El hecho de que en nuestra época, en la que se impone la revisión de todas las ideas familiares en cuyo seno ha acabado por instalarse la pereza, se hayan podido formular algunas críticas contra el privilegio que goza la poesía en la clasificación de los valores humanos, es una jubilosa señal. Estas fundadas reservas, en tanto que se refieren a la falta de rigor de los métodos de investigación, no conciernen a la naturaleza misma de la poesía que, al margen de cualquier idea de fe y privilegio, aparece cada vez más unida a la estructura del pensamiento.

El privilegio de la poesía, en relación con otras producciones literarias, deriva de una especie de idea confusa que, actualmente abocada al abandono, podría, a lo largo de los tiempos, alcanzar toda su importancia y, por este tardío reconocimiento, si no póstumo, acrecentar su fuerza de atracción en la misma medida en que no fue apreciada en su justo valor. Se trata, en este caso, de una especie de seguridad del público tenso contra la mala conciencia. Igualmente, se puede ver en este privilegio, anticipándose al poder creador de las leyendas, la reproducción de un proceso, el del culto a los muertos que, en parte, aprovecha la vivencia del poeta en el conjunto de su producción poética. Pagamos un tributo de consideración, de respeto, a lo que parece representar el menos tangible de los logros en el terreno espiritual y la más frágil conquista del desinterés humano. Este proceso afectivo cuyos móviles se aceptan indiscriminadamente es comparable a fenómenos de orden irracional : y como supersticiones hay que combatirlas.

Pero, en mayor medida, este privilegio se basa en el hecho de que la poesía no es un territorio sistemáticamente explorado. El misterio del que la rodeamos, voluntariamente o no, contribuye a alzarla sobre el terreno sentimental a un nivel tanto más elevado cuanto de forma más agresiva se hace notar la mofa de que es objeto básico. Es el poeta por sí mismo, en virtud de un principio de compensación, quien otorga a la poesía un valor omnipotente.

Antes de preguntarnos si el privilegio de la poesía es realmente valido o no, ¿no deberíamos definir un método, para que sea posible una exploración más rigurosa de la poesía? Para descartar las ideas obscuras que derivan de lo insuficiente de esta exploración, hay que dar al problema nuevos datos y definir sus elementos.

El último esfuerzo serio en este sentido lo hicieron los surrealistas. Pero la idea preconcebida – pesada herencia de las escuelas anteriores- según la cual el lugar de la poesía en relación con los demás terrenos del espíritu era naturalmente el primero, acabó por hacer estériles sus investigaciones. Es difícil, por otra parte, proceder a un examen metódico de una doctrina más rica en promesas que en realizaciones. Además, el problema de las relaciones entre la poesía y el sueño fue planteado ya con agudeza por los surrealistas : lo que está lejos de satisfacerme es la solución propuesta. Percibir una parte de automatismo en la creación artística vuelve a ser simplemente sustituir la palabra “inspiración” por otra. Según ellos, la integración en la vida de esta “inspiración” exige una transformación radical de la naturaleza humana, que la revolución únicamente sabría mejorar si es el acto de los elementos afectivos correspondientes a esa misma inspiración. Existe en este postulado, no un intercambio de los móviles, sino una confusión de las más peligrosas (llamada por ellos “paranoico-crítica”) entre el sujeto y el objeto en cuanto realidades sensibles y deseos.

La cercanía entre las ideas de poeta y alienado, mediante la que el automatismo pretende explicar el funcionamiento del pensamiento, ¿es nuevo? ¿no hablaba de él ya Lombroso? Causa, por supuesto, estupor, al consultar las obras de Janet o de Bernheim, encontrar citados ejemplos de escritura que estos autores llaman automáticos, ejemplos en los que ciertas asociaciones evocan imágenes curiosas, inauditas, a las que nos tiene acostumbrados la poesía moderna. Pero querer reducir todala poesía a ese automatismo, no es acaso tender hacia un primitivismoque encuentra gangas en la evolución de la poesía que sin embargo no puede tenerse en cuenta. En el mismo orden de ideas, deslumbrado por algunas analogías, hacia 1916 recopilé unos poemas de poblaciones primitivas que publiqué entonces porque en esa época se debía reconocer el paralelismo entre los modos de pensar que presidían estos poemas y los de los dadaístas.

