y plegándose ante los viejos resentimientos de la tierra parca de inspiraciones, haciendo trinar la biela bajo la puerta giratoria de las eminencias fugitivas.

Hay momentos en que el terreno se os desliza debajo de los pies. Son momentos de lagartos. No hace falta sobrestimar el valor intrínseco de esos momentos, porque, en cuanto la memoria retome el trabajo, la situación podrá ser restablecida en la esfera del reloj, dentro de una constelación más brillante que la que ha dejado en la batalla más de un segmento del plumaje, que constituye su vida de vuelos y fluctuaciones, su arrogante transparencia. Si estamos de acuerdo, que hubo una vez un lagarto, engendrado por lluvias y laderas, que prestaba a momentos de precipicios una buena porción de tu vida presidiaria, presidiario primaveral, hombre cotidiano, cocido a fuego lento, acostumbrado a la paz, y conocido por la alta estatura de la soledad que te acompaña pero, sin embargo, sometido a las disonancias de las cristaleras donde dedos pequeños golpean por la noche llamándote, mientras los aullidos de grandes perros extienden de un tirón la inmundicia inagotable de su miseria nocturna, interrogadora y nunca satisfecha, aquella con que, precisamente, tu espíritu en gira comparte el inventario de harapos y acosa, acosa, mediante robos especulativos, a los guardianes que no quieren todavía admitir que los bosques nocturnos cambian en angustia la capa de la tierra – ese buen vecino jorobado al que tocamos la chepa para hacernos reír, así es el día en su firme postura, así la sensibilidad debida en las puertas del ser y su seguridad -, si ese lagarto arrastrase muy frecuentemente, bajo el zapato, tu paso que se creía seguro y basado en viga de construcción aunque dando zancadas por la boca de la encina, sobre la arena movediza donde se ha instaurado todo el poder del hombre por el que se cree con derecho de posesión sin tener el cuenta al sueño que lo socava y ablanda, por debajo, los pilares de su organización, superándolo, es porque el humo supremo de una historia de monstruos te aguarda, lector, galeote primaveral, en señal de compensación, allí donde puedas alcanzarlo. Y ella se ofrece ya en su dolor y su plenitud al uso de tu respuesta y a tu exigente aspiración inmediatamente transformada en derecho de demanda.

Ella está lejos de aplacar el deseo infinito. Ella es sólo señuelo, fertilidad vaporosa. A su vez abre pozos donde sea sacacorchos la vista y tropieza el grito. Por su momentánea satisfacción se quita el tornillo de la rectitud de vivir. Y de ahora en adelante arraiga con dureza el precipicio en la casa del hombre.

También, igual que el calor y el frío alternan sus tiempos irrefutables en la corola que los acoge y, muy atrayente, los espera en la brújula de las reacciones magistrales y directas, igual que el agua y la sequía se unen bajo la señal del frío y del polvo, y como el sol y la piedra engendran la arena, el desplome de sus olas hostigadas por flecos de espuma en el desierto, lo mismo cada hombre, dentro del vértigo cerrado que ha elegido o, más bien, del que se ha designado como poste regulador de las miradas y los vientos que vendrán a picotear a su aspecto nutricio, se unirá, para salir de él mediante la lucha, a su angustia de vivir, o al reverso de las cosas que imprime en el sueño su pesada carga en negativo, o a esa actividad que, en el conjunto de los trabajos, se apoya sobre la espalda de los esclavos con todo el peso de la producción y de la utilidad, repartido según las necesidades de cada uno y bastante más allá de ellos ,y de la autoridad que otorga la contrapartida de esta actividad que es su fuerza y su cantidad, Pero aunque sea con la ayuda de uno u otro instrumento o incluso de los dos, unidos por su determinación para combatir la angustia de vivir, la lucha será dura y el cambio exigirá la decisión de la sangre. Así es, quien fermentará la tierra y confirmará la nueva planta : será la sangre.

Manantiales de cristal con piernas de cuero, frágiles identidades y sueño completo la boca, un vez eliminada la somnolencia, el trote ágil y agrietado de la piel a lo largo de un estremecimiento, en el que pierden el filo la lima de Capricornio y la fuerza convulsiva del espantapájaros amarrado a tu lado, nocturno poder de disuasión y de desprecio, aparecen en los miembros esparcidos con una total desilusión. Hombres dislocados en la noche, ¿En qué vía muerta aparcaréis las copias de vuestros cuerpos acumulados en pequeños montones de cenizas, los costados de vuestras almas separadas del sol al despertar de las brisas barredoras? ¡Buena toma de corriente, producido así el contacto! Viejos cazadores de desvíos eléctricos. Paso a paso, he seguido la infernal infiltración de la noche merodeando en los cuerpos de las cosas, y el esfuerzo de un nuevo cara a cara con los búhos, obtenidos bajo el efecto de la presión moral, no ocurrió sin quebrantar la firmeza de mis sentidos ni sin mitigar la presa de sus objetos permanentes.

Recogemos pájaros en cajas infantiles, les tapamos con los ojos esbozados con la prisa de los campos para precipitarse en las funciones de las flores, y que se convierten en ellas, nadie puede decir, y menos aún persuadir el exceso de sus mordeduras, los años que fueron hinchados de un extremo a otro con un persistente recuerdo de farsa y de exquisita secuencia, de lo mejor a lo peor, sobre los peldaños del arco iris que escalaron palacios. Y es así porque el riego, la escarda, y la eliminación de sus racimos débiles contienen el depósito nocturno que, como un humor necesario al organismo, atrae abajo el peso de la reflexión, de toda la duda insensible que la atraviesa de lado a lado.

El admirable pelado cotidiano de los deltas de imágenes por donde el hombre se apropia de los rasgos característicos del universo y que, a la caída del día, anticipándose al faro, se libera de sus formas para conservar sólo su enseñanza, este pelado mental donde concluyen las afónicas y vegetales admiraciones, tras tantas maternidades dudosas que el pastor de ebriedades ha perdido su cuenta y evaluación, ese arruga desde ahora, pero, sin omitir el menor reproche resignado o no, en la costumbre ya pueril a fuerza de repetirse, de amputar una buena parte de la memoria al dormir, nosotros retomaremos el curso de las evocaciones completas hasta el punto en el que el campo fue roturado por la gloria de sus alerones.

Ahí reside la importancia de los tumores que obstruyen las vías vitales y empañan la circulación de las funciones naturales. De su supresión depende la espléndida unidad de la canción cuyo recuerdo hemos conservado, mediante fibras secretas, palabra por palabra y mejilla contra mejilla, depositado en el color de las plumas de los pájaros, y sobre la incomparable armonía del adorno de las flores y de los minerales. A partir de la materia perecedera, por un instante fijada sobre el acontecimiento humano, él mismo pasajero, la emoción construye el pretexto más exacto para ejercer su poder apoteósico, con conocimiento de causa y de forma permanente, según su medida que es también la del universo. Así se cargan las cerbatanas humanas con astros terroríficos. Estos proyectiles de una única voluntad son seres para las herencias sísmicas sueltas en libertad como incontrolables medios delirantes.

llueve a cántaros y la luz de neón se abre los ojos al raso

donde se adormece la caverna y se marchita el envoltorio químico

de un frenesí que continúa su proceso de masa madre

nos acostamos en la encrucijada de las mechas de los cabellos

trampero de pizarra arcillosa en tu seno se forma la lluvia y el buen tiempo

en tu estructura fósil se apoya el pámpano como la garza

mediante enlace de sentencias con confusiones unas de otras deducciones adecuadas

la combustión agrónoma de estragos por afinidad

directamente sobre las sábanas de la bahía tan constantemente silenciosa

en el azufre que sobrepasan los mayales de las cepas de árboles rivales

que no puede librarse ni la corva natal de la granza

ni la corrupción que alcanza ya a la promesa de los graneros

la muerte olisquea el insulto de los colchones

de los muros peludos de las ciénagas de los viñedos

cuya caliza se desparrama antes de sucumbir bajo el hacha

en el agua férrea de las hoces viajeras

de modo que la privación pueda establecer una regla tenaz de permanecer en los dientes

madurada ampliamente y espectral molienda de desván

en la granja salvaje de las noches

donde también se extravía la ternura transitoria solo existiría en forma caliza de tortugas

el jefe de montería duerme enredado en el fuego

el amor ausente le conquista en la ladera de los senos de carbón

la flor traviesa corre sin embargo a su fin implacable

como pestañas aterciopeladas acorraladas

como bruscas culturas de mundos giratorios

inflexión de saldo de gran boscaje

en los blandos dominios de las memorias locales

de los pasos humanos borrados

aunque incompletamente y sus colmenas

sólidas de los jardines arrastrando en la voz de los niños

los juegos de rayuela estaban suspendidos en los rizos de los bosques de cuerda

los gatos se estiraban hasta el tamaño de las carreteras

lanas caídas hasta el suelo en copos de satélite os saludo

aguadoras como única linea de separación de sexos tamiza la estrella y su mordaz pureza

risas de las fresas arqueros acurrucados bajo roca bailarinas almendras

dientes de leche cuando el viento sacude las almendras

animales de leche deletreando escuelas de collares desgranados

calurosas jornadas plácidas de bálsamos encerrados en la carne de las almendras

aunque la mueca de leve disgusto se refugia bajo la brisa de recitados de algas

pieles doradas renovadas en las vasallas cristalerías

monzones en territorios de trashumancia donde se rompe el bastón

paneles de nidos de grandes rapaces

porque la onda pasa volando sobre un deseo de cobre y yesca

hacia el paisaje mutilado cohesión de los pasos

quien sea, al encontrar un alojamiento en la colonia de los palanquines, ordena, con una voz muy conocida, la multiplicación de los escolares mientras las nubes dejan a la almendra el encargo de romper las cajas fuertes de los baobabs. Una manera como otra de pasar, del sordo rechinar de dientes y de las satisfacciones masticables, a una imagen de amnesia, es decir metafórica, y de volver a empezar la operación hasta el agotamiento de su contenido, del que es al menos prematuro predecir mediante qué mezcla de mortero llegará al objetivo.

Almendra era un mensaje de rabioso salto trenzado. No le bastaba con un único hilo en la pata, del que podía decentemente enorgullecerse el águila de la circunferencia -porque se dirá de una vez por todas que las excursiones no se producen a partir de la epidermis hacia el exterior, sino por debajo de las capas de grasa que, por el camino más largo, llegan a las huelgas desiertas del corazón de pavo real quejoso – era necesario además que una cocción prolongada ampliase su sentido hasta los degüellos de determinadas palabras.

Estamos abocados con semejantes acontecimientos a las extinciones de voz, y sin embargo las lagunas y los déficits no se han eliminado, como fetos de paja, para mayor beneficio de las cataratas de palabras alentadoras. Aquí estoy lleno de gusanos en la zona de oscuridad, ensartado como el hemisferio que gira, siempre con esa sonrisa idiota que un exilio de frío imprime, ceceando, en la cara que se deshace. Y cuando ya no se sabe donde esconder los zapatos que han calzado vuestras manos, ni los grilletes en la nariz que os vinculan a un palo atado a la espalda, esta bien acordado que más valdría esto que escupáis en el rostro de vuestro interlocutor, y que disimuléis encontraros de excursión. Aquí están los enanos del paisaje. Este es el rayo herido y su gesto marfileño. Esta es la gamba de jade que corre por la ciudad. Los esqueletos oblicuos de las huellas de agua. Desgrana en tu cabeza los anillos de tronada que desfilan parecidos a perros golpeados contra el hueco de las ventanas y enseguida, sin dolor, seras depositado como un diente sobre la sensatez de mimbre de un café-bar-restaurante obligado por un caballito de mar, cuyo vaivén arruga la monocorde soledad revelándose contra su sistema gruñón, coherente e invasor. El aire, dirás, sonará a canto victorioso, verdusco, como será de buen tono decirlo y las montañas os harán cumplidos, ¡Como si se tratase aún de rábano! ¿Acaso no hay suficientes monerías de crustáceos?

Coaliciones y oleaginosos, todo el estanque amargo se ha juntado, en dos tiempos, sobre el mantel pelado con el fin de almidonar al cliente para el baile de las cuatro furias. Una es del norte y muerde como el hielo de los manantiales. Otra llega del molino y se cuenta con los dientes. La tercera es de seda y viaja en el hierro de las estrellas. En cuanto a la cuarta, es la del hombre que solo ha mordido en semi-sueños y que se ha estrellado la cabeza contra todas las paredes buscando la puerta por la que, sin embargo, las gentes no dejan de afluir hasta ahogarse en su propio aliento, sin que, a su vez, descubran la salida visiblemente circunscrita en la misma y única abertura hinchada por el enorme aire de los odres.

He aquí como estas cuatro edades de la humanidad hortícola se han dado la mano, y bailan un sagrado reloj solar por la noche sobre la placa voluble. Hay que ir allí, participar y no dejar resbalar un semejante holocausto de gelatina de vuestros riñones, una vez que la ocasión así presentada abra los brazos en beneficio de la ortiga. Pero, ¡lamentablemente! esto no es un saco de tela, esto no es un amable rociador de abejas, no es el truco que invita al sol a su humo cotidiano, aún no es la hora del ojo, no es el pórtico de piel ni la custodia de la víspera de una moneda que, golpeando contra vuestros cruces de carne, os llaman al despertar más brillante de un regreso improvisado, al mismo nivel que el aire, en una lícita felicidad terrenal. Son carámbanos que se entrechocan con sus clarividencias viperinas. Es el ambiente boreal de vivir en facetas, mitad inmerso en la total ausencia y mitad en la emisión de la nostalgia electro-magnética, cuya rigidez se riza. Es la tirantez del reflejo que agarra los flecos de vuestros resplandores y los lleva directamente al rapaz sol. Es el zumbido de estas roturas de ejes en vuestras raíces que, lejos de reconocer las caras de los amigos, se dedica a pintar desconocidas sobre hielos flotantes y oseznos recién nacidos.

permanecí ajeno ante todo se me abandonó al margen de todo

¡Qué bien se prohíbe lo raro! Forcejea como mil mariposas de papel secante en la pecera, dentro de sus trapos con sangre, con ojos de narices ampliamente sonadas mediante una presión propulsora contra el cristal y, a golpes de aletas a derecha e izquierda en esta esperanza, moteada de espectáculos, que hace nacer el gas en la lengua, y mil deseos, unas más hermosas que otras permanecen elevadas, golpeadas en el cedro de las piernas de bailarinas, el avanza en el bosque de los párpados. Pero el sueño, al descubrirlo en las raicillas de los pasos, lo aparta decididamente de la alegría que se había prometido, y le ordena retroceder a ese estado irreverente que define, temblando, una proporción igual entre el anfibio y la nebulosa. Un jarabe equivale a otro y el vendaje de belleza esta en el portafolios de lo caducado. Con perseverancia, una dramática liquidación de hormigas obsesiona la tranquila capacidad del placer de la habitación. Breves gemidos de ojo fluvial se extienden más allá de las culebras invasoras. Unas palmeras brotan de cada gota de tumba, como una curación de estepas, es decir por todas partes. Igual se abre a la soledad la vena cortada.

