Entre la densa niebla de esta posguerra, a cuyo través el mundo busca darse un rostro más consistente, más auténtico, niebla constituida por sutiles amenazas de conflictos eventuales y por la brutal concreción de los problemas que plantean la reconstrucción y la paz, niebla donde también vemos brillar la esperanza, basada en la voluntad de las masas cada vez más numerosas, en un porvenir más claro, la poesía adopta, quiérase o no, las respectivas actitudes de las tendencias sociales que hoy en día arrostramos. Defiende las ideologías de los grupos políticos constituidos con bastante más convicción de lo que se cree protegida por intereses que se contrarrestan en el terreno práctico. Existen poetas que quieren regresar al estado edénico de un pasado cuyas miserias y tiranías se olvidan; existen otros que haciendo abstracción del tiempo, pretenden plantarse en un presente en el que nadie se moverá más; y por fin existen aquellos que ven en el presente la preparación de un porvenir en el que la imagen concreta de un mundo más conforme a su dignidad es el propósito de un constante esfuerzo hacia el conocimiento. De cualquier manera, la poesía se encuentra sumergida en la historia hasta el cuello, si me atrevo a expresarlo así. No sería lo que es y lo que no es, si la guerra de España no la hubiera atravesado como un cuchillo, si Munich no la hubiera hecho ruborizarse con ese rojo que es el color más encendido que todavía conocemos en este mundo, si Vichy no fuera la vergüenza donde el dolor mismo estaba manchado por la sangre de tantos inocentes y si los nazis no le hubiesen dado ese aliento que suscitó el viento de la revuelta insurreccional cuyo alcance y gloria somos aún demasiado jóvenes para evaluar.

La tradición revolucionaria ha ejercido sobre la poesía francesa una influencia de la que aun queda pendiente de escribir su historia. Esta influencia es, por supuesto, indirecta, frecuentemente desviada, a veces inconsciente, pero el carácter de interdependencia de lo político y lo literario, esta acción de efectos recíprocos, anuncia y delimita el movimiento creciente de las ideas de libertad y de justicia social. Aunque las revoluciones son obra de los pueblos y aunque su autenticidad depende de las estructuras de las sociedades en su camino ascendente –puesto que las que se dicen revoluciones de tipo fascista, de Vichy, franquista o portuguesa son sólo caricaturas- la imagen de libertad que las guía es una creación humana. Son los poetas y los escritores quienes dotaron de un contenido real a la idea de libertad y fue tarea de los intelectuales, a lo largo de toda la historia, integrar su símbolo en las conciencias nacionales. La cultura moderna es la suma de estas integraciones. La cultura, para no ser estática o regresiva, debe ser dirigida hacia un fin que es el de la liberación humana. Ciencia, confort, bienestar, arte, literatura, sólo tienen sentido si , socialmente, van destinadas a ayudar al hombre a liberarse de las dificultades materiales exteriores y, subsidiariamente, de las imposiciones morales, interiores. Lo que se denominó cultura, en Alemania, por ejemplo, no solamente no fue capaz de detener la dominación de Hitler, sino que, al contrario, apoyó, sostuvo y reforzó su posición. Un informe batiburrillo de conocimientos, esta cultura anárquica que crece como un cáncer monstruoso en el actual desorden social –toda sociedad capitalista es desorden- no tiene fuerza para impedir que se instaure un nuevo oscurantismo enmascarado incluso de progreso cultural.

Dentro del marco de la cultura humana, la poesía, por su aparente desinterés, se sitúa como la más excelsa expresión de la actividad humana. Desde las formas más primitivas de las sociedades hasta las más complejas, el conjunto de fenómenos como religión, costumbres, lazos sociales y más tarde, el desarrollo de ciencias, literaturas y artes son la aportación de la historia a la vida colectiva y a la de cada individuo. Sus interconexiones y superaciones, sus transformaciones y contradicciones contienen los gérmenes de las convulsiones populares. Y aunque las revoluciones generan nuevas ideas, el terreno para las revoluciones es preparado por las ideologías. Existe aquí una reciprocidad de causa a efecto de la cual la historia nos muestra múltiples ejemplos. La dialéctica de la Revolución de 1789 no podría objetivarse si no se valorasen en su justa medida las ideas dominantes, progresivas, de la época, especialmente las de claridad, orden y método propias del racionalismo cartesiano. Éste en lo sucesivo está hasta tal punto encarnado en el pensamiento que parece difícil saber si es una propiedad inherente al espíritu francés o una creación del genio individual de Descartes. Sea lo que fuere, Descartes representa en el curso de la historia de las ideas, un punto de ruptura, un salto hacia delante. Podría decirse que en su forma científica el pensamiento moderno nació con él. El espíritu de experimentación rigurosa, de deducción, de clasificación metódica se impone sobre cualquier otra consideración. Ninguna barrera debe oponerse a la especulación intelectual. El materialismo de los Enciclopedistas señala el punto de arranque de esta ciencia de las relaciones entre los hombres que daría origen a la sociología. Diderot, d´Alembert, d´Holbach y La Mettrie al consolidar los principios del ateísmo plantean a la vez los problemas de la democracia y los de la organización de la sociedad humana sobre bases racionales. Aunque J.J. Rousseau formula la idea de felicidad como un ideal por alcanzar, es gracias a la identificación entre naturaleza ambiental y naturaleza humana como él puede sugerir ante la esperanza de un mundo incompleto, la imagen de un mundo más homogéneo aún pendiente de construir. Evidentemente, sus datos son ante nuestros ojos insuficientes, infantiles a veces, pero el principio de un cambio posibledel mundo queda verificado para siempre. La edénica vida del salvaje descrita por él nos hace sonreír, igual que el materialismo de los Enciclopedistas nos parece simplista, lineal y formal. Sin embargo, las bases de discusión están determinadas e, históricamente, se muestran productivas, fértiles en ideas progresivas. Las fuerzas reaccionarias ya no están rodeadas de ese halo de esencia inaccesible de naturaleza seudo-divina. Todo puede debatirse a la luz de la inteligencia, con las armas de esta única inteligencia.

En este clima los principios de la Revolución francesa adquieren fuerza de ley. El hombre se convierte en la figura central de la sociedad, y no las instituciones que se hacen para servirle.

Es interesante señalar que, durante la Revolución, no se publicó ninguna obra poética importante – ¿debemos exceptuar la de André Chénier? ¿Hay que atribuir esta ausencia a la exhaustiva atención que requerían los acontecimientos? ¿Acaso éstos absorbieron todas las facultades creadoras de la imaginación y la acción se impregnó del sueño hasta que éste se extinguió? Sin embargo, es preciso decir que no se perdió nada, dado que el material humano acumulado durante estos años, sirvió posteriormente para nutrir las producciones románticas.

Reseñemos, de pasada, que un cierto carácter cartesiano distingue el romanticismo francés de los movimientos análogos alemán e inglés de inspiración mas bien mística y mesiánica. Y esto, a pesar de la importancia que se asigna a las fuerzas telúricas ante las que el individuo es impotente y a pesar del desorden sentimental donde se enfrentan las voluntades de la naturaleza y el determinismo de las pasiones. El Romanticismo es esencialmente revolucionario, no sólo porque exalta las ideas de libertad, sino también porque propugna un nuevo modo de vivir y de sentir, en conformidad con su visión dramática del mundo, hecha de contrastes, nostalgias y anticipaciones.

A partir de la idea de felicidad, anticipada por su precursor J.-J. Rousseau, los románticos desarrollan sobre todo la antítesis, la idea de desdicha. Esta desdicha va unida a la mala organización social que sólo puede engendrar desgracia y desgarro. El sueño es pues la proyección en el futuro de una vida en la que ya nada se opone a la libre eclosión de sentimiento y deseos. La fraternidad entre los hombres es uno de esos sueños; estamos aún lejos de una construcción coherente que permita entender las causas del mal y todavía menos las soluciones prácticas. Pero los principios de un socialismo, ciertamente, sentimental, confuso e idealista, forman parte, en lo sucesivo, del patrimonio de la Francia progresista.

Con Nerval y Baudelaire se determina la voluntad del poeta aislado de la sociedad burguesa de romper el círculo en el que ésta pretende encerrarle. La rebelión contra la burguesía –burguesía en sentido peyorativo- adquiere un perfil más acusado. Puede llegar hasta a arrojar al poeta hacia una actitud antisocial. Pero éste rechazo conlleva en otro plano, el del espíritu, una especie de excelsitud moral en la escala de valores : el poeta pretende convertirse en un constructor privilegiado de la sociedad, aunque no reconocido por ella; es una especie de profeta, de iniciado, de ser dotado de poderes secretos, fascinantes y mágicos. Poco a poco se materializa la idea de que la poesía no tiene nada que ver con el oficio literario. La frase de Verlaine “Y todo lo demás es literatura” y la de Rimbaud “Ahora sé que el arte es una necedad” conservan hasta nuestros días un significado que sería difícil no tener en cuenta.

La Comuna prefigura la política de los frentes nacionales en la lucha contra el invasor extranjero y su aliado natural, el enemigo del interior, porque lo nacional y lo social son la única expresión de la voluntad de liberación. Pero el fracaso del 71 vio nacer el simbolismo literario que podría interpretarse como la oposición a los parnasianos, en el plano ideológico, por su rechazo a aceptar como definitiva la victoria de la reacción. El esoterismo, el deseo de evasión, la huida ante la historia, el complejo de interiorización y lo que comporta de místico, son fenómenos pasajeros, parapetos donde refugiarse. Tras el proceso Dreyfus, mientras el proletariado, al organizarse, adquiere cada vez más conciencia de su condición de clase y la burguesía misma consolida sus posiciones democráticas y jacobinas, vemos crecer la influencia de Walt Whitman y de Verhaeren cuyas derivaciones, por caminos diferentes, nos conducen al unanimismo de la Abadía al futurismo italiano.

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Al margen de la tradición ideológica revolucionaria, existe entre los poetas actuales una tradición revolucionaria específicamente poética. Me refiero a la que extrae su fuente de los innovadores, de los poetas “malditos”, de su espíritu casi heroico frente a los conformismos de la burguesía y que, a través de Nerval, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Jarry, Saint-Pol-Roux y Apollinaire, conjunta las diferentes tendencias que van de lo maravilloso al humor, en una visión del mundo que, aún hoy, la poesía no podría renegar. Cualquier logro válido en el plano espiritual debe ser negado y asimilado a la vez. El regreso puro y simple a formas caducas es una negación de la ley de desarrollo y debe ser considerado como reaccionario.

