¿Por qué extraña singladura el espíritu del poeta, sobre todo después del romanticismo, se atribuye caracteres de un ser privilegiado, de un ser singular, cuando no de esencia superior, que escapa a cualquier categoría social?

Aunque es difícil admitir que el poeta forma realmente parte de una casta dentro de la sociedad, es sin embargo evidente que aparece como un ser aislado en cuanto tratamos de integrarlo, como elemento activo, en el conjunto de las relaciones establecidas entre los hombres. Este aislamiento no está determinado por la naturaleza de su oficio de escritor, sino por una cualidad que se añade a este oficio, una especie de misión de la que se cree encargado y que, saldando con ella su actitud ante el mundo, le da la sensación de dominarlo abarcándolo en una comprensión exhaustiva. Esta comprensión puede llevar hasta confundirse con él. En este doble movimiento de singularización y comunión, de atracción y repulsión, de amor y de desprecio hacia el mundo exterior, el poeta parece hallar una especie de maleficio que le impacta. Sin embargo si él se glorifica de ello, del mismo modo que lo sufre, es porque por ahí adquiere la aureola de mártir, y a la vez, la admiración de sus compañeros ampliamente dispensada. El poeta “maldito” es ante todo consciente de su aislamiento. La burguesía le considera como un ser peligroso para su estabilidad mostrando todo interés en él por lo que aporta, derivado de su propia dignidad, sabe esperar el regreso del hijo pródigo. En cierta medida, es rechazado por la sociedad, mientras no se someta a las condiciones que ella le impone, las de adherirse a los principios del orden establecido. Sin embargo el poeta maldito espera de la misma sociedad el reconocimiento póstumo de su cualidad de precursor y de víctima. De hecho, el mito forjado alrededor de su personalidad es tenido en cuenta como un excepcional destino individual, sin que se haga mención de la oposición a la clase dominante que fue sin embargo el principal motor de su rebelión.

Esta resistencia a cualquier adaptación al medio es, en general, propia de la adolescencia como fenómeno efímero. ¿Acaso podría creerse que el poeta prolonga sus impulsos adolescentes y los rechazos que provocan los entusiasmos de sus primeros descubrimientos afectivos? La voluntad de absoluto que los acompaña caracteriza la formación de un sistema de valores éticos. Existe, para salvaguardar la frescura de estos impulsos, un tributo a la libertad interior que consiente en pagar quien, por su misma importancia, constituye una especie de garantía previa de la pureza de este negocio. No mezclarse en los asuntos del común de los mortales se convierte en un principio por el cual el poeta espera prevenirse contra la pérdida de sus facultades en adelante asociadas a las virtudes de la adolescencia. No falta ya mas que un paso que franquear para encerrarse definitivamente en la torre que, por ser de marfil, no por ello aparenta menos una prisión.

Pero el poeta, y esto es un hecho fundamental del romanticismo, abandona la torre de marfil para mezclarse con la vida. Es porque la poesía, lejos de ser autosuficente, es una de las manifestaciones de la vida : últimamente existe por todas partes, solo se trata ya de reconocer sus señales. Así el aislamiento del poeta se acomoda a nuevas exigencias y encuentra un alimento apasionante en sus relaciones con la vida exterior. Sufrimiento y aversión tienen por objeto, confeso o no, enderezar la mala organización social, fuente de las injusticias e infamias de este mundo. Y cualquier manifestación contra el Estado policial solo podría tener su valor en la medida en que se exprese públicamente. La presencia de testigos que sean capaces de registrar las reacciones así provocadas se convierte en un requisito fundamental. Es la necesidad de acción del poeta la que le incita a constituirse en colectivos. Tales son, en el origen de tertulias y escuelas literarias, los principios generales que determinan su formación. No nacieron únicamente de una libre asociación destinada a defender intereses comunes, un funcionamiento más secreto dirige, en el plano afectivo, su constitución. Se trata de instaurar una nueva manera de vivir en una especie de sistema más o menos coherente, Se trata, para una serie de individuos destinados a una frenética vida espiritual, de reencontrar los primitivos instintos sociales y esto dentro de los límites del clan, sin que intervenga la parafernalia ritual y mística que supone una consagración de tipo religioso. En las relaciones de fuerzas entre los diferentes miembros del grupo, el enfrentamiento de los retos, la competencia de la creatividad, el respeto a los tabús y la fidelidad a las virtudes preconizadas de nuevo, son unos vínculos capaces de imprimir en la conciencia de casta una tensión que favorece el nacimiento de los mitos. Y el desvanecimiento de esos mitos, soportes necesarios para la cohesión del clan, señala a la vez el fin de la actividad común.