Aunque un calor satisfactorio aumentase siempre en los miembros y penetrase lentamente los repechos de peladuras, no sería ésta la parte arrojada como pasto en el trozo de mapa celeste mediante un hechizo de heno continuo sobre los ganchos cegadores de las heridas, porque

permanecí ajeno ante todo se me abandonó al margen de todo

uno a uno en un espejo ensimismado en sí mismo

vino de grieta flora de obsidiana

desaparece el valle por donde se exhiben las ardillas

en la agilidad sosegada de su pelo rojo multiplicado

y el ángulo difícil donde la aurora giratoria

fue abatida como cotas de malla sobre el escote del desierto

grito de víctima con tupidas alas

siempre te veré alzado sobre la frente sin corona

parecido al brazo amenazador de sospecha venenosa

con la fuerza de los astros por el cielo desplumado

tarareando hechicera en la tierra adormecida

protegida por llaves

por todas partes te veré desorden sediento y sin embargo sola

resistente a cualquier pared y puñados de sal bajo la luz

repartidos por la saludable vanidad de tu cuerpo

extraño a todo al margen de todo

entonces cuando la sombra se desploma desde lo alto de las pestañas agudas

donde la hierba levanta viento mediante cosechas de órbitas

tumbadas como frías plantas pisoteadas por grandes manadas

el pico en el orbe seco de arena e invierno

que risas y costuras trazan de cresta en cresta

enjambre de olas recientes

entonces cuando solo subsiste en ti burlón excesivo

un escarnio conocido bajo otras rosas de los vientos

relojes en reposo pájaros clementes llegados de cortinas azuladas

alivio de la retina viajera

más allá de las antorchas de los veranos resplandecientes

en las piedras separadas donde esperar la cabaña aterciopelada

agrieta el aspecto de los juncos en su deterioro

un monstruo se insinúa al bucear en los graneros de avena

perfuma más allá de las cifras la aventura del hombre invernal

permanecí extraño ante todo abandonado al margen de todo

la vieja soledad incuba panderetas

en la cabeza de los locos paciencia de gravilla

en la manzana suspicaz el huevo del recuerdo

en la mirada del ahorcado una relación de seguridad

los extraviados a punto del éxtasis

precipitados en la pulsera por miedo al dolor retardado

el propio abismo de los gesticuladores

de sabanas de sinuosos días siguientes

impresionantes desprendimientos de trombas y pistas de patinaje sobre hielo

permanecí ajeno ante todo se me abandonó en el margen de todo

Volando al revés, por encima de la acumulación de ruiseñores agrupados en parques solemnes de trinos y redes, en esa ráfaga de viento de tristezas enganchadas que subyuga al fascinante zorro, el hombre con barba lanza el puño, oblicuamente cortado por su ojo garantizado, sobre la siembra aletargada por el paso de innumerables pueblos primitivos, y mediante su extinción desaparece el alboroto salvaje de bosques, bocas y gentío. Lagos que aroma una fauna de cuentos merodean por estos terrenos de sentimientos volcánicos, entre los pavimentos. Otras muchas ternuras navegan a su encuentro, muchas barbillas de porcelana florecen, dejando sobre la estructura de los peligros, la imagen de una justicia de los recuerdos.

La piedra demacrada lo dice más ampliamente sobre el apasionamiento sin gastos de las lentas moliendas, a medida del interesado, que no importa aquella afinidad de escoba que ocurre a las ranas, la excesiva madurez con rostro patibulario de sus deseos harinosos. Algunas flores, algunos pilares están allí en previsión de un posible sabotaje. De ahí su croar, que sólo es un acto de presencia, y el fenómeno repetitivo que vuelve a la carga, cada vez que las fuerzas se han repuesto, refunfuñando sobre el conjunto del territorio.

Los cazadores afluyen por todas partes. Aún no saben a qué van a atacar, pero todo es bueno para el poder triturador de sus encallecidas mandíbulas. Es inútil extender el aceite sobre las olas de un dolor tan agudo como machacado. Cualesquiera que sean las felonías sentadas en el banquillo, los mínimos indicios de saqueo de los pinceles patizambos acabaran, de todas formas, por salpicar de vergüenza a las moscas, y por extender uniformemente sus efectos nocivos sobre la paleta del país.

¡Espejos, espejos, sin embargo en honor del reducto muerto mantenido por vosotros en el interior de los sentimientos, adapto la fuerza de mis brazos rodeados, mientras el levantamiento de escudos de vuestras gentes, en apariencia indiferentes, invalida ya el balbuceo de los rayos de luz escondidos bajo las alas maternales de los postigos cerrados, guardianes de extraña y distinguida discreción!

Frío enfermero y, ante cualquier eventualidad de arrebato ocurrido en la serie de pabellones, siempre dispuesto, honro tu serena disponibilidad y la restricción de tus recursos, cuya crueldad momentánea es solo un movimiento provisional para alcanzar la paz. ¡Pánico de sangre, bastantes carreras desenfrenadas de rebaños en la grava y en el polvo que tu provocas! Como el desorden, materializado, alzado tras la huida alocada, y que la máscara, del célebre color sepia, se aclara y se coloca calmadamente, seriamente, cuando el subterfugio se ha despreciado desde el principio, así cazaré con mis manos el humo, en adelante ilusorio, gracias al cual se instaura la exaltación de los sentidos. ¡Blanco complicado, fuera de tus casillas! ¡Sólida felicidad hecha de nada! Naufragas en aguas insensibles, la armonía del día enseguida se remodela en un nuevo sentido de seriedad. Su luz desorbitada deja ciegas las saturnales aglomeraciones de mástiles. Y otra vez, mestiza de la noche, cuando la aurora disuelta recoge sus elementos esparcidos en una única concha, y se estira en sus miembros fluidos, tambaleándose deslumbrante sobre el camino de los mendigos, la sombra es absorbida por tus poros, y nuevamente tu apareces en la hiriente blancura vigilante, un puño sólido y sin embargo formado por plumas, un seno tentador pero solidificado en una especie de instante de loza desportillada, en el escaparate de un relojero, de una anomalía.

Así despedazada, desprovista de su envoltorio, la luz se muere y el silencio, excesivo silencio, gana al pulso a los cañonazos en la espantosa soledad, hasta tal punto poblada que a pesar de la lentitud inmensa y sostenida de sus desplazamientos -el tiempo ya no es más que función y fiel servidor- todo da vueltas en la blancura, apenas expresable con bloques quebradizos de montañas adosadas como testigos de paso. La órbita del ojo del espectador encierra en su cuenca la rutilante separación de los icebergs.

la mujer de rosa y el sombrero de vidriera

y las flores en los cañaverales de párpados llenos de leche

son cicatrices de sueño atadas longitudinalmente por redes de cristales tiznados

ciegas conchas lámparas frioleras

intermitentes promesas

camisa en ciernes

blandas aureolas acurrucadas boca abajo en la escarcha del huerto

rodajas de ecos incandescentes golpeados sobre el yunque

perdidos en las amplias lindes de la memoria

como vuelo doloroso de insectos por aire enrarecido y luminoso

en las alturas donde ya no cuentan las noches

voces agudas que ciñen los ramos de frentes descoloridas

estribaciones de los durmientes

todavía quedan crímenes que rodean al hombre sordo

a lo largo de la historia pétrea que apaga la ceniza de los violines

mientras recorre la quietud ahumada

de las lámparas de aceite

de las cimas maduras para los ojeadores nocturnos

cualquier hoja en los cabellos sin continuación cerrada como garantía de fiesta

sobre ´la pesada garganta de los calveros

en los cinturones marítimos de los susurros de ropas extendidas sobre la estepa mediadora de tu apariencia

arena arena iridiscente espuma de desastres en los remos se suceden las vértebras en grados de calor

los cestos rebosantes de brazos desnudos

apilados sobre montañas de almohadas hasta las gradas de las más estériles ideas

donde se muere el árbol en la corteza que se rompe

las losas crepitan con el ruido del cañón

un desfiladero de repique por rodamiento de bolas

conduce al precipicio de los ojos a un sol más rápido que el mar

la tronera de las grutas pegadas al tímpano

así te he adornado con dardos de la montaña esplendor incandescente

y he puesto los ladridos del recuerdo a tus pies

acumulando dunas en las bajadas de tu voz

y la voz entierra en la arena en suspensión

el hacha del talador en la poda de viñas

congelada en el hielo del reflejo improductivo

así he preparado el manantial para el aliento agotado con antelación

desde la colocación de la primera piedra como una enorme cabeza sobre el brocal de la tierra

donde el sembrador da rienda suelta a su memoria

a modo de ardiente cabellera y de joyas

permanecí ajeno ante todo se me abandonó en el margen de todo

como el olor de las acacias durante las veladas de pañuelos rojos

con bordado de trenes devanados sobre mercados devastados de estuco

como el olor de las sonrisas inmobiliarias

y de jardines partidos en el pan duro

rostros compartidos símbolos de crueldad

he lustrado tu casa con el acero de la visión

lluvia suspendida por encima del aliento excedente

y la viva llanura no se queja dentro de la flauta

ni la lentitud del palomar arrancado al arco frugal

donde se engulle y gargariza atado con cordones de imágenes muertas el viento fuerte

catarata de senos

te he edificado con sordina

y con todas la piezas como una convicción profunda

leopardo que acude al agua tras la batalla

buitre estrellado en el arrozal

regreso a la infancia grito mal lanzado

un nuevo orden en lingotes un orden breve de un solo martillazo un tronco recogido madrugador

he permanecido ajeno a todo se me ha abandonado al margen de todo

Siempre escucharás ante ti el ruido seco, triturado hasta la máxima erosión, de los hielos profundos en su equilibrio como fantasmas derrotados.

Siempre sentirás sobre la piel de tus sienes el vino helado que culpa a la sed y reseca las manos, y los fines miserables aparecerán en el aspecto femenino de las islas que, desde entonces, te obsesionarán, tan inocentemente como se mezclan con tu seno sus sinuosos tramos.

Siempre verás ante ti la imagen degradada de una muñeca que te representa, pero que se ha quemado. Su armazón es de espejo, y su cabeza de plomo desprende unas líneas ígneas y las prolonga más allá del sueño, mientras que el molde del deterioro, como una constante luz de farola, te precederá en todos tus pasos, porque tomarás prestados sus caminos, y todo el resto de tu vida te será bloqueado por almohadas oscuras, por fangos de pensamiento, y nada buscará la pureza al margen de la terrible ley que pudrirá las intenciones que tu quisieras dar a las cosas, y se pulverizará la fatal y vana resonancia que tu espíritu reconociese como suya.

Una mujer de copos de nieve será todo lo que tu conozcas del amor. La tierra batida se aprovechará de tu memoria. La poca materia que ella repetirá hasta el infinito empujará sobre tu cuerpo de puertas abiertas, y ascenderá al sol la helada de las heridas que te habrán rodeado. Cualquier gesto se detendrá a las tres cuartas partes de su conclusión. No se moverá nada fuera de las aletas que llegarán a pisotearte mediante su cosquilleo de cuchillería. Cuando la corteza de hierro haya crecido alrededor de tu tronco, te convertirás en la guarida de las múltiples voces del miedo. El cielo te perseguirá hasta el punto donde el eco disminuye, al devolverte las imágenes manchadas y descompuestas de lo que a tu alrededor tenga todavía un parecido de frescura.

Entonces imaginarás la llamada de la muerte, pero a esta muerte le estará prohibido cruzar las magulladuras de tu cuerpo, porque podrás mirarla a la cara sin identificarte con su sabor.

Tal fue el silbido del viento arrojado a la cara oscurecida, cuando hubo abandonado los prados maduros y tiernos en toda la amplitud de su estable placer, los recorridos ataviados de estrellas, donde el hombre de la ciudad llega para refrescar su nostalgia, siempre inquieta bajo su piel, las playas de uvas o el vino de las nubes se prensa en el pecho de las mujeres casadas con las olas, con sus grandes terrores y con sus bulliciosas parejas, bosques con cimientos de ruedas de molino, hojas cuyos titubeos sobre las primeras mejillas que se les ha permitido rozar cuando, adultos, se erigen ante una señal de amor, hogares solitarios sobre el acantilado donde el habitante al regresar de un largo viaje ya no sabe distinguir el límite del punto, y continúa en sí mismo la acción desquiciada, al haber perdido sus músculos la costumbre, como los enfermos al salir del hospital, bajo la angustia, doblan la cabeza y pierden el rastro de los puertos; cuando el silbido del viento haya abandonado las armaduras alegres y su vibración terrestre, y haya llevado a la lejanía los gorjeos felinos de los pájaros, cuyos flecos todavía resuenan en las ramas muertas y aflautadas de las risas extraviadas; cuando el silbido del viento haya atravesado los ligustros, los tímpanos de las grandes instalaciones humanas, y haya insinuado su agridulce derecho de mirar en la entrada de las chozas, en los intersticios secretos, tanto de la alegría del hombre como de su pérdida,

abundancia de cosechas de miriñaques

pólenes de los oasis plantaciones decapitadas por cráneos de caballos asustadizos

masculinos refrigerios foráneos

tortugas voladoras de los orígenes

enanos soles de los escarabajos

y la parca divisible en lentejuelas de muerte

y la primacía de la sal sobre el alumbrado de las aldeas

hojas de tabaco que mitigan el rechinar de los huesos

cosecha descubierta en su sentido miserable

arco iris contenido bajo la bóveda

cuando el silbido del viento haya recorrido la desesperación en la totalidad de sus formas, y los sutiles criaderos de penas reservadas al hombre, por debajo de los reinos naturales que le llevan de las riendas, los astros conquistadores de ramajes, mientras que, al caminar por el fondo de los ríos, los palacios se abarrotan de mujeres voluntarias y decididas con la desnudez de sus irresistibles bellezas; cuando el silbido hubo alcanzado los hielos decrépitos en la boca sin dientes y los maxilares polares de la soledad, tal fue la maldición del viento y el derrumbe de los túneles que, en adelante, el espanto se estableció en el tuétano de los huesos y los valles humanos experimentaron su desastre masivo, invadidos por la maldición contagiosa como por un amplio plan de arresto en domicilio y afectados de lleno en la ingenua soberanía de su apariencia de libertad.

