GUILLAUME APOLLINAIRE

I

LA CONDESA ALONDRA

La influencia de Guillaume Apollinaire está lejos de debilitarse. Este hombre, este gran poeta que nos había habituado a proezas fuera de lo común, estuvo animado por un amor tan apasionado por la vida que, veintinueve años después de su muerte, llega a emocionarnos erigiéndose aún entre nosotros, superando el marco de su muerte corporal, para instalarse en pleno centro de la actualidad literaria de esta época.

Sombra de mi amor, que acaba de aparecer, este libro esperado desde hace treinta años, contiene setenta poemas de amor, la mayor parte inéditos, dirigidos a Lou, la condesa “Alondra”. Poemas de un amor imposible, de un amor que se ejerce contra y a pesar de todo, donde interviene la vida cotidiana del poeta, iluminada por el asombro que, únicamente la realidad circundante suscita en la infinita riqueza de sus posibilidades evocadoras, es la larga historia de una pasión vivida durante la guerra que estalla en cada página de este libro.

Pues infinita es la simplicidad de las cosas por el resaplandor universal que las proyecta en nuestras memorias. La presencia de Apollinaire, presencia de objetos y sentimientos, al mismo nivel de una sensación inmediata, se impone aquí, con toda la fuerza de la generosidad de su don de espontaneidad. Ninguna pantalla se interpone entre el hecho y la escritura, entre la sensibilidad y la formulación. A través de las vicisitudes del día, donde el dolor y la esperanza, los peligros y el humor van a su ritmo, Apollinaire aparece en la íntima desnudez de su poderosa personalidad. Ningún poeta fue más libre en su elección, sus palabras y su expresión. Esta libertad interior no se rechaza de ninguna forma, porque va desde los versos de sencillos poemas de un folclore inventado a grandiosas imágenes que sólo un Transeúnte imponente hubiera podido arrojar en el universal trasiego de la poesía. (Pienso en el verso “las vacas del poniente mugen todas sus rosas”.) Es útil recordar esta audacia poética de 1914-1915, hoy cuando algunos que se erigen en apóstoles se aferran a su mezquina mentalidad, cuando no se dejan encerrar en las cajas de jabón de sistemas que huelen a moho.

La armonía de los versos de Apollinaire no es la de una música auditiva; radica en el encadenamiento interno de las imágenes y en el tono del discurso cuyo secreto posee. Jamás poeta alguno fue más consciente de la novedad en todos los sorprendentes aspectos del mundo moderno. Y además, ninguno fue menos sistemático. De ahí esa riqueza de las repercusiones inesperadas y la actualidad de Apollinaire.

Si el poema Yendo a buscar los obuses tiene la grandeza del Cántico de los cánticos, El Amor, el Desdén y la Esperanza, Las Cuidadoras, ¿y yo qué sé? muchos otros, de ahora en adelante se enmarcan entre los más hermosos poemas de Apollinaire. Y esto no es decir poco….

Los amigos de Apollinaire que conocen el cuidado que ponía en la elaboración de sus libros estarán sin embargo decepcionados por la presentación de la presente edición. Los fallos de impresión y la defectuosa transcripción de los versos hubieran podido ser evitados fácilmente. El editor nos previene que ha seguido escrupulosamente el manuscrito original. Ese es precisamente el reproche que le hacemos. Sabemos que la cuestión de la puntuación en poesía preocupó a Apollinaire en grado sumo. (Ver la carta de Julio de 1913 a Henri Martineau publicada por André Rouveyre en El Divan, 1938). Siguiendo a Mallarmé, esta supresión de los signos de puntuación tuvo sobre los poetas modernos que retomaron su uso una influencia determinante, porque, a partir de la nueva estructura del verso que implicaba, el mismo concepto de poesía se encontró profundamente modificado. Si André Rouveyre tuvo en cuenta muy precisamente esta particularidad en la transcripción de los poemas de Sombra de mi amor, en su Apollinaire (aunque los cortes de algunos versos no sean siempre conformes a su sentido), es lamentable que el editor de Ginebra no los haya tenido en cuenta.

Situado cronológicamente entre Alcoholes y los Caligramas de los que forma parte, esta recopilación debería haber sido impresa como Apollinaire lo hubo hecho, es decir sin puntuación. Sabemos, por otra parte que, aunque muchos manuscritos de Apollinaire contenían la puntuación, él las quitaba siempre en las pruebas de imprenta. Las galeradas corregidas de Alcoholes que tengo en mis mano son solamente una prueba supletoria.

Y es preciso sobre todo mencionar que la transcripción en prosa – más o menos fantasiosa – de los Caligramas, a los que el editor añadió títulos de su invención, nos parece una herejía. No faltan los ejemplos de la manera en que Apollinaire afrontaba su tipografía (Sic, Catálogo Survage-Lagut, etc.). Y todavía más grave me parece el descarte arbitrario de versos en muchos poemas (o más bien haber reproducido los descartes del manuscrito sin interpretarlos tipográficamente), el lector no iniciado puede tomar fragmentos de un mismo verso como versos distintos.

* * *

Así como (y demos las gracias a su editor por la alegría que nos ha procurado) acaba de ver la luz un gran libro de amor, en este noviembre sombrío, un amor por la vida nos ha sido revelado en el mismo momento en que la incertidumbre amenaza con empañar la eterna belleza de este mundo, una nueva esperanza se abre camino para sostener a los que no pueden creer que la vida debe forzosamente andar hacia su ocaso. Sombra de mi amor no es sólo un libro de poemas, en el que el azar quiso que permaneciese intacto, sin las correcciones que Apollinaire hubiera dejado de hacer si hubiese publicado el libro en vida, sino también una emocionante historia. Por la transparencia irisada de los objetos que lo componen, este libro se sitúa cerca de las cosas y de su verdad. Es, por otra parte, un testimonio de la voluntad bravía de Apollinaire de vencer todas las dificultades. Es una lección de optimismo y, a pesar de la decepción amorosa final, de valor y de confianza.