La poesía no es únicamente un producto escrito, una sucesión de imágenes y sonidos, sino una manera de vivir. Nerval, Baudelaire y Rimbaud hacen presentir el sentido trágico de esta manera de vivir poéticamente que Dada y el Surrealismo intentaron conducir hasta sus últimas consecuencias. La rebeldía de Rimbaud es la de cualquier adolescente, se la reconoce como un valor permanente que ya no se trata de contener, sino de liberar. En su renuncia a la poesía y su salida hacia Harrar se ha querido ver el significado de un mensaje por el que se definió que si la acción equivale al sueño, la poesía no es una actividad de “mago” sino una actividad humana, una actividad singular de la necesidad de expresión que encuentra sitio en la fila de todas las demás preocupaciones. La objetivación de la poesía se sitúa en el terreno de la vida.

El absurdo se convierte en un valor poético como el dolor y el amor. Sólo profundizando en lo absurdo del mundo emerge una nueva claridad, infinitamente más esplendorosa que la que, supuesta de antemano, no resiste crítica rigurosa. Lautréamont, Mallarmé y Saint-Pol-Roux nos enseñan que es necesario esforzarse largo tiempo para desembocar en esa claridad, en la consciencia. Ésta no se enseña. Corresponde a cada uno descubrirla en las profundidades de su ser, con todos los riesgos que esta aventura conlleva, en unas esferas donde el peligro es enorme. Así fue para Gérard de Nerval, en los límites de la locura, la lección de su búsqueda de un absoluto. Tal es el precio de la razón, al salir del túnel donde encuentra su recompensa en la sabiduría y la luz.

He aquí, en un resumen quizá demasiado esquemático, la estirpe de poetas que anticipan que la poesía es una lección de vida, un estado de espíritu. El humor y la sorpresa, con Jarry y Apollinaire, hacen una entrada triunfal en el terreno de la poesía, mientras que la poesía-objeto como la poesía del objeto típica de los Cubistas, esta reacción contra el simbolismo convertido en metódico y anémico, nos llevan a afrontar el mundo moderno, el mundo exterior, a la luz de una verdad que ya Baudelaire había localizado, despojándola de los oropeles convencionales de los mitos románticos.

En todos estos poetas descubrimos un violento desprecio de las ideas aceptadas, un presentimiento de la idea de que el mundo es hostil al hombre porque está mal hecho. Todos ellos profetizan la llegada de un mundo nuevo, donde el caos desaparecerá, la belleza podrá ser visible y la vida soportable para todos los hombres. Éstos poetas, cuando sufren, es por el sufrimiento de todos los hombres de los que son sus infinitamente sensibles depositarios.

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Las dos tradiciones, una revolucionaria ideológicamente, la otra revolucionaria poéticamente, influyeron de forma simultánea sobre los dadaístas y surrealistas. Y la íntima conciliación de estas dos corrientes ha sido objeto de una constante preocupación por nuestra parte, sin que pueda decirse que, hasta hoy, el debate haya agotado su significado en la actualidad.

Cuando digo “nosotros”, pienso sobre todo en esta generación que, durante la guerra de 1914-1918, sufrió en las carnes de su adolescencia pura y franca ante la vida, el ver a su alrededor a la verdad zaherida, emperifollada por los harapos de la vanidad o por la bajeza de los intereses de clase. Esta no fue nuestra guerra; nosotros la habíamos sufrido a través de la falsedad de los sentimientos y de la mediocridad de las excusas. Así fue, hace treinta años, cuando Dada nació en Suiza, el estado espiritual de la juventud en ese momento. Dada nació de una exigencia moral, de una implacable voluntad de alcanzar un absoluto moral, del profundo sentimiento que el hombre en el centro de todas las creaciones del espíritu, afirmaba su primacía sobre las nociones empobrecidas de la sustancia humana, sobre las cosas muertas y los bienes mal adquiridos. Dada nació de una rebeldía que era común en todos los adolescentes, que exigía una completa adhesión del individuo a las necesidades profundas de su naturaleza, sin miramientos ante la historia, la lógica o la moral imperante. Honor, Patria, Moral, Familia, Arte, Religión, Libertad, Fraternidad, y qué se yo, tantas otras nociones que responden a necesidades humanas, de las que solo existen esqueléticas convenciones, porque estaban vacías de su contenido inicial. La frase de Descartes No quiero siquiera saber que hubo hombres anteriores a mí, la pusimos en exergo en una de nuestras publicaciones. Significaba que ansiábamos mirar el mundo con ojos nuevos, que queríamos replantear incluso su base, las nociones impuestas por nuestros mayores, y verificar su autenticidad. En esto, en un plano que no tenía nada de sistemático, nos encontrábamos de acuerdo con aquellos hombres de ciencia que, en la misma época, con un rigor minucioso, recogían las experiencias más comunes de la física, constataban sus deficiencias y a partir de ahí construían este monumental edificio que hoy es la física moderna. Guardas las distancias, nuestros intentos de renovación se ubicaban en el plano moral de las investigaciones poéticas o artísticas, en su estrecha conexión con el orden social y el comportamiento cotidiano. La revolución rusa fue saludada por algunos de nosotros como una ventana abierta sobre el porvenir del mundo, una brecha en el edificio de una civilización retrógrada.

Nuestro espanto ante el burgués y las formas con las que vestía su seguridad ideológica en un mundo que él pretendía fijo, inmutable y definitivo, no era, hablando con propiedad, un invento de Dada. Baudelaire, Lautréaumont y Rimbaud ya lo habían expresado; Gérard de Nerval había construido en las antípodas de la burguesía su particular mundo en el que naufragó tras haber alcanzado los límites mismos del conocimiento más universal; Mallarmé, Verlaine, Jarry, Saint-Pol-Roux y Apollinaire nos habían señalado el camino. Pero nuestra impertinencia fue quizás aún más lejos. Proclamábamos nuestro desdén, convertíamos la espontaneidad en nuestra norma vital, no queríamos que subsistiese una distinción entre vida y poesía, nuestra poesía era una manera de existir. Dada se rebelaba contra todo lo que se consideraba literatura y para destruir sus fundamentos empleábamos los métodos más insidiosos, los mismos desprestigiados elementos de este arte, de esta literatura. ¿Por qué, alimentados como estábamos por la obra de algunos poetas que considerábamos como maestros, nos sublevábamos contra la literatura? Nos parecía que el mundo se perdía en vanos desvaríos, que la literatura y el arte se habían convertido en instituciones que, al margen de la vida, en vez de servir al hombre, se constituían en instrumentos de una sociedad caducada. Servían a la guerra, y expresando todos sus buenos sentimientos, enmascaraban con su prestigio una atroz ilegalidad, una miseria sentimental, la injusticia y la vulgaridad. El hombre surgía completamente desnudo ante la vida. Ninguna de las ideologías, de los dogmas ni de los sistemas creados por la inteligencia del hombre, debía ya herirle en la desnudez esencial de su conciencia. Ya no se trataba de mero rechazo ante un mundo anacrónico : Dada pasaba a la ofensiva y dinamitaba el sistema mundial en su integridad, desde sus cimientos, porque se mantenía solidario con la bestialidad humana, de esta bestialidad que desembocaba en la destrucción del hombre por el hombre, de sus bienes materiales y espirituales. Pero estas ideas que hoy nos parecen evidentes estaban, en la época de la que hablo, impresas de tal espíritu subversivo que tuvimos que escandalizar al mundo hasta el punto de ser considerados por él, ya como malhechores, ya como imbéciles. No predicábamos nuestras ideas, sino que las vivíamos en nosotros mismos, un poco al modo de Heráclito en cuya dialéctica se implicaba como parte de su demostración, como objeto y sujeto a la vez, de su concepto del mundo, que era movimiento continuo, perpetuo cambio, fuga del tiempo. Por eso fuimos designados para tomar como objeto de nuestros ataques los fundamentos mismos de la sociedad, el lenguaje en tanto agente de comunicación entre los individuos y la lógica que era su cemento. Nuestros conceptos la de espontaneidad y el principio según el cual el pensamiento se hacía en la boca nos condujeron, en cualquier caso, a repudiar la lógica predominando los fenómenos de la vida.

No me demoraré en exponer todo el aspecto escandaloso de Dada, aspecto que el mismo había afrontado como un factor poético. Y me acuerdo como una instantánea de la manifestación en la Sala Gaveau en 1921, instantánea tomada desde la escena, representaba al público en pie, los brazos en alto, vociferando. El espectáculo estaba en la sala, nosotros estábamos juntos en el escenario y mirábamos al público desenfrenado. Se representaba en el programa una obra de Paul Éluard. Dos personajes avanzaban uno al encuentro del otro. El primero dice “la oficina de correos está enfrente. El segundo respondía a mí qué mas me da. Telón. La obra estaba concluida. De otro sketch de Breton y Soupault titulado “Por favor” sólo fue representado el primer acto. En el segundo acto, según el texto que se publicó después, los autores debían acercarse al telón y suicidarse. El programa anunciaba también que los dadaístas se harían cortar el pelo en público. Ribemont-Desaignes ejecutó un baile, provisto de un inmenso embudo de cartón encima de su cabeza y, memorable innovación, se arrojaron sobre el escenario no solamente tomates que el embudo pudo recoger, sino también, por primera vez en el mundo, filetes de carne. Fueron numerosos los inventos que tuvieron el don de exasperar al público. Este se dividía en varios clanes. Unos creían que éramos hábiles mistificadores, otros unos verdaderos imbéciles, en cualquier caso fueron escasos los que nos concedieron algo de credibilidad. Y entre éstos últimos es preciso señalar a Valéry y Jacques Rivière. Había por qué estar desconcertado, pues, mientras nos rebajábamos voluntariamente hasta llegar a ser objeto de insulto y desprecio, como no dudábamos en ofrecernos nosotros mismos en holocausto a todas las mofas y escarnios, incluso sacamos de allí una especie de gloria, los escritos de la mayoría de nosotros testimoniaban una claridad y un rigor aptos para desconcertar a los adversarios más recalcitrantes. ¿Era necesario este movimiento del que no se ha querido ver sino su lado destructivo?. Es seguro que la tabla rasa de la que hicimos principio rector de nuestra actividad solo tenía valor en la medida en que otra cosa debía sucederle.

Se trataba de cambiar un estado de cosas considerado pernicioso e informe. Este desorden necesario, del que ya hablaba Rimbaud, implicaba la nostalgia de un orden perdido o el anticipo de otro por llegar.

Arp, Aragón, Soupault, Éluard, Breton, Picabia, Ribemont-Desaignes, Crevel, Rigaud, Péret, Max Ernst, Duchamp, Man Ray, yo mismo y algunos otros eran los dadaístas de la primera época. La revista Littérature fue el órgano de dada en París junto a 391, Cannibale, Proverbe, etc. Fue Valéry quien dio el título de Littérature a la revista, por antítesis, aludiendo a la célebre frase de Verlaine. Dada, que no sólo había roto con la tradicional sucesión de escuelas sino también con los valores más aparentemente indiscutibles en la escala de valores establecidos, prolonga la línea ininterrumpida de escuelas y poetas y, a lo largo de esta maravillosa cadena, se encuentra unido a Mallarmé, a Rimbaud, a Lautréamont, y más lejos aún a Baudelaire y a Victor Hugo, remarcando la continuidad del espíritu de revolución en la poesía francesa, de esta poesía que se ubica en los terrenos de la vida concreta, en el centro mismo de las preocupaciones que, situadas ya en el tiempo, adquieren un sentido de universalidad.