Así está el hombre actual, anclado en un mundo que le supera por el poder de su miseria y la competencia de sus castigos. Así está el hombre tan comprometido por el poder inmenso de los fiordos que le atenazan y que penetran, suficientemente lejos, con su intensa fuerza, para exigir la rescisión de su constante rebeldía como un derecho ya adquirido en el desorden de su conciencia, que solo un desbordamiento por encima de las esclusas humanas de la razón puede salvarle de las aguas contaminadas, aquellas que se arrastran al paso de arena y emplean los bordes, hasta la soga de los ahorcados, con el único fin de una sumersión mental contra la que se trata elevar por fin unos diques.

aire acidulado que flota sobre una lenta cicatrización del tiempo botánico

por todas las esperanzas y temores de este mundo amasado en primavera y sin embargo objeto de desgracia

rodeado por terribles domingos de vendajes y de canastillas de harapos

latido de corazones extendidos sobre inmensos territorios

manos tendidas al vacío comienza la risa burlona por su amoratado

que podamos al unísono recoger la fragmentación de vuestras masas

la crueldad contenida en los sobresaltos de las respiraciones

los pisoteos de los niños solares que viven en vosotros

unos cañones atronarían

despojando los terraplenes de moho la ansiedad de la que el mundo se ha preocupado de envolvernos

con respecto a las flores de la montaña

canto al poderoso odio

a la revolución apoderándose de las alturas de aquí abajo

a la cadencia de los martillos sobre los cristales amargos

a la preocupación palpable de sacarnos de las más viejas miserias

a la incandescencia con su martilleo bruto y su eco de fuego

qué importa la tristeza qué importa el amor

existe la tristeza existe el amor

y de sus llamas surgirá una más alta llama

unida a las mil llamas cuyo esplendor erige en nosotros su vertiginosa ascendencia

melenas desplegadas por las más puras columnas levantadas

que se rompan las lanzas que el hombre en marcha al fin se alce y engrandezca

para reubicar al hombre en lugar a la medida exacta de su reino

que sea el rey del ámbito que le atormenta

que apriete la tierra y la angustia pronto en el poder reunido por los de su alrededor

sin otra palabra que la del lugar donde se encuentra la alegría y se busca el canto de la alondra salvaje

la lucha se iniciará en la sangre el sol siempre estará allí

las serpientes agitadas enrojecerán en el fuego el viento se pondrá a media asta

este día el hombre caminante se confundirá con la piedra

solo escuchará su propio latido ciego al sol y a la naturaleza de las cosas que le llamará por su nombre

se confundirá con la corriente que le arrastra y con la calle que le lleva

gritará para escuchar sólo el choque que doblará su velocidad

ilimitado poderío del hombre reincorporado en los rincones oscuros de la habitación

limpia de hollín

en el fondo de las miserias extraído gota a gota de la sangre

las quemaduras de las mordazas

y luego el despertar la antorcha nueva que arde en la sumisión

así llevarán tus hombros un hombre nuevo todavía invisible pero que será movido por el vértigo del cielo y por la pureza repentina

de la nueva inesperada llama

y por la paz de los prados y la satisfacción de toda sed

la incandescencia del amor por avalanchas de fuego descendida por las laderas cuyas llaves las tienen los animales

así atravesarán por el círculo de acero y fuego

los hombres que al otro lado se verán crecidos en su poder

y permanecerán allí dueños de su fuego

mi odio no desaparecerá antes de que haya pasado el hierro rusiente en las filas monstruosas de los que se propagan como

mosquitos

y persiguen de la vejez inhumana la sombra creciente de los montones sobre los que descansan las limosnas con los ojos

inyectados de veneno el viscoso tedio de su sangre

canto al odio pernicioso

pienso en la tristeza que pronto desbordará los puros depósitos donde aumenta el poderío terrestre del hombre

pienso en la unánime decisión cuyo sentido provocará en el mismo minuto en todos los pechos el incendio contenido

en la impaciencia de flores nerviosas que representarán ante los ojos estrellas con promesas de eclosión cerca de sus gargantas

palpitantes

el bosque verde doblegado bajo la mirada

porque nada se resiste al hombre que tomó sobre sí el sufrimiento de los demás

ella vigila y le impulsa a la lucha por supremos testimonios

la tierra que se funde con la acogida de sus frutos

cuando se confía a sus grandes ojos abiertos

todas las melodías se callan en la ansiedad de los primeros pasos

disparad salvas órganos silbad la mancha extensa que anuncia el racimo de alientos

y se adhiere estridente en comunidad perfecta

por gradas de risas pánicas

en la frente despejada en el reajuste y en la carrera precipitada del destino del hombre hacia su origen y su fruto

NOTAS A GRANOS Y SALVADO

NOTA I

SUEÑO EXPERIMENTAL

De la expresión “sueño experimental”, que es susceptible de suscitar cualquier equívoco en cuanto al significado que me gustaría otorgarle, es mi deber, aunque esto pueda parecer presuntuoso, publicar las observaciones que siguen sin entrar, sin embargo, en el detalle de la creación artística en sí, en el análisis de las maneras con las que he procedido en la práctica al escribir “Granos y Salvados”, que es una tarea que superaría aquí mis posibilidades.

La primera frase : “A partir de hoy …” me proporcionó la idea de atraer a la realidad sensible los hechos materiales que inventaba a medida que avanzaba mi trabajo. Y en esta misma invención apareció la trampa del elemento lírico, disconforme con la realidad ambiente o supuesta posible, que debía representar un papel decisivo en la elaboración de esta historia. A partir de ahí, prosiguió el enredo con el máximo descuido, siendo mi principal preocupación adaptar naturalmente los hechos a las deducciones morales y críticas que suscitaban, al mismo tiempo aquellas daban origen, a su vez, a nuevos acontecimientos imprevistos en el plan inicial. El relato continúa así y se distribuye sobre una trama de desarrollo lógico que, reducido a la expresión de una reseña de hechos sucesivos, dejaría al descubierto un poso irracional de naturaleza lírica. Éste, a su vez, desborda el recipiente que le fue asignado, sumerge e inunda, en algunos momentos, la base, el fundamento, la trama racional de la narración. Es una superestructura lírica, cuyos elementos derivan de la estructura misma y que, inmediatamente materializada, actúa sobre esta última desde lo más alto de su nuevo poder. Sabe, dado el caso, desarrollar su virulencia, hasta el punto de minar el significado de esta estructura, corromperla, sublevarla y destruirla en su esencia.

A la suma de las cualidades de esta actividad lírica, yo la denomino sueño, pues aquí solo afronto éste en el sentido generalizado de zona de influencia, de actitud, de esfera de actividad y no de hecho. El sueño es cualidad de un movimiento síquico determinado, de una liberación de fuerzas que, bajo la acción de una palanca durante un extraño instante, es capaz de hacer pasar algunos fenómenos de un estado, de cara a una síntesis que es un acto de conocimiento, que es cantidad y que designamos con el nombre de poesía. Extrae su alimento de la estructura lógica de la narración (que representaría el estado de vela) sobre la que ejerce su influencia hasta provocar su descomposición, igual que el sueño-somnolencia se comporta con respecto a las manifestaciones del mundo exterior, del que extrae sus datos y al que, por repercusión, altera realmente. Los símbolos poéticos son interpretables en relación con el relato racional dentro del mismo espíritu de insólita interdependencia, al igual que los símbolos oníricos en relación con la vida diurna.

El sueño sería, en estas condiciones, la fuerza que incluye el desbordamiento lírico, que provoca mediante un movimiento lógico determinado, por una y otra parte, las facultades recíprocas de inhibición de estos movimientos lírico y lógico, sus materiales intercambiables, que se manifiestan, al unísono, sobre los terrenos del pensar dirigido y del pensar no dirigido.

Lo que une el sueño con el valor experimental que quisiera otorgarle reside, precisamente, en su naturaleza de sueño despierto, porque la oposición y reunión de estos dos términos cuyas derivaciones parecen contradictorias, exigen imperiosamente la creación de una noción nueva, la de la poesía.

La condición experimental de este sueño se define por las injerencias de la actividad lírica en el terreno racional, injerencias producidas con objeto de esclarecer el problema de la imbricación de los mundos racional e irracional, porque las motivaciones, las provocaciones, los momentos de activación, no se encuentran sometidos únicamente a la voluntad del poeta, sino que, en gran parte, se aferran a un automatismo de las necesidades y de las reacciones creado, para la causa, por el relato lógico mismo. Así todo lo que existe añadido a la trama lógica, el poeta lo asume con tanta sagacidad como le pueden permitir sus costumbres, sus tics sensoriales y literarios. Conoce el árbol que ha plantado, que es su creación, pero no es responsable de los frutos, creaciones específicas del árbol, y sin embargo su conocimiento aúna de manera vulgar los frutos y el árbol, porque esos frutos están, en un plano diferente, en otra fase que la de su propia naturaleza inicial, la reproducción del mismo fruto que, originariamente, es condición de la existencia del árbol.

La actividad delirante se substituye conscientemente por la inspiración poética. El hecho de que no es sistematizada asume en el sueño el valor de una experiencia, consistente en el intento de liberarla de cualquier automatismo inherente al subconsciente del poeta y como tal, le es lícito transformarse en proceso de conocimiento, siendo la restricción su correspondiente mórbido,del que solo toma prestado un cierto funcionamiento y algunas formas sintomáticas. La poesía es la lección humana más eficaz para determinar un método válido de conocimiento porque, al vivir de la relación profundizada de sus símbolos, siendo éstos susceptibles de realizarse inmediatamente en el terreno síquico de un mundo donde leyes y necesidades se ordenan recíprocamente, extrae su razón de ser de esa misma profundización de la que constituye a la vez continente y contenido. El signo y la cosa significada se confunden y se absorben mutuamente y superan, por ese sentimiento específico vital que es un poso irreductible de la poesía, el limitado alcance del lenguaje en tanto que traductor y catalizador de una idea o de una imagen. Bajo una forma muy diferente de la que nos aparece como tal, la poesía se convertirá en acto unánimemente empleado y ejercido, principal medio de conocimiento, cuando haya transgredido el estado de campo de observación y de desvío especializado, vecina del delirio y la simulación, que todavía ocupa, para continuar hacia su destino revolucionario que se fusionará con el del amor.

Y esta entrada de la poesía en la vida cotidiana como comportamiento humano existe un total vuelco de las cosas que, por otra parte, constituye la base de todas las demás conductas y necesidades de hecho.

NOTA II

LA REDUCCIÓN DE LOS MONSTRUOSOS ANTAGONISMOS ENTRE LA SOCIEDAD MODERNA Y EL INDIVIDUO

La situación síquica, hablando socialmente, del hombre, de este ser hipotético pero concebible formado de resto de hombre, de lo que todavía no ha mermado por las agresivas intervenciones de las condiciones materiales de existencia y por la moral impuesta para reducirla, para arrancar sus pedazos vivos, la situación síquica del hombre en relación con el mundo exterior y con las leyes que ha creado, con las leyes que ha creado gracias a la excesiva fermentación de sus instintos de granuja o de parásito, se caracteriza por una angustia de vivir en la sociedad actual. Esta angustia va habitualmente unida a las miserables condiciones de existencia que la burguesía controla, explotando subterráneamente, desde hace siglos, la misma vida del espíritu, en sus aspectos más elevados y los más anodinamente sentimentales. La opresión económica sería más fácilmente abolida si no estuviese sostenida por la cultura que ha engendrado.

Este sutil pero virulento instrumento de penetración en las filas de los oprimidos, que zapa sus fundamentos desviando hacia otros fines sus facultades de resistencia, constituye el factor determinante por excelencia de la dominación capitalista. Su tarea consiste en no dejar subsistir a ojos de la burguesía las denuncias que podría alzar contra las brutales actuaciones de los explotadores de riquezas y sentimientos, y en extender la conciencia de esta púdica substitución de valores sobre el conjunto entero de la humanidad comprendida como una noción ideal, al margen de la época, y no como el campo de una lucha entre las clases sociales realmente enfrentadas en sus posiciones respectivas.

Entre otros métodos utilizados por la burguesía para la justificación de la propiedad y del beneficio, la de un sistemático adiestramiento de los individuos hacia un compendio de nociones morales preestablecidas que coinciden, en la escala económica, con unos intereses más inmediatos, se ha perfeccionado hasta tal punto que parece difícil, en un primer vistazo, distinguir la parte de contagio hipócrita, que se utiliza para penetrar en el conjunto total del mundo del espíritu, de su contenido específicamente inalterable. Esta angustia de vivir incluso es falsamente relacionada con ilusorias necesidades eternas. Ahora bien, aquellos que sufren en más de un aspecto su dolorosa servidumbre, esperan la desaparición de la angustia de vivirprincipalmente del cambio de valores del mundo actual con el fin de un más racional reparto de bienes. De ahí debe deducirse la formación de nuevos valores relacionados con el enriquecimiento moral del hombre tal como es, y no tal como lo representan algunos conceptos carentes de su contenido temporal. Que exista, en este intento de integración del hombre a su propia naturaleza, a la realidad de la naturaleza de las cosas, de la que una pérfida organización social y moral, provechosa para una minoría, la ha alejado sistemáticamente, que exista una primordial condición para la transformación de la angustia de vivir, me parece innegable. Una nueva orientación de esta angustia se dio ya, motivado por la esperanza de este cambio que no podría ser pasivo, sino que conlleva, en la misma esencia y virtualidad de las medidas desplegadas para la conquista de su objetivo, un elemento violento de lucha y constante revolución.

Pero esta angustia de vivir que, de otras maneras, ha existido siempre, se tratará aún de establecer a qué transformaciones de los modos de pensar estará unida su propia transformación en la futura sociedad, porque nada nos autoriza a creer que desaparecerá sin dejar estragos. Ella dimana, ciertamente, en muy amplia medida, de las dificultades de existencia en la sociedad capitalista, de la incertidumbre del mañana que ésta ha creado, del conflicto entre el deseo de liberación del individuo y la obediencia a las leyes que le obliga la sociedad, y a las limitaciones, en el desarrollo humano – convertidas en inconscientes- que, desde la infancia, le han sido impuestas por agentes conocidos de naturaleza coercitiva : la cultura y la policía, el respeto al pudor, a la familia, a la especie, a la patria, al orden establecido, a la posesión, etc.

Considerando esta angustia como una superestructura de las condiciones existenciales, superestructura cuyo desarrollo anárquico y veloz ha invadido la clase misma de aquellos que son responsables de las inquietantes proporciones que ha tomado, considerando esta angustia como universal (a pesar de las diferentes modalidades que toma prestadas, según el grado de opresión sufrido, por las organizaciones sociales, y tendente sin embargo a desaparecer en la medida en quela esperanza adopte la forma violenta de una voluntad de cambiar las funciones que dirigen la organización de la sociedad), es fácil ver en ella mediante la superación incondicional de sus funciones, uno de los índices más claros de esta enfermedad de clase de la burguesía que, destinada a desaparecer como consecuencia de sus propias contradicciones, ha perdido el control del mecanismo que ella misma ha desencadenado.

La angustia de vivir al derivar de esta feroz organización que, oculta tras una apariencia de libertad democrática, rodea al hombre desde su nacimiento y le hostiga, ¿se puede hablar de un complejo colectivo de castración que se extiende por el conjunto de individuos? No podría tratarse de identificar la sociedad con un organismo vivo, como se ha intentado hacer, para imponerle algunas leyes de desarrollo que conciernen a las células individuales. La evolución de las sociedades, como tal, obedece a impulsos propios y, hablando de inhibiciones colectivas, lo veremos a continuación – examino al hombre como ser social, la comunidad de algunos de sus caracteres síquicos y la posibilidad de atribuirle, por zonas o tareas, algunos métodos de investigación, por así decirlo, diluidos en un coeficiente de conjuntos, métodos que, para el individuo, han demostrado su eficacia.

La vida síquica del hombre está determinada por las relaciones sociales. Y, sin embargo, el mecanismo de esta vida está determinado por una concatenación de hechos individuales y de reacciones frente a la sociedad. Es procedente presumir, al margen de cualquier caso particular, la existencia de una entidad en el hombre, susceptible de reaccionar activa y pasivamente a los impulsos de tipo social. Esta entidad generalizada y, en consecuencia, incompleta y aproximada, sería para comprender como uno de los procesos válidos, aunque elípticos, que consiste en distinguir en el hombre (lo mismo que algunas categorías de animales poseen, en diferentes grados, un sentido de sociabilidad) una parte disponible, no delimitada, ni independiente, pero sin embargo estable, sobre la que se ejercería la influencia de las relaciones sociales. Esta discriminación no tiene valor más que si se presupone, intrínsecamente con ella, la coexistencia de caracteres particulares del hombre que, ellos, designan y limitan al individuo diferenciado. Las relaciones constantes de reciprocidad entre estos dos aspectos del hombre, tomado aquí en sus extremos, son innegables, y esta repartición sólo tiende a colocar bajo una viva luz la distinción entre el carácter propio del individuo y su comportamiento social. La formulación teórica de esta distinción no excluye, por otra parte, la separación neta de la sociedad real en dos clases antagonistas, desiguales en poder y número, la de los opresores y la de los oprimidos, aunque sea forzoso admitir que unos caracteres negativos, sobre todo de tipo moral (una cierta depresión, un cierto desaliento, etc.) propios de la clase dominada no puede no haberse desplegado sobre la clase dominante, al igual que unos caracteres positivos, de tipo material, (el confort, el deporte, etc.) no haya procedido inversamente. De ahí un sentimiento de ambivalencia social que explica algunas tendencias de debilidad de los revolucionarios y algunas complacencias hacia ellos por parte de la burguesía.

