ALMA DE TZARA-Marius Leonte- Parque Tzara de Moinesti

La poesía solo adquiere su significado mediante contraste. Así, perdida en medio de lo que se representa como tal sin llegar a ser expresión coherente, disimulándola mediante el malentendido que crean algunos artífices de palabras o de formas habituales, la poesía aparece tanto más unida a su propia necesidad –en cada caso particular, condición ymedio a la vez- cuanto esa necesidad se distingue de la voluntad de utilizarla como un vehículo de sentimientos y sensaciones.

Esta necesidad se manifiesta por la disgresión utilizada entre el término inicial (condición) y el término final (medio). Cuanto más cercano uno al otro, la traducción, por así decirlo, literal y la voluntad de expresión aparente, más responde el resultado a esa manía de la lógica convencional de la que el poeta aprendió a desconfiar sin llegar no obstante a desembarazarse de ella completamente. Para enmascarar esta insuficiencia el poeta se entrega a toda clase de trampas verbales e incluso hasta cierto punto en la ingeniosidad que proporciona este maquillaje reside para el seudo-poeta el fundamento de la poesía.

Pero cuando el requisitovinculado a la naturaleza del poema se confunde con el deseo que pertenece al poeta en exclusiva, es decir que los datos de la poesía-actividad del espíritu coinciden con los de la poesía-medio de expresión, podemos estar seguros que todas las premisas están suficientemente fundamentadas para que pueda abordarse el terreno de una tercera categoría, el del conocimiento.

La reciente antología de poetas de la N.R.F., por la misma causa que su falta de cohesión de las tendencias representadas, proporciona la ocasión de buscar, a través de sus diferencias, los principios comunes aptos para formular una crítica de la necesidad poética.

No me detendré en la poesía de Apollinaire, lo que exigiría un largo desarrollo, pero tenemos derecho a preguntarnos qué norma guió la elección de sus poemas : por mi parte lo encuentro poco representativo. Estamos principalmente atados, me parece, al aspecto pintoresco de Apollinaire que le aproxima a los poetas diletantes, olvidando mostrar esa cara despojada del “encanto” sugestivo, pasajero y ocasional al que la poesía actual debe, en gran parte, su singular fisonomía.

B. Cendras y L. P. Fargue demuestran un frescor que, a pesar de la usura de los años, no ha perdido nada de su brillantez. Aun hoy el discurso, la entonación de frases que forman parte del lenguaje semi-popular sin ser proverbios, así como el apego de estos poetas a una cierta violencia en el plano exageradamente “vital”, conservan intactos sus valores y la preocupación por sacar la poesía de los marcos esotéricos para ponerla al nivel de una representación de hechos diversos.

Desde el punto de vista moral, pero de una moral sectaria, por tanto abstracta, considerando el sistema con el que se construyen un especie de seguridad, se les reprochó, especialmente su negligencia y la poca seriedad que les arrastraba hacia actividades dudosas precisamente según el ángulo de esa moral – sus reportajes en Paris-Soir entre otras- se convierte en mucho más explícito si abordamos su examen objetivo. Su rechazo a afiliarse a una doctrina se encuentra ya indicado en sus poemas donde la entidad “vida” en su totalidad oscura y tiránica, parece aplastarles como a hormigas. La rebelión y el sometimiento ejercen, desde entonces, en este proceso, la función de constantes ilusorias. Parece que el instinto debe, en estas condiciones, alcanzar la primacía sobre cualquier otra consideración.

Una cierta tendencia mística no es extraña a la ideología de estos poetas. Su estructura licantrópica aspira a que el narcisismo exasperado a cuyo alrededor hacen gravitar el mundo sólo se justifique gracias a un complemento que únicamente se encuentra en unas fuerzas inventadas, “supra-terrenales”, su razón de ser. Además, todo lo que se mueve entre estos dos polos intercambiables, el mundo y los dioses, se convierte en un juego amable donde individuos pusilánimes llevan una vida “modesta” de peleles dirigidos por las pasiones. El deseo de poder sólo puede expresarse en razón misma de la debilidad del entorno social. De ahí, las tendencias empobrecedoras en cuanto al mundo exterior, en Fargue, anarquizantes o simil-heróicas en Cendras, amorales y regresivas en ambos y la elevación de su libertad poética a nivel de dogma.