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La oposición de los románticos contra la sociedad adoptó, desde el inicio, formas subversivas completamente reseñables. La Lycantropie * de Pétrus Borel no es una actitud estética, hunde sus profundas raíces en el comportamiento social del poeta. El poeta sale de su despacho de trabajo, es arrastrado por los remolinos de la batalla, se pelea contra sí mismo, contra los demás, contra Dios y contra el mundo. Está completamente comprometido con la identificación entre vida y poesía. Toma conciencia de su inferioridad en la escala social y de su superioridad en el orden moral. Se debate entre los límites extremos del peligro mortal y de la felicidad vislumbrada.

* “Sí, golpear y castigar, ¡ninguna piedad para el hombre cobarde y codicioso! Y en absoluto es a una casta, una determinada categoría a quien apunta, sino a los hombres en general – al Hombre, que él aborrece, que sueña ya con huir en soledad. Este odio total se expresa con el nombre terrible que se asigna : el Licántropo, es decir el hombro olobo o mejor : un lobo para el hombre.” Aristide Marie : Pétrus Borel (1922)

Del poeta licántropo de Borel al poeta maldito de Verlaine, el camino ambivalente del amor imposible y del odio universal aúna a Baudelaire con Corbière, a Lautreamont con Rimbaud, a Verlaine con Mallarmé. Una tradición de conducta, un nuevo código de honor del poeta entra a formar parte en lo sucesivo de la historia de la poesía. Nada podría estar prohibido al poeta desde el momento en que el sufrimiento le da derecho a complacerse en una especie de estado de gracia espiritual que contiene el secreto de su poderío.

Denominados así como escarnio, los Camorristas adoptan para sí mismos este nombre con un fin manifiesto de provocación. Su historia comienza por un mínima anécdota. Al final de un velada particularmente agitada, un grupo de Jeune-France es detenido en la calle por escándalo nocturno. Sirviéndose como escusa de una canción que vociferaban donde se repetía la cantinela “montaremos el follón”, el periódico reaccionario Le Figaro se ocupa del escándalo y les ridiculiza con el nombre de Bousingots (Camorristas). Su intención es desacreditar, ridiculizándolo, al movimiento de los republicanos cuyos más extremistas eran los Joven-Francia. Poco importa que el grupo haya tenido una existencia en torno al nombre de Bousingos, a lo que O´Neddy considera contestar; nosotros nos conformamos con saber que unos caracteres comunes unen a los que detentan esta extrema izquierda literaria atribuyéndole una cohesión a priori, una fisionomía a parte. Según O´Neddy, el grupo estaba formado por seis poetas : Gérard de Nerval, Pétrus Borel, Théofile Gautier, Augustus Mc. Keat y Philotée O´Neddy. Pintores, escultores y arquitectos, forman igualmente parte del círculo. Sin pertenecer de manera formal, otros escritores participan del espíritu de los Bousingos para citar solo los más importantes, Xavier Forneret y Charles Lassailly. Sus excéntricos atuendos les apuntan a la mofa y al desprecio de los viandantes, pero la toma de conciencia de su superioridad en el orden moral les empuja por el camino del escándalo y del peligro. Unas leyendas acompañan sus pasos. En cierta medida, sus escritos reflejan la postura que tomaron en el plano asocial. Su republicanismo utópico que preconiza las teorías anarquizantes, su cínico individualismo les hace odiar cualquier vida social. La idea peyorativa del burguésviene de ahí. Una moral propia, exclusiva de los miembros del grupo que les conecta por sus estrictas exigencias, supera a la moral corriente. Es de suponer que su sectarismo no llegaba sin cierto terror a ejercerse en nombre de la comunidad. Se desarrolla entre ellos un vocabulario especial, y aunque no se establecieron normas iniciáticas con respecto a nuevos miembros, es sin embargo después de repetidas pruebas como éstos serán admitidos a compartir las responsabilidades del grupo.