Una fuerza concentrada en un punto, el individuo, al producir un efecto virulento y complejo, es seguro que la multiplicación de esos puntos arrastra a un debilitamiento del efecto correspondiente y a su simplificación. Únicamente en este sentido general hay que interpretar los términos de rechazo con carácter colectivo empleados aquí. Enfocan al individuo en tanto que personalidad social, el individuo desprovisto de sus caracteres peculiares, su poso latente, considerado como componente de la sociedad humana y no la sociedad en general.

Si, en numerosas sociedades primitivas, no existe la opresión económica y el libre campo de plenitud de las facultades síquicas del individuo, por ello, se supone posible, como lo desea la teoría materialista que ve, necesariamente, en la supresión de la explotación del hombre por el hombre, la desaparición de la angustia de vivir, en otras, por el contrario, la angustia de vivir, caracterizada por formas míticas, parece ser atribuible a deformaciones o degeneraciones de un recuerdo prenatal unido a unos traumatismos que, muy pronto transformados en un horror acompañado de deseos, adquirió un sentido social. Sus formas exteriores, únicas, impiden a los sabios clasificarlas como signo de civilización.

Las prohibiciones de la libido impuestas por el incesto pueden ser devueltas a ese traumatismo del nacimiento, mediante la ambivalencia del deseo y del rechazo a regresar al estado prenatal de la falta de consciencia (regreso parecido al incesto) y la angustia que provoca el miedo a perder esa misma consciencia en la muerte. Sin subestimar la importancia de la represión de la libido por la sociedad, represión impuesta sobre la base de diques que ésta levanta, siempre este traumatismo del nacimiento actúa, en ínfima medida, de una manera colectiva sobre las sociedades llamadas civilizadas : el lenguaje que, frecuentemente, alude a ellas de una manera desviada o simbólica, puede muy bien referirse sólo a supervivencias cuyo sentido resbala sobre nuestra conciencia sin aferrarse a ningún lugar y sin apenas influencia por una especie de inducción. La desmesurada tiranía ejercida por las necesidades materiales en la vida moderna hace innegable el carácter de dependencia de la angustia de vivir frente a ella, pero para una más precisa concepción de las condiciones de su transformación en la sociedad futura, me parece necesario establecer en qué medida ella es un supervivencia del hombre primitivo y hasta qué punto, en su forma actual, esta determinada por la sociedad capitalista y el mundo que ha originado.

El significado del acto de canibalismo tomado como fenómeno ritual, donde (en Nueva Guinea, por ejemplo), la ingestión de carne humana rociada de materias seminales confiere al delirio provocado una intensidad mayor, reside en el hecho de que el enriquecimiento del que absorbe las facultades del muerto corresponde a un poderoso deseo de retorno intramaternal, mediante la sustitución en el objeto fecundado que en lo sucesivo forma parte integrante de él mismo. Carente del aparato social y ritual, este deseo encuentra actualmente un funcionamiento parecido en algunas formas mórbidas, extremas, de la sexualidad (la escatofagia, etc) como el deseo de morder, de comerse al objeto amado, ha encontrado su forma habitual, aunque debilitada, en el coito practicado incluso al margen del amor o de lo que se cree estar fuera de él.

Se podría entonces, de una manera sumaria, representarse los ritos, así como cualquier actividad mítica que conlleva un movimiento de descarga ,o la institución de una función de intercambio, como expresión social de las neurosis y, por otra parte, la ausencia de esta actividades en nuestra sociedad, como un deseo que impele al individuo al descubrimiento de un ritual individual de naturaleza neurótica. Este ritual, determinado y determinante en la vida del individuo, dispone de ella como salida y ya no es imitado por el de las masas. Esta personalización del rito, convertido en neurosis, se ejerce en función de la diferenciación del siquismo individual, va unida a la transformación de los caracteres colectivistas de las sociedades en sociedades individualistas, donde los medios de expresión y de comunicación del hombre tienden a reducirse a fenómenos de tipo experimental, que tienen el mundo exterior como soporte y como término. De esta radical transformación ha resultado, para los individuos de las sociedades modernas, una singularización de la vida síquica, un sentimiento de soledad y vacío y, en consecuencia, una agravante del estado de neurosis que, en las comunidades de antaño, encontraban una forma conceptual y fenomenológica bastante estrictamente limitada para transformarse en comportamiento, De ahí esa manía reciente de multiplicar, bajo no importa qué pretexto, las comunidades artificiales, las asociaciones con los fines más banales, y la sensación de bienestar que, por ambivalencia, se esta siempre inclinado a encontrar en el servicio militar, la guerra, etc., sensación unida al rechazo del cese de este estado al igual que a la orientación de los deseos hacia él.

Sería prematuro anticipar, en el estado actual de nuestros conocimientos, una definición más precisa de la angustia de vivir en las sociedades arcaicas, porque, no siendo ninguna experiencia vivida susceptible de reproducirse en circunstancias de tiempos idénticos, la expresión racional de un tema de esta naturaleza será forzosamente mecánica y esquemática. Por otra parte, el elemento razonante que en origen le dominaba, en lo sucesivo esta ausente, ya por su misma impenetrabilidad, ya por la impotencia innata con la que estamos restringidos para proceder a su reconstrucción, nuestra participación en otro tipo de evoluciones, mediante un modo particular de pensar, nos deja fuera de él. Sin embargo, las observaciones sobre la vida de los primitivos nos autorizan a admitir que, análogamente al lenguaje, el sueño ha podido servir como medio de expresión y de conocimiento y ser considerado como fenómeno social. Procediendo a lo largo de los siglos, mediante substituciones, adaptaciones, paralelismos, analogías, simplificaciones, etc. a la constitución de los sueños tipo, expurgados de elementos personales, sobre los que los mitos pudieron aferrarse como esquemas generales y gráficos de trayectorias humanas, los primitivos alcanzaron gradualmente a constituir moneda de cambio y convención social. Inútil añadir que, sin pretender explicar el origen de los mitos, la proposición anterior intenta señalar cual sería la relación de unión entre éstos y el sueño. Éste último, como fenómeno social, ha desaparecido de la vida moderna por el hecho mismo de que la realidad que le atribuimos es de un grado inferior al estado de vigilia, y, en consecuencia, deducida de esa realidad sintética en la que el hombre primitivo confundía sus diversos conocimientos mezclando los diurnos y los nocturnos. Al revés del lenguaje que, continuamente en transformación, expresa, en cada etapa de la historia humana, la suma de los conocimientos acumulados, según los contenidos variables de las palabras, cuyo mecanismo de asociación y de asimilación puede en cada momento ser actualizado, en su contra, esta facultad del sueño de generalizarse mediante la selección, la comparación, el feliz hallazgo más o menos adecuado a un mínimo de cualidades, de oponer los resultados de una confrontación progresiva de sus sucesivos contenidos, imponiéndose en un grupo humano y produciendo mancha de aceite en caso de éxito, generalización que tiende a delimitar el poso síquico de toda una serie de automatismos, contrarios al lenguaje, que, prosigue su propio proceso de desarrollo y producción, el sueño ha perdido su cualidad de fenómeno social del que estuvo impregnado en la sociedad primitiva, y sólo ha conservado en un débil grado el papel de agente comparativo, tanto como elemento de predicción en el pueblo como instrumento de investigación en el sicoanálisis. Esta última función sólo se puede afirmar en razón a a una concepción dualista que opone, sin reducirlos, el sueño y el estado de vigilia. El poso humano de los sueños habría entonces consistido primitivamente en unas trayectorias universales, eternas, en unos mecanismos constantes y dramáticos del pensamiento, que explicarían suficientemente la presencia de los mismos mitos y las mismas leyendas entre pueblos alejados entre sí, así como la de los fenómenos universales del tótem y el tabú, como una imantación social a la que habría llevado un largo trabajo de eliminación. Para restablecer prácticamente a través del sueño un método de conocimiento, sería preciso devolverle su carácter de fenómeno social activo, borrando las fronteras que lo separan del estado de vigilia. Sin embargo nuestro modo de pensar actual se opone a ello totalmente.

Pero, si el nuevo sistema hacia el que se encamina la sociedad contemporánea será, según Marx, la resurrección en una forma superior, del tipo social arcaico, me parece evidente que el modo de pensar predominante que se impondrá será la reproducción, en un grado más elevado, del pensar primitivo, es decir no-dirigido. Y, aunque superado en su alcance y en su esencia, el pensar dirigido estará contenido en su íntima estructura como una negación negada, como una ruina que, tomada como cimiento de un nuevo edificio, permanece de alguna manera en la base de su constitución, sin que, sin embargo, a partir de la ruina, se pueda prever la forma de ese edificio, excepto en lo que respecta a sus caracteres generales como por ejemplo unas relaciones de medida, o como a partir del edificio, se pueda especular lo que fue ruina. De la misma manera es imposible definir (restablecer sin alteración) el modo de pensar en ciernes que precedió al momento de ruptura anterior, en esta línea nodal compuesta por cambios sucesivos que es la historia del hombre, momento que corresponde a la transformación del comunismo arcaico en sociedad individualista.

Queda sin embargo conseguido que las formas míticas relativas a la angustia de vivir, encuentran un justo equilibrio en las prácticas rituales, estas válvulas reguladoras de la vida de los pueblos primitivos. Son suficientes para dejar desbordar el exceso de angustia, y para establecer el tira y afloja entre ternura y crueldad que, en la escala determinada por la evolución de estos pueblos, posibilitan, subordinándolas a esas formas, la circulación de bienes y los principios de intercambio que van unidos a ella.

Podríamos ser tentados de conferir, hoy en día, a la religión esa función reguladora y compensadora de la vida síquica, basada en los caracteres particulares del individuo. Independientemente de los ecos míticos incluidos en sus formas actuales (ecos que, en los períodos intermedios de la transformación de las sociedades comunistas-primitivas en individualistas-capitalistas, pudieron sustituir en el plano colectivo a las actividades míticas), el fin del proceso al que asistimos, por la exasperación del individualismo, asigna a la religión un lugar fuera de él. También la iglesia substituye a la religión. Ya no supera el nivel de una comunidad artificial de la que ha sido su más alta preocupación. Se vincula a la formación de esta serie de derivados de la lucha de clases, alrededor de los que el capitalismo mantiene la agitación interesada que debe a sus apoyos, mucho más que al funcionamiento de las necesidades síquicas inmediatas en la vida primitiva, cuya eficiencia universalizaban las condiciones sociales. Asumió la función de represora de la libido. Se convierte en su principal agente aunque no la determine por medio de la moral que pone en marcha. Incluso fuera de sus marcos específicos, su esfera de influencia se ejerce sobre las bases de nuestras civilizaciones. Representa una etapa anacrónica en la evolución de los modos de pensar y en la de la propiedad y el capital. Quizás constituya aún, en el conjunto de su sistema, un refugio parcial para unas manifestaciones neuróticas de místicas aisladas- estas mismas místicas formadas, de alguna manera, por un estado de cosas inherente al sistema individualista- pero sus ritos, sus misterios, sus creencias, ya no actúan conforme a la comunidad de los individuos. Quizás aún llega a sublimar deseos reprimidos, y entonces provoca nuevas represiones, debidas al lugar privilegiado que ocupa en la ideología conservadora de las instituciones burguesas. Su función social se resume en la voluntad de engañar a los oprimidos sobre el estado real de la situación, consecuencia de la desposesión por la clase dominante, en hacer desdeñar los bienes terrenales, y solo para los desposeídos, abrazando bajo una única autoridad oprimidos y opresores, en aplazar el arreglo de cuentas cuyo desenlace solo la burguesía puede temer. Incluso en esos países en que los poderes ha debido separarse de la Iglesia, la moral creada por ella continúa manteniendo bajo su control la legislación democrática a través de las nociones de bien y mal, de pecado, de los valores idealistas, etc. que ella inculca en los individuos. Mientras los individuos permanezcan tributarios de esta forma especial de cultura, el capital puede permitirse mantener la religión apartada del estado, concentrando su apoyo a la forma subsidiaria de ella : la moral idealista. En el actual conflicto de clases, la Iglesia hace el juego de las formaciones políticas sumadas a los intereses divergentes de los estados, pero sin embargo sujetas a su común voluntad de mantener el reino del dinero.

Así como el terreno síquico particular del individuo está minado y absorbido por el de la sociedad, en la fase rebosante de necesidades materiales que caracteriza la evolución en la que estamos comprometidos, también la angustia que proviene de un pasado propio del hombre ha sido superada en su transcurso por la de las condiciones sociales actuales.

Mientras la angustia de vivir en la sociedad arcaica parece deber derivarse de un traumatismo sufrido de nacimiento, a través del sueño que, a su vez, ha podido servir de modo de conocimiento y, en cierta medida, de vehículo de este conocimiento, las transformaciones de naturaleza social cristalizadas en la formación de mitos, la angustia de vivir en la sociedad capitalista, a pesar de algunos retazos de legados arcáicos, solo puede vincularse, en razón a nuestro modo de pensar y a los datos de las necesidades sociales en curso, a privaciones, a miserias, a opresiones de todo tipo, e identificándose especialmente con el orden material de los medios de existencia. Mientras las prácticas rituales pueden haber establecido entre los pueblos primitivos un equilibrio entre plusvalías y deficiencias síquicas, se deduce para el individuo que vive en régimen capitalista, unas mismas condiciones de ese régimen, un complejo de castración colectiva, es decir más reducido en su intensidad, de una expresión más simple que la que se produce en un individuo específico, y que sin embargo participa de sus fundamentos constitutivos. Generalizado y extendido ampliamente sobre la gente, pierde su fuerza a medida que alcanza las capas sociales menos iniciadas por el antagonismo de clases en el régimen capitalista, estas poblaciones semi-primitivas, con instituciones patriarcales, de algunos países se distinguen por un gran número de vestigios y costumbres irracionales.

Este complejo de castración está inhibido (igual que un cierto instinto en la vida del individuo conduce a integrarse con él, mediante acomodos, adecuaciones,, concesiones y nivelaciones) y la inhibición de esta angustia, salvo accidentes, se extiende y llega a ser costumbre habitual : comportamiento social en las nociones de familia, nación, patria, etc., o afectivo en las relaciones de consentimiento recíproco y equivalente, del amor, la amistad, la simpatía,etc. Este comportamiento, falsamente tomado como natural, solo es habitual, y se ve mediatizado, en virtud de una economía especial, por el uso de costumbres consagradas. Y, esta inhibición que es unilateral, es decir que se produce a expensas del individuo que, sin tomar posición para contrarrestar sus efectos, permanece, diríamos, endeuda con él, las manifestaciones que de ella derivan tendrán un carácter agresivo oculto y, en la mayoría de los casos, se transformarán en represiones de tipo colectivo. La unilateralidad de este mercado de incautos que es la inhibición del complejo de castración es visible en el caso del sujeto al considerarse, aceptando su postura por completo, ya por necesidad, lasitud o pereza intelectual, como la víctima de las leyes que le rigen. No tiene pues nada que ofrecer para compensar su estado de sumisión. Al arrostrar el poder de la cosas, la dureza de la época, las injusticias,etc., su existencia se convierte en larvaria, es la víctima soñada de las débiles compensaciones sentimentales en el orden social : su feminidad y su pasividad le destinan como presa ante los halagos fáciles de su personalidad mundana que el adopta como moral y que, al desarrollar en él el derecho de jactancia, le permiten confundirse con la gente, y militar en favor del llamado bien común. El valor intelectual de estos jefes-aduladores y su honestidad ceremonial sirven para tener en vilo a las masas cuya mala conciencia, sorda, puede extraer de esta fuente un equivalente de heroísmo moral.