Investigaciones más profundas demostrarían que el automatismo síquico de los alienados así como el de la escritura surrealista deben limitarse al problema del lenguaje. Queda un elemento sorpresa del que había hablado Apollinaire que fue desviado por los surrealista en beneficio de una rareza formal que, en la mayoría de los casos, solo podría intervenir gracias al misterio (siendo el misterio falta de un conocimiento más exacto) en que se envolvía la poesía, misterio cuidadosamente revalorizado gracias a los velos del verbalismo y de la afectividad primarias. Allí donde el análisis les fallaba, los surrealistas recurrían al comodísimo procedimiento que consistía en explicar la poesía de manera poética. Mientras Apollinaire veía en lo insólito un factor técnico del poema, que actúa en su interior mediante cambios de tono y diferenciación de imágenes, factor popularizado por el montaje cinematográfico, los surrealistas lo ampliaron al terreno de los objetos.

Existe para mí más sorpresa ante una piedra normal, por los problemas que suscita, que ante otra que se parece a un elemento de otro reino, digamos una cabeza de caballo. Todavía hará falta, para convenir en esta semejanza, demostrar muy buena voluntad. La excepción en algunas formas imitativas que produce la erosión, puede en rigor explicarse por un principio de probabilidad, sobre el cual paso muy deprisa y mi sorpresa será formal, exterior al objeto, basada en la evocación de la memoria, por tanto acto perezoso, mientras que la semejanza entre la mayoría de las piedras podría atraer mi atención mucho más, acaso no sería esto por la capciosa cuestión que revolucionaría la validez misma del conocimiento de las leyes generales de la naturaleza, por ejemplo. Pero el surrealista jamás reconocerá que la semejanza con la cabeza de caballo que le había sorprendido en la forma de la piedra, debe ser considerada sin embargo como la estricta verdad, y que el peso de la coincidencia y del hallazgo reside en el hecho de que antes del momento de la percepción ya estaba representado, en una forma más o menos distorsionada (o simbólica, lo que hace mayor la tentación de abuso), algo que tenía relación con un caballo.

Toda la buena fe no bastaría para precisar si hay o no trampa, si la sucesión de etapas ha sido o no conforme a la realidad sensible. El fenómeno de la inversión del orden en las etapas tiene algo de la sicopatología y de las confusiones espacio-temporales y sabemos la influencia de este ejercicio en los maníacos y los delirantes. También, para dotar de mayor amplitud a unas “experiencias” que no superan la “ciencia divertida”, algunos surrealistas no hacen ascos a hacer intervenir a la astrología. No por estar más oculto este aspecto representa un papel menos importante, entre bastidores, como catalizador de las “causas últimas”.

La teoría de las “fuerzas telúricas” tan cara a los románticos alemanes ya tuvo su época : condujo a sus partidarios al seno de la Iglesia. La actitud contemplativa ante el “espectáculo” de la historia, volvemos a encontrarla hoy. Ha cambiado de nombre. Llámese “dinamismo afectivo” y quiérase o no, la separación entre el individuo y el fenómeno histórico, social o económico se nos presenta hoy con nuevos atuendos. Este dualismo debía conducir inexorablemente al surrealismo a la ruina. La enseñanza a conservar será que es falso, al partir del postulado de la superioridad del arte en la escala de las producciones humanas, de querer edificar una teoría totalitaria y deducir un sistema del mundo cuando esta seudo-teoría no tiene otro fundamento que el del estado pasivo de respeto en el que se encuentra ante el fenómeno “arte” y el sentimiento de religiosidad que suscita.