La ligereza o la ironía con las que los Bousingos acompañan frecuentemente, para salvarlas del ridículo, sus afirmaciones demasiado presuntuosas, como un antídoto inherente a la naturaleza de su pensamiento, me parecen tener una parte nada despreciable en su manera de expresarse. No hay que tomar al pie de la letra algunas exageraciones a partir de temas aparentemente válidos ni la exasperación de los términos llevada hasta el absurdo de sus conclusiones. Una duda subsiste en cuanto a las intenciones adelantadas en sus escritos sobre todo porque está basada en elementos irónicos que tienen una doble intención : una dirigida hacia el lector que teme ser engañado y otra hacia el autor mismo que se previene contra los ataques que se arriesga a sufrir. De hecho una especie de dandismo “pasotista” podría decirse, gobierna la actitud del poeta, sin que, por esto, la reacción de sus semejantes le sea totalmente indiferente.

La incertidumbre que suscita esta confusión premeditada entre la seriedad y la superstición da origen a un nuevo humor con base dramática que sustituye a la comicidad tradicional. Es un elemento de negación, dialécticamente incluido en toda proposición, debilitando su eficacia en beneficio de alguna fuerza desconocida, informe pero presente.

El uso como epígrafes en obras de Borel y Lassailly de interjecciones absurdas, a las que los autores atribuyen un sentido pretendidamente profundo, es una de las formas de humor cuyo desarrollo dialéctico desplaza el término final de la operación a las regiones de lo inefable y de la pura superstición.

Junto a la excesiva fanfarronada, la gran afición de los Bousingos a la extravagancia y a la paradoja se explica por su deseo de afirmar frente a la burguesía su voluntad de destrozar los marcos de la sociedad y los del pensamiento académico. Ante todo son innovadores. Y emplean la exageración y la mistificación como factores de rebeldía. La tradición de los Bousingos permaneció viva a través de Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Jarry y Apollinaire, y contempló una especie de culminación en Dada y en el surrealismo de la primera época. Fueron las últimas sacudidas violentas de esta tendencia que otorgaba a los valores morales un lugar infinitamente más importante que a los artísticos considerando completamente el reino de la poesía como la principal manifestación vital. La poesía misma es moral en su esencia y no lo que expresa.

La actividad propiamente poética va unida al fenómeno de la licantropía que se podría definir como un movimiento afectivo de subversión que tiende a reabsorberse en la vida de clan y que encuentra en la representación de un mundo superior al mundo circundante la realización de los deseos proyectados sobre el porvenir. La turbulencia irreductible y la misantropía agresiva de los poetas aún bajo la influencia de la adolescencia rebelde, al hilo de algunas convulsiones sociales que dejan un poso de insatisfacción en su espíritu, pueden así dar vía libre a su contradicción interna hecha de despecho y humor, de intransigencia y complicidad, de insolencia y esperanza. Vemos allí, por otra parte, impulsada al extremo y en negativo, por decirlo así, la imagen misma de la clase en el poder reflejada por los signos precursores de su propia negación.

Mucho más por su espíritu que por sus escritos, los Bousingos, a pesar de su efímera existencia, mantienen un lugar de privilegio en el desarrollo del pensamiento poético moderno. Contribuyeron a liderar la rebelión del poeta sobre el camino de la libertad que algunos reconocen hoy en día, plenamente realizable, en los objetivos de la vanguardia revolucionaria, sobre el terreno de la acción práctica y en la práctica de la acción.