Si la imagen poética sólo fuese el frío y fortuito encuentro de ciertos elementos alejados los unos de los otros, como lo pretenden algunos críticos que han deformado el pensamiento de Reverdy, la poesía se vería reducida a un mero ejercicio de palabras. Este procedimiento frecuentemente usado en la poesía denominada “moderna” se arriesga a convertirse en un juego fácil. Es poco representativo de este modo de sentir y ver en el que, al margen de cualquier cuestión formal, la mayor parte de los poetas, desde Baudelaire y Mallarmé, se complacieron reconocer el espíritu mismo de la poesía. La confluencia que rige la elaboración de la imagen, para ser válida, debe ser vivida, es decir experimentada, vista, traducida y expresada en un momento relevante en la vida del poeta : un recorrido nada gratuito, peronecesariopara futuros desarrollos, una unidad emocional unida a al conjunto de su visión del universo, el eslabón necesario en una serie ininterrumpida.

Podría oponerse a esto el concepto según el cual cualquier expresión, incluso la aparentemente gratuita, liberada del control de la razón, representa la condición, en estado bruto, del individuo. Por ser inaccesible a la inteligencia inmediata, se podría añadir que no es menos verídica, según el principio de que nada es gratuito en la vida síquica y que el producto de su simbolización esta forzosamente alejado del objeto de partida. Ésto sería verdad si la poesía sólo fuese una experiencia, la expresión de la vida oculta del individuo en estado primario, una especie de exorcismo, un ejercicio de liberación mental. Pero la poesía debe ser algo más, donde teniendo todos estos elementos su sitio, en diferentes grados, superan la actividad puramente mecánica o pasiva unida a la cuestión de las palabras. La poesía actúa. Está vinculada con el proceso del pensamiento. Por ahí se reúne con la vida en su base inicial, puede convertirse en método de conocimiento.

Pierre Reverdy parece ser el poeta que mejor entendió el sentido de lo que debe ser la imagen vivida; su poesía, cuyas raíces están plantadas en el suelo de lo cotidiano, se eleva, por encima de la lógica habitual, hasta una inteligencia exhaustiva del mundo circundante. En él la adaptación del plano de la realidad racional al de creación poética tiene lugar en una atmósfera donde los objetos se entrechocan, desapareciendo por completo su sonido, lo que confiere a cada imagen una soledad sin límites : entiendo que, formadas por placas sucesivas, las imágenes se cubren y se yuxtaponen o se colocan una junto a la otra sin entorpecer la esencial desnudez del poema y esetono singular que domina toda la obra poética de Reverdy.

Podríamos decir que, tras haber descompuesto la realidad vivida en elementos únicos, Reverdy los reubica para crear una nueva realidad, según un modo particular de construcción en el que el poema se envuelve en sí mismo en un aliento perfectamente equilibrado.

Reverdy emanó una inédita sensibilidad acerca del mundo, en su aspecto específicamente poético; su lugar está entre esos creadores de valores que más han contribuido a cambiar si no la vida, al menos su significado, tal como esta definiéndose como época y como historia. Y, a través de de la crudeza de lo real y de la soledad a la que el mundo actual nos condena, él alcanza la inmensa transparencia que es el territorio donde la poesía refleja esa vida que, para cada uno de nosotros, está hecha a imagen de su drama y en la que, sin embargo, nos encontramos entre objetos familiares.