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Unida a diversas ciencias, como la sociología, la etnografía, la lingüística, la sicología, ellas mismas expuestas a controversias aunque no han quedado en estado puramente informativo, la poesía, por su variedad y sus tendencias, al llevar una existencia miserable en algunos aspectos, heroica en otros, no ha sido nunca estudiada como una rama de la literatura de fantasía. Sus relaciones con el hombre no han sido dilucidadas, excepto a través de algunos intentos de los sicoanalistas. Para Freud, es una sublimación de los deseos; pero sin dar la clave del mecanismo que rige esta operación, aplica la misma fórmula evasiva que a la religión. Es cierto que todas las superestructuras ideológicas pueden entrar en la misma categoría y esto apenas nos supone algún avance. Rank y Jung, por caminos diferentes, sólo toman en consideración el contenido expreso del poema, lo que restringe singularmente los datos de la cuestión.

Aunque sea a partir del documento escrito en verso cómo debemos enfrentarnos a lo que yo entiendo por poesía, el poema en cuanto forma, debería ser objeto de un estudio por separado. Por el material del que esta constituido, la palabra, está íntimamente unido al lenguaje. Las relaciones sonoras y rítmicas, la transformación de la frase en verso, el desarrollo de la metáfora que desemboca en una cierta liberación de la sintaxis y sobre todo el estudio de la imagen poética precisarían de un trabajo de clasificación.Lo que el mito representa en tanto que sistematización dramática en el plano de la acción, lo reproduce la imagen en el territorio más íntimo del pensamiento. Así, por ejemplo, entre los antiguos islandeses, el conocimiento de las imágenes por las que se designaba un objeto se había convertido hasta tal punto en convencional como la formación de esa especie de jeroglíficos poéticos y la facultad de descifrarlos formaba parte del lenguaje corriente. Aunque, incluso entre los islandeses, este ejercicio ya solo era patrimonio de la clase libre, podremos demostrar que la imagen extrae sus raíces de una profunda necesidad humana. El dinamismo verbal que existe en el origen de la metáfora no es en sí mismo sino el reflejo de un dinamismo fisiológico de la expresión (*) . A pesar del interés que presentan éstas cuestiones que están lejos de ser esclarecidas, el acento de las investigaciones sólo debería caer sobre el poema en tanto forma. La poesía no es un fin en sí misma. Es un tránsito. Tiende a integrarse a la vida, abandonando su forma. Las transformaciones que ha sufrido la forma a través de los siglos me

incitan a pensar que otras trasformaciones son aún posibles y que estas transformaciones pueden ir hasta la pérdida de su carácter perceptible.

(*)En un mitin poético en provincias, tuve la ocasión de ver un ejemplo patente de este dinamismo fisiológico de la expresión. Un paisano sobre el estrado, cuya dificultad de expresarse en público igualaba la convicción que le animaba, para retomar la idea de un orador precedente según la cual no bastaba enviar diputados al parlamento, sino que era preciso dirigirlos, controlarlos, para apoyar esta idea que le parecía esencial, se dejó llevar, de una manera explosiva, mimética y con gestos expresivos, mezclando toda una sarta de metáforas y locuciones fragmentarias y profiriéndolas sin ninguna preocupación de unión lógica o sintáctica que fuese capaz de hacerlas racionalmente inteligibles. No obstante, la idea que esta explosión de la expresión formulaba fue inmediatamente comprendida por todo el mundo, incluso fue aplaudido. Escrita, no hubiera significado nada. Me parecía asistir al proceso primitivo mismo de la formación de la metáfora y por la necesidad práctica de la expresión que esbozaba, a la invención de la imagen poética.

Un análisis riguroso del poema, según el método comparativo, indica que encontramos en él mezclados dos caracteres diferentes de los que uno corresponde a la definición de la poesía como un medio de expresión mientras que el otro carácter constitutivo, más difícil de desvelar y sin embargo siempre presente, responde a una función, a una actividad del espíritu que es también poesía y de la que hallamos, por otra parte, manifestaciones desparramadas en muchos otros campos. El poeta ya no es pues un hombre que escribe en verso, es un factor socialmente definido que, habitualmente, se expresa en verso pero no necesariamente. Por el contrario, el hombre que, profesionalmente, se expresa en verso no es necesariamente un poeta. De hecho se le denomina con el nombre de versificador. Desde el Romanticismo el término poesía ya no es exclusivamente aplicado a una producción en verso. Puede tanto designar tanto la cualidad de una cosa como una función. Así existen objetos, seres de los que podemos decir que son poéticos, igual que podemos encontrar poesía en una novela, una obra teatral o un cuadro. A esta poesía, de alguna manera desprendida de la expresión, yo la llamo poesía-actividad del espíritu. Se opone a lapoesía-medio de expresión.