¿Cómo podría yo al leer esos poemas, no escuchar el acompañamiento en el interior de mi oído de la voz aterciopelada de Guillaume Apollinaire que, grabada en un disco de gramófono, sube, desde las profundidades del pasado, a la superficie de la memoria? Una voz cálida y monocorde , pero extensa por el fervor que la anima.

París, el día de las exequias de Apollinaire, tenía el desorden de los niños a quienes nada estaba prohibido. Existían promesas de gran alcance y el porvenir habitaba en cada hombre, en el centro de su esplendor. El armisticio, nuevo mundo, latía en millones de pechos. Otro armisticio, éste con la muerte, había terminado ese día, Entre el dolor y la alegría, surgían aún, más allá el misterio de esta indagación que durante toda su vida Apollinaire había infundido a su alrededor, su buen humor, su risa y su velada tristeza. El siglo acababa de entrar en su adolescencia con la despreocupación de los locos deseos de vivir. La poesía era vida cotidiana y algunos de nosotros creíamos que la poesía era amor, que estaba por todas y partes y se inventaba en cada esquina. Durante mucho tiempo el eco que me había golpeado en pleno pecho repercutió con el paso de los días. Recuerdo una noche, sobre 1923, pasada en Auteuil (era después de un estreno de los Ballets Suecos ) en casa de Lou, la Condesa de C. Tenía unos ojos vivos de loba tierna y la acción, en su casa, estaba al alcance de la mano, a flor de palabras, como su gracia irónica, confundidas en un mismo movimiento. Tuve entre mis manos el precioso manuscrito. Una alegre multitud derrochaba esa noche la nueva risa. Crevel y Rigaud se enontraban entre nosotros. Y, también para ellos, el amor por la vida era un alcohol demasiado fuerte. Se reunieron con Apollinaire en esa oscuridad siempre viva para aquellos que les conocieron, donde la brutalidad del mundo ya no puede herirlos. Poetas asesinados. ¿Y qué hay que pensar de una sociedad que cree que la poesía debe engendrarse en el sufrimiento y se vanagloria de ello, que asesina poetas cuando no los deja medio morir de hambre. El no sabía, el Poeta asesinado, que García Lorca, a quien tanto amaba, debía ser bestialmente abatido en un jardín de Granada, de su Granada. Ni que Saint-Pol-Roux, su antepasado en magnificencia, debía ser asesinado por los mismos enemigos del hombre. Ni que Max Jacob, su más íntimo compañero, el colaborador de las Veladas de París y Desnos, quien le colocaba en el trono más alto de su mitología cotidiana, debían pagar con su existencia la pureza de haber creído en “la inocencia” de la vida.

Que la sangre de todos los poetas asesinados, conocidos o desconocidos, haga reflexionar a los que se preocupan algo por juicios que la historia no dejará de traer sobre nuestra época, en este año donde los espectros de la muerte se orquestan en perspectivas a la ligera, en este año donde los espectros de la muerte se organizan con perspectivas de insensatez, en este año del que se dirá que se ha complacido en exaltar atómicas bajezas y sospechosas fraternidades. Porque nada podría pesar en la conciencia de los individuos con mayor intensidad que esta frágil amistad de los hombres que se llama poesía, Tal es su debilidad, tal es su poder, que a fin de cuentas, de ella se extrae la substancia secreta de las más valiosas enseñanzas.

II

EL LEGADO DE LA GUERRA

¿Acaso el armisticio de 1914 será para siempre recordado, bajo el signo de la muerte de Apollinaire, como un símbolo de la atrocidad de las guerras, como una demostración de que la misma victoria, en su efímera fertilidad, forma parte, con los huesos de los cadáveres sobre la tristeza, de un mundo destinado a la alegría? Parece que los poetas, lo sepan o no, expresan la la conciencia de una época mejor y más profundamente que los tratados de historia; esos eternos heridos ¿acaso no abrieron con sus vidas, con sus muertes, un largo y doloroso surco en los campos frecuentemente en barbecho de la memoria de los pueblos? Y es preciso reconocer que entre las vidas que fueron marcadas, troceadas o interrumpidas por la guerra, se destaca la figura de Apollinaire, cargada de un significado conmovedor.

La inocencia misma de su canto, que coincide con la de su espíritu, dota de un fulgor prestigioso al recuerdo de este poeta y su poesía le asegura una eterna presencia entre nosotros. En la serie de cataclismos que el hombre ha desencadenado, de los que únicamente es responsable la razón desnaturalizada, el hombre mismo aparece como una víctima de sus propios instrumentos. Este drama, en el que una especie de inconsciencia de las contingencias causales de la guerra va de la mano con el amor hacia la vida, se nos revela en un reciente libro (Tierno como el recuerdo). Sin embargo nada de libresco, quiero decir de intencionalmente construido para suscitar nuestro interés, en la recopilación de estas cartas íntimas que Guillaume escribió a Madeleine, su novia de veintidós años encontrada en el tren de Niza a Marsella el primero de Febrero de 1915. Es una gran novela de amor, de muerte y de esperanza -¿Pero podría hablarse de novela, y en ese sentido concebir que un autor pretende sufrir el mismo fin trágico del desenlace?- y aunque esta correspondencia finaliza precisamente con la herida en la cabeza que provocó la muerte de Apollinaire, también existe en la transformación de sus conceptos sobre la vida, una lección de modestia que se nos ha aportado como una contribución al conocimiento del comportamiento humano. Sin embargo, al abordar esta experiencia, no podemos sustraernos a la conmovedora realidad cuyo objeto es poner en escena el carácter de uno de los más grandes poetas de nuestra época. Esta materia rica y generosa, vívida y viva, es la misma vida del poeta en los límites de los peligros del frente.