Dada fue una efímera explosión en la historia de la literatura pero potente y de amplias repercusiones. Estaba en su propia naturaleza el poner un final a su existencia. Dada fue una de esas aventuras del espíritu en cuyo decurso todo fue cuestionado. Procedió a una seria revisión de los valores, colocó a todos sus partícipes ante sus propias responsabilidades, De la violencia sacrílega de Dada nació una especie de nuevo heroísmo intelectual, una especie de civismo literario, si puedo expresarme así, una noción insólita en el terreno literario, la del peligro y el valor morales que, parejos a los del terreno síquico, se confirmarían como elementos de soldadura de un principio categórico : la vida y la poesía no eran sino una única e indivisible expresión del hombre en busca de un imperativo vital. Nos enseñó que el hombre de acción o el poeta debían comprometerse con respecto a sus principios hasta el mismo límite de su existencia. Sin concesión ninguna, con una total abnegación. Porque Dada, escuela literaria, fue ante todo un movimiento moral. Era individualista, anárquico en algunos aspectos y expresaba la turbulencia de la juventud de todas las épocas. Derivado de la repulsa suscitada por la guerra, Dada no pudo mantenerse sobre las alturas por así decirlo vertiginosas que se dio como cobijo y en 1922, puso fin a su actividad.

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El surrealismo nació de las cenizas de Dada y todos los viejos dadaístas, con intermitencias, participaron en él. Derivó, tras la etapa aparentemente negativa de Dada, en una cierta reconstrucción, en una adaptación a las condiciones de la vida, en una reconciliación con el mundo. Exigía el reconocimiento de los derechos de la imaginación. De unos derechos ilimitados en este ámbito. Los surrealistas trataron de simplificar el dilema entre “acción” y “contemplación”. En otras palabras, la acción revolucionaria- hablo de acción en la esfera tanto práctica como ideológica- y la poesía, debían tener una dimensión común, una única raíz, un mismo resultado : la liberación del hombre. Los surrealistas quedan lejos de haber logrado conciliar estos términos opuestos, pero al menos el problema se expuso en toda su amplitud. El funcionamiento de las facultades imaginativas fue estudiado bajo el ángulo real de la experimentación que llevó a algunos de ellos a aparentar enfermedades mentales. Se empleó la escritura automática como un medio de liberación síquica y la actividad onírica se relacionó con la poesía. En este terreno de la creación artística, cuyo mecanismo intentaron averiguar, los surrealistas aportaron una contribución del más alto valor. En su preocupación de objetividad, no se puede olvidar que en ningún momento, a partir de 1929, abandonaron estos experimentos ajenos a las preocupaciones revolucionarias y políticas derivadas del marxismo ni a su voluntad de integrarse en él.

Siguiendo las indicaciones contenidas en la Carta del Vidente de Rimbaud, el Surrealismo exploró regiones que, hasta la humanización de la poesía ya iniciada por Dada, sólo estaban reservados a una casta de iniciados. Ahí encontramos el sentido de la profética enseñanza de Lautréamont la poesía deber ser hecha por todos no por uno”. En efecto, la poesía está por todas partes, existe, en estado latente, extendida sobre la superficie de las cosas y los seres. Se encuentra en la novela,, en la pintura, en la calle, en el amor de las postales, en el amor a secas y en los negocios, en el niño y el alienado. La poesía es ante todo, antes de convertirse en poema, un sentimiento, una cualidad de las cosas, una condición para existir. Rige la formación del lenguaje, de los idiomas, del léxico de los oficios, de los clanes, de los argots, determina los deslices y sentidos confusos y las asonancias que se incrustan en el lenguaje, porque el lenguaje es un elemento vivo, en cambio continuo, en constante estado de creación : un hecho social, Pero existe fuera de la poesía latente, una poesía manifiesta, la escrita, que posee sus propios límites, su tradición y su evolución. Es por llamarla así la poesía dirigida, en la medida que la poesía latente es no dirigida.

La tendencia de esta poesía dirigida es alcanzar el estado de la poesía no dirigida. Llegada a este punto, la poesía deja prácticamente de existir, se transforma en acción, en comportamiento, se convierte en consciencia. En la actual etapa, la poesía medio de expresión y la poesía actividad del espíritu están interconexionadas en una compleja dialéctica que hace que no sea ni la una ni la otra, sino las dos a la vez con, además, un carácter específico que la dota de su propio tono, su singular lenguaje.

Al reducir la creación artística a sus componentes humanos, provistos de un instrumento de investigación bastante sutil y de un bagaje de descubrimientos coherentes, los surrealistas pudieron, desde 1929, comprometerse más allá que los dadaístas con la práctica revolucionaria y reconocer en el movimiento obrero y sobre todo en aquel para quien el marxismo leninismo era la línea de conducta, el desenlace histórico hacia el que tendía el mundo. La primera A.E.A.R. (Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios) fue fundada en 1932 por uno de los hombres más reseñables de nuestra época, Vaillant-Couturier. Todos aquellos que, ya por razones morales, ya, guiados por exigencias ideológicas estaban de acuerdo para que cambie el mundo, estaban llamados al seno de esta asociación. Su repercusión fue grande en todos los medios intelectuales, Vaillant- Couturier proclamaba para la nueva clase creciente, la de los obreros, la necesidad de salvaguardar la herencia cultural de la humanidad, todos los valores progresistas creados por la civilización burguesa y el sentido nacional que estaba estrechamente unido al de las reivindicaciones sociales. Así la élite del proletariado al encontrarse en la vanguardia de la nación y arrastrándola en su trayectoria hacia un orden más racional, se emparentaba con la élite intelectual del país. Los debates y las disensiones que tuvieron lugar entre los surrealistas estaban determinados por su voluntad de implicar en su movimiento los mismos métodos del marxismo. Las insuperables dificultades con las que se toparon se transformaron enseguida en una posición de aislamiento y dejaron al descubierto las debilidades de la construcción ideológica del surrealismo. La aplicación mecánica de fragmentos de frases de teóricos marxistas a circunstancias o a fenómenos culturales o poéticos – procedimiento aún empleado hoy en día por algunos neófitos ­- es una de esas mistificaciones a las que la dialéctica marxista no podría prestarse. El análisis de estos fenómenos sólo puede efectuarse en relación al conjunto de una situación histórica, y en cualquier forma sólo tiene valor si la acción la acompaña en cada paso y le imprime su dirección. O ¿qué es hoy el surrealismo y cómo se justifica históricamente, cuando sabemos que ha estado ausente en esta guerra, ausente en nuestros corazones y en nuestra acción durante la ocupación que, inútil insistir, ha afectado profundamente nuestras formas de reaccionar y de comprender la realidad?

La historia ha superado al surrealismo, porque el mundo no podría basarse en posturas inmutables. Las corrientes ideológicas sólo pueden moverse arrastradas por cambios sociales que, a su vez las producen, en esta perpetua marea donde todo es movimiento, dispersión y constante creación. Incluso la idea de libertad, de la que algunos partidos políticos no se han ocupado, e intentan acaparar, está sujeta a fluctuaciones. Existe la libertad del P.R.L. (que dicen ellos…); existe la libertad de comercio; existe la de oprimir a los trabajadores; existe la libertad de imponer el derecho del mas rico, como ha sido la del más fuerte en el plano internacional; existe la libertad de linchamiento de los Negros; la libertad de convertir en colonias, pura y simplemente, a países donde los principios de independencia estaban inscritos en los frontispicios de sus templos en las épocas en que los uros todavía recorrían aún una y otra vez capitales; existe la libertad que se burla de la división de los hombres en dos categorías, la una que habla vulgar y la otra, muy culta, que priva a la primera no sólo del honor de servir a la sociedad sino también de la oportunidad de aprender el habla educada; existe la libertad que se otorga a los Indochinos de exigir su libertad y se osa gritar con fuerza que es preciso acabar con el conceptoel fin justifica los medios, sin preguntarse si la libertad de construir cámaras de gas es suprimida para siempre del corazón de los hombres.

Hay unas libertades, las hay que han sido conquistadas –aquella entre otras, puesta en vigor apenas hace tres años, de pasearse sin miedo ni reticencias por los muelles del Sena, por ejemplo- y quedan otras muy numerosas por conquistar. Y esto no existe en ningún caso en los muelles de Broocklin que nos han legado la receta que contiene la dosis exacta de los medios a emplear con vistas a permitir defender una libertad que, por soberana que fuese su exigencia, se reducía frecuentemente, en tiempo de los nazis, a conceptos muy humildes, insignificantes, si se les juzgase desde lo alto de la Estatua de la Libertad.

Quedan aún libertades por conquistar : no se puede, pues, negar que la libertad de las funciones esenciales del hombre esta limitada, si no oprimida por el estado social existente. Y entre estas funciones, una de las más importantes, la del amor. Los surrealistasotorgaron una especial atención a este problema vital y, objetivando por completo su concepción romántica, sus investigaciones les condujeron a querer trasladar las teorías de Freud al plano del comportamiento. También aquí, fracasaron los intentos de conciliar el sicoanálisis con el marxismo. El propio Freud había rechazado dar al sicoanálisis el papel metafísico que los surrealistas le habían asignado. Debo hacer señalar aquí que todo intento de íntima conciliación de una teoría cualquiera con el marxismo está abocado al fracaso, porque el método del marxismo no puede ser tomado como una metafísica y cualquier integración supone una reducción de los elementos fundamentales de las teorías concurrentes, lo que, en sí, es ya un proceso antidialéctico. Si parece fácil disertar interminablemente sobre el valor de la acción, es mucho más difícil encerrar la acción real en el proceso ideal de un sistema filosófico. Últimamente aún fue este el caso del existencialismo. Hoy el intento de conciliación entre siconálisis y marxismo ha perdido todo significado. Por una parte, existe una crisis del sicoanálisis : esta ciencia permanece estancada y, a pesar de la validez de algunos de sus principios básicos que se reconocen, la mayor parte de los siquiatras están de acuerdo en encontrar insuficientes sus métodos clínicos; y por otra parte cada vez parece más verosímil que las ideas que se creían inmutables, relativas a la estructura humana, pueden cambiar por efecto de las transformaciones sociales. El amor, por ejemplo, es completamente diferente entre los Romanos y en la Edad Media, en la que por influencia del Maniqueismo que constituyó una verdadera revolución en este terreno, las relaciones entre hombre y mujer adquieren un aspecto inédito, un contenido completamente nuevo. El amor en sí mismo presenta así unos caracteres de superestructura capaces de modificarse. El problema del amor, tal como fue enunciado por los Surrealistas, ha perdido el poder de emocionarnos.