Otro caso de unilateralidad de la inhibición deriva de la organización social de los medios de restricción, cuyo rigor es tal que cualquier veleidad de compensación del individuo es ahogada, si fuese necesario, por las armas, cuando la educación, la Iglesia y la ciencia no han sido suficiente. Estas últimas actúan sobre el individuo por métodos de deformación y persuasión, pero el sujeto es un revolucionario en estado latente, semi-consciente, sometido al miedo. Todo concuerda en la sociedad capitalista para crear unos derivados para sus deseos de despertar, derivados cuya manifiesta insuficiencia se disimula con el resplandor de falsa joyería, de peleas circensas y de fuegos artificiales. La noción de héroe, montando a horcajadas, le sirve para tragarse una partícula de su poder que, por otra parte, le reprime en lo oscuros pasillos de su inferioridad. Lo que pierde en cualidad heroica, el sujeto lo transforma en poder de entusiasmo : es así como de una auténtica pequeñez, se fabrica una grandeza inconstante, ideal.

Pero la contrapartida concreta de la inhibición del complejo de castración colectivo es la exhibición de las miserias síquicas, la desmoralización, la desesperación. Estos últimos fenómenos existen para incitar, como actos subversivos y destructores. En algunos casos, conllevan una posibilidad de equilibrio en el plano dialéctico capaz de ocasionar la formación de una síntesis, y por eso con funcionamiento revolucionario. Es necesario clasificar en esta categoría a la pequeña burguesía cuya revolución es con frecuencia sentimental, cuya desesperación abraza el terreno que llamamos de un “ideal” o de “el arte” y que puede, pero únicamente por depravación síquica, llegar a la revolución. Sin embargo el carácter individualista que la ha determinado en su base le dará el aspecto anarquizante del que siempre permanecerá impregnada. Sirve a la revolución, pero se convierte, a posteriori, en peligrosa para ella.

El carácter agresivo inhibido (masoquista) del complejo de castración colectivo, busca una compensación en la vida propia del individuo en forma de perversiones y neurosis, excepto el caso fortuito de una voluntad ordenada con el fin de recrear el mundo sensible e insensible, como consecuencia de alterar el actual, por medio del delirio no sistematizado que es una actividad poética y que por su naturaleza, actora y paciente a la vez, por sus propiedades experimentales que llegan a ser simultáneamente objeto y sujeto, es capaz de encontrar la receta para una salida. Se opone ostensiblemente a cualquier conformismo y puede ser considerada como paralela a toda una seria de actos ilegales, inmorales, subversivos o caracterizados como tales que perjudiquen la causa admitida por los métodos de conocimiento al servicio del mundo capitalista.

Todos los accidentes, sin embargo, que se deducen de esta agresividad, son inofensivos, porque no llegan a afectar a la creencia popular de que el mundo continúa avanzando, lo que atribuye a las formas de este mundo una permanencia, cuando lo justificable sería lo contrario : al acentuar el carácter permanente del hombre, de desarrollar sus deseos de integridad y de demostrar que la satisfacción de estos deseos concluye en la transitoriedad de las formas del mundo, y como consecuencia en la posibilidad de cambiarlo radicalmente.

Si, para el individuo económicamente oprimido y en estado de inferioridad social, la satisfacción de estos deseos depende de la posibilidad material de satisfacerlos, para la clase pudiente, esta eventual posibilidad de satisfacción está desde su base desorganizada, por el mismo deseo, a causa de su carácter excepcional y aislado (que pudo hacerse valer gracias al dinero), está invadida por la superestructura cultural (de la que ya no es dueño) y confundida en su poderío, modificada en cuanto a su contenido, sublimada y debilitada. Por lo tanto, no sólo la desaparición de estas desigualdades sociales va unida a la afirmación de los deseos con su fuerza biológica especifica y su pureza de expresión. Por mucho que los deseos de las clases dominantes son objeto de desprecio hacia los miembros de esta misma clase y envilecidos en su esencia, los de la clase dominada parecen intensos y peligrosos para el orden establecido. Y aún es necesario, no dejarles bajo la tutela de la falsa moral y de la hipocresía que la clase dominante tiene a su disposición, ocultas tras la pantalla de la cultura a la que siempre se hace enorme caso.

El carácter agresivo masoquista colectivo se define, en parte, gracias a la ilusión que el individuo se crea, mediante la identificación de uno con el todo, de ser su propio verdugo. Este desconocimiento del principio de transformación de la cualidad en cantidad le protege contra la realidad de la lucha de clases, y ha recurrido frecuentemente a conductas de tipo religioso. Este mismo carácter puede deducirse del razonamiento mediante el cual lo que se inflige sobre uno mismo no puede ser sino bueno, así que, es eso lo que se merece. Esta imagen de autocastigo que nos hacer remontar hasta el pecado original, esta subordinada al sentimiento de bienestar proporcionado por el sufrimiento, cuyo sujeto es a la vez iniciador e iniciado.

El rechazo sistemático a contemplar, comparando, los fenómenos del mundo exterior, ha encontrado en una forma sublimada de meditación, la torre de marfil, una actitud panteista-escéptica que, al menos en arte, tiende cada vez más a desaparecer. El conocimiento de estas manifestaciones, que engloban tanto su aceptación como los rechazos que dialécticamente acarrean, queda, hasta nueva orden, como el mejor modo de combatirlas. Se llevará a cabo por las propias armas de la burguesía, mediante infiltraciones a través de las fisuras de este edificio.

Sin embargo, la traducción de los caracteres masoquistas-ocultos en sádico-exhibicionistas es excepcional y adopta, en los marcos del mundo burgués, unas proporciones catastróficas. Hablo de su forma extrema, la guerra, y no pretendo aquí detectar la mezcolanza de fuerzas cuya explicación detenta el materialismo dialéctico al precisar la oposición entre intereses que, de hecho, la convierten en inevitable, sino el estado de receptividad en el que está el individuo para aceptarla, a pesar de su temor, al precio que atribuye a la vida humana y a pesar de las formas morales que ha adoptado ese horror. Más allá de esta aceptación, existe el entusiasmo y el deseo de provocar un estado anormal, asocial, en el que la traducción de los caracteres masoquistas-ocultos del individuo en sádico-exhibicionistas, pueda darse rienda suelta con un mínimo de ambivalencia como coeficiente de apoyo. Este estado de exasperación sería comparable a aquel donde el individuo tomase por sí mismo la delirante decisión, en condiciones favorables, de aliviar los elementos de opresión social que le corroen y alteran, sobre la rabia canalizada hacia este fin, ya por preparación patriótica, ya al margen de ella, como una derivación completamente personal. Aporta al individuo la ilusión de total sinceridad y honestidad que conlleva el vertido seudo-heróico al exterior, de una cantidad de imprevisibles escorias sociales de su subconsciente. Este encuentra al fin en una comunidad, una apariencia de soporte social a esta operación de limpieza. En virtud de esta asociación de intereses inconfesables pero reales, el individuo se complace, a pesar del barro o por su causa, en desear la llegada de la guerra. Representa la organización y la polarización de todos los subproductos del refugio nostálgico, del desarraigo, etc., depositados, en estado latente, por la imbricación de las condiciones sociales sobre el fondo de la conciencia. No constituye nada fortuito la coincidencia entre los intereses del capital, la competencia comercial, los conflictos internos y la burguesía que preparan la guerra, y el interés del individuo para ir más allá con la moral coercitiva, porque un continuo y y recíproco encadenamiento de esos intereses la lidera y la penetra. Podríamos pues decir que, a pesar del deseo de la burguesía de evitar la guerra, una fuerza en ella desconocida, pero que sabe utilizar, más o menos liberada en el subconsciente de cada individuo, la impulsa hacia esa solución. La transformación de ese estado de receptividad en proceso de producción, mediante la propaganda y la llamada a los “buenos” sentimientos, no podría suceder sin una transformación suficientemente radical de la sociedad que permitiese la eclosión de todo un nuevo sistema de economía síquica, basada en un nuevo modo de pensar. Aunque algunas poblaciones patriarcales dan buen ejemplo de haber podido vivir sin guerra, las tribus salvajes, por el contrario, desmienten esta afirmación. Ellas ya habían descubierto en esa escapatoria la tarea de descarga organizada con vistas a la traducción de los caracteres sado-masoqistas.

Este estado de evolución individual, en otro plano, es la revancha, de la parte poseedora de los caracteres diferenciados del individuo, sobre la supremacía que ha adquirido la entidad social en el hombre, como consecuencia de las incesantes opresiones de que ha sido objeto.

En igual medida de insólita exacerbación, se producen las explosiones colectivas en el interior de las mismas fronteras que la sociedad llama bárbaras, porque incomodan al orden intelectual establecido. Al no intentar, solamente, cambiar las condiciones del hombre mediante la propaganda, la persuasión, la educación o la brutalidad, sin alcanzar las necesidades sociales y sus movimientos, estas revoluciones se apaciguan enseguida y regresan a las normas de donde surgieron. Pero, en la mayor parte de los casos, la penosa sensación producida por un acto inhibido y exhibido, queda consciente, si no es completamente aniquilada por las conveniencias o la sociedad, haciendo las veces de un círculo cerrado, confunde los elementos provocados con los factores provocadores, esta sensación actúa como una indignación sobre los individuos que abandonan el círculo de la sociedad actual (evasiones, fenómenos exóticos o románticos, el placer de aventuras, los desdoblamientos de personalidad) o que creen en la posibilidad de existencia de otra sociedad que le enfrentan contradictoriamente. A esta desagradable sensación se debe, tras una guerra, la abundancia de las manifestaciones anteriormente descritas. Aunque adoptando frecuentemente el aspecto de verdaderas corrientes de opinión, no por ello son menos incapaces de dejar rastros duraderos.

Estas algo rápidas observaciones no tienen la pretensión de resolver el problema de una posible introducción del sicoanálisis en los marcos del materialismo dialéctico, sobre todo bajo la forma del freudo-marxismo, cuyo término aún me estoy preguntando con que motivo de confusión se ha podido inventar. No subsiste menos por ello, el problema de saber si es suficiente realmente contemplar el fenómeno de la guerra como un puro proceso social, cuando es cierto y seguro que, a pesar de los intereses, los antagonismos, las contradicciones de los elementos que la provocan y a pesar de las grandes palabras de libertad, honor, patria, tierra, etc. puestos en boga por la prensa y la educación, incluso por aquellos que es fácil creer que se pelearían por la defensa de sus intereses de clase, solo podrían exponerse a los riesgos de la guerra por un elemento irracional. La angustia de vivir desemboca en la guerra lo mismo que la contradicción entre fuerzas de la sociedad capitalista, pero ninguna de estas conductas, con exclusión de la otra, es suficiente para explicarla. Esta angustia reproduce, a escala individual, y traduce, al lenguaje de las manifestaciones cotidianas, el determinismo que tiene como marco la sociedad capitalista. Al igual que la moral cristiana es incapaz de suprimir en el individuo el instinto que le lleva a pelearse, de la misma manera el pacifismo no podría ser eficaz sin la destrucción de las causas profundas de la guerra. Pero mientras que la moral, producto de la sociedad capitalista, conduce indirectamente a la guerra, la ideología que abolirá la misma sociedad podrá suprimir el instinto guerrero con la condición de contener en su principio la fórmula para dar con el cambio de valores síquicos y su canalización. La necesidad de interpretar mediante el análisis individual – ampliado y generalizado- las tendencias del individuo para acomodarse a los hechos sociales, cuyos móviles históricos quedan fuera de cualquier discusión, me parece claramente indicada por las facultades del individuo diferenciado, que coexisten con las actividades síquicas de las masas. Éstas, a la moda de las sicosis de guerra, de los cantos populares en el origen de las costumbres, de la propaganda en los sitios habituales, se utilizan para llenar, en la vida de cada cual, un lugar vacante y preparado para acoger las manifestaciones públicas relativas al mundo exterior. El futuro del hombre implica en su esencia el futuro de sus necesidades. Se impone, por la naturaleza misma de los progresos científicos, una rigurosa y constante actualización de sus formas y de sus contenidos. Si el reformismo social tiende a satisfacer las necesidades de la vida material, rezagadas en un estado de hecho superado hace mucho tiempo, no es de extrañar que similar contradicción pueda tener una repercusión sobre la eficacia misma de la teoría revolucionaria. El fenómeno social de miseria síquica, condicionado por el de tipo material, determina a su vez toda una serie de actos sociales, y debe ser examinado para la elaboración de una nueva teoría revolucionaria del conocimiento. Al igual que las relaciones recíprocas de un número de individuos determinado constituyen la sociedad, lo mismo ésta última recoge el término medio de esa cantidad y sigue un destino único que resume, engloba y domina el destino de cada parte componente. Éste es, me parece, el significado de superestructura social cuya expresión esencial es importante humanizar con el objetivo de la liberación real del espíritu. Es necesario dotar al odio existente contra la sociedad burguesa del antídoto de su término opuesto, la esperanza, en la sociedad del futuro, de ver satisfechos los deseos oprimidos e integrar en el orden síquico las posibilidades dormidas o atrofiadas que constituyen el sentido perenne de la dignidad humana.

NOTA III

CONCLUSIÓN METAFÓRICA

Para el sicoanálisis, el acto de transferencia indica el regreso concreto de las funciones síquicas del analizado a una posición de equilibrio vulgarmente llamada “sanación”. Pero aunque, llevada al extremo en el enfermo, la transferencia es claramente analizada e interpretada porque su grado de intensidad la hace brutalmente evidente, este fenómeno existe en forma latente en cualquier individuo y determina, bajo la forma más común, el proceso de comparación que constituye la base del mecanismo de pensar. Este acto de transferencia supone, en el plano mental, el restablecimiento funcional de la ecuación metafórica, es decir, el poder de proyectar hacia afuera las facultades que permanecían vinculadas al sujeto, o el de proyectar las facultades atribuidas a un objeto determinado sobre otro objeto, facultades que se transforman al cambiar de destino según un principio de equivalencia.

Igual que la transferencia, la metáfora exige dos términos que se presentan, se enfrentan y se oponen y que reunimos al reflejar en uno las propiedades del otro. El último término de la comparación, permaneciendo completamente mudo tras el sentido del primero que es determinante, absorbe íntegramente su cualidad y llega a atribuirle, a posteriori, un nuevo significado. Gracias a la economía de estilo y al proceso elíptico que dirigen esta operación, asistimos al nacimiento de la imagen.

La expresión “rechazo unilateral a contemplar los fenómenos de la vida exterior” implica entonces la pérdida de facultades para restablecer dialécticamente la oposición de los dos términos metafóricos con el fin de su conciliación. Aunque esta pérdida es signo de rechazo, el restablecimiento de sus funciones contiene todas las posibilidades expansivas del individuo que tiende al conocimiento, y contribuye indirectamente a la formación de una ideología revolucionaria por el sentido de la síntesis que despierta. Este sentido se deduce de poderosos antagonismos (entre los que la lucha de clases no es sino una generalidad que puede englobar todos los casos particulares de oposición) y puede, por su mismo funcionamiento, evitar en el hombre el estado de regresión o de estancamiento idealista incitándole a considerarse, en su propia multiplicidad, como un adelantamiento en la evolución de los estados de consciencia sucesivamente adquiridos.

Al igual que la producción humana esta regula por intercambios, la del espíritu conlleva la creación de nuevas metáforas, no siendo ésta última solamente una técnica, sino una continua adaptación de las formas de pensamiento a los nuevos contenidos que exige el lento camino del conocimiento. Podríamos sumariamente afirmar que la “verborrea innata al pensamiento” consiste en la expresión exacta de ese perpetuo intercambio metafórico que ayuda a vivir progresando y creciendo, solapando un nuevo contenido a otro y basándose en él para la producción de nuevos contenidos, negando cada uno al precedente tras haber asimilado su sentido, mientras que cualquier fijación del modo de pensar en unos contornos rígidos, en apariencia inmutables, caracteriza los estados mórbidos de los neuróticos que, unidos a la creencia en la estabilidad de las configuraciones de imágenes, son víctimas de una obsesión peligrosa. La terapia, empleada por el sicoanálisis, consistiría, pues, en enseñar al paciente a pasar de una cosa a la otra según el modo metafórico (excluyendo este paso por su mismo dinamismo cualquier idea de pesimismo orgánico), es decir : el uso natural y continuo de la transferencia en el proceso de reducción y disolución de toda imagen del mundo, que el enfermo ha conocido y que ha inhibido, o, si se quiere, de una manera más general : un método de sistematizar el olvido, método convertido en productivo por la transposición de la cualidad básica del objeto olvidado al plano de la cantidad.