Tierno como el recuerdo no es sin embargo el título que le hubiera convenido a este libro. Aunque la imagen corresponde al drama de Madeleine, no ha lugar aquí para esfuerzos constantes, violentamente abiertos hacia una felicidad vislumbrada, hacia la verdad del que fue “Guy al galope”. Y de hecho con el sonido de alguna Balada endiablada de Chopin asistimos a la galopada enloquecida por la que Guillaume se lanza a la conquista del amor absoluto, fruto de su intempestiva y desenfrenada imaginación. Lo que ocurrió en el permiso pasado en Oran con Madeleine, no lo sabemos; tras su regreso al frente, nos encontramos en presencia de un Apollinaire preocupado, el drama se precipita, es herido y en algunas misivas, escritas entre la conffusión y la fiebre, dos veces repite la frase : “Las heridas de la cabeza curan rápido”. ¡Ay! Es preciso desengañarse : “No vengas, sobre todo, me causaría excesiva turbación. Sobre todo tampoco me escribas cartas tristes, eso me aterroriza… la llegada de cualquier carta me espanta”… Después la última carta (16 de Septiembre de 1916) : …Mi regimiento ha sufrido el horror y el honor. Creo que apenas queda nada de él.. mis compañeros de guerra están casi todos muertos. Todo esto es bastante macabro y ante una evocación tan terrible, no sé que añadir…

Entonces el silencio se cierne sobre lo que fue la gran esperanza del amor entre Apollinaire y Madeleine, No habrá nada más que añadir. Excepto la muerte. Apenas habrá tenido tiempo de casarse con la Hermosa Rusa y de escribirle el poema-testamento que lleva el nombre y la belleza de ella.

Al contacto con la guerra se produjo en Apollinaire un cambio que se escapó a sus biógrafos. Su actitud se convierte cada vez en mas grave, más recelosa. Hay que reconocer que Madeleine le había planteado cuestiones embarazosas que le hicieron reflexionar. Imbuida por el idealismo de Jean-Christophe, Madeleine parece cultivar el gusto por la verdad, esa aspiración a la pureza del sentimiento que marcó su juventud y la de toda una generación. En varias ocasiones le habla de ello a Apollinaire e insiste. Con respecto a Por encima del conflicto, él se expresa primero con desconfianza, pero reflexiona en ello, mal informado por otra parte por la prensa que trató de envilecer el soplo de aire puro que el pacifismo de Romain Roland representó a través de las miasmas y las mentiras de la guerra. Apollinaire, el 14 de Agosto de 1915, escribió : “En cuanto a Romain Roland , lo defiendo también en lo que dije de él y sé que algo de Europeo hay en él e incluso en su actitud. Pero es demasiado largo extenderse aquí comparando mis dos cartas (la de hoy y la otra) precisamente llegareis a ver que no estoy loco y sé hacer las cosas…..”

El 29 de Noviembre de 1915, Apollinaire va durante diez días a primera línea. Las cartas que escribió entonces aportarán el testimonio de los espantosos sufrimientos de los soldados. Tanto es así que, no con angustia – porque su valor está hecho de simplicidad – sino con un agudo presentimiento de lo que le espera, el 14 de Marzo de 1916, Apollinaire anuncia que, por segunda vez irá a primera línea, al día siguiente, escribe : “No he dormido esta noche. No hay descripción posible. Es inimaginable”. El 18 es herido.

Lejos está ahora la hermosa despreocupación del poeta que escribía : “¡Ah cuán hermosa es la guerra!” Un único deseo, que finalice pronto. Habrá un día que contar las contradicciones, del lento camino en el espíritu de Apollinaire que, marchó a la guerra como un desafío, como una exasperación del sentido mismo de la vida y regresó herido no sólo en su cuerpo, sino en el secreto de su espíritu y en la radiante juventud de su fervor. Y entonces tratará de contemplar en qué se ha equivocado, no habrá que olvidar el papel que la sociedad, cuyas trampas no supo desbaratar, le impuso y que caracteriza y resume en esta frase extraída de una carta que me escribió el 6 de Febrero de 1918 : “En lo que a mí concierne, aunque soy soldado y herido, aunque voluntario, un nacionalizado (las palabras de esta guerra están tachadas) obligado como consecuencia a una gran circunspección.

No hay duda de que otros testimonios vendrán a dar a la circunspecciónde Apollinaire un sentido más preciso, aquel, en suma de lo que representa para un poeta de nuestros días la lucha por la vida que frecuentemente se confunde con la lucha por la gloria.

La circunspección de Apollinaire es sólo una de las facetas de su múltiple personalidad, como la de su duplicidad que no es sino la simplificación de su naturaleza profundamente ávida de verdad. Las cartas a Lou, que no desesperamos ver publicadas algún día, completarán esta imagen. No podrán molestar mas que a espíritus superficiales.. La complejidad del autor de Sombra de mi amor no está a merced de juicios sumarios.

Lo que domina, a distancia y jalona su trayectoria, es el tono de esa especie derealeza de la que está impregnada la persona de Apollinaire, igual que la magnificencia de Saint-Pol-Roux se impuso ante sus contemporáneos. Todavía nos alcanza su influencia, sin discusión posible, como una señal de la naturaleza.

“Es así como en toda travesía de felicidad u otras, yo siempre fui feliz porque la vida misma es mi felicidad”, escribía a Madeleine el 9 de Agosto de 1915; ahí está el origen de la realeza que ha ejercido sobre la poesía desde hace cincuenta años. ¡Felicidad! En 1918, acabada la guerra, ¿quién no suscribiría esta desiderata?

Apollinaire murió sin comprender del todo que el rodillo compresor es el de las coaliciones de intereses puesto en marcha para salvaguarda de los privilegios y que por circunstancias bautizamos con el nombre de civilización.

Y los poetas olvidan. ¡Hermosa despreocupación! Sin embargo por lo mismo han tenido que aprender como se hacen estas cosas, como acaban. Max Jacob es uno de ellos, y el sueño de ternura en el que vive, le sorprende en plena crisis de ingenuidad. Y Max también es atrapado por la máquina demoníaca cuyos engranajes funcionan en todos los escalones, desde la traición hasta el compromiso. El nunca comprendió nada. ¡Pobre Max!