Aunque el surrealismo como escuela terminó de jugar un papel en el terreno teórico y aunque hoy en día no aporta ninguna respuesta a las cuestiones que se plantean, hay que reconocer que en el plano estético su influencia es aún muy grande. Y esta influencia va al reencuentro de sus objetivos iniciales. La encontramos hasta en la atmósfera de la vida, los anuncios o la moda. Es la demostración de que el surrealismo no podría adaptarse en las actuales condiciones para reencontrar el poderoso virus como antaño lo conocimos, porque el gusto del público subyugado por sus atractivos externos, que las hizo formales y conformistas, no le permitiría volver a ser el factor de escándalo gracias al cual tuvo el poder de oponerse violentamente a ese gusto. Por otra parte, no nos olvidemos que en ningún momento la obra literaria o pictórica, ya posterior a Dada, tenía un valor intrínseco, no era un fin en sí, sino que era un medio transitorio, un modo de conocimiento, un hito indicativo, una de las expresiones humanas en la lucha por el conocimiento, por la objetivación de la vida. Es a esta última a quien era importante considerar, La poesía y el arte solo eran unos valores motrices adecuados para acceder a ella.

Pero la crisis profunda del surrealismo no data de hoy; comienza en 1931, cuando Aragon, a su regreso de Kharkov donde asistió al Congreso de Escritores soviéticos, abandonó a sus compañeros. En esto le siguieron Georges Sadoul y Pierre Unik (este último, prisionero de guerra, murió en 1945 en Checoslovaquia cuando iba a ser liberado por el avance ruso). La enfermedad producida por la impotencia de los Surrealistas para adaptarse a un modo revolucionario, su indecisión y la sistemática e interesada explosión de la curiosidad morbosa del público, habían debilitado sensiblemente su posición desde el punto de vista de la invención y de las ideas. En 1933, Aragon fundó la Casa de la Cultura a la que Crevel y yo mismo nos adherimos en 1934. Es el momento del nacimiento del nazismo, del incendio del Reichstag, cuando la urgencia de detener a los peligrosos, moviliza todas las atenciones. No insistiré sobre el desarrollo de la lucha social emprendida por los intelectuales ante esta guerra : en 1934, la creación del Comité de Vigilancia de los Intelectuales, conducido por los profesores Langevin, Bayet y Rivet, en respuesta a las primeras provocaciones fascistas de febrero, en 1935, el Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura; en 1936, la acción por la España Republicana y en 1937, el Congreso de Escritores en Valencia y en el Madrid asediado. Los fundamentos de las propuestas emitidas en esta época apenas variarían hoy en día.Se trataba de restablecer en el hombre su dignidad, de salvarle del envilecimiento al que le sometía la explotación del hombre por el hombre. No existe valor intelectual que escape a este proceso de esclavitud, por puro que pudiera parecer, tan alejado de la vida cotidiana. En un mundo en confusión permanente, donde las riquezas solo pertenecen a una minoría, ¿cual podía ser la postura del poeta sino la del rechazo? Sin embargo, aparecía un mundo nuevo, en formación en el horizonte de Europa. (Pienso en la U.R.S.S. que dejó atrás durante la guerra las esperanzas que habíamos depositado en ella.) Por otra parte, las perspectivas de los valores culturales estaban amenazadas de desaparición. El poeta, a partir de este momento, no puede abstraerse de la empresa de lo cotidiano. Clama por la llegada de un mundo armonioso, donde el hombre no estaría ya en contradicción consigo mismo, y donde el desarrollo de sus facultades debería ir de la mano con los progresos de la justicia social. Tal fue la actitud de algun Surrealistas ante la realidad del momento.

Pero el desarrollo de las agitadas situaciones, desde Munich hasta la ocupación, entre la extravagante guerra que no fue una sorpresa para ellos, asignó a un sector importante de la poesía el poder de tomar, en un determinado momento histórico, la forma militante de la lucha por la liberación.

* * *

La guerra, las necesidades de la lucha clandestina, nos encontraron en el mismo campo y por citar tan solo a los dadaístas de la primera época y a los surrealistas, Éluard, Aragon, Ribemont-Dessaignes, Soupault, yo mismo, Desnos, Leiris, Ponge, Quenau y muchos otros. Durante estos oscuros años, continuamos pensando, escribiendo. ¿Podíamos pensar de una manera y escribir de otra? ¿Podíamos, fieles a Dada y al surrealismo, que habían identificado al hombre, a una única voluntad de expresión, con la práctica revolucionaria y con la de la poesía, podíamos acaso, partir en dos nuestro ser, por un lado pensando y actuando por la liberación del país, y por el otro pensar y escribir según un absoluto alejamiento de la realidad? ¿Acaso toda poesía, no tenía en su base como alimento la vida concreta de las imágenes vistas, percibidas por nuestros sentidos en su materialidad bruta?. La cuestión de la poesía del acontewcimiento no podía plantearse entre nosotros. Y otra cuestión, la de la autenticidad de esta poesía. ¿En qué medida la poesía, fuese de amor o de Resistencia, era válida, ha sido vivida? ¿En qué medida respondía a una experiencia vital? ¿Acaso la imagen poética no tenía su origen en el mundo que nos rodeaba, que nos impresionaba, que escogíamos?. Y aquí es necesario decir que toda poesía es transposición. Transposición de un plano en otro. La poesía no tiene que expresar una realidad. Ella es en sí una realidad. Se expresa a sí misma. Y para ser válida, debe estar incluida en una realidad más amplia, la del mundo de los vivos. Es una creación subjetiva del poeta, un mundo específico, un universo particular al que el poeta le da vida, según un modo de pensar que, aun siendo frecuentemente oscuro, no es por ello menos orgánico.

Con frecuencia oímos decir que una foto es más verosímil que una pintura. Nada más falso : poned en manos de un salvaje una foto, le dará vueltas por todos los lados, no comprenderá para qué sirve, no se planteará el asunto de la verosimilitud. Nosotros hemos creado la convención de la foto. Implica nuestra aceptación de la abstracción del espacio, de la perspectiva, del color, del relieve, del movimiento. Esta realidad denominada foto, limitada en sí misma por el marco de otra realidad es un objeto que tiene por propósito trasladar a un plano determinado, una realidad que es tiempo, una forma que sólo existe en razón de ciertas correspondencias.

De una manera un poco parecida, la poesía es el traslado a un determinado plano de la realidad del lenguaje. El traslado de la realidad concreta del mundo exterior al plano poético es pues un sinsentido. El compromiso del poeta no es una acción que él ha ordeñado de la literatura, sino de la vida, en sus diversas manifestaciones. No tendré la pretensión de hacer creer que algunos poetas actuales han encontrado la fórmula mágica por la que el hombre, uniendo sueño y acción, se ha reconciliado consigo mismo. Sé que esto será posible en un mundo nuevo, un mundo razonablemente, humanamente organizado. Otras cuestiones surgirán quizás en ese momento. No creo en un paraíso terrenal. Porque en cada etapa de la evolución humana todo vuelve a convertirse en objeto de conquista. El individuo solo se afirma por la lucha, mediante la lucha. Es preciso pisar fondo para alcanzar cierta altura. Es preciso haber arriesgado su vida, haber flanqueado la muerte para alcanzar la consciencia. Haberse jugado el todo por el todo en esta lucha por la existencia que es la afirmación de uno mismo. Y nunca detenerse, jamás calma definitiva, si no todo se adormece alrededor de uno mismo y la vida se desmorona, se convierte en miserable materia, se devora a sí misma y se aniquila.

Algunos de nosotros que, durante los años de ocupación, conocimos una forma muy particular de lucha, en una fraternidad de sentimientos con gentes de todos los extremos, de todos los orígenes, de todas la creencias, ¿podíamos acaso durante esta lucha plantearnos el dilema entre sueño y acción? Resolvimos con la existencia esta pavorosa cuestión, esta tortura espiritual, esta angustiosa dualidad. Encontramos nuestra unicidad. Ahora sabemos que este dilema no es insoluble, y que es en la acción, sobre el campo de batalla donde encuentra su forma y donde esta cuestión deja de plantearse, porque se resuelve en el comportamiento.

Y cómo podría evitar pensar, pronunciando aquí los nombres de Saint-Pol- Roux, de Max Jacob, de Robert Desnos, de Pierre Unik, de Benjamin Fondane, aunque el surrealismo estuvo ausente de esta guerra, de sus peligros y nuestras indignaciones, a lo que, a fin de cuentas, tenían su derecho, que un libro como La Deshonra de los Poetas, por su título, es un insulto a los poetas muertos durante lo ocupación y por su impudicia, ensucia para siempre la cara de la ideología que lo inspiró.

Este recorrido un poco sumario del período entre el fin de la otra guerra y el fin de ésta, provoca la pregunta : ¿Qué nos reserva pues en poesía esta guerra, a qué nuevo movimiento dará origen?

Me gustaría evocar lo que fue el final de la otra guerra : de un día para otro el mundo había cambiado. Era la paz con sus libertades, el retorno a la pre-guerra. El armisticio era de una tacada, de golpe, el fin de algo execrable y el comienzo de una nueva era. Los soldados regresaban a sus casas. Les esperaba su mundo hogareño. Una vez contabilizadas pérdidas y víctimas -y sabemos que era atroz- el mundo continuaba.

¿Y hoy? ¿Se ha encontrado una solución a los problemas que suscitaron esta guerra? ¿Dónde está el fin de esta guerra, este final pulverizado que se prolonga en cada individuo, con sus nuevos interrogantes y las soluciones provisionales y las chapuzas necesarias y el montón de dolores que afecta y las destrucciones y la gravedad de las heridas que aun subsisten? Ya no hay guerra, pero tampoco aún post-guerra.

Cuando pensamos en esta fractura en la historia del mundo de la que apenas sospechamos su importancia cuando la fantasía nos proyecta sobre un porvenir, de donde puede resultar tanto lo mejor como lo peor, yo por mi parte me inclino a pensar que la vida con su inmensa diversidad es aún bella y que, a través de la riqueza de sus posibilidades, el sufrimiento incluso es un bien, porque aun dependiente del yermo, de lo rastrero, contiene las semillas de la fertilidad : ahí se esconde la vida bajo los diferentes aspectos de su infinita esperanza. Somos unos pocos los que sabemos lo que significa la libertad porque fue enriquecida por una euforia que, al límite de la muerte, nos hizo nacer a la conciencia, a la conciencia de hombres. Y también sabemos que estamos decididos a salvaguardarla en su integridad que no permite ninguna alienación.

