A Philippe Bonnet
Sin la voluntad de expresión singular en cada individuo, la vida apenas sería concebible. Esta exigencia natural está relacionada, muy comúnmente, con los medios para cumplirla. Y, cuando queda insatisfecha, puede ser causa de locura. En la desproporción entre la voluntad de expresarse y las posibilidades de liberación reside tanto el delirio de los alienados como la actividad de los creadores, pintores y poetas.
Para expresarse, éstos últimos deben delimitarse el mundo donde se opera el desplazamiento de lo palpitante, de lo desbordante, a un plano estable, y esto según unas reglas creadas a medida que avanza el curso de las necesidades. Es cuestión, en la inmensidad del universo, de abrir una ventana que recorte esa parcela en donde, con la totalidad de sus atributos, se encuentre el uso que de ella se hace. El hombre habla y se expresa; pero, mientras la retórica describe y exalta, la parte dejada a la íntima expresión de la personalidad es fugaz. No podría ser retenida en modelos preparados de antemano. El tono es al hablar lo que lo aterciopelado de una brizna de hierba aporta de acrecentamiento al bosque. Este es el terreno de los gestos inventados que se sostienen con una sonrisa, el de los movimientos en estado original. Significan, más allá de su significado. Aunque escapen a la traducción literal, no menos necesitan la verdad singular de las cosas y de los seres.
La fijación de uno de estos instantes con la ayuda de la razón descriptiva es una empresa abocada al fracaso. Tomados en el seno del tiempo y de la luz, con todo lo que conllevan de provisional y de profundización anclada en el movimiento que les une, estos instantes sólo tienen de personal su necesidad de continua transformación. Tanto es así en las relaciones entre las palabras y el lenguaje, como en la representación de la naturaleza frente a su cualidad intrínseca.
Sólo en los límites definidos por el valor de las cosas, tal como ademásaparecen en su situación en el espacio y en el tiempo, el pintor o el poeta pueden intentar expones su visiónacerca del mundo. Aún es preciso que la re-creación de las condiciones indispensables para la localización del instante proceda de una experiencia vivida.
La belleza será ingenua o no será .
Podrá sentarse sobre sus rodillas o, más exactamente, torcerle el cuello, sin embargo nunca será regalada, es necesario conquistarla. Podría decirse otro tanto del amor. La belleza será vivida . Desprovista de su inocencia, es sólo su caricatura, su vulgar parodia.
Esta operación de transferencia es un juego trágico, una especie de muerte ritual. Hay que matar la emocionante realidad del mundo para hacer surgir su fruto. Y esto no ocurre sin peligros reales, al identificarse el mismo creador, como sujeto y objeto a la vez, con la desgarradora acción de la que él es el instigador.
Esto es porque una obra de arte válida es de alguna forma un milagro. Aun suponiendo que la sangre de los objetos encoge a la luz de una lámpara, cuando el día se desescama en los límites de la ciudad, y cuando, con un solo chorro, la noche trae el cuerpo del delito: solamente entonces el mar llena el horizonte con una armonía desde hace mucho tiempo familiar.