Como las dos hojas de una puerta gloriosa que da acceso a este siglo poético -los poetas saben que el siglo tiene varios inicios- un modesto anuncio en la revista Sic, en 1918, comunica “la próxima aparición” de los Caligramas de Apollinaire y del Cubilete de dados de Max Jacob. Dos monumento de la poesía actual ven la luz y son muy pocos aún los que saben apreciar su grandeza, la calidad de su don de encantamiento. Max Jacob murió como consecuencia de la que dijimos última que no era sino la continuación de la primera. Y ya algunas gentes hablan de preparar la tercera.

Para nosotros que conocimos las dos guerras precedentes, es sin embargo reconfortante, el ver a qué grandiosa escala todo se puede emprender para desalentar a sus partidarios. Los de mi generación, al detestar la primera guerra solo supimos reconocer en el frontis de la novedad, que la admiración que habíamos profesado llevaba los nombres mágicos de Apollinaire, de Picasso, de Max Jacob. Es una alegría cualitativa ver que el único superviviente de este asombroso trío que cambió el color del mundo, el que honra nuestra época, quiero hablar de Picasso, vio la mentira en el origen, el crimen que se preparaba y que, con toda la fuerza de su conciencia de hombre y cargado del mismo porvenir de esa conciencia, proclamó la voluntad de paz.

Así, aunque son arduos los caminos por los que circula en un desorden aparente la multiforme voluntad de los hombres, se hace la luz, entre nosotros todavía en pleno día, y cada vez más todo ocurre para que precisamente esto sea así. En pleno día. Ya, si sabemos escuchar bien la voz de Charlot en Candilejas, percibimos que las palabras “esto es el progreso” están introducidas con la malicia de la clandestinidad. Esto ocurre en un país cuyos gobernantes ya no pueden soportar escuchar la palabraprogreso sin ruborizarse. En este estado donde declina la dignidad del hombre, todo vuelve a ser posible, el crimen, el asesinato.

Y es obligación de los poetas – y de los que creen en la poesía- extraer la conclusión, la verdadera, de la enseñanza que nos legó elPoeta asesinado, enseñanza que, por haber ejemplarizado con su muerte, no por menos sostendrá el coraje de los vivos.

I I I

ALCOHOLES

El Aguardiente que Apollinaire había destilado a partir de la sustancia misma de los sufrimientos y alegrías del poeta y que, durante mucho tiempo, había conservado de reserva- ¿no tenía treinta y tres años cuando su primer libro vio la luz?- no solamente ha conservado su poderoso y primigenio valor, sino que aún han mejorado gracias a la calidad de los frutos que entraron en su composición e igualmente con la acción ferviente, invisiblemente mantenida, de varias generaciones de admiradores. Para ellos, a fin de cuentas, este libro se convirtió en lo que Las Flores del Mal habían sido para Apollinaire y sus compañeros. La misma similitud del sistema metafórico que rigió en la elaboración de estos dos títulos, –Las Flores del mal, Aguardiente-, se manifiesta en la concepción antitética de la vida desafiando a la muerte bajo el aspecto del porvenir que, por una parte, Baudelaire veía fracasar en la inutilidad de las escusas, mientras que a Apollinaire lo conducía hacia las fronteras cada vez más amplias de las posibilidades humanas. A las debilidades de Baudelaire, en sus desesperados esfuerzos por escapar del círculo mágico, hipnótico y perturbador de la maldición, responde, a pesar de las dulces melancolía de los amores interrumpidos, el espíritu que Apollinaire hace renacer en cada etapa de la evolución humana como una respiración triunfal y el ritmo mismo de la esperanza.

En esta dirección, donde se impuso el cuestionamiento de los problemas humanos y del lenguaje poético en particular, dirección determinada por la precisión del mundo moderno, es necesario investigar la razón profunda que decidió a Apollinaire a cambiar el título de Aguardiente por el de Alcoholes. En el juego de palabras sensiblemente intencionado, Apollinaire prefirióla desnudez exacta, real, sin promiscuidad posible, de la palabra que sólo es ella misma, significada en su rotundidad, sin trasfondo alusivo, o, mejor, exento de las seducciones de la imaginería sublimada.*

*(Parece que fue Cendras quien encontró el título de Alcoholes, pero esto no cambia en nada el auténtico alcance de la decisión tomada por Apollinaire de sustituir el de Aguardiente.)