El entorno social toma el aspecto de una masa incolora y sumisa cuando se trata, para ellos, de identificarse con los individuos que lo componen sin que, en el comportamiento de la sociedad, apoyen al dominado ni al dominante; por eso su actitud complaciente, muy seductora afectivamente, pero peligrosa en cuanto la idea de una conquista llega a perturbar la calma de cuyo logro se sienten satisfechos.

Así, bajo la forma de un dinamismo innovador en el plano afectivo, se oculta una pasividad perezosa en el terreno del conocimiento. Sin embargo, el conocimiento, como objeto a conquistar y por el empuje que exige, tiende en las circunstancias actuales y cada vez más a comprobarse como revolucionario. La indiferencia a este respecto de Fargue y de Cendras les sitúa ya fuera de las preocupaciones vitales de nuestra época.

La necesidad poética se presenta completamente diferente en P. Claudel y Saint-J. Perse si la consideramos bajo el doble aspecto de sus componentes : obstáculo y conquista. El hombre sale crecido de esta prueba que es su poesía, ningún juego encuentra su sitio, tan cerrada parece la. La inspiración deliberadamente religiosa del primero y animista del segundo no son extrañas a su actitud, en apariencia impresa de una impasible serenidad, actitud en contradicción con el burbujeo poético de sus obras. La determinante licantropía es, por decirlo así, subterránea, únicamente está presente en un impulso que permanece imperceptible durante la duración del poema. Así la parte de pensar no dirigido es allí mayor : la poesía-actividad del espíritu domina la parte del medio-de-expresión. La palabra como el significado tiende ella misma a desaparecer bajo la presión del oleaje que provoca el poderoso movimiento de la poesía-actividad del espíritu. El dinamismo cognitivo la lleva a la afectividad. Pero, en estos dos poetas, no se trata ya de reacciones amorales en la situación social que ocupan. Tenemos realmente la elección deliberada de una moral consagrada, utilitaria y conformista, completamente al servicio de las fuerzas opresoras del Estado capitalista. El caso merecería un estudio en profundidad. Pero, ¿estamos ante los suficientes elementos de apreciación? Podemos adelantar que, en Saint-J. Perse, el abandono de uno de los términos morales de la agresividad licantrópica, el excesivo deseo de “pureza”, generalizado, (que sin embargo puede haber existido en la base de la determinación del poeta, mientras que su rechazo puede interpretarse como ulterior dimisión del clan embrionario) con la pretensión del éxito inmediato en el plano práctico, se corresponde con el cese de toda actividad poética. Esto confirmaría mi tesis : una ruptura en la relación de los antagonismos licantrópicos provoca el asentamiento en una satisfacción fuera de la vida imaginativa. Como, por el contrario, en P. Claudel, el elemento de estabilidad social llevado hasta su apología y la ayuda efectivamente aportada a un estado de cosas repugnante por su injusticia, por su mediocridad y por los móviles que lo definen (acaso no sería esto mismo sino la ausencia de protesta en su opinión) puede ir de la mano con una rebeldía y una agitación de lo más productivas, esto no se explica fácilmente : el oficio de embajador, en contra de oficios inferiores, sólo podría ejercerse en virtud de una íntima adhesión a los principios que sostienen al Estado capitalista y, como consecuencia, al mundo actual. Como la transposición de este mundo en otro, mejor, tiene lugar, según la religión, después de la muerte, es preciso disponer de una facultad poco común de compartimentar la razón para no distinguir la ligazón entre la rebeldía particular y el objeto que la rige, el mundo actual, sobre todo cuando están tan mezclados. No creo que la oposición del catolicismo a una sociedad positivista, anticlerical y burguesa, dentro de esta sociedad, sea suficiente para poner en marcha, fuera de los marcos sociales, una antinomia suficientemente expresiva. Ni siquiera una especie de charlatanería inconsciente del funcionamiento moral explicaría la continuidad de una producción poética tan tensa y tan violentamente determinada por el principio de licantropía. ¿Acaso puede la conciencia, atrapada por los detentadores de la lucha de clases, ocultarse indefinidamente arrojando sobre la realidad de esta lucha el velo de la falacia? En este caso la pureza unívoca que exige la función poética debería, saltando completamente sobre el terreno de la vida práctica cuidadosamente marginado, poder ser contemplada como situada en una vida fantasmal fabricada con todas las piezas y que cohabitaría sin antagonismo aparente. Habrá que convenir pues que toda la debilidad moral del poeta reside en esta promiscuidad organizada.