NOTA IV

LA CUESTIÓN DEL LENGUAJE COMO ACTITUD MENTAL

En el núcleo mismo de toda discusión, adelantando las causa de una serie de incomprensiones y, controlándolas mediante el examen de la principal herramienta puesta a disposición del hombre, la de la expresión, la cuestión del lenguaje deberá establecerse como actitud mental. Creado primordialmente para responder a una empírica y elemental necesidad de comunicación, o mejor, perfeccionado con ese motivo, porque ya existía anteriormente en estado de gritos y de sonidos inarticulados, el lenguaje se adhiere al pensamiento con el que inmediatamente se mimetiza. Se desarrolla según impulsos inmutables del espíritu (la evolución paralela de éstos últimos, entre pueblos que no se relacionan entre ellos, demuestra que podemos hablar de leyes), impulsos que, unidos al acto de transferencia, en sus respectivas formas de tabú, totemismo y de potlacht, han determinado su fase metafórica. Pasado a continuación por el tamiz de los nuevos conocimientos adquiridos, de las analogías, de las identificaciones, de las coincidencias, de las incidencias, de la causalidad,etc., expresadas sintácticamente, es decir, habiendo experimentado el proceso de simbolización, el lenguaje tiende en cada etapa del desarrollo de la sociedad a adaptarse a una media, a una suma de condiciones nuevamente presentadas ante él, y a respaldar la validez de nuevas adquisiciones en el marco de una actualidad determinada, convirtiéndolas hasta cierto punto en automáticas, mediante la autoridad que le confiere su aceptación por la masa, que llegada a una especie de saturación conceptual, renuncia a verificaciones individuales, cuya necesidad ya no siente, al ser el conocimiento asimilado a los nuevos contenidos, como tantas otras referencias, en un campo abierto a todos los vientos.

Es necesario pensar en lo que representan los descubrimientos de la rueda y del fuego, los de Copérnico, los de Newton relativos a la astrofísica, en las influencias de los materialistas del siglo XVIII, en la corriente de las ideas y de los acontecimientos, para darse cuenta hasta qué punto una imagen, al derivar de una experiencia centífica, permanece estancada en el fondo de la conciencia del hombre, y cómo de este poso momentáneamente estático, nace por analogía y antítesis toda una nueva multitud de maneras de pensar, después de que la imagen inicial fue absorbida, sin discusión posible, en el territorio mismo de los nuevos modos de pensar. Ella lidera, en el plano social, la función del lenguaje como colección de cuadros variados, de recipientes y de esquemas funcionales en los que cualquier idea nueva puede acomodarse de manera virtual aunque no ocupe allí su lugar natural.

Así se explica la popularización del lenguaje de naturaleza racionalista, traspasado como nueva adquisición a las masas a raíz de las sacudidas de la Revolución francesa- como consecuencia sobre todo de la transformación social que le siguió- al haberse acumulado en el lenguaje los datos de la ciencia cuyas reivindicaciones ideológicas precedentes prepararon esa misma revolución. Y, de una manera general, el lenguaje de nuestros días vive aún en este estado de cosas y en las convenciones del siglo XVIII. También experimenta una siempre creciente dificultad (puesto que el pensamiento mismo le es tributario por los límites que le están asignados) para contener, sin alterarla, la expresión de los fenómenos de la ciencia que conllevan configuraciones excéntricas a las de las imágenes sensibles, como las recientes nociones de los cuerpos con más de tres dimensiones, del tiempo-espacio, de la materia radioactiva, de la indeterminación, etc. Este lenguaje impregnado de una cierta idea (o esa idea sujeta al lenguaje) ha hecho posible, en gran parte, la fijación, mediante los lugares comunes, de los principales elementos de la física mecánica. Introducidos en el lenguaje, se defienden muy bien de cualquier duda hacia ellos. Se comprueba que la rigurosa verificación – al margen de malentendidos lingüísticos y de persistencias de concepciones antropomorfas- de algunas experiencias elementales ha hecho descubrir indiscutiblemente los principios de la física moderna. Si he tomado por ejemplo el caso de ésta última, es porque refleja de manera práctica y explícita el fenómeno de estabilización del conocimiento en el lenguaje y el proceso social de su transformación por la acumulación de nociones y por su superación. Pero las demás ciencias también hubieran podido concluir en el mismo desarrollo y demostrar que, a falta de bruscos cambios sociales, los factores lingüísticos de los modos de pensar tienden a distorsionar la curva de su evolución.

Las diferencias entre los potenciales conceptuales, las deformaciones generalizadoras y peyorativas, de las lenguas extranjeras, señalan las diferencias específicas en la evolución social de los pueblos correspondientes. Es preciso tomar en consideración los diferentes mecanismos de las lenguas habladas por diferentes grupos sociales, dentro de un mismo país, y una cierta identidad de funcionamiento de las lenguas de las poblaciones salvajes, alejadas entre ellas pero que presentan caracteres de similitud en su organización social, para comprender la relación entre el conocimiento y la naturaleza íntima del lenguaje y la de sus funciones intercambiables en el plano de la sociedad.

Sería erróneo creer que estamos exentos del funcionamiento síquico de las tres formas mentales privilegiadas del tabú, del totemismo y del potlacht que, en el seno de la sociedad primitiva, mantienen bajo su influencia directa y las dirigen, a la vida social e intelectual en toda su amplitud. Al asignarles condiciones fundamentalmente idénticas en nuestras sociedades modernas (las supervivencias de exogamia, etc., demuestran hasta la evidencia que esas formas han sido universalmente comunes con las sociedades primitivas), hemos de admitir que solo han desaparecido sus atributos materiales porque, extirpados de un medio que era el más propicio para su desarrollo, se han extendido, como una espuma imperceptible, sobre toda la superficie de nuestro modo de pensar, hasta el punto de confundirse con el pensamiento mismo. En la evolución, seguida de bruscos saltos, de estos métodos automáticos inherentes al hombre y que constituyen su sustrato síquico, saltos continuados a su vez por nuevas inhibiciones, del que históricamente se establecerá el grado de interdependencia de lo racional y de lo irracional. En el actual estado de la mentalidad llamada “civilizada”, aunque la absorción de estas tres formas de pensar primitivo en el conjunto de lo racional se haya hasta cierto punto cumplido, no son sin embargo ellas, o mejor sus huellas nemotécnicas, quienes, desde el fondo de sus transparentes refugios, actúan todavía sobre algunos mecanismos del pensamiento. La naturaleza de la líbido que ha sido detectada en los procesos de formación de los símbolos, así como la etimología de la mayor parte de las lenguas, da fe de ello – es decir en la creación misma de la lengua (que reproduce en otro nivel la creación de los seres vivos)- y, por otra parte, el predominio de la libido en nuestra vida afectiva que ya hoy se ha demostrado experimentalmente, supone que cualquier transformación de la lengua irá unida a las condiciones afectivas del hombre, como una construcción que, al no poderse concebir sin cimientos, está sin embargo condicionada por la existencia de aquellas.

Aunque las palabras solo nacen cuando la idea a la que se refieren se ha consignado en una imagen suficientemente delimitada y estable, para que se produzca el detonante de un mínimo mecanismo de representación, las formas mismas de la frase por las que las posibilidades de la idea lleguen a expresarse están incluidas, en miniatura, en el procedimiento de formación de las palabras y reproducen, a mayor escala, la suma global de experiencias vividas y concluyentes. La función de las formas sintácticas es poner en relación a las palabras para asignarles el sentido deseado y expresivo, función asumida en el lenguaje hablado por el gesto y la entonación. Estas formas de lenguaje son también de alguna manera simbólicas, y están sujetas a las críticas que tenemos derecho a formular en cuanto a la lógica, de la que tienen el aspecto de querer proceder, y con las que son concomitantes, como todo lo que sucede bajo los sentidos. No existe pues repudio de la lógica que no vaya a la par de una crítica de la sintaxis. La expresión de la idea deberá ser impúdica, insolente y brutal, incluso en último caso injusta, si no quiere hundirse en la disolución verbal que, en el estado actual de nuestros conocimientos, debe ser considerada como improductiva y tautológica.

Se tratará, no sólo de añadir al lenguaje nuevos conceptos-designaciones, sino de transformar radicalmente su naturaleza, la sintaxis; esta transformación se corresponde con las exigencias intuitivas de la ciencia actual, que serán cuestionadas por nuestra misma actitud al respecto, por el concepto que se derivará de su capacidad de interpretación. Ellas influirán sobre los posibles procesos de la evolución lingüística, aunque aquella predominante adolezca de un principio de previsión, por el problema y la dificultad para englobar lo que, en un momento definido, puede ser expresable, principio que no permite al lenguaje adaptarse a las nuevas exigencias que, con retraso y timidez, al proceder de los tanteos de millares de investigaciones junto a todas las capas de la sociedad, no tienen demasiada prisa por satisfacerlo. La misma lentitud de los progresos de esta evolución en cada uno de los escalones intermedios, que constituye la adopción de nuevas proposiciones, cuando es coronada por el éxito, es el seguro garante de la solidez del cimiento que une el lenguaje a la estructura síquica de los pueblos gregarios, cuya pereza intelectual no es necesario subestimar- a pesar del movimiento que los anima- por una extraña ironía denominada el buen sentido cuando hubiera debido llamarse el malo- la rutina, la gran inercia de la costumbre y las resistencias que oponen a los métodos de investigación y conocimiento. Aunque el lenguaje no pueda cambiar en sus raíces, sino solamente transformarse por la superación de estados de significados sucesivos y esto, cuando la normalización de lo que actualmente solo es expresable mediante símbolos brutos o fórmulas de señalización se haya convertido en experiencia vivida de de dominio público; incumbe al poeta demostrar por la acción que una cierta ductilidad, un carácter de blandura en la adaptación traducida, de un dejarse-llevar voluptuoso por la materia lingüística, hace posible esta transformación. Que los acontecimientos sociales jueguen un papel de primer plano en estos cambios, que el lenguaje mismo sea un fenómeno de tipo social, nada más incontestable cuando pensamos en múltiples ejemplos proporcionados por la historia de las lenguas y por la de las palabras- las lenguas impuestas por los conquistadores a los pueblos conquistados no significan nada en cuanto a los orígenes de estos pueblos- y en las posiblidades de expresión contenidas, actuales, en la clase oprimida, cuya exclusividad ostenta y que sin embargo sufre la dominación del habla de la clase de los opresores. Pero aunque unos vestigios animistas, que implican investigaciones de esencias filosóficamente formadas sobre el molde teológico, deben ser eliminados, sería un grave error querer empezar la casa por el tejado exigiendo el descrédito efectivo de estas formas lingüísticas, antes de que las mismas nociones relativas a las creencias y las convenciones que las sostienen (las normas de sus manifestaciones pensadas) hayan desaparecido de la circulación al cambiar de sentido. Para quien no confunda el símbolo con la naturaleza íntima de la cosa que contiene y significa, el contexto con el sentido, o el nombre de una mujer con su naturaleza, no hay duda de que la comprensión de toda una serie de fenómenos de la ciencia del alma y de la del universo, tal como ya se comienza a hacerlas proceder en el centro del hombre para proyectarlas hacia el exterior, no es posible con los elementos de una lengua hecha según la costumbre de etapas anteriores, caducas, anquilosada en unos sistemas ya despojados de su contenido. Sin embargo, de estos sistemas, ha derivado toda la sociedad actual, en todas sus formas económicas e intelectuales, de las que depende o tiene interés en defender. Al cambio de la sociedad actual, a la supresión radical de la clase opresora (puesto que es la que mantiene el monopolio del dominio económico, o sea humano, en un nivel constante) va unida la integración correcta, es decir, en correspondencia con el lenguaje, en el mundo, de los nuevos datos científicos, sin los que enseguida perdemos cualquier contacto con nuestro entorno, y sin los que no podríamos vivir en conformidad con nosotros mismos. En este estado actual, la ciencia esta madura para una transformación de este calibre. Se debe de invocarla conscientemente porque, aunque al contribuir a su preparación mediante los planteamientos de nuevas necesidades que suscita, de este brusco cambio radical de los valores sociales dimanará para ella la posibilidad de proseguir, en cualquier caso, su proceso de producción.

NOTA V

POESÍA, TRANSPARENCIA DE LAS COSAS Y DE LOS SERES

La identidad entre sueño y poesía es una de las simplificaciones a las que con frecuencia se ha recurrido para caracterizar a ésta última, ante la ausencia de una rigurosa verificación de sus relaciones. Se ha podido deducir una cierta naturaleza de parentesco en sus respectivas manifestaciones, reduciendo uno y otra a meros fenómenos de automatismo síquico, cuyos mecanismos, por supuesto, se tocan y se influyen recíprocamente si se consiente en confundir su teórica parcelación con la realidad inmediata de sus particularidades. Pero, al representar el automatismo síquico uno sólo de los aspectos de la cuestión, tanto por lo que respecta a la alienación mental como a la poesía, en relación con el sueño, demuestra netamente la insuficiencia de este método. Nos vemos obligados, para mayor verosimilitud, a reducir la poesía, tal comodebería ser, a un mecanismo objetivamente automático. Sin negar a éste una virtud funcional y estimulante, útil en más de un aspecto, no se puede dudar en ver, en la exclusión de los modos de pensar del conjunto de los elementos de investigación (únicos modos a los que la poesía está vinculada), el insignificante valor de los resultados conseguidos.

Para obtener un análisis más exacto de la similitud substancial entre sueño y poesía, es necesario remontarse a épocas donde -debido al pensar no-drigido que impregnaba (y en el que se bañaba) el conjunto de conocimientos que la hacían consciente al hombre- aún no constituían el ámbito hermético que actualmente ocupan. A partir del objeto de conocimiento que era, el sueño se ha convertido en objeto de deseo y de rechazo. El pensar dirigido (lógico, productivo) de la época moderna, que ha tomado la función preponderante que conocemos por el desarrollo de las ciencias en las sociedades individualistas, sólo contiene el pensar no-dirigido (asociativo, improductivo) en estado de germen rechazado, que sin embargo prevalece en las sociedades primitivas. Y el mismo pensar dirigido no era sino un rudimento (cuya forma nos es desconocida) en el pensar anterior. Este brusco salto, este brutal cambio de valores, al coincidir con la transformación de las sociedades colectivistas en sociedades individualistas, es visible en el desarrollo de las civilizaciones prehistóricas, mediante el estudio de las excavaciones emprendidas en diversos países. Ha dado origen a algo más que la simple amplificación del germen del pensar dirigido, y que es el significado, el alcance y el tono, cuyo crecimiento acelerado se necesita. Un punto de saturación constitutiva es previsible en la civilización material que ha engendrado y su desbordamiento, según el principio del cambio de la cantidad en cualidad, tendrá el carácter total que esperamos de la revolución. El pensar dirigido está sin embargo muy alejado de alcanzar en estado puro lo que se le querría atribuir, y se trata, para nosotros, de limitar el desorden permanente que interviene en cada una de sus operaciones. Gracias a la fuerza de expansión que mantiene en reserva el germen del pensar no-dirigido, es susceptible que en el futuro ocurra un movimiento similar a éste que ya se había producido, basado en los perfeccionamientos adquiridos y en los conocimientos inhibidos, consecutivamente con las transformaciones de la sociedad. El sueño es la concentración extrema de este desorden denominado pensar fantástico, imaginativo, ensoñación diurna, etc. Sirve, desde el otro lado de la barricada que separa los dos mundos subjetivo y objetivo, como instrumento de señalización para toda una serie de neurosis y enfermedades mentales. Y en razón de la manera imprecisa en la que el sueño alcanza nuestra conciencia, la inteligencia fragmentaria que tenemos de él, ¿acaso permitirá, al igual que las deducciones paleontológicas, reconstruir el modo de pensar genésico, no solamente tal como ya existió, sino sobre todo, en conformidad con la ley del devenir, tal como se extenderá en un medio propicio futuro? La participación inherente del pensar dirigido en la elaboración de sus propias condiciones futuras está quizás en condiciones de dejarnos entrever su destino probable, y nos obliga a limitarnos al ámbito de las necesidades objetivas y de los deseos subjetivos que este pensar representa en su estado vivo, para nosotros.