Así podemos interpretar el poder metafórico del término escogido por Apollinaire como título de su obra, como una especie de repulsa del trayecto alegórico y simbólico del pensamiento baudeleriano, y en este rechazo debemos deducir el significado de paso adelante que constituye el modernismo apollinario en relación con el de Baudelaire. Los Alcoholes agresivos y plebeyos, opuestos a las flores delicadas y aristocráticas, resumen la suma del realismo lírico que Apollinaire ponía en la balanza de los tiempos modernos y contrapartida del de Baudelaire **, históricamente válido en todos sus puntos. Es preciso pues convenir que los dos, aunque se hallan en la bisagra del modernismo de su época, son igualmente sus representantes realistas y cualificados, los líderes de esa ala en marcha de la juventud que en el terreno literario constituye la vanguardia revolucionaria. Me explico. El realismo de Baudelaire deriva de la perspicacia de su visión del mundo contemporáneo, al cual confirió apariencia y contenido. Al actualizar la realidad de la vida cotidiana, en todos sus aspectos, físicos y morales, introdujo en la vida de las ideas una clarividencia que acabó por desterrar las quimeras románticas que obstruían a la juventud de entonces, ávida de avanzar. El panorama de la vida y la moda femenina, la miseria y la superpoblación de las ciudades generadas por el desbordamiento comercial e industrial, el vicio y la vileza, esos venenos secretados por la nueva sociedad, como el progreso, hasta en el alumbrado de las calles, y este nuevo fenómeno : la metrópoli, ciudad tentacular con un único y poderoso aliento y ya no el placentero agrupamiento de comunas que fue el París anacrónico de los románticos, todos estos elementos de la renovación realista reflejados por Baudelaire componían el imaginario fresco en el que Apollinaire podía fundir su propia imaginación cuando, a finales de 1901, arribó a París. Podemos afirmar que vivió en la atmósfera espiritual definida por las amplias perspectivas que Baudelaire había abierto en la vida del espíritu. Pero no pretendo dar aquí una imagen exhaustiva del lirismo de Baudelaire. Sin la complejidad de su universo afectivo, ¿sería el gran poeta de ecos terriblemente actuales para nuestros espíritus? Y lo mismo ocurre con Apollinaire – ¿no le debe por otra parte el haber descubierto en primer lugar los encantos de su propio discurso? – cuya poesía no podría ser circunscrita a los marcos teóricos que había establecidos. En el trasfondo ideológico de su pensamiento, sobre el que parece desfilar la historia misma, he intentado fijar los puntos cruciales de su realismo poético. Y así se revela igualmente, en su desnudez estructural, la obra de Villon, en la encrucijada de ese siglo XV al que imprimió un movimiento decisivo, oponiendo al romanticismo naturista de sus predecesores como Carlos de Orleans – él nunca evocó la naturaleza ni el amor idealizado – la sustancia de su propia vida, las relaciones con sus contemporáneos, la vida de todos los días y el realismo del lenguaje oral y de las circunstancias temporales. A este característico rasgo anti-romántico de Villon, cuya línea continúa a través de Du Bellay y Verlaine, debemos relacionar el apasionado interés de Apollinaire en la consideración de poetas que cultivaron el lenguaje hablado e individualizado, gestual y expresivo, al encuentro del que, basado en las generalidades representativas tomadas como símbolos que, para Hugo como para Mallarmé, aunque desde polos diferentes, sirve de fundamento para la elaboración de la imagen. También, Rimbaud, ese otro gigante del pensamiento poético, debe a la sensibilidad de Baudelaire el haber reconocido la realidad del mundo circundante tal como era y no como los románticos hubieran querido que fuese y, en cualquier caso, el haber superado completamente la generación de los Parnasianos mediante la violencia de la vida contradictoria y llena de baches que se expresa en sus versos. Profeta de la novedad, que confia en la ciencia de los ingenieros y del porvenir, podríamos creer que es en él en quien pensaba Apollinaire al decir : “La nueva poesía es toda estudio de la naturaleza y de nuestro nuevo mundo. Imagina fábulas proféticas que posteriormente realizarán los inventores”.

**(Rogers Allard, en su Baudelaire y “El Espíritu Nuevo”, Ed. Carnet Critico, 1918, resume excelentemente, pero para rechazarlas, las tres propuestas de Apollinaire contenidas en el prólogo a La obra poética de Charles Baudelaire , Biblioteca de los Curiosos, 1917, de la siguiente manera :

“En Baudelaire, se encarnó por primera vez el espíritu moderno.”

“Apenas participa en este espíritu moderno que procede de él.”

“En la actualidad cesa su influencia.”

En otro orden de ideas, no carece de interés el inicio de este estudio de R. Allard : “Que un poeta como Baudelaire pueda conquistar, en plena guerra tantos lectores nuevos, es para algunos tema de asombro. Sin embargo nada más natural. Siempre las grandes epidemias, las terribles catástrofes vieron resplandecer prodigiosamente grandes pasiones amorosas.” Olvidamos con demasiada frecuencia que antes de la guerra de 1914, Baudelaire a pesar de su inmenso prestigio, tenía pocos lectores. ¿Acaso, recordándolo, no podemos relacionar este fenómeno de la guerra con la última en la que el Poeta Asesinado alcanzó los inicios de una verdadera popularidad?

Aunque los simbolistas barajaron de nuevo las mismas cartas que Baudelaire les había proporcionado, el papel de instigador que asumió Jarry ayudó poderosamente a desmitificar su época literaria. Sin embargo el material y los medios que empleó eran en gran parte prestados por la mistificación simbolista. Ahí reside la gran ambivalencia de Jarry que escapa a cualquier definición. Mucho más que Walt Whitman, Verhaeren, los unanimistas y los futuristas, Jarry, mediante su humor despojado de lo cómico y mediante ese elemento de sorpresa del que Apollinaire dijo que era la “ nueva gran vitalidad” preparó un terreno favorable para la eclosión del Espíritu nuevo.Joven, descarada e iluminada, así se presenta esta tendencia que Apollinaire definió como el carácter esencial del mundo moderno. Y bajo este aspecto puede prevalecer al haber barrido definitivamente las nieblas que los simbolistas usaron inmoderadamente donde todo parecía lívido y fantasmagórico.

Podemos decir que el gran poeta que fue Apollinaire puso fin a la era de los poetas malditos. Con él comienza la de la poesía conquistadora.

Todo es conquista en este vasto dominio donde la poesía es constante invención, como en lo sucesivo ya no se tratará de vivir su vida, sino de inventarla a cada instante. ElEspíritu nuevo¿no integró la poesía en todas las actividades humanas? Incluso en la industria, la publicidad, la marcha de los pueblos y la evolución de la vida ¿son inseparables de esta poesía que es un clima social, una manera de pensar, el lenguaje de los hechos y el acento de los acontecimientos? Con esta excelsa lucha Apollinaire había conquistado el derecho a reinar sobre nuestra época poética y los Alcoholes que proponía para el consumo de las multitudes tenían el don de proyectar sobre la pantalla del porvenir las secretas aspiraciones de los hombres hacia una vida radiante, mientras que su amor, amor real de carne y sensaciones, debía encontrar la plenitud en el inmenso estremecimiento de un espectáculo siempre renovado.

La fe de Apollinaire en la ciencia y en su poder de cambiar la cara del mundo es proclamada en un tono profético y optimista que extrae su fuente de un pasado tierno y doloroso. Es también, por eso mismo, un antídoto para estos tiempos revueltos.