Prisioneras de un orden social con base tipo dominante y represiva, ¿cómo llegan las representaciones de rebeldía a sublimarse en una figuración antitética? éste es el problema que plantea, junto al modo de existencia de P. Claudel, su poesía, y, por lo mismo, la deformación de las ideas religiosas sometidas al conservadurismo burgués.

Los poetas unanimistas están todos incluidos en esa antología : G. Chennevière, G. Duhamel, L. Durtain, J. Romains y Ch. Vidrac. Como entre estos poetas la afectividad se expresó de manera directa, casi unilateral, esto debía llevarles a buscar en la prosa novelada una salida más conforme con sus preocupaciones, donde el particularismo de sus escritos se concretiza de una manera permanente aunque despreciable ante los ojos de los que compaginan ser actores y espectadores a la vez. El predominio del pensar dirigido sobre el no dirigido postula un débil estado licantrópico como determinación básica. Aquí, la licantropía no es ya más que un descontento. El giro “prosaico” de esta poesía le confiere un carácter especial. Incluso allí donde el unanimismo es menos programático, en la oposición inicial entre sujeto y objeto, la adhesión sin resistencia del poeta a este último le lleva a adoptar una posición sentimental descriptiva en la que el objeto por conquistar es precisamente el medio de expresión hacia el que esta poesía se inclina poderosamente. No carece frecuentemente de una especie de encanto auditivo, basado sobre todo en la sorpresa de tiempos superpuestos.

Desnos, Eluard, Michaux, Peret se ubican, cada uno de manera diferente, en el punto extremo de las actuales tendencias poéticas. Por su combatividad, por la afectividad licantrópica contenida, indirectamente expresada en sus poemas, la necesidad poética como inherente en el principio de conquista tiende al conocimiento y representa, en esta antología, el elemento progresivo por el cual la poesía continúa su rápida evolución en lapsos en la curva ascendente hacia la poesía-actividad del espíritu. Exigiría un análisis particular hasta qué punto, en cada uno de estos poetas, la conciencia de una realidad de hecho se conforma con ir acompañada de algunos síntomas y constelaciones obsoletas. A partir de ahora se puede afirmar que la imagen poética es válida en la medida de que es una imagen vivida. Podemos decir que la imagen poética debe necesariamente derivarse de una experiencia vivida (Erlebniss). En sí misma debe ser vivida como un acontecimiento, cono una aventura o como una experiencia. No puede existir aislada del conjunto que constituye su zona de participación, porque, mediadora entre la vida del poeta y la necesidad del poema, sólo se reafirma en razón de esta homogeneidad funcional. Sin embargo, los elementos poéticos consagrados, retomados de otros ciclos de inventores, solo pueden adscribirse a un nuevo circuito de poesía si la verificación de sus valores se ha cumplido reviviendo sus razones de ser y no si han sido reproducidos mecánicamente como adquisiciones brutas o independientes. Todo lo que se llama “gratuidad” procede del despreciable terror del escritor ante la página en blanco y consecuentemente se escapa a la definición en la que intento englobar al poeta y a la poesía. Las laxas uniones del magnetismo bastan quizás para señalar los “gustos” de un escritor, pero no disimulan la mediocre cualidad de los avances que extrae en sus aspectos literarios accesorios.

En cuanto a la poesía de P. Valery es un “juego” con contenido ideológico igual que la de Cocteau carece de él. Para ambos, la poesía es un ejercicio, una forma, nada más que eso. Además de su gran fatuidad. Aunque el juego constituye una necesidad para los niños, ninguna necesidad justifica esta clase de productos. No se prejuzgue pues aquí a la poesía que, además, no la hay, es inútil obsesionarse.