En el amplio universo de sus preocupaciones vitales, en las primeras etapas de la historia y apenas liberado de las características infantiles, el hombre trata de introducir un vínculo capaz, si no de explicar la diversidad de la vida, sí al menos de convertir en coherente su funcionamiento, objetivando las relaciones por las cuales se integra en la espiral del mundo exterior. Estos tanteos de la razón humana, tendentes a construir un edificio sintético, donde las aspiraciones del hombre al entendimiento de lo que le circunda son frecuentemente de carácter hierático, tienen un valor indiscutible y no exento de grandeza. No hay duda de que el arte precolombino de Méjico señala en la evolución de la humanidad un estadio avanzado, derivado por sí mismo de una civilización predecesora.
Es reconfortante poder confirmar que el hombre actual, tal como se mueve en un universo que tiende hacia el porvenir, es el producto de un considerable cúmulo de ideas, esfuerzos y experiencias anteriores que, al demostrarle completamente que nada hay definitivo, le dispone para ver el mundo como movimiento, lucha y continua transformación. El arte precolombino no es sino uno de los sectores donde la antigua civilización manifiesta su hambre y, en el caso que nos ocupa ,un hambre casi voraz, de dar al hombre una falsa apariencia de convicción, una mitología que le una al universo. Comparado al de otros artes primitivos o protohistóricos, aparece como el más extraño, el más alejado de nuestra sensibilidad. Y esta misma extrañeza nos incita a explorar su poso afectivo, sus constantes humanas. El aspecto monumental de la escultura, incluso cuando es de reducidas dimensiones, procede del hecho de que está destinada para la arquitectura de los templos y, el carácter constructivo de esta arquitectura se refleja en la concepción misma del objeto esculpido.
De ahí la economía de medios que, excepto para el arte tardío, barroco, de los Zapotecas, reduce la expresión a los datos esenciales de símbolos y signos. En la pintura mural, que es una especie de escritura, porque relata unos hechos, el tránsito del grafismo a la formulación significada de los hieroglifos es particularmente evidente.
A través de la producción sumamente rica de los diferentes pueblos de Méjico que crearon su singular estilo, se reconocía un hilo conductor que confiere al arte precolombino el carácter propio de una civilización compleja. Uno de los prejuicios corrientes es creer que la civilización va unida al progreso material del mundo moderno. En este falso concepto reside en parte la idea de la superioridad de la raza blanca –ver el racismo – y, al respecto, no es inoportuno recordar que en Méjico, en el siglo XVI, la cultura autóctona en pleno desarrollo fue destruida, frenada en su evolución por la nefasta acción de los conquistadores españoles.
A pesar de las lagunas que aún presenta la historia del Méjico antiguo, ésta atestigua un desarrollo comparable al de los Asirios, Babilonios, o Egipcios. No existe razón para que, en el Museo del Louvre, no se pueda confrontar el arte de éstos pueblos con el de los antiguos Americanos. No son soluciones a los problemas formales lo que los artistas modernos han buscado en estas artes, sino una lección más profunda, el signo bajo el que se ha producido la permuta, por el camino de las formas, de los contenidos sociales, el eco emotivo que estas obras encierran y las funciones de utilidad, de necesidad que tenían que cumplir.
El mecanismo de la creación artística no descansa únicamente en la invención de formas. Los artes arcaicos o primitivos nos demuestran que los estilos nacen de una comunidad social o religiosa fuertemente constituida, pero también que la necesidad de expresión es inherente a la naturaleza del hombre -¿quizás es incluso uno de los primeros modos de razonamiento?-, y que, en cualquier caso, la sociedad no podría configurarse si sus pintores, sus escultores y sus poetas no estuviesen profundamente aferrados a su íntima realidad. Las artes nos muestran también que en las diferentes etapas de la evolución humana, a través de las vicisitudes, las penas, las desgracias, el hombre ha luchado siempre por el perfeccionamiento de su condición material y moral, y que, a fin de cuentas, éstos son los valores de vida y luz que han prevalecido sobre las fuerzas de la oscuridad. Aquellos que abordan las angustiosas cuestiones del presente con las perspectivas de un posible porvenir más justo y más hermoso, no podrían permanecer indiferentes ante los tesoros de ingenio y sensibilidad del lejano pasado; encontrarán allí la prueba de esa energía que, para consolidar su dignidad, no ha dejado de desplegar el hombre a lo largo de los difíciles caminos del conocimiento.