Cuando, en 1913, apareció Alcoholes, Apollinaire había superado ya la etapa en la que Zona constituía el punto culminante, me refiero a la transición a los Caligramas, a los poemas-conversación y al simultaneísmo en el que el poeta veía una expresión más adecuada al mundo moderno que la de los Unanimistas aún descriptiva y declamatoria. Zona mismo es la culminación de toda un actividad cuyo campo de batalla fueron Las Veladas de París, primera serie. En la carta a Madeleine del 30 de Julio de 1915, Apollinaire escribe : “…en Alcoholes, quizás es Vendimiario el que prefiero, también me gusta El Viajero,* por lo demás amo mucho mis versos, los hago cantando y me canto con frecuencia lo poco que me acuerdo y es muy poco, sobre todo ahora…”**

*(Es verdad que en la misma carta, que aporta tan valiosas enseñanzas sobre Alcoholes, Apollinaire añade a los poemas que prefiere : “ esos Esponsales dedicados a Picasso cuyo sublime arte admiro … ninguna duda de que con la Hoguera no sea mi mejor poema si no el más inmediatamente accesible”

**( De esta canción, siempre la misma, Max Jacob se sabía el aire que había aprendido de Michel Leiris. Éste me lo recordó aún en Roma, en un restaurante popular, donde, habiendo conocido que uno de los camareros, antiguo pastor recientemente llegado de su montaña natal, componía versos, al solicitarle que nos lo recitara, se puso a cantarlos. Incapaz de decirlos de otra manera, ¿no es la viva demostración de que la creación poética popular es inseparable de la canción?

Como los antiguos bardos, cuya tradición se mantiene en varios lugares, y notoriamente en la fiesta vasca de Sare, donde aún se puede asistir a combates líricos, que improvisaban sus versos cantándolos. La ambición de Apollinaire fue frecuentemente dotar a su poesía, que es ágil como la circulación por las calles de París y el bullicio de los cafés, del carácter cotidiano, hecho de palabras absurdas, significativas y significantes. Un aliento lírico sin embargo atraviesa este material de lenguaje en bruto, aliento evocador que, como el de Marot o Du Bellay, es aportación de la canción popular. El uso que hace de él Apollinaire hace pensar que un sentimiento comparable a su ternura hacia el Aduanero Rousseau no es ajeno al desarrollo de su gusto por el “mirliton”.

En Alcoholes aparecen aún poemas muy antiguos, como La Canción del Mal amado, escrita en 1903, esa verdadera mitología del excesivo amor insatisfecho, del demasiado enorme amor en un mundo muy pequeño, donde el espacio aumenta a medida del estremecimiento que anima al poeta, al margen de los marcos temporales y de la geografía convencionales. El modernismo de Apollinaire y su sentimiento de lo real estaban adelantados en sus poemas anteriores a 1912, cuando El Mercurio de Francia se decidió por fin a publicar el volumen. Para Apollinaire, la solución del realismo adoptada por los pintores cubistas formaba ya parte de su concepción poética. La descomposición preconizada por ellos de los elementos objetivos estaba destinada a una ulterior reconstrucción según un orden más cercano a la naturaleza íntima de las cosas y a su situación en el espacio que la visión aparentemente reproduce en la superficie de la tela mediante los trucos de la perspectiva y de las ilusiones figurativas. Al igual que la poesía de Apollinaire hacía referencia a imágenes impactantes, más que a las metáforas, la gramática discursiva existía allí parcialmente sustituida por una especie de sintaxis gestual y por el dinamismo de la conjunción de factores aparentemente dispares. Alcoholes se ubica en el mismo centro de esta época crítica, capital para la comprensión del arte y del espíritu actuales.

Era preciso utilizar medios radicales para librar y ganar la batalla literaria. Y mucho más por su gusto instintivo que por causa voluntaria Apollinaire debe el haber detestado el docto mallarmeismo y el haber renovado una tradición que viniendo de Villon, a través de Ronsard (André Rouveyre cita incluso a La Fontaine), llega a Rimbaud y a Verlaine, en lo que se refiere a la simplicidad de la expresión verbal, al tono confidencial, antirretórico, más recitativo que oratorio, opuesto a las complejidades gramaticales de los románticos y los simbolistas. Y es así como su poesía, al impregnarse de la cadencia del lenguaje hablado, del recurso a los lugares comunes, a las locuciones proverbiales, a lo que define el gesto corporal y vocal, a lo que apoya el sentido de la palabra y va incluido en su verso y tan íntimamente incorporado a él que puede prescindir de la puntuación, que incluso exige la supresión de la puntuación para poder afirmarse en su totalidad expresiva. Es el verbo mismo de Apollinaire que reconocemos en sus poemas, esa voz aterciopelada, grave y persuasiva que nos confirman las grabaciones fonográficas en vida, con la monotonía del recitado, la inimitable inflexión, la profundidad hierática y familiar. N.T.

N.T .(Doy fe de ello porque poseo la grabación realizada en la Sorbona el 27 de Mayo de 1914 que incluye tres poemas : Le Pont Mirabaeu, Marie y Le voyageur y publicada por André Dimanche en 1992.)

Una gran parte de la historia de Alcoholes se halla registrada en las primeras pruebas que Apollinaire corrigió y que, una vez aparecido el libro en 1913, regaló a Sonia y Robert Delaunay. En paquetes pequeños, entre el 31 de Octubre y el 6 de Noviembre de 1912, la imprenta Arrault en Tours hizo llegar las galeradas a Apollinaire. Agua de Vida debía empezar por La Canción del Mal amado (plaquette 3ª). En esta hoja ya, Apollinaire tachó el título inicial del libro y es al comienzo de Noviembre cuando decidió cambiar el orden de los poemas al inicio de Alcoholes. Zona (inicialmente con ô) apareció en el número de diciembre de Las veladas de París. Estos son los bosquejos que han servido para la publicación que fueron añadidas al principio de las galeradas de Alcoholes. El título Grito está tachado y sustituido por el de Zône. Además. hecho inusitado y reseñable, Apollinaire pegó cuidadosamente al final su nombre impreso, queriendo así subrayar la importancia que otorgaba al poema que, de esa manera, adoptaba el aspecto de un manifiesto o un prólogo. Esta firma fue suprimida a lo largo de las transformaciones del libro y el poema tomó el lugar que conocemos al principio del poemario.