Para definir las relaciones entre la poesía y el sueño (y consecuentemente el modo de pensar que lo contiene), no hago más que esbozar aquí algunas propuestas que me parecen dignas de ser tomadas en consideración.

Consistirían en demostrar que el símbolo onírico, al concentrarse en un punto sobre una linea determinada por el límite entre el consciente y el inconsciente, extrae su sustancia de los hechos reprimidos, de la profundidad del subconsciente, de su conjunto, haciéndoles converger hacia ese punto cuyo proceso de eclosión a la plena consciencia (en regiones limítrofes) constituye el símbolo perceptible, mientras que el símbolo poético, que nace en la misma frontera, y representado también por un punto (que sería el proceso de su toma de conciencia a través de imágenes, metáforas, etc.), proyecta sobre el mundo exterior, por divergencia y en una forma superior, unos hechos que se corresponden con aquellos que yacen en estado latente en los confines del mundo interior. Lo que es relativamente estático se transforma en relativamente dinámico y las facultades inhibitorias del sueño se transmutan en facultades exhibitorias de la poesía. El sueño y la poesía serían, en planos diferentes, un mismo pivote alrededor del cual las represiones llegarían a ser objetivadas.

A continuación se procederá a acercar la acción del poeta a un fenómeno de mimetismo mediante su asimilación a un objeto exterior, o mediante la absorción de las facultades de un objeto por las de otro, fenómeno que forma parte del acto de transferencia y que, mediante la concentración de las funciones de los sentidos sobre uno solo de ellos, encuentra en la biología y en el reino de los animales un funcionamiento similar. Este método panteísta nos conduciría a considerar como miméticas algunas analogías de los pasos o de los rumbos generales del sueño y de la poesía, como actitud ante el mundo exterior. El sueño y la poesía serían, en este caso, los moldes de una misma y única representación. La intervención de los síntomas de la histeria, del delirio de interpretación, etc., suavizados en el funcionamiento de la simulación, de las obsesiones, desempeñaría en la poesía el papel de un intento simbólico de identificación del poeta con el mundo interior y exterior.

Esto nos llevaría a establecer en qué medida el estado síquico donde se sumerge el poeta, con ciertas condiciones, responde a un fuerte deseo de regreso intra-uterino -estado provocado o cultivado por medio de procesos obsesivos, por la especialización de los factores en una dosis menor, propios de todos los individuos- y en qué medida la ensoñación diurna, el sueño, etc., facilitan el trabajo del mismo deseo de placidez pre-natal, o la formación de un medio paradisíaco carente de consciencia, medio que sirve de selector o de aparato regulador para esta angustia de vivir que deriva del traumatismo del nacimiento. La poesía objeto-sujeto de deseo, extraería del sueño sujeto-objeto de deseo, materia suficiente para una compensación por sublimación y obtendría, de una manera análoga a la del sueño, un papel orgánico en el comportamiento humano.

Éste contribuiría a situar la poesía en el marco de las funciones humanas, pero no bastaría para afrontarla en la totalidad de sus facetas. Como máximo se conseguiría indicar que, unida al acto del pensar, la poesía está sujeta a unas transformaciones, y que, comprendida como un estado orgánico, es insustituible entre las preocupaciones del espíritu. Es necesario alzarse contra aquellos que, no tomando de su significado sino la parte designada como medio de expresión, intentan hacerla desviar hacia una actividad mediadora y documental, de descripción alegórica, con un fin moralizador de fabulación y propaganda. (He demostrado en otros sitios como la poesía-actividad del espíritu se contrapone a la poesía-medio de expresión y cómo la primera tiende a integrar la segunda, al deshacerse de los atributos de las palabras, de los colores, etc., y a superarla). Este desconocimiento de la naturaleza de la poesía instituye, con el apoyo de una teoría de la inmutabilidad del acontecimiento en la historia, un constante error, y predispone a aquellos que sólo han intentado ver en la poesía un fenómeno social de traductora de sentimientos, a buscarle de antemano el lugar que tendrá en su forma previamente determinada.

En relación con esta supervivencia idealista del concepto histórico que, cada vez más, está surgiendo cuando algunas actividades artísticas son reducidas a buscar retrospectivamente la confirmación de su validez, me parece necesario insistir sobre uno de sus caracteres que las conduce, en línea recta, a ese camino de regresión. Quiero hablar de la pérdida progresiva de la noción de riesgo en el arte moderno que, inicialmente, se produce como momento por excelencia revolucionario en su constitución. La obra de arte considerada, de alguna manera, como una temeridad, como un acto espontáneo e irreflexivo, como una protesta displicente, no solamente hacia la opinión corriente y hacia su capacidad temporal de comprensión, sino también hacia el conjunto de los postulados del artista mismo, tiende a desaparecer por la formación en la esencia misma de sus medios de expresión, de una postura más o menos inconsciente de seguridad. No es la relación objetiva provocada al margen de sus marcos, ni la acostumbrada resistencia de los partisanos de la rigidez de las formas de arte, lo que importa discernir en esta oposición de principio, sino la relación intrínseca de peligro real que comporta, o hace posible, la obra con respecto al artista, peligro experimentado hasta el punto de comprometerse con ella sin restricciones. Esta relativa estabilización de valores, esta tendencia a la limitación de los medios de expresión que, como consecuencia de su vulgarización (con ayuda las escuelas, la moda, etc.,) como el lenguaje, es susceptible de transformarse en estilo (en un medio favorable y un espacio determinado), deriva de la alternancia oscilatoria de las maniobras generacionales y representa el camino dialéctico del principio de germinación, que a una mayor escala, hace que las épocas de arte se superen y mueran, para renacer en una forma superior, en un punto culminante determinado por nuevas adaptaciones.

Una defensa del inmovilismo del fenómeno artístico sería la negación de su relación con el fenómeno económico-social que está continuamente en movimiento. Por esta razón cualquier actividad artística coordinada (al estar asimilado el carácter de colaboración propio de un grupo), llegada a un término máximo de preocupación hacia su seguridad esencial, debe ser conscientemente abandonada o transformada desde sus fundamentos.

Los deplorables tics que son las obsesiones deliberadas, profusamente extendidos, como juegos de estetas, sobre facetas precarias del mundo que nos rodea, además no sin influenciarlo, y que en vísperas de una renovación se encarga de la decadencia de la época condenada, estarán ausentes cuando se trate de valorar en la poesía, al margen de la forma exterior adoptada por ella en palabras, la profunda orientación de su sentido latente. Sería presuntuoso, partiendo del descubrimiento de algunos métodos destinados a estimular la imaginación, querer proceder a la construcción de un sistema del mundo. No podría contestarse el ascendente que estos métodos y esta simulación, hayan podido, en último extremo, tomar sobre la obra de arte que deriva de ellos y los contiene, pero ello no quiere decir que la noción de arte y de poesía, en todas las acepciones temporales y permanentes que están unidas a ellos, notablemente como acto y medio de conocimiento a la vez, apenas ha aflorado mediante investigaciones reales.

Existe un abismo entre las actividades concentradas sobre un mínimo de acuerdo, con tendencias restrictivas, de las asociaciones artísticas, actividades dirigidas e interesadas, y el posopropio de la poesía que está lejos de ser definido. Sin embargo, se ha constituido una especie de unanimidad de tipo práctico alrededor de lo que se considera como poesía, actividad desenfadada y desinteresada, tanto en lo que respecta a los valores de varias clases que se le atribuyen (al manifestarse en forma escrita, pintada e incluso al margen de cualquier realización empíricamente controlable) como en lo que se refiere a su comportamiento rel en el mundo o el del individuo hacia ella. El poso de la poesía no se ha liberado todavía, es verdad, de escorias, de perezosas reminiscencias, de circunstancias inconexas, por medio de una técnica de eliminación rigurosa y coherente. Pero, por una parte la poesía participa de un número considerable de fenómenos aún mal conocidos, y por otra parte, aunque llegásemos a objetivar su naturaleza, su estado puro, sería vano recomendar este poso como la única forma relevante para comprender su reproducción. Estos desechos individuales, constituyen, para la mayoría, parte integrante de ella cuando no determinantes de su trama. La misma fugaz materia de la poesía deberá estar incluida en la definición de su poso. Por este hecho, la importancia de la poesía es mayor que la de una actividad experimental de tipo espiritual, porque abarca, en su compleja totalidad, los destinos del pensamiento. Su suerte va íntimamente unida a las perfecciones que tenemos derecho a esperar de ella. Ahí reside la dificultad que existe para aislar un proceso orgánico de carácter humano mediante un método de coordenadas. Ya que es verdad que la idea misma de poesía gravita alrededor de la poesía, mientras ésta se alza sobre la idea, la supera y la niega en su proceso. La reabsorción de una por la otra será consecuencia de una profunda revolución. La pérdida de los caracteres individuales de la poesía, como la rápida transformación de las condiciones sociales, a la espera de ese impacto definitivo, parece corroborar, demuestra, aún más claramente, el camino necesario de transición del pensamiento dirigido al pensamiento no dirigido en el plano dialéctico.

Tal se me aparece, limpia de su ganga, la noción de poesía en ciernes y su permanencia a través de las formas históricas : subordinada al pensar, pero superando, como actividad del espíritu, los modos de este pensar, podrá, a su vez, liderarlo sin invocar la ayuda cómoda y típica de palabras, colores, superficies y volúmenes, cuando las nuevas condiciones del hombre hayan hecho propicio, no el regreso hacia atrás, sino, en el porvenir, la superposición de un modo de pensar acrecentado al actual habrá concluido perfectamente su circuito y su maduración, como una superestructura que, procedente de la más profunda antigüedad, será llevada por el sueño y la poesía a los fermentos y principios activos que constituyen nuestra actualidad.

NOTA VI

PARA ESCAPAR DE ALLÍ MEDIANTE LA LUCHA

De una manera u otra, más general que particular, todo está en uno lo mismo que uno está en todo, y la voluntad de adquirir la conciencia de esta interdependencia, en las circunscritas condiciones de los sentidos humanos, exige que el ser se alce sobre un pedestal, ya para gozar del aspecto que se le ofrece- actitud escandalosa- ya para actuar sobre el plano de la realidad mediata o inmediata tras haber tenido conocimiento de ella, mediante cierta contemplación en bruto o debido al análisis. Aunque nada, en este último caso, cambia en su forma de pretender la total comprensión, pero limitada por los sentidos, por lo tanto y, consecuentemente, imposible de concluir en la separación umbilical entre el mundo exterior y él. En razón a esta limitación cualquier esfuerzo de objetividad estará sometido a una ley de relatividad simple que le quitará el valor altanero, que se cree indiferente a los fenómenos tiempo-espaciales, que le gusta atribuirse.

Nada se sustrae a su cuna ni a su tumba ni especialmente a cada particularidad del trayecto recorrido de una a otra. Para cambiar el mundo, es preciso no solamente formar parte de él, sino también reconocer su realidad inmediata : es el esfuerzo al que tiende cualquier compromiso de acción, porque no es sólo del interior como el referente toma su propia forma. Por todos los medios intentamos confirmar la naturaleza de este compromiso, las actuales condiciones de angustia de vivir, solo permiten acceder a la comunión del ser y de la realidad exterior, si aceptamos deliberadamente la desesperante sordidez y, en el mejor de los casos, quiero decir en el de una cierta pasividad, si no la concibimos como un delirio eufórico de interpretación, o como un espejismo instantáneo (incluso fútil o ya entrado en la vía crónica del desenfreno y del automatismo) que en la sociedad actual son las únicas expresiones posibles de la belleza. Aunque es deseable usar esta última hasta la saturación, para agotar su letra y espíritu, para reducirla a un mínimo que se acercará a lo que pueda haber de eterno, de biológico, en ella, para de allí pasar a la traducción de sus caracteres en el conjunto total del comportamiento humano, es peligroso asimilarla a la realidad del mundo exterior, porque esto equivaldría al reconocimiento de las actuales manifestaciones sociales y económicas que tienen lugar en él. Asignaremos a esta realidad el rango de la más extrema atrocidad porque, de la destrucción de su forma actual, depende la integración, en una nueva figura esperada, de los elementos hurtados a la expresión humana, en lo que tienen de perpetuo y no condicionado por la miseria ambiental de lo que actualmente conocemos. Esta proposición, destinada para ampliar el debate de la lucha de clases y extenderla a un terreno que escapase a su control, de la actividad artística entre otras, no excluye la función segura de influencias recíprocas entre el funcionamiento de la belleza y el combate sistemático contra la atrocidad el mundo exterior, consideradas una y otra, ya como un virus latente, introducido en la sociedad pensando en imprevisibles prospecciones del alma humana, mediante creaciones derivadas de sucesivas negaciones, ya como un contenido manifiestamente limitado por las condiciones sociales, contenido que ha encontrado su cristalización formal en la aceptación como tal del hecho completado y concebido en su propia evolución. Estos dos virus y hechos, en planos variables, se sirven recíprocamente como alimentos, y se transforman, simultáneamente, en productos, pero sin embargo en la única medida en que un resultado provisional es susceptible de interrumpir las transformaciones durante su recorrido. para fijarse durante un instante y llegar a ser a su vez un alimento necesario. De esta destrucción de la destrucción se ha formado la cadena de inhibiciones y exhibiciones generalizadas e interrumpidas, o la mutua relación de influencias entre el individuo y el mundo exterior.

En el actual estado de su trayecto, este sistema coherente del pensamiento que constituye el arte está protegido de cualquier atentado destructivo de la realidad circundante, porque, estrictamente colocado como un punto de referencia del individuo sobre un determinado recorrido del universo, por objetiva que pueda ser su acción sobre el mundo sensible, sólo es la expresión esencial del individuo (como fenómeno de interiorización), y por eso mismo, escapa a cualquier rigor y control exterior. Es solo el individuo quien compromete su total responsabilidad en esta actividad, deja de estar obligado a cambiar las condiciones críticas e ideológicas del mundo exterior, para establecerse a continuación en la nueva concordancia, para preparar la vía de esta transformación o, en caso de fracaso, para perecer como todo lo que no es determinado por la actualidad, ni determinante para el futuro. Hay, por consiguiente, en una actividad de este tipo tanta esperanza en el poder del universo, como desesperación en la fatalidad que contiene un determinismo aportado para el cambio del mundo. Existe tanta imbricación entre obra de arte y fenómeno económico-social como lucha, para infundir el sentido en la dirección del cambio propuesto. Sería falso creer que una severa restricción de sus esferas fenomenales en sus propios límites, rechaza cada una de estas actividades sobre un fin definido y distinto, porque, el conocimiento que es su único fin, los problemas que ellas plantean, a pesar de sus diferentes medios de expresión, serán esencialmente los mismos.