Aunque imbricadas una en la otra y sea prácticamente imposible aislarlas en el interior del poema, parece que si la poesía-medio de expresión corresponde a la trama lógica, al contenido ideal del poema, la actividad del espíritu corresponde a la construcción propia de la poesía, a lo que traspasa el elemento racional y afectivo-descriptivo. Históricamente, podemos constatar siempre la coexistencia de estas dos corrientes, al considerar el desarrollo de la poesía, desde el romanticismo hasta nuestros días, percibiremos que la parte “poesía-actividad del espíritu” aumenta progresivamente a medida que la parte “poesía-medio de expresión” disminuye. Vista incluso bajo el ángulo del poema, la poesíatiende a convertirse en una actividad del espíritu. Lo que la constriñe a permanecer en cierta medida un medio de expresión, está definido por su necesidad de materializarse mediante el artificio del lenguaje, en una palabra, por su forma.

Al observar de cerca la historia de la poesía, descubrimos que esta tendencia no data únicamente del Romanticismo. Se perfila una corriente semejante en épocas diferentes, sobre todo si admitimos que la poesía no se limita a un terreno técnico o considerado como tal. Algunos momentos de ruptura son hasta tal punto nítidos, los vuelcos de las corrientes dominantes tan bruscos, que los historiadores sólo han podido asignarles, según las épocas, denominaciones genéricas. Así el contraste entre las épocas clásica y romántica (a pesar de la continuidad de algunos elementos en germen que acompañan al elemento sucesorio) es tan grande como el que existe entre la Edad Media y el Renacimiento.

Aunque determinada por la estructura social y las condiciones económicas, la poesía se desarrolla según leyes propias. A partir del nivel dado por esta determinación, las señales de la superestructura ya no pueden ser directamente dependientes de la infraestructura, es decir que no deben volver a llevarse fuera del conjunto de su desarrollo específico. Si es posible pues relacionar con unos hechos sociales los cambios de directriz de los movimientos poéticos en sus momentos de ruptura, habrá que recomendar la mayor prudencia – pienso sobre todo en los marxistas urgentes- cuando se trata de distinguir bien entre la línea evolutiva propia de la naturaleza de la superestructura y las determinaciones indirectas a las que está sometida. Porque, aunque una inter-necesidad constante, una acción recíproca, une estructura y superestructura, el análisis no debe dirigirse hacia una especie de imagen reflejada, sino a la interpretación de los dos factores que dejarían sin embargo al descubierto, para cada uno de los casos particulares, la posibilidad de considerarlo en su propia naturaleza. Me parece innegable que el movimiento romántico hunde sus raíces en la Revolución Francesa –de un lado por el advenimiento al poder de la burguesía de la que proceden los poetas y contra la cual, muy pronto, tomarán posición, y de otro lado por la exaltación afectiva de los poderes, ignotos hasta entonces, del pueblo-. El que esta influencia haya actuado de una manera más violenta, más inmediata, en Alemania e Inglaterra, viene a corroborar la idea de que la traducción de los acontecimientos sociales, en el terreno de la producción poética, es sobre todo una sublimación, una intensificación de los hechos a los que se adjudica una importancia fuera de su naturaleza. El descubrimiento de la poesía popular por unos poetas como Armin y Brentano responde a este movimiento de idealización. Y no es un hecho fortuito el que, simultáneamente con el descubrimiento del folklore, se haya podido constatar que la poesía no se hallaba únicamente en las producciones académicas y consagradas, sino prácticamente por todas partes. Responde, en el plano social, al descubrimiento que hicieron los nuevos detentadores del poder del inmenso depósito productivo que representaba el pueblo. Y esto se corresponde también con la proletarización de las masas y con una nueva forma de explotación por el trabajo, el maquinismo industrial, que toma un impulso hasta entonces desconocido.

Pero una confirmación directamente deducida de un momento de ruptura particularmente reseñable no demuestra de ninguna manera que en cada momento de la ulterior evolución de la poesía encontraremos correspondencias de este tipo.

La poesía, desde el Romanticismo hasta nuestros días, a pesar de reacciones y fluctuaciones, se caracteriza por una línea ininterrumpida y ascendente que señala el predominio de la parte de poesía-actividad del espíritu en detrimento de la poesía-medio de expresión. En la época inmediatamente precedente, época contra la que el Romanticismo se alza violentamente, encontramos a la poesía agostada hasta no representar ya más que un medio de expresión : la poesía es sólo una técnica, está absorbida por las preocupaciones de la versificación, el estudio de los ritmos y de las rimas. Todo puede decirse en verso, sólo la técnica distingue la poesía de la prosa. La poesía es didáctica, formal, un juego. No digo que la poesía-actividad del espíritu esté ausente, reside en estado inconsciente, aplastada bajo el peso predominante de la poesía medio de expresión. Pero este predominio presenta también su línea ascendente. A partir de la Pleyade, donde aún se hacen sentir algunas influencias de la poesía popular de la Edad Media, ayudadas por el recuerdo de la poesía latina, la poesía-actividad del espíritu pierde paulatinamente su vigor mientras que el medio de expresión adquiere una mayor relevancia. Podríamos considerar a Racine como situado a medio camino de esta evolución. Y avanzando, la poesía se convierte en más formal, para, a fin de cuentas, desembocar en su negación. Los Románticos toman el testigo del elemento reprimido minoritario y se dedican a aumentar su caudal. En este punto preciso tuvo lugar una reinversión de valores.

En la época inmediatamente precedente al Renacimiento, durante la Edad Media, la evolución de la poesía presenta, en un grado menos diferenciado, un proceso poco más o menos similar. Partiendo de la decadencia de la poesía latina y de su utilización degradante por los escolásticos como instrumento nemotécnico la poesía actividad del espíritu encuentra su expresión en la corriente mística, en la poesía popular y en la legendaria. Aunque sea evidente esta preponderancia de la poesía actividad del espíritu, la diferenciación no puede hacerse con tanta nitidez como en la época romántica que, retomando sus temas, reproduce el proceso de la poesía de la Edad Media y continúa su experiencia. Esta reproducción, saltando por encima de la época clásica, le es pues superior en grado y poderío. Ha inhibido virtualmente, por decirlo así, algunos caracteres de la época clásica y ha dado más intensidad al proceso de diferenciación.

El mismo camino es válido para la poesía latina en relación con la época del Renacimiento y la correspondencia entre la poesía de la Edad Media y la de la época bíblica, homérica y protohistórica se caracteriza por la misma diferencia potencial.

Pero el salto por el que la poesía latina con predominio de medio de expresión, por encima de la protohistoria, busca una correspondencia, nos conduce a la prehistoria y allí, la actividad mítica que subyace como dependencia en las actividades artísticas, ocupa precisamente un lugar definido como medio de expresión, no en relación con la poesía sino en relación con el pensamiento. En este estado la poesía se confunde con un modo de pensamiento.

Podremos demostrar desarrollando esta escena lo que, en cada punto de ruptura, determina socialmente la confusión de estas dos corrientes opuestas en poesía. Hay que señalar que, cuanto más se retrocede en la historia, menos bruscos parecen los momentos de ruptura, menos nítidas son las oposiciones, menor intensidad se acusa de cada corriente en una época. Podremos, pues, afirmar que la poesía, como fenómeno, adquiere gradualmente en el curso de la historia, en relación con otras manifestaciones humanas, una situación más exacta. Se distingue con más claridad del conjunto de los fenómenos intelectuales. Este proceso de condensación responde al desarrollo del pensamiento que es perfectible. Así pues será en la esfera generalizada del pensamiento humano donde habrá que situar las manifestaciones poéticas.