Si consideramos que Zona fue el primer poema que debió ser concebido sin puntuación (Vendimiario apareció en la entrega de noviembre de las Veladas también de esta manera, mientras que las pruebas de Alcoholes del mismo poema llevan todas los signos de puntuación), tenemos derecho a pensar que apenas acababa de ser escrito. Una prisa singular impulsó a Apollinaire a incluirlo en su libro, incluso antes de que apareciese en revista. Hay que tener en cuenta, por supuesto, su deseo de otorgar a Alcoholes, junto a Vendimiario al fin del volumen, de una especie de marco donde el nuevo pensamiento estético de Apollinaire podía manifestarse en relación al algunos poemas más antiguos. Y el parentesco de Zona con Pascuas en Nueva York de Cendrars (escritas en abril de 1912, publicadas el mismo año en las Ediciones de los Nuevos Hombres) ya hace tiempo había sorprendido a los amigos de Apollinaire para quienes, no solamente por la estructura de pareados asonantados evidenciaba una influencia desconcertante, sino que el mismo tema de los poemas parecía una confluencia nada fortuita. Ahora bien, a los detalles que acabo de destacar, debidos al estudio de las galeradas de Alcoholes, se añade el descubrimientodel ejemplar de Pascuas dedicado por Cendrars a Apollinaire en noviembre de 1912. Todo esto parece confirmar el papel que Cendrars jugó en la elaboración del Espíritu Nuevo (no es banal recordar que la revista de Cendrars se llamaba Los Hombres Nuevos). Aunque ya Alcoholes anticipa sus premisas, en la elaboración de Caligramas solamente El Nuevo Espíritu demostrará su completa innovación.

La personalidad de Apollinaire es tan rica, su obra brilla en tantas facetas, que sería fácil construir de él varios personajes diferentes, tan válidos unos como otros. Sin embargo todos adquieren su significación en Alcoholes donde las diversas corrientes confluyen en el origen común de su don creativo. Para remarcar el contraste con Zona de tono duro, desnudo y directo, Apollinaire sitúa después el Puente Mirabeau, colocado inicialmente entre Crepúsculo y Amiga, que de alguna manera constituye una introducción a La Canción del Mal amado.

A partir de Zona, todos los poemas contenidos en esta obra llevan su puntuación que Apollinaire eliminó, salvo raras excepciones, con sumo cuidado en las galeradas. Muy singularmente en la lectura del Puente Mirabeau, cuyos párrafos son igualmente diferentes a la versión definitiva, el tono recitativo del poema parece alterado, estamos tan acostumbrados a su fisionomía como para concebirlo sin puntuación (plaquette 2ª). Esta es sin duda una prueba, entre otras muchas, de que la nueva poesía basada en una cadencia mas próxima a la modulación oral que a la declamación, debe olvidarse de la puntuación significativa.

En La Canción del Mal amado, Apollinaire introdujo, en las galeradas, una importante modificación (plaquette 4ª). Las dos estrofas añadidas constituyen con la precedente una nueva parte del poema que tituló La respuesta de los Cosacos Zaporogos al Sultán de Constantinopla. En el verso blanco de la página anterior, antes de copiarlas a limpio con la intención de su impresión, Apollinaire las tachó sin considerar escribirlas hasta el final (plaquette 3ª). Las tenía seguramente en la cabeza, habiéndolas compuesto, como el decía, cantándoselas. La febril atención que dedicó a las galeradass de Alcoholes se manifiesta también en las transformaciones esenciales de Ladrón (plaquettes 9ª y 10ª) donde las repeticiones en las mismas correcciones hacen pensar que cambió espontáneamente los versos bajo la presión del tiempo del que disponía para devolver las galeradas. Y cuando constatamos que algunos de los versos más hermosos fueron improvisados de esta manera, la imagen del poeta se iluminaba misteriosamente, cuando el trabajo de creación, en él, parece responder a una prodigiosa revelación. Es preciso leer estos versos conociendo los que fueron sustituidos .

Conquistadores ofuscados que se alejaban con premura

Columnas de guiños que huían ante los relámpagos

……

Este insecto hablador oh poeta salvaje

Regresaba castamente a la hora de morir

Al precioso bosque con pájaros gemíparos

Con sapos que el cielo y las fuentes hicieron crecer

También en el Ladrón, Apollinaire suprimió la última estrofa que podemos leer aquí (plaquette 11ª) mientras que el poema Corifeo (plaquette 6ª) compuesto por un sólo verso figura por primera vez en estas pruebas de Alcoholes que además contienen muchas más correcciones notables, cambios de títulos (plaquettes 13ª, 14ª y 15ª) y nuevas disposiciones tipográficas, especialmente de los espacios, necesarios por la supresión de los signos de puntuación. Al compararlos con la edición del Mercurio de Francia, con escasas excepciones, podemos establecer las correcciones que Apollinaire efectuó en las galeradas que sucedieron a las primeras y que desconocemos. Algunas de esas correcciones son importantes (así la introducción de los personajes en El Ladrón) pero las que conciernen a Zona, tienen un significado particular. La premura, causa que precipitó su publicación en Las Veladas, obligó a Apollinaire a revisar el poema cuyas galeradas dan una versión aún más anterior a la de las Veladas. He contado 29 cambios en el texto, de palabras o de versos, pero sólo citaré aquí las últimas lineas porque son las más conocidas :

Adiós Adiós

Sol degollado

que sustituyen :

Sol naciente cuello cortado

Excepto las dedicatorias a L. de Gonzague Frick y a M. Ary Leblond, ya impresas en sus primeras galeradas, el resto fueron añadidas posteriormente.

Sin embargo, a pesar de los atentos cuidados prestados a la confección del volumen, se han deslizado errores, como lo atestigua la carta del 3 de agosto de 195 a Madeleine. Apollinaire escribe : “ Alcoholes contiene muchas erratas. Aquí doy algunas que es preciso corregir : en Lul de Fantenin :

Aunque huyeron los barqueros

Lejos de los labios a flor de ola

Mil y mil animales hechizados

Husmean

“ en lugar de Husmeando.

“En Cortejo, en vez de aficionados hay que leer Armadores.

En Merlín y la mujer vieja segunda estrofa, hemos de leer : floreció el invierno en vez del universo, en Vendimiario, hay que leer, al principio, yo vivíay no viviría y trimegisto más adelante, etc., etc., no me acuerdo más de todas estas erratas ….”

Nuestra presente edición tiene en cuenta estas observaciones . En cuanto a los “etc.”los hemos reducido a hipótesis. No obstante quiero señalar que el 7º verso de Cortejo fue corregido por el autor :

Una bruma que se acerca a oscurecer las farolas (plaquette 7ª) pero ante la ausencia de segundas pruebas es difícil saber si restableció el texto inicial (por las palabras de cerca en el verso anterior) o si la corrección se le escapó tanto al impresor como al mismo Apollinaire.

Hay una serie de faltas, de contrasentidos y de omisiones de palabras en la edición de Gallimard de Alcoholes y en el resto de ediciones y antologías que hubo a continuación. Las hemos detectado refiriéndonos a la edición del Mercurio y, en los casos dudosos de los espacios que coinciden con el final de las páginas, a las galeradas corregidas. Sólo citaré, como ejemplos, estos contrasentidos :

En La Canción del Mal Amado, de la Edición de Gallimard están impresos los siguientes versos :

Que los cuarenta de Sebastián

Menos que mi vida martirizada

cuando hay que leer martirizados.

En Palacio :

El palacio del rey como un rey desnudo se alza

de las carnes fustigadas por rosas de la rosaleda

siendo la versión correcta : delas rosas.

En El Viajero, la edición Gallimard imprime :

Olas peces arques flores submarinas

en lugar de pecescurvados. Es verdad que en este preciso caso, la edición del Mercurio presenta una anomalía : el acento de la é está medio borrado. Las galeradas de Alcoholes aportan no obstante la solución, puesto que este verso añadido por Apollinaire esta escrito por su propia mano. Por otra parte Las Veladas de París (septiembre de 1912) publicaron la versión así corregida.

En El Ladrón :

Porque no tuvieron al fin la púber y el adulto

del pretexto sino de amarse nocturnamente

en vez de : pretexto. La edición del mercurio imprime en la IXª estrofa del mismo poema, conforme a las primeras pruebas :

Que son viejos corales o que son unos recaudadores, que la edición Gallimard transforma en calvarios. Clavaire, palabraantigua, significa guardián de las llaves, oficial de cuentas, recaudador particular lo que da una imagen perfectamente coherente.

¿Y que pensar del verso (El Brasero) :

Los centauros en sus brazos

en lugar de : en sus caballos , que da la edición del Mercurio?

También hay palabras omitidas, como por ejemplo en La Casa de los Muertos, el verso :

Después que la tropa se embarcó

que debe ser restablecido :

Después de que todala tropa se embarcó

De la misma manera hay que leer en La Gitana, escrita en versos regulares :

Sabemos muy bien que se condena

Y la esperanza de amar en camino

y no

Y la esperanza en camino

Nada más emocionante que penetrar en la intimidad de un gran libro. Cuando, como en Alcoholes, se encuentra en él imbricada la vida del poeta y no solamente en tanto reflejo lírico, sino porque, podría decirse, el ritmo de esa vida es perceptible hasta en los detalles de su gestación, el sabor, en cuanto vivo, de esta presencia se añade al de la poesía misma. Ésta, a través del apetito vital de Apollinaire, que ejerció una especie de reinado sobre su época, aparece como un secreto a flor de piel de un herida permanente y sensible, secreto por otra parte bien guardado entre sus compañeros de aventura. Porque, como para la de Villon o Rimbaud, al acrecentar la aventura de su vida sobre el plano temporal, la justifica y universaliza sus circunstancias. De ahí el valor mítico que adquiere en la distancia la misteriosa y legendaria vida de aquel que fue Guy al galope. Únicamente su herida en la cabeza, ésta real, logró detener su desenfrenada carrera hacia inéditos horizontes.

Fue entonces Poeta asesinado, él que no había previsto que la guerra “tan hermosa” cuando la afrontó con toda la generosidad de su espíritu abierto a todas las aventuras, iba a quemarle la vida como un alcohol demasiado fuerte, fue Apollinaire el pionero de la serie de poetas asesinados cuyo sacrificio en nombre de la poesía hizo de ésta un arma de combate, el arma misma de la conciencia humana. De García Lorca a Saint-Pol-Roux y de Max Jacobs a Desnos, estos poetas, como desde siempre todos los poetas, plantaron el inmenso peso de su inocencia ante la crueldad calculada de los hombres de presa. El recuerdo de Apollinaire permanece unido al honor de todos los poetas asesinados. Él que había elevado el sentimiento de la existencia hasta las “pasiones futuras” donde se satisfacen nuestros sueños, fue golpeado en pleno descuido de su fortaleza, en el centro mismo de su influencia. Gracias a él y a sus continuadores, la poesía, más próxima a la verdad humana que a la abstracta exploración de la belleza, ya no es un instrumento de vano regocijo intelectual, al haberle conferido la sangre derramada y tanta felicidad devastada una dignidad que la sitúa entre los mas excelsos valores.

En la poesía actual, la voz de Apollinaire resuena, fiel, salvaje y emocionante. No ha dejado de asombrarnos y todavía conduce a la juventud hacia la conquista de nuevos territorios y de excitantes libertades.