En el Congreso de Escritores yugoslavos, en Belgrado al que asistí hace unos meses, J.-R. Bloch dijo que, en literatura, junto a pilotos de linea existen pilotos de pruebas. Estos últimos son los que experimentan los nuevos modelos. Aun a riesgo de romperse la cara, abren los caminos a los pilotos de lineas que vuelan con toda seguridad en los modelos comprobados. Y los pilotos de pruebas son indispensables para que la poesía sea poesía, porque la claridad no es una evidencia sino el resultado de un trabajo en profundidad. Este trayecto por la oscuridad es peligroso; no es don de todos acceder a la luz. Sin embargo, declaró J.-R. Bloch, gracias a los trabajos de laboratorio los poetas, aparentemente más oscuros, encontraron durante la Resistencia la expresión exactaa del alma popular, mientras que los poetas académicos siguieron acurrucados en su estética caduca. Son los nuevos poetas quienes pudieron cristalizar la idea de la Resistencia y comunicarle la fuerza de arrastre que ha sacudido las conciencias e iluminado a los indecisos.

D. François Mauriac en su discurso de recepción a la Academia de D. Paul Claudel, citó el nombre de uno de los mas prodigiosos pilotos de prueba que jamás hayamos tenido en poesía, el de Rimbaud. El intentó encontrar en los jirones de algunas de sus frases, señales, para mí demasiado discutibles, de cierta inquietud religiosa. Y sin darles un valor argumental, el señor Mauriac justificó unas declaraciones de Isabelle Rimbaud relativas a la conversión in-extremis de Rimbaud, conversión que tiene demasiado el tufo de haber sido arrancada a la fuerza a este hombre cercado por el sufrimiento y la muerte. Pero no citó antes, a falta del Proyecto de Constitución Comunista, perdido para siempre, estas frases recogidas por Ernest Delahaye, que no son sólo un sueño de juventud de Rimbaud, sino que podrían igualmente expresar el sueño de la juventud del mundo :

“Existen destrucciones necesarias … Existen otros viejos árboles que es necesario talar, existen otras sombras seculares cuya costumbre amable perderemos. Esta misma Sociedad, iremos allí con hachas, picos, apisonadoras. Todo valle será rellenado, toda colina rebajada, los tortuosos caminos se convertirán en rectos y los escabrosos serán allanados. Se demolerán las fortunas, y cesarán los orgullos individuales. Un hombre no podrá decir ya : “Yo soy más poderoso, más rico”. Se sustituirá la amarga envidia y la estúpida admiración por la apacible concordia, el trabajo de todos para todos”

A este eco lejano de Rimbaud, debe corresponder la nueva poesía tomando al hombre como centro de todas sus actividades, actividades que están destinadas a servirle. Deberá confirmar la primacía del hombre sobre cualquier otra abstracta noción cuyo contenido no sea humano.

La primacía del hombre sobre las cosas significa que cuestiones como éstas que se han planteado estos últimos años y a las que actualmente pensamos dar solución en unos residuos de fango y mezquindad, no puedan ya llegar al espíritu humano. ¿No hemos visto gentes deportadas, aplastadas, aniquiladas por la brutalidad nazi, por no haber querido abandonar sus muebles, su situación social o su razón de existir en un medio convertido en tiránico, dueño de su destino? Es decir que afrontaron la muerte antes que sufrir el riesgo de una nueva vida desconocida. ¿No han transigido, en cierta medida, el embargo de las cosas o de nociones escleróticas antes que afirmar la soberanía de su persona?¿Y acaso todavía hoy, las instituciones, los instrumentos o las máquinas en vez de servir al hombre, no lo mantienen en esclavitud? ¿Es posible que unos principios erigidos por el hombre le aplasten bajo el peso de su ciega acción?

Unos hombres se encontraron para hornear en multitudes compactas a otros hombres en cámaras de gas y hornos de carbón. Ahora sabemos el precio del hombre. Tras haber estado en lo más bajo, jugamos al alza. Y este alza va muy lejos porque nada deberá parecernos más sagrado que el respeto a la vida humana, a su libertad de expresión, y a la preservación de su dignidad a lo largo de los tiempos.

Pero unos gérmenes destructores pueden introducirse en la vida social bajo máscaras diversas apenas reconocibles para el sentido común. El fascismo puede renacer bajo formas insospechadas. Los intelectuales deben detectarlas. El poeta no debe ofuscarse justificando su ausencia por un pesimismo fundamental. Tendrá fe en el porvenir del hombre y le dará confianza para edificar un mundo más justo y mejor equilibrado. Algunos logros del surrealismo permanecerán válidos, pero éste no actuará ya efectivamente en el curso progresivo de las ideas, porque mal se concibe cómo podría desembarazarse de su inherente desesperación. Emanada de esa desesperación que, de todos modos, está determinada por la sociedad actual, la nueva poesía deberá abrir la vía a todas las posibilidades de realizar en la tierra el sueño concreto que reside en todos nosotros. En la medida en que la estructura social lleva en ella los gérmenes de su propia destrucción, el surrealismo deberá reconocerse por su fiel expresión. Las contradicciones de las que es terreno abonado ya no alcanzan a satisfacernos. Aquellos que dejaron tras de sí el surrealismo y, manteniendo por completo algunos de sus métodos de investigación, lo han actualizado, pueden hablar el lenguaje de la esperanza. Superando la literatura negra que se encierra en sus propios límites, la poesía humanista, como la denomina Cassou, es la que desde Dada no ha dejado de considerar que las formas de la sociedad son mortales y que es necesario transgredirlas para conformarlas a las necesidades del hombre, el hombre, en sí, no ha dejado nunca de ser por, para y entre él mismo, un objeto de soberanía constante, al servicio de sus necesidades, de sus deseos, tal como es y como se transforma en sí mismo.

Carta de apoyo a Tzara en su enfrentamiento con Breton

NOTAS AL SURREALISMO Y LA POSGUERRA

I

LA ACCIÓN IMPREGNADA DEL SUEÑO

La obra crítica de Marat, de Robespierre, de Saint Just y de Babeuf, que tiene como objeto más el ámbito del bien público que el de la acción social, tal como hoy entendemos la racionalización de las fuerzas productivas y su adaptación a las necesidades del hombre, forma parte de un vasto proceso moral cuya apuesta es la liberación del individuo de las ataduras de las costumbres y la educación. Instruido sobre las bases frágiles de los principios de Fraternidad y de Igualdad, el sueño humanitario en una felicidad terrenal que le sirve de fondo, su alcance no sobrepasa la cualificación y el cómputo de los perjuicios achacados a la clase en el poder.

En algunos aspectos, refiriéndose al derecho natural, Sade incorpora esta dirección dándole un carácter utópico. Exacerba, mediante una especulación intelectual donde la imaginación adopta el papel de palanca, la responsabilidad de las ideas dominantes, religiosas y afines, ante el mal que resulta de los obstáculos a la libertad humana. Pero su obra no podría considerarse únicamente bajo el prisma de la imaginación. Esta no participa, sino como ilustración de sus ideas filosóficas, en la fabulación de un conjunto de preceptos aplicados a la ampliación de la libertad de los deseos. Sin embargo, mal se perciben los límites que Sade asigna a la libertad subjetiva de los instintos en sus diferentes manifestaciones.

La idea de libertad que la burguesía emancipada había formulado confiriéndole un carácter anárquico e individualista ha conservado hasta nuestros días su prestigio ideológico en el cual la libertad social y la de los instintos se confunden en todo momento. Aunque mal definida, está aún animada por el poder de las palabras de tipo revolucionario que habían determinado su eficacia. Su dependencia de la razón inmediata del individuo, así transformada en pasión (pasión enmarcada por las leyes), reduce a una mera demanda de principio el concepto de libertad, mito impreciso pero apasionante, del que Marx extrajo la definición de alienación y, como consecuencia, el poder de ilusión e impostura. La libertad que la burguesía había conquistado durante la Revolución sirve actualmente para dar contenido a este “liberalismo” del que la reacción hace un uso abusivo en su acción política. En nombre de esta libertad mistificada, la reacción se levanta contra la llamada “opresión” del Estado cada vez que éste intenta restringir la libertad de continuar explotando al conjunto de trabajadores.

II

UNA VENTANA ABIERTA AL PORVENIR

Se impone aquí una puntualización acerca de algunos detalles que conciernen a la actitud de los dadaístas ante la Revolución rusa de 1917, solo para demostrar las causas de su poca comprensión de este fenómeno capital de la historia moderna. Es evidente que el carácter anarquizante de Dada, conforme a la idea del absoluto moral que postulaba al margen de cualquier otra contingencia práctica, debería mantener a los dadaístas apartados de la lucha política. Por el contrario, su actividad destructora encontraba, durante la guerra, un terreno en el que podía expresar sus violentos sentimientos de repugnancia. ¿No nació Dada precisamente por oposición a esa repugnancia?

Cuando, en 1917, Platten regresa a Zurich, trayendo de Moscú detalles sobre la Revolución, detalles que iluminaban la imagen que comúnmente se hacía de ella y que una campaña adiestrada había oscurecido sistemáticamente, estalló un movimiento insurreccional, seguido de una huelga general,. Este movimiento, lo esperábamos, podía extenderse a los demás países beligerantes y así poner fin a la guerra, conforme a los principios de Kiental y de Zimmerwald. Sabemos que la social-democracia lo había decidido de manera diferente. En esta ocasión, entre los dadaístas de Zuricha, Ball (quien a partir de ese momento se consagró únicamente a la actividad política), Serner y yo mismo, habíamos saludado la Revolución rusa en la medida en que ella constituía el único medio capaz de acabar con la guerra, y esto, con un celo tanto mayor, que tomamos postura contra el pacifismo plañidero y humanitario, cuyas apelaciones a los buenos sentimientos, demasiado en boga en ese momento, nos parecían particularmente peligrosas. ¡Acaso no arriesgaban a adormecer (acunándolas con ilusiones) las voluntades de los que estaban destinados a actuar en el terreno de la lucha?

Debo de especificar que el saludo del que hablo tenía por objeto la creciente esperanza en el probable final de la contienda, y que, como consecuencia, excepto en lo que concierne a los principios generales enunciados en Zimmerwald sobre la responsabilidad colectiva de los países beligerantes, en el inicio de la guerra imperialista, nacida de la confluencia de las fuerza capitalistas sobre los mercados del mundo, no tenía en cuenta las consideraciones ideológicas de la Revolución rusa.

El dadaísmo alemán estuvo, desde sus inicios, alineado con la Revolución Espartaquista, mediante la actividad de Huelsenbeck, Grosz, los hermanos Hartfield, Baader, etc. en Berlín y la de Ernst, Baargeld, muerto combatiendo, etc. en Colonia.