Lejos de mi pretensión agotar un tema tan arduo (continuamente en estado de fluctuación) como el que comprometería al individuo, en función de la esperanza en un camino de predicción atenuada, o de desencanto exacto. El conflicto por resolver reside en la siguiente proposición : no es posible elaborar un método de conocimiento mediante cualquier modo exclusivo del arte sin ser revolucionario, igual que es imposible para el artista consagrarse al derrocamiento de las condiciones sociales actuales sacrificando deliberadamente a propósito esta actividad que constituye parte de los caracteres adquiridos de los que es efectivamente depositario o su aporte específico para este mismo conocimiento. En otras palabras : no es necesario renunciar a la poesía para actuar como revolucionario en el terreno social, pero ser revolucionario es una necesidad inherente a la condición de poeta. La aceptación de esta fórmula de inmanencia concluye, hoy más que nunca, no tanto en la justificación de la actividad denominada “arte moderno”, como en la precisión de las tareas revolucionarias, cuyo contenido debe imponerse, porque de ellas dependerá su misma existencia. Del rechazo de esta fórmula derivará la separación de poderes, que, en el eterno dualismo burgués, que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda, añadirá aquel donde el revolucionario militante al oponerse al artista, incita a éste último a recluirse dentro de su pequeña torre de famosa memoria. Estos dos términos de revolución social y de poesía, superpuestos en tanto que efectos de un interés común convertido en pasión, son inseparables, aunque aparentemente parecen, cada uno, corresponder a una técnica particular, exclusiva e irreconciliable. Para el poeta, la práctica de la vida la hace sin embargo un único mandato. En la frase “no es necesario renunciar a la poesía para actuar como revolucionario”, si se considera la revolución misma como la conclusión del régimen capitalista, y los individuos que la organizan, en contradicción con él y sin embargo todavía no liberados de los caracteres síquicos determinados por su ambiente, es fácil sustituir la poesía por el amor, los deseos e incluso los vicios- o en un sentido análogo por necesidades orgánicas, biológicas y materiales- para darse cuenta que sería ilusorio e ineficaz exigir la radical supresión de algunos elementos en beneficio de la idea revolucionaria. Un único método de conocimiento se aplica a la reducción de los términos de revolución y poesía, injustamente tomados como contradictorios, porque, emparentados en el plano de la evolución, por su común previsión de una integración humana en la justa medida de obligaciones y goces, y concomitantes en cuanto a la formulación de postulados de oposición a este desarrollo, todo debe ser cuestionado para concluir en la total concordancia de sus circunstancias.

Es difícil en la situación actual del poeta, concebir de otra manera que no sea ruptura de una determinada línea de cultura, de civilización, de poder social, la necesidad apasionada que forja en él una realidad cada vez más acuciante, mientras dejaba a la esperanza una amplia huida, la libertad de desarrollarse después de la ruptura, igual que su memoria, al anticiparse, interpreta ya como doloroso el angustioso peso que se encuentra antes de ella; pero, gracias al elemento irracional de esta esperanza, el poeta asume su responsabilidad, porque, hecho consciente, el proceso en formación de la realización, del que se pueden prever ya algunos caracteres tendentes a un promedio, le sumerge en un irremediable sufrimiento, al dejarle, tanto antes como después de la ruptura, al margen de todo. Acaso no sería este el hecho de que en virtud de esta esperanza unida a su elemento irracional, el poeta actúa sobre la historia y no la sufre como un poder superior, exterior a él, sino que se incorpora a ella para precisamente darle el sentido con el cual se identifica, no insertándose en su lugar exacto, que esta contento de haberlo conservado (como si la interpretación misma de los valores históricos no estuviese también sometida al cambio), sino al contrario, esforzándose en salir de ella y violarla, superarla e imprimirle su voluntad; no estaba actuando el movimiento supremamente humano de esta unanimidad de la poesía y de la acción poetizada, se tendría que ceder el sitio a los diferentes especialistas, al principio de actualización de sus medios de expresión y de combate, y a sus pretenciosas competencias, a estos especialistas que, mediante el obligatorio uso de anteojeras, aumentan en poder lo que pierden de profundidad, dejando en paz las adaptaciones necesarias a la pequeña felicidad, que no les interesan. Es preciso levantarse contra este materialismo mecánico, que quiere ignorar que el individuo debe estar esencial y totalmente integrado en el mundo, como proceso revolucionario, porque, al no ser nada ajeno a lo que pueda suceder, una doctrina de la historia por la historia me parece inadmisible por la misma razón de su carácter prácticamente estático y circunscrito.

Todo debe tender a la fusión de los datos de los problemas de cohesión y de comprensión estructural entre la poesía por un lado y la acción social por el otro, porque, independientemente de la inquietud real cuya expresión hacen evidente, estos problemas se plantean mediante el conflicto del comportamiento de una gran parte de la juventud actual, para la que la operación de sustracción de una actividad existente en beneficio de otra, se corresponde mal con la imagen que se ha hecho, profundamente arraigada, de un enriquecimiento espiritual.

A diferencia de las contradicciones internas de la burguesía, que creemos la harán perecer, las condiciones arriba esbozadas, al no conllevar diferencias extremas, deben encontrar una solución de reducción, y de esta solución dependerá el nuevo método de conocimiento que determinará la cultura del futuro. Para expresar esta solución concreta, y que corresponda con las aspiraciones del momento pero tendente ya hacia el futuro, cambiaremos en la visión del mundo todo lo que se le opone, convencidos de que, en su evolución, la fórmula exactamente humana (es decir contraria al sentido común) o incluso hipotética de los deseos y su satisfacción comprendidos los unos en la otra tanto como sujetos y como objetos, encierra en sí y en su expresión temporal su verdad permanente. Esto tanto más cuando no hay que atribuir a los sistemas cerrados del pensamiento, el valor rígidamente objetivo de una verdad inmutable, y la misión provisional de alimentar en esperanza una plenitud de sentido humano y actual, con miras a una posible integración de ese sentido en la realidad del mundo exterior, según las condiciones existentes en el momento en que los sistemas considerados como valores de agitación se han producido, y por medio de una flexibilidad de avenencia que se corresponderá con la cambiante necesidad del hombre tanto de hoy como de mañana y de siempre.

NOTA VII

LAS ESCLUSAS DE LA RAZÓN HUMANA

Dos polos de la existencia humana se disputan la primacía de los modos de pensar : el del estado de vigilia y el del sueño. Pero conectando uno con otro, el hombre pasa por una infinidad de grados intermedios. Sus elementos constitutivos, en lucha por la supremacía, se entremezclan o se separan, se superan o se suprimen de cara a la desaparición de sus constantes antagonismos. En este objetivo de reducción, yo considero aquí algunos procesos del pensamiento que se resumen, finalmente, por la proposición (tan desmoralizadora actualmente como revolucionaria en cuanto a sus resultados) según la cual no es posible ninguna identificación entre las realidades interior y exterior, en las condiciones existentes en la sociedad actual. Dejo de lado, por supuesto, los sistemas basados en la conocida trampa que se conforma con atribuir a una misteriosa X un valor objetivo y efectivo.

1) Tras haber transplantado en el sueño las manifestaciones de la vida perceptibles durante el día y unidas, por derecho propio, con las cotejos de sus sombras, el hombre las relaciona a escala de la noche, a pesar de lo que conlleva de insólito la voluntad de hacer coincidir una construcción síquica arbitraria, derivada de unas pocas premisas escogidas a modo de materialidad represiva, con una realidad de iluminación reducida, tal como procede de transformaciones necesarias. De esta metódica y crepuscular realidad que no puede tener otro fin que la supresión de la vida, pero que, aquí, se toma en el sentido de una deducción experimental, lírica y lógica de los nuevos postulados impuestos al fundamento del comportamiento humano, resulta una especie de demostración por el absurdo de la necesidad de mejorar, mediante el enriquecimiento de sus facultades, la naturaleza humana. El problema planteado es el de saber si la vida puede conducir a su propia negación o si su objetivo, dispuesto por la misma vida tal como se manifiesta fuera de nuestra conciencia, debe ser comprendido en su continuidad y su permanencia impersonal.

2) Tras el intento, en sentido inverso, de hacer viable en la realidad sensible y concreta una parcela de la vida del sueño, personificada por la nostalgia amorosa -este instrumento de una memoria más lejana que aquella, con límite inmediato, rodeada por el olvido temporal-, el hombre restablece, gracias al acto de transferencia, el equilibrio de los platillos diurno y nocturno en la balanza universal y, el contenido del uno perturbador del otro y a la inversa, apelando a la necesidad dialéctica de abolir sus relaciones de interdependencia en beneficio de una única realidad irracional. Esta proyección del sueño sobre la realidad exterior convierte en virtual el intercambio de las formas habituales de uno contra las del otro y, sin embargo, se relega a los marcos del individuo particular como destino-límite, y queda finalmente sin influencia sobre la posibilidad de transformar la sociedad. Tiende a una sumaria individualización de la célula humana ambivalente, y anticipa un estado de desalentador mal menor, donde el hombre actual podría encontrar un consuelo de tipo teórico, en un cambio efectuado al margen de la inversión real de valores del mundo y esto, a favor de algunos trastornos funcionales de su organismo síquico y el del universo, y en virtud de una transposición de su dolor inmemorial al terreno de una simulación de comodidad prenatal.

3) Tras el agotamiento de estos modos de conocimiento, que tienen como términos opuestos el día por un lado y la noche por el otro, el hombre descubre la realidad del mundo exterior y, solamente, bajo la forma extrema de lo que se aleja de él imperiosamente. Ésa es la forma de su rechazo a tomar contacto, excluyendo cualquier otra, con esta realidad impregnada de angustia, definida por su llegada al mundo, y aquella que no puede concebirse según los datos de la misma conciencia, cuyo uso se trata de perder en la muerte. Solo podría pues participar de este mundo exterior por medio de los dos caminos de la aridez y de la atrocidad terrestres, objetos y sujetos a la vez de atracción y repulsión, representados simbólicamente por el desierto y el hielo. Lo que realmente encontramos al alcance real de sus deseos, la representación del mundo cuya integridad no puede ser objeto de ninguna experiencia vivida, debe ser conquistado mediante una lucha acerba y sin cuartel, no del hombre como individuo, sino como peldaño del conjunto, producto de la oscuridad y la miseria, La transformación de la representación estructural, o ideológica, del mundo solo puede efectuarse paralelamente a la transformación del hombre como elemento social, impersonal. Aunque animado por el fuego, simultáneamente constructor y destructor, que combate con un aliento sintético de rebelión, el individuo solo actúa en función del residuo irreductible de la esperanza; y esta esperanza, al ir unida a un sentimiento de plenitud humana que, a su vez, no puede ser concebida sin la satisfacción de los deseos amorosos – aquellos que, muy especialmente en la sociedad actual, están envilecidos por las miserables condiciones de la existencia que se impone al hombre-, deriva para el individuo en la necesidad obligada por esta sociedad de sublimar estos mismos deseos, trasladándolos a un futuro concreto. En este plano, la humanidad se le aparece como una entidad realizable y adecuada en relación con las deficiencias, con las privaciones y con la dispersión de los elementos válidos característicos de la sociedad actual. Lo que impulsa, por lo tanto, al hombre a querer cambiar el orden social existente, está en estrecha dependencia con la representación, proyectada sobre el futuro, de las satisfacciones de estos deseos cuyo actual déficit puede constatar personalmente, condicionado por la organización económica y social. El valor revolucionario de las experiencias vividas radicará en el carácter violentamente negativo de su resultado. Se tratará de hacer al hombre consciente de sus deseos. Del poder y la cantidad de éstos, de la imposibilidad de satisfacerlos en los actuales marcos de la sociedad, descontada la parte de invención, y de las operaciones del subconsciente, dependerá la voluntad de cambiar el orden dominante de cosas y valores y como consecuencia el del mundo capitalista.

Tal es la eficacia de este reconocimiento de los derechos de anhelar, que preconiza cualquier sociedad constituida, con el objetivo de su conservación, ya mediante la moral, ya mediante la religión, la asfixia de los deseos, su represión o su amputación, es decir la desviación de los deseos de su sentido natural y el apaciguamiento de su virulencia. La toma de conciencia, por el hombre, de sus deseos específicos, prácticamente acompañada por su impotencia para colmarlos de forma equitativa, deben, me parece, determinar el movimiento afectivo fundamental del proceso pre-revolucionario. La distancia variable entre las circunstancias de los deseos y su posible realización, estará en relación directa con la tensión revolucionaria que derive de ella.

Compartiendo todo el valor explicativo que aporta el materialismo dialéctico en la concatenación de los acontecimientos, podríamos decir que la historia de la humanidad se traduce por la historia de los deseos humanos. Refleja los conflictos y las distancias entre los deseos y su satisfacción, los esfuerzos por disminuir esas distancias, por mezclar los contenidos latentes y manifiestos de los deseos o los de las satisfacciones, unos en detrimento de otros, es la historia de las transformaciones de la naturaleza de los deseos, con el fin de adquirir necesariamente las satisfacciones por vía de compensación, la de las barreras opuestas a su desarrollo natural bajo formas de servidumbres económicas y sociales, la de los drenajes por el canal de las religiones restrictivas y de las castraciones síquicas, la de su unión con los caracteres sado-masoquistas aumentados por el orden económico que, a falta de satisfacciones inmediatas de los deseos, ha podido encontrar en una voluntad de poder diferente al del amor (la conquista mediante guerras y la dominación material) una derivación monstruosa en el impulso primitivo del hombre, que consistía en engendrar la vida y acrecentar su placer. La equidad social, la nueva sociedad y los hombres que la constituirán se caracterizarán por una completa identificación entre los deseos del hombre y sus satisfacciones inmediatas. Y estos deseos, tal será la transformación del hombre, no tendrán ya nada en común con los deseos que hoy nos dividen hasta mermar la plenitud misma de nuestra conciencia.

Los actuales atributos de vicios, anomalías, perversiones están destinados a desaparecer como tales en la futura sociedad, porque se transformarán, ya mediante su asimilación con nuevas convenciones carentes de los actuales significados peyorativos, ya por su debilitamiento y su integración, como comportamiento habitual, en el conjunto de los nuevos deseos. Esta llamémosla santidad moral, exigida por los actuales revolucionario, que sólo ha producido la represión de los deseos, es una de las herencias más tristes de los principios del puritanismo y de hipocresía que mueven la ética burguesa. Es un elemento paralizador y, aunque confiere aparentemente al hombre de hoy una seguridad tradicional, no por ello constituye el peor enemigo del hombre como ser en evolución. La verdadera tradición de las costumbres se encuentra, en estado germinal y orientativo, en las sociedades primitivas. No podría tratarse de un regreso al paraíso perdido que representan, sino de la continuación de su línea mediante la superación histórica de las condiciones económicas, superación conforme a los logros modernos del hombre en el terreno científico. Se trata de acabar con las inhibiciones del pudor, con los mercadeos de la ambivalencia de los sentimientos y con la prostitución, lo que denominamos compensaciones síquicas, y con la sublimación demasiado frecuentemente impregnada de misticismo para que su principio mismo no nos parezca como sospechoso. Aunque cualquier dolor moral pueda ser trasladado a un sistema de coordenadas sociales, hemos olvidado demasiado en los remolinos de la batalla que a través de un nuevo orden económico, es el hombre y su liberación quienes son reto y objetivo; sería pues vano y peligroso que en vez de combatir la sociedad actual, preparándola por completo para la cultura del futuro sobre el sólido terreno de la economía síquica, atacáramos a un sistema global de cosas ignorando esta miseria moral que, demasiado profundamente anclada en el hombre para que desaparezca por simple encantamiento de consignas, determina sin embargo, en todos los casos y hasta el grado más alto de violencia, el componente afectivo de la voluntad de cambiar el mundo radicalmente.