Conservando completamente intacta su personalidad, ¿debe identificarse el pintor con el universo de las formas, de los colores y de los sentimientos para acceder a esa íntima comunicación con la naturaleza de las cosas que parece constituir una de las condiciones esenciales del conocimiento? En las dificultades de conciliar, de alguna manera, la realidad interior con el mundo circundante, podríamos apreciar la distancia que le separa del paraíso perdido que no es otro que el de la infancia.

¿O cabe pensar que es ésta una actitud pasiva, que conlleva una cierta pérdida de los valores adquiridos? La creación artística sería pues para algunos , un acto voluntario enfrentado a la lógica de un mundo que avanza en el camino del perfeccionamiento técnico sin retroceso posible, sin parada ni introspección, sin consideración hacia el hombre desalentado, asfixiado en la carrera por la creciente importancia de las cosas que él ha creado y que terminan por anegarle.

O, en la medida en que el hombre pierde gradualmente el control de su porvenir, ¿No es menester restablecerlo, ayudado por su consciencia, en el centro de todas las preocupaciones?

Lejos de significar un abandono, la inmersión en ese lejano pasado que se confunde con la infancia de la humanidad, cuando es conducida al poder de la consciencia, constituye un deliberado enriquecimiento deliberado de la persona humana : una fuerza latente surgida de las ciénagas del olvido y hecha patente. Tal es la trayectoria del artista cuando se sobrevuela el inescrutable conglomerado de vías que se abre en su búsqueda de verdad. Es importante volver a encontrar el hilo interrumpido de la primera espontaneidad. La concordancia entre la naturaleza de las cosas y la del individuo. La evidencia misma. Aquí entramos en el reino de la libertad.

Poigny participó intensamente en el movimiento de liberación de la expresión artística que, tras el cubismo, el suprematismo y la pintura abstracta, hizo tabla rasa de todas las convenciones. Pero si la libertad en el terreno plástico como en el de la representación, es una regla de juego plenamente aceptada hoy, la libertad de espíritu, la que interviene más allá del conocimiento específicamente pictórico, sólo se manifiesta entre los creadores, para quienes el estadio de las investigaciones no fue sino un tránsito necesario que antes implica en él las posibilidades de ser transgredido.

Las obras de Pougny testimonian esta libertad de espíritu que yo llamo poesía. Ciertamente, no es posible conquistar la libertad con la ayuda sólo del razonamiento, mediante la aplicación de preceptos codificados. La adhesión a este principio vivo conlleva un elemento afectivo, una exigencia donde el amor entre los seres y las cosas es el motor invisible pero siempre presente. El espíritu de libertad sólo se adquiere a título individual : está cada vez por reinventar. A pesar de la multiplicidad de sus caracteres, es único y singular. Es él quien da acceso al conocimiento. Sin embargo, los caminos que conducen a él son numerosos y variados. ¿Acaso no resumen, de hecho, los impulsos mismos de la vida?

Los vemos correr y entrecruzarse; se detienen bruscamente o giran en redondo; son amplios, luminosos, oscuros, tortuosos, áridos, conectados por senderos y atajos, comunican entre ellos o van a la deriva; bailan o lloran; enlosados con duros sílex o cubiertos de espuma suave al tacto, atraviesan en pleno pecho al hombre flemático o angustiado, o transcurren a su alrededor, a veces ricos en tentaciones o pobres en promesas, pero siempre presentes, apremiantes, impacientes. Caminos de aire, de agua, de tierra o de fuego, pueden llevar lejos a aquél para quien la concordancia entre la naturaleza de las cosas y la naturaleza del hombre es un fin por alcanzar, un fin constantemente fugaz, un lugar inestable; y también pueden perderlo en el momento en que el fin aparece al alcance de la mano cuando, apenas asomado, zozobra en la confusión.

Aún se intenta hacer sensible, si existe, la concordancia de la que hablo. Al escapar continuamente a la consciencia, sólo podría agarrarse identificándose con su recorrido. Así se determina la experiencia vivida que es la aventura del artista. Sin embargo, no se percibe ninguna huella del esfuerzo consagrado. El acto de conocimiento reviste las formas fáciles y serenas de la simplicidad misma. Y nada hace prever que en cada etapa todo está por reiniciarse.

Los niños, los primitivos o aquellos a quienes les están vedadas ciertas vías de conocimiento no tienen ataduras que superar. La fusión entre la realidad del mundo exterior y la suya se produce en recipiente cerrado. Aunque viven en un ambiente de consonancias y aunque se bañan en la profunda armonía de valores aparentemente opuestos, su estado permanece en gran parte en el nivel de lo inexpresado e inexpresable. Substancia de su vida, esta inocencia se confunde con la memoria. No conocen la trágica ruptura que se opera en el ser por poco que sea consciente de su naturaleza dividida.

No es cuestión de retroceder de ninguna manera a una etapa definitivamente superada. A partir del divorcio entre el orden edénico de la ingenuidad, perdido para siempre, y la consciencia en movimiento del presente, conviene edificar el nuevo universo donde el objeto de arte ocupa su espacio, a la vez objeto y sujeto, creación y reflejo, imagen y espíritu.

Al igual que la ciencia y la filosofía, pero mediante procesos exclusivos, el arte es un modo de conocimiento. Tiene como misión poner al descubierto las relaciones orgánicas entre los factores de la existencia y los del universo. Es una profundización de las leyes de la naturaleza, pero no tiene nada de sistemático. El artista rechaza el empleo de cualquier método de análisis o de investigación. Todo lo más, utiliza medios personales e individualizados que, unidos a otros procedimientos del mismo tipo, constituyen una urdimbre, un fondo común y definido. De ahí la multiplicidad de vías y su constante renovación. De ahí el inmenso depósito de conocimientos que es la historia del arte en su camino paralelo a la historia a secas.

Por supuesto, el arte-oficio, medio específico, es una premisa básica, una entrada en materia. ¿Pero qué pensar de esa pintura, por ejemplo, que sólo expresa su propia técnica, que no apunta sino a demostrar la excelencia de su retórica? En la cárcel donde está presa solo existe artificio, afectación y frío cálculo frío. La pintura empieza allí donde termina su especificidad. Quiero decir cuando se convierte en poesía. Cuando su objeto particular se integra en una visión del mundo, ella misma subordinada a un concepto de vida. Cuando, ante su presencia, renovada a cada momento, pintor y proceso de creación forman un solo cuerpo. Cuando la duda, inherente a la realización de una obra, adquiere las proporciones de un hecho vivido por él, ocuparía solo el espacio de un soplo, de un fugaz temblor. Tensa, como la cuerda floja sobre la que avanza el artista, y en virtud misma de los riesgos que éste afronta, éste sentimiento puede conferir a la creación artística los caracteres de la universalidad. Es así cómo en el eco de las incertidumbres superadas hierve y se constata lo que cada individuo indistintamente siente removerse en lo profundo de sus entrañas.

Pougny es de los que mejor percibieron esta provisionalidad que posee el signo de la eternidad. El placer que se desprende del feliz encuentro entre el hombre y lo que le rodea abre pues unas perspectivas especialmente porque los medios lo hacen cumplir no tienen la pretensión de situarse más allá del estrecho margen de seguridad que se deja a la existencia misma.

Conmovedora, impredecible o trémula, indecisa o burlona, pero siempre precisa, porque revela misterios que se nos aparecen en su desnudez como si los hubiéramos comprendido desde siempre, la obra de Pougny se impone con la perseverancia fortuita del sueño, mientras su proyección sobre la vida real parece familiar a nuestra sensibilidad.

El secreto de la pintura de Pougny reside en el hecho de que es poesía. No por los objetos representados – aunque estos juegan también un papel de pretexto- sino por la naturaleza intrínseca de su expresión que nace de un instante fugaz, de un fogonazo, de una vibración : un universo contenido en un microcosmos y que reproduce mediante sus repercusiones, de oleada en oleada, la riqueza misma sobre la que se funda la posibilidad de conocimiento del hombre.

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Igual que la poesía que es superación continua, el arte de Pougny impele así con su poder expansivo en la fidelidad hacia él mismo.

Ni énfasis, ni grandilocuencia : sólo el amor por los seres y por los objetos y , por encima de todo, el ferviente pensamiento de un hombre que, tras haber explorado las tumultuosas regiones de las formas y de los colores y haber contribuido a abrir nuevas salidas a la expresión pictórica, emergió a plena luz, desplegando ante nosotros el producto de su milagrosa pesca. Es la risa, mezclada con la vida cotidiana, de las cosas emocionantes que ya no podíamos mirar a la cara.