En su actividad parisiense de 1919 a 1922, el hecho de que Dada fuese ajeno a cualquier manifestación inmediatamente política (el proceso Barrès deber ser entendido en el marco de una actividad más amplia) fue determinado tanto por su estructura intelectual como por la estructura social de la época. La evolución de los conflictos sociales no había alcanzado aún el grado de madurez necesario para hacer efectivas las soluciones superando o destrozando el marco de la burguesía. Ésta, gracias a la victoria, había, políticamente, consolidado su posición. Ahora bien, Dada rechazaba en bloque todo lo que se relacionase con ella y se aislaba en la solución negativa de un individualismo en el que la ausencia de sistema era en última instancia el único sistema admitido.

I I I

LA DIALÉCTICA DE LA POESÍA

La poesía es un fenómeno complejo y aunque hasta nuestros días, los intentos por definirla no nos parecen satisfactorios, podremos al menos delimitar un método por el cual nos acerquemos a su sentido. En un principio, la poesía parece unida al lenguaje. Pero, al reflexionar, se apercibe que el lenguaje mismo suscita multitud de problemas cuyos datos están asociados a numerosas manifestaciones sociales o mentales.

En primer lugar, el lenguaje nos aparece como un fenómeno íntimamente ligado al pensamiento que con frecuencia se materializa con él, cuando no lo suscita por completo. Trataremos, a lo largo de esta exposición, de demostrar que los lazos entre pensamiento y poesía están comprendidos en la estructura del ser y que, consecuentemente, la poesía no es sólo un modo literario más o menos convencional, sino que al mismo tiempo constituye una singular forma de expresión del pensamiento.

Si las palabras son signos y el lenguaje pretende organizar estos signos con vistas a la comunicación entre los individuos, no es menos cierto que en su conjunto el lenguaje representa algo mucho más profundo. Prueba de ello es que, en cada estado de la evolución humana, el lenguaje muestra la suma de conocimientos adquiridos y que el constante cambio al que está sometido expresa el perpetuo movimiento de los grupos sociales que influyen sobre la forma de este lenguaje. Mediante una elección, que los lingüistas comienzan a dilucidar, el pueblo encuentra la forma adecuada para responder a las nuevas necesidades de expresión que exigen la actualidad y las innovaciones de la vida social. La formación de neologismos sometida a leyes en las que cierta facultad de invención está basada en la comparación metafórica, y el uso impropio de términos frecuentemente incomprensibles y de superposiciones de frases, rigen el permanente enriquecimiento del lenguaje popular.

Nuevas necesidades crean nuevas normas de expresión. La formación de argots y lenguajes profesionales son quizás una supervivencia del empleo de lenguajes secretos en la sociedad primitiva, pero estas mismas supervivencias responden a funciones que, a falta de de otros términos, yo denominaría míticas, funciones aún vivas en el inconsciente de cada individuo. Estas funciones están dotadas del poder de reunir y de dramatizar las profundidades síquicas del individuo, discurren libremente durante el sueño, ponen en movimiento recuerdos frustrados o aspiraciones, son las que llamamos poéticas cuando se trata del hombre despierto. Quiero decir, con esto, que la poesía es una función humana existente en el espíritu de todos los individuos, actúa sobre los colectivos y, de una manera difusa, sobre la totalidad de los fenómenos de la vida. Esta función imaginativa juega un importante papel en una de las facultades propias de cualquier individuo : la invención. Su principal motor es la asociación o aproximación fortuitas de diferentes elementos que sólo encuentran el punto de coincidencia gracias a un detalle accidental en el que la memoria adopta el papel de un juego con reglas definidas y con múltiples posibles resultados. La asociación puede pues ser objeto de una aproximación formal, basada en la sonoridad de las palabras o ideal es decir derivada de un recuerdo subjetivo que se ha extraído de un hecho o de una imagen. Pero el lenguaje es un fenómeno colectivo. El invento de un individuo sólo puede llegar a ser válido si ha sido experimentado por un grupo de otros individuos que lo adoptan como una expresión más o menos exacta de sus propias necesidades. Aproximadamente es así como se transmite la poesía popular. Creación de un individuo, es decantada, corregida por un gran número de personas hasta encontrar su forma definitiva. El sentido exacto de la expresión del lenguaje inventado por este proceso puede ser adoptado por la colectividad, incluso si el hecho que lo ha provocado o el mecanismo que rigió su nacimiento se han olvidado. De ahí esos extraños deslices de sentido y las frases hechas que sirven para otras necesidades que aquellas a las que estaban inicialmente destinadas.

Las locuciones, los lugares comunes y los proverbios son la formulación poética del genio popular. La publicidad y los slogans continúan hoy cristalizando esta facultad de invención que, aunque utilitaria, no por ello contiene menos elementos poéticos reales. La imaginación , que, como su propio nombre indica, conlleva el uso de imágenes, va acompañada de representaciones figurativas y crea la mitología moderna. Es la mitología del objeto fabricado, de nuestra era industrializada, de nuestras formas de intercambio, de producción y de consumo, del comercio y de los medios de transporte. El rostro sonriente de un bebé regordete se identifica con el jabón Cadum y si la bandera concentra las virtudes nacionales, concentración que procede de un acto de solidaridad “mágico”, debemos recordar que las legiones romanas llevaban como efigie totems cuyo significado habían olvidado, al igual que los clanes tenían los suyos y que el carácter sagrado que los inspiraba ejercía una acción concreta sobre su comportamiento. Hay mitos en la actualidad que, a pesar de su vida efímera, agitan a las masas. Si, antes de la guerra, conocimos el de Greta Garbo, hoy otros mitos están en desarrollo o desapareciendo, pero lo que provoca su necesidad, su imagen cristalizada, debe relacionarse con legados de la vida primitiva. Cierto animismo continúa subsistiendo en forma de representación metafórica. Cuanto más analizamos la mentalidad popular, mejor detectamos su huella. Todas las leyendas, las supersticiones, las fuerzas que llamamos mágicas contenidas en amuletos u objetos, los talismanes, las medicinas, los sortilegios, los visionarios, los quiromantes, los echadores de cartas, los clarividentes y los espiritistas, toda la gama de fenómenos bien conocidos por sociólogos y etnólogos, se mueve e influye en una civilización cada vez más organizada y dirigida a la organización práctica. Ciertamente, el progreso de la cultura racional vuelve estas supervivencias anticuadas. Pero las facultades íntimas que aseguran su funcionamiento, no desaparecen por ello. Tomarán su revancha en las ensoñaciones diurnas y en los sueños, porque, canalizadas hacia actividades semi-racionales constituyen unadefensa contra la confusión entre sueño y realidad. La pérdida de control de sus límites respectivos, significa neurosis, deficiencias morales, enfermedades de la voluntad. La actividad poética puede jugar un papel útil de agente de compensación. Porque también va unida a los fenómenos de simbolización de los que hablábamos antes. Así la poesía reviste un carácter de utilidad, denecesidad y no de disfrute. Para sentir sus efectos no es necesario que el lector espere que se le aporte completamente digerida. Es preciso que despierte en él una actividad que se corresponda con la del autor. El lector debe luchar para conquistar su sentido y su substancia. Es preciso que recree la poesía a su imagen. La poesía es un objeto de seducción, cualquier actitud pasiva ante ella le depara decepciones.

El lenguaje, creador y a la vez vehículo del pensamiento, expresará éste de diferentes maneras. Para ajustarse a sus formas, traducirá su desarrollo al plano convencional, y la interpretación que le de llevará consigo una gran parte de invención, en la que la intervención de la mímica delimita la personalidad del interlocutor. La experiencia nos enseña que en cada individuo se enfrentan y se complementan dos modos de pensar. El modo de pensar que denominaremosno dirigido,es el pensar primitivo, limitado, cuya existencia se manifiesta mediante capas superpuestas de imágenes; es improductivo, asociativo, y latente. Este modo de pensar es el de la ensoñación; lo conocemos cuando nos sorprendemos dejándonos ir a lo que comúnmente llamamos : no pensar en nada. Podría decirse que el modo extremo de este pensar es el sueño. El otro modo de pensar es el pensar dirigido; es el pensar eminentemente moderno, dinámico, productivo, discursivo, pensar constantemente dirigido hacia un fin, es la forma de pensar científica, coherente, la que caracteriza al hombre actual. Se comprenderá fácilmente por esta distinción entre los dos modos de pensar que el lenguaje, tal como hoy está sometido a las exigencias discursivas, constituye sobre todo instrumento del pensar dirigido. Históricamente, podemos concebir un estado primitivo de la humanidad en el que el pensar dominante fue no dirigido.(Hablando del pensar prelógico, Lévy-Bruhl parece considerar la lógica como la culminación del pensamiento. Esto está en perfecta conformidad con los principios de August Comte del que fue discípulo. Para nosotros se trata de saber si la superación del pensar lógico es posible, si no necesaria, en la corriente evolutiva de la que la actual etapa sólo es un momento de tránsito). El estado del pensar no dirigido correspondería, si se tomase en consideración el perfeccionamiento del objeto fabricado por el hombre primitivo, a una lentísima evolución, en la que, en un numero considerable de siglos, el progreso realizado sería constante, pero mínimo. En un momento dado de la evolución se produce necesariamente una brusca ruptura. Aquí estaría el salto, el brinco repentino, del que habla Hegel, que en determinados puntos, rompe la línea nodal de las relaciones de medida. A partir de este punto, que es un punto de saturación, el objeto fabricado por el hombre se desarrolla rápidamente y el auge que rige su perfeccionamiento se precipita en la carrera hacia la historia hasta convertirse en la industria de nuestros días, suma del tenso esfuerzo de la ciencia y del pensar dirigido. Al igual que este pensar dirigido actual se encontraba en estado germinal en el conjunto del pensar primitivo, germen que había preparado la ruptura y el brusco cambio de valores y provocado la aceleración progresiva o la acumulación del pensar dirigido, el pensar actual conserva, en forma inapreciable, los restos embrionarios del pensar no dirigido. Lo que hoy llamamos sueño, insólita actividad, pues disimulada en la consciencia y huyendo de a su control, pudo, en la etapa anterior, jugar un papel completamente distinto. Es incluso verosímil que le fue ordeñado el alimento espiritual, principal fuente del conocimiento, en la raíz de esos mitos que forjaron los complejos y rígidos marcos de la vida religiosa y social de los salvajes. Por lo demás sabemos que las manifestaciones sociales y religiosas de los pueblos primitivos son una única expresión que regula el comportamiento de los individuos y de las colectividades.

La poesía, tal como se presenta en nuestros días, fenómeno unido en la vida moderna a un conjunto de otros fenómenos, pero a pesar de todo separado de esta vida, podía, entre los primitivos, ser considerado como un hecho vital, común a todos los individuos. Pensar no dirigido, mito, actividad metafórica y sueño son pues para el primitivo formas vivas que corresponden a lo que para nosotros se engloba con el término genérico de poesía.

Sin embargo, en este giro funcional, la obra de arte y la poesía no mantienen el mismo valor. Unidas a nuestro pensar no dirigido, minoritario en relación a la totalidad del pensar dirigido en el que se sumerge la civilización moderna, fueron en el primitivo, resultado del esfuerzo dirigido hacia una coherencia, esfuerzo del pensamiento rechazado por el conjunto del pensar no dirigido que caracterizaba su vida mental. Instrumentos de útil aplicación (objetos usuales, fetiches, medicinas, retratos de ancestros, proverbios, fórmulas mágicas, etc), el arte y la poesía estaban relacionados con el sistema religioso y social primitivo, del que sería ocioso demostrar que no está al nivel de nuestros métodos actuales del pensar que debemos buscar el íntimo significado.

Después de la ruptura en la historia donde el pensar dirigido tomó el impulso del que hemos tratado, la poesía aún conservaba su carácter de mito, no como función creadora, sino más bien como una reminiscencia, como un legado. La poesía épica o religiosa poseía pues, en los albores de la humanidad moderna, un carácter utilitario. Los grandes poemas épicos babilónicos, como Gilgamesh, los poemas religiosos de Egipto o aquellos cuyo recuerdo ha sido perpetuado por la Biblia, respondían a necesidades precisas que la historia y el mito confundidos exigían de manera imperiosa. Exaltaban los sentimientos religiosos y nacional y expresaban las voluntades populares en su camino hacia el progreso.

Cuanto más se extiende y se perfecciona el pensamiento dirigido, más asume la poesía un carácter individual. Las épocas correlativas según una ley donde se suceden los puntos de ruptura, cada época añadiéndose a la precedente, inhibiéndola, conteniéndola, negándola y expresándola en un plano superior. A la poesía protohistórica sucede la poesía greco-latina, donde aún permanece vivo el elemento mítico aunque debilitado por la búsqueda de una expresión individualizada, de una descripción objetiva de la naturaleza y por la profundización filosófica, con tendencia lógica y discursiva, del mundo tal y como era conocido. La Edad Media manteniendo por completo unos caracteres orientados hacia la poesía greco-latina, reacciona contra ella introduciendo elementos del pensar no dirigido, con forma animista o mística, sentimental y nostálgica. El Renacimiento recoge las perspectivas de la poesía greco-latina bajo el ángulo de una nueva visión y lleva el pensar dirigido hasta sus límites extremos, donde esta poesía deja de ser poesía, es decir a la poesía didáctica. Como reacción, en ese momento, vemos surgir una nueva poesía que precede al romanticismo, y el mismo romanticismo, cuyas asonancias es preciso buscar en las profundidades de la Edad Media y de la protohistoria para entender el contenido de los sentimientos que lo animan. A pesar de algunas fluctuaciones, puede afirmarse que hoy en día todavía vivimos esta época tan brillantemente iniciada por el Romanticismo. Y ya se anuncia un nuevo vuelco de los valores, cuyo sentido y alcance parece imposible predecir.

Todos estos cambios en las diferentes corrientes de la poesía van unidos a unas formas sociales que derivan ellas mismas de nuevas estructuras económicas y sobre todo de la evolución de esas estructuras. La poesía sólo expresa una de las formas de la cultura humana que es una superestructura de la sociedad.

Analizando las aportaciones de la poesía romántica, observamos una serie de fenómenos que evoca las características del pensar no dirigido. El inconsciente juega allí un papel cada vez mayor. Las fuerzas telúricas y las pasiones salvajes o ciegas de la naturaleza parecen dominar el esfuerzo coherente del hombre con vistas a establecer un orden razonable. El sueño al fin es considerado no ya como un hecho esperanzador y nostálgico sino también como un misterio que tiende a ser esclarecido, representando un papel activo en la vida del individuo. Las “correspondencias” en el sentido que más tarde reconoció Baudelaire, actúan como realidades sensibles, el espíritu de rebeldía adquiere por fin una forma cada vez más consciente. El poeta es un ser en cierta manera asocial, porque tiende a distinguirse del burgués, quiere integrarse en una secta, tiende a singularizarse, si no a formar parte de una sociedad secreta que conlleva una iniciación y unos ritos que recuerdan las sociedades secretas de los pueblos primitivos. Se pone de manifiesto un nuevo elemento, el de la Licantropía (introducido por Petrus Borel) que considera al poeta como un lobo hambriento, que destroza todo a su paso, siendo la desesperación el precio del conocimiento.

La tradición de las sectas poéticas prosiguió hasta los dadaístas y surrealistas. No había ya iniciación ni ritos que observar, pero aún existían sus herencias. Algunas palabras eran tabús, otras servían como totems. Los Bousingos que, hacia 1840, contaban entre sus miembros con Gérard de Nerval, Petrus Borel y O¨Nedy vestían trajes extravagantes, escandalizaban a las gentes por su actitud, se creaban leyendas en torno suyo y es sabido que en general la vida de los poetas engendra mitos. Frecuentemente Gérard de Nerval se paseaba por París llevando de la correa una langosta, que toda la vida Baudelaire estuvo unido a una serie más o menos inventada de leyendas, que Villiers de l´Isle- Adam pretendía el trono de Grecia como último representante de una dinastía bizantina y que Rimbaud, después de su huida de 1870 durante la Comuna, fue célebre por una serie de hazañas escandalosas. Hasta su marcha a Abisinia y el cese de su actividad poética, todo en Rimbaud esta marcado por una constante rebeldía contra la mediocridad de la vida.

De una forma más o menos consciente, vemos pues que desde el romanticismo, el poeta se compromete con el movimiento de la vida. Forma parte de ella o la rechaza. Su poesía sólo tiene razón de ser si el poeta toma una postura ante la sociedad. Se sitúa, ya al margen de ella, y rechaza todo lo que le propone, ya en el centro mismo de su actividad para descomponerla y destrozar sus escenarios.

Dada ha recuperado una tradición muy asentada en la historia de la poesía. No ha hecho sino continuarla oponiendo su absurdo a lo absurdo del mundo, haciendo experimentar este absurdo por la falta de lógica premeditada de su acción. Ha combatido al lenguaje, a la lógica, cimientos de la sociedad. Ha vivido su absurdo hasta su propia disolución. Los surrealistas, manteniendo totalmente estos caracteres han tratado de objetivarlos. El pensar dirigido, en ellos, se reafirma de nuevo, y tiene por objeto el conjunto de conocimientos que derivan del pensar no dirigido, en particular el sueño y las actividades irracionales, es decir aún no explícitas. El surrealismo se dedica a estudiar el funcionamiento de las facultades imaginativas, provocando artificialmente estados síquicos excepcionales. Por otro lado, la revuelta individual, anárquica e improductiva de Dada, se orienta hacia una acción colectiva de carácter marxista revolucionario. El problema de la identificación entre poesía y revolución está en lo sucesivo planteado sobre una base concreta, la de la acción de los partidos obreros.

Se trata de saber si actualmente asistimos a un movimiento de ruptura, a un corte en la historia, o a la continuidad del desarrollo de las cuestiones anteriores a 1940, tal como se presentaban en vías de su solución. Pero este movimiento de ruptura y esta continuidad están superpuestos hasta tal punto que es complicado analizarlos por separado. El hecho social y el hecho histórico están ellos mismos en plena evolución y hoy parece deber producirse un salto hacia delante en la vida social, que hace difíciles de objetivar los problemas de la poesía y de su participación en el espíritu de la época. Estos problemas forman parte del proceso de actualización por el cual, en cada momento, el hombre se encuentra desamparado ante el espectáculo de la vida, pues se pregunta en qué medida él interviene como elemento – elemento sufrido o sufriente – en el vertiginoso maremagnum de acontecimientos. Lejos de considerarse como separado de ellos, cuando se trata de de definir el papel que representa en la estructura de la historia, está forzado a introducir nociones impersonales, provistas de fuerzas definidas, cuya mayor parte revisten un carácter de símbolo y que están dotadas, podría decirse, de facultades antropomórficas. El determinismo que las anima mantiene la voluntad específica de tipos de individuos que actúan según sus necesidades, sus intereses, sus obligaciones y su verdad.

Así tras haber coqueteado con la muerte, haberse arriesgado, tenemos la impresión de que la toda la nación, reviviendo una nueva adolescencia, toma consciencia de su ser. Si el individuo, él también, sólo alcanza la consciencia al precio de una crisis en el curso de la cual se arriesga a morir, el poeta está sometido, durante toda su vida productiva, al ejercicio de este movimiento que pone en juego su existencia entera. Es así como él vive la poesía. La vive en cada momento en que se afirma su existencia. Es una sucesión ininterrumpida de negaciones de la negación. Toda obra poética sólo es válida en la medida que ha sido vivida. La misma imagen poética, en tanto que experiencia, no es únicamente un producto de la razón o de la imaginación, sólo es válida si ha sido vivida. La imagen poética es un producto del conocimiento : ahora bien, el conocimiento no puede ser una lección que es preciso haber aprendido, debe ser capturada en el mundo exterior, es decir derivar de una acción más o menos violenta sobre la realidad circundante. Toda creación es pues, para el poeta, una conquista, una afirmación combativa de su consciencia.

Pero ¿es la creación poética un fenómeno corriente que se extiende sobre todas las actividades o debe ser considerada como tal en unos momentos localizables y limitados? Evidentemente, es a través de estos momentos como adquirimos conocimiento de la actividad del poeta, de los poemas escritos, pero no se debería creer que esta actividad sea la única manifestación de la poesía. La actividad poética es una de las formas de la actividad de pensar. Como ya hemos constatado, entra en la estructura del lenguaje la suma de diversos procesos de simbolización y de interpretación metafórica cuyos mecanismos se han olvidado y han pasado al estado cristalizado, escarificado, en el uso común. El lenguaje en tanto que fenómeno viviente continúa enriqueciéndose gracias a los mismos aportes de interpretación que desde siempre han dominado este esfuerzo colectivo del hombre hacia la expresión de su pensamiento. El pensamiento contiene en su funcionamiento el embrión de lo que llamamos poesía. Ahí está la diferencia que pretendemos establecer entre la poesía, fenómeno del espíritu, y la poesía-proceso, o poesía que expresa géneros especializados, ajenos a la totalidad profunda del individuo tal como está determinado por el drama íntimo de su negación. El modo de pensar no dirigido se corresponde con la poesía-actividad del espíritu, poesía no dirigida, derramada sobre el conjunto de cosas y seres, más o menos consciente en el individuo o poesía latente. El modo de pensar dirigido se corresponde con la poesía-medio de expresión, poesía dirigida hacia un fin preciso, cuya materia principal es el lenguaje o poesía manifiesta. Ésta, como hemos visto, bajo su forma excesiva desemboca en la descripción de sentimientos e incluso de objetos y doctrinas como ya se vio en el siglo XVIII.

Lo que, actualmente, parece definir a la poesía, es un compromiso entre la primera y la segunda de estas formas. Una cierta tendencia hacia la poesía-actividad del espíritu se manifiesta sin embargo mediante la voluntad de disolver la dureza conceptual del lenguaje en lo que éste, por el uso que de él hace el poeta, contiene aún ya de demasiado utilitario, ya de mecanismo lógico o netamente descriptivo.

Como la vida social, la poesía puede sufrir influencias regresivas. No hay razón para renegar de la parte adquirida en el terreno poético que, inscrita en la naturaleza de los conocimientos humanos, constituye por este hecho un elemento de progreso. Sólo podrán afirmarse válidamente nuevas tendencias si niegan las adquisiciones reales encadenándolas por completo, en su esencia, a su devenir histórico. Los intentos de crear con la ayuda de fórmulas surrealistas una nueva poesía parnasiana son vapuleados por impotencia. Son innegablemente el signo de una predisposición reaccionaria.

Nada se opone, cuando se trata de acercar cada vez más el fondo residual del hombre, al hecho de que la poesía tenga su origen en un acontecimiento o que resulte de circunstancias ocasionales. Pero con la única condición de que el acontecimiento mismo tenga el valor de una experiencia vivida.

Es preciso aquí atraer la atención sobre lo que puede tener de fáctico y de fabricado el uso de “procesos” poéticos, simulacros del riesgo, cuya naturaleza dramática acompaña, niega y hace revivir el poeta.

El término de “poesía comprometida, que frecuentemente ha sido cuestionado, sólo tiene sentido si el compromiso del poeta-sujeto con el objeto-acontecimiento supera la disciplina moral y espiritual para llegar a ser el compromiso total del poeta para con la vida, su identificación con la poesía. Solamente a este precio la poesía puede pretender llegar a ser medio de conocimiento y no quedarse, lo que es demasiado frecuente, en una vaga ocupación de tipo estético, un placer para los sentidos. El poeta tiene una significación en la escala de los valores humanos, siendo el poema escrito sólo una de sus manifestaciones ocasionales, un testimonio, un hito. La obra escrita de un poeta no es mas que una serie discontinua de fragmentos aislados, teniendo cada uno en sí un comienzo y un final , pero debe ser concebida como el continuo oleaje de una serie en evolución.

Los signos precursores que dan actualmente valor a la poesía, hacia una concepción más aguda del pensar dirigido, que conllevan pues un crecimiento de la poesía medio de expresión, ¿acaso hacen prever una nueva ruptura en la linea de las relaciones de medida de lo que se ha hablado anteriormente? Esto, me parece, depende del curso de los acontecimientos sociales. Queda planteada la cuestión de saber en qué medida la época en que vivimos es una época de ruptura o de lenta evolución. Pero una nueva sociedad arrastrará en tanto que superestructura, una nueva cultura, y, en consecuencia, una nueva forma de poesía que, oponiéndose por completo a la poesía actual, estará basada en ella, y tras haber absorbido sus caracteres esenciales, la elevará a un nivel superior, pero le asignará un sentido contrario .

La tarea de la poesía hoy, me parece ser dotar a la existencia poética de un contenido consciente, es decir de objetivar la poesía latente. La poesía que se encuentra prácticamente por todas partes, tendrá necesidad, ya por educación, ya por flexibilidad de algunas disposiciones del espíritu, de dar al individuo lo que la enseñanza y la coacción social le han quitado o, más bien, han empujado hacia el más oscuro interior de su personalidad. Los niños, antes de que hayan sufrido la tiranía de la educación, y los locos, en la medida que éstos rechazan llevar el yugo de la sociedad, lo que en parte constituye su angustia, nos enseñan que la existencia poética es una facultad humana, propia de todo individuo. Se trata de conciliarla con el comportamiento social, integrarla en él, cultivarla. Se trata de extender de nuevo el amor de esta poesía por la vida -en el marco de la calle, del cine, del espectáculo, etc.- que hará renacer el folklore y la poesía popular que nuestra sociedad literalmente ha asesinado.

Será necesario introducirla en la fábrica, en la oficina y en la escuela. Se tratará de encontrar para el adulto el funcionamiento eminentemente sano de los poderes imaginativos por que el hombre asimila las fuerzas primitivas de la vida que le ayudan a superar el pesimismo al que la sociedad actual le condena.

El poeta que ha tomado conciencia de la realidad del mundo que le rodea mediante un acto violento que puso en juego su existencia, puede permitirse, en nombre mismo del riesgo que ha corrido, rechazar lo que la vida conlleva de inconforme a su sentimiento, todo lo que se le opone. La mala organización social cuya inmoralidad y y mentira experimenta el poeta, desemboca bajo diferentes pretextos, en contradicciones y luchas inhumanas, dejando oprimir una parte de la humanidad por otra. Él es esencialmente revolucionario. Su sentimiento profundo tiende a la transformación del mundo actual en un mundo donde el hombre pueda de nuevo sentirse completamente acorde consigo mismo. Pero el mundo existente es tal que cualquier revuelta individual es no sólo ineficaz, sino nociva, porque, abocada a un seguro fracaso consubstancial, conduce a la evasión o se refugia en una actitud pesimista.

La vida actual se llama para el poeta Revolución. Con todo lo que esto comporta de acción, de fe, de adhesión a las necesidades inmediatas de los hombre tal como son, tal como llegan a ser, tal como luchan, como viven y como aman. El carácter constructivo de esta postura, sola, puede asegurar en el libre desarrollo de la poesía un curso natural donde la imaginación y el sueño se reúnen con la acción y la Revolución en el plano concreto de la lucha por la liberación del hombre.

IV

AUSENCIA DEL SURREALISMO

El único órgano del surrealismo que pudo aparecer libremente durante la guerra fue V V V, cuyos cuatro lujosísimos números fueron publicados en Nueva York. No encontramos allí la menor alusión a la precaria situación acostumbrada entre aquellos que, durante la ocupación nazi, tenían otras preocupaciones que las de participar en concursos y juegos surrealistas, de los que lo menos que se puede decir es que eran inofensivos. En uno de los números que contiene efectivamente un trozo de reja, se pregunta : “¿Qué sensaciones siente usted poniendo una mano aplastada contra la reja y la otra en el lado opuesto, y cuando se rozan, haciéndolas deslizar de arriba a abajo?”. Incluso en forma de adivinanza, el lector de la revista no descubriría allí un juego de imágenes o de palabras relativos a la guerra o a la ocupación. ¡A menos que el concurso citado no haya tenido en cuenta la experiencia adquirida en los campos de concentración por los prisioneros que en cuestión de rejas, habían llegado a ser verdaderos especialistas!

Lejos de mi intención reprochar a quien quiera que sea el haber abandonado Francia en el momento de la ocupación. Pero debemos constatarse que el Surrealismo ha estado ausente de la preocupaciones de los que se quedaron, puesto que no les ofreció ninguna ayuda ni en el plano afectivo del comportamiento ante los nazis, ni en el, práctico, de la lucha emprendida contra ellos. Después de estos acontecimientos recientes cuyo incontestable alcance no afectó al Surrealismo, que fuera de este mundo buscaba una justificación en su semi-sueño alelado, no veo sobre qué estaría basado para retomar su papel en el circuito de las ideas, en el punto donde lo dejó, como si esta guerra y lo que se derivó solo fuese un sueño rápidamente olvidado.

La actividad de La mano en la pluma en París fue de orden secundario. Ninguna vía de regeneración del Surrealismo estaba válidamente indicada allí. Con muy pocas excepciones, todos sus colaboradores, a partir de 1943, abandonaron la actividad surrealista para consagrarse a la lucha militante en los marcos de la Resistencia.

V

LIBERTAD ES UN NOMBRE VIETNAMITA

Tal es el título de un folleto (¡no clandestino!) por el que algunos surrealistas reanudan, tras un silencio de cerca de siete años, la tradición de las manifestaciones de orden reivindicativo y social. La defensa de los pueblos Indo-chinos sería el tema de un loable esfuerzo si la argumentación de los surrealistas no sirviese sobre todo para intentar arrojar el descrédito, sin distinción, sobre el conjunto de los elegidos de la clase obrera. Los debates en la Cámara a propósito de Vietnam y la acción conducida por al menos el sector más importante de estos elegidos hicieron justicia a la empresa de los surrealistas cuyo fin es mucho más acusar al P.C.F. de traiciones imaginarias, que satisfacer a una legítima rebelión contra las supervivencias imperialistas en la política actual. Este fin está, por otra parte, todavía más claramente explicado, cuando los surrealistas se dejan llevar, y es la primera vez que emplean este vocabulario, por usar un término querido por los amigos franceses de M. Truman, que, ellos también, ven en la política del P.C.F. “ el preludio calculado para la construcción de un nuevo TOTALITARISMO . (El subrayado es mío).

  1. Leemos a continuación que el surrealismo no ha renunciado “a la voluntad de una radical transformación de la sociedad”, y que sabiendo cuán ilusorias son las llamadas a la conciencia” (muy razonable; esperamos aquí la propuesta de un método eficaz) “…el ámbito que se ha escogido es a la vez más amplio y más profundo, a la medida de una verdadera fraternidad humana”. Creeríamos haber regresado a la época de Rousseau!

Ante este deseo de fraternidad, ¿quién no lo suscribiría?. Pero los surrealistas omiten, por supuesto, mostrar como sería necesario proceder para poder llegar a ello.

Los surrealistas nos habían acostumbrado a un trayecto del pensamiento por otra parte más riguroso. Si esta “verdadera fraternidad humana es lo que los surrealistas encontraron más consistente para oponerse a las ilusorias “llamadas a la conciencia, a la inteligencia, e incluso a los intereses de los hombreses preciso ver en este debilitamiento del surrealismo en el plano ideológico, la confirmación del hecho de que la degeneración de sus ideas revolucionarias está implícitamente comprendida en la pérdida gradual de su vehemencia y en la incapacidad de adaptarse a las condiciones históricas de la actualidad para ejercer sobre ella una acción válida.

VI

¿EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS?

Para la reacción, todos los medios son aceptables – y sobre todo el que se emplea para falsificar el contenido de la idea de libertad – para perjudicar la acción revolucionaria real y no verbal de los partidos proletarios. Pero la falsificación de los métodos marxistas que consiste en reducir su alcance y práctica a un precepto jesuítico (ver en El Literario del 12 de Octubre de 1946 la entrevista titulada “Hay que ajustar las cuentas al infame precepto : El fin justifica los medios”) es, con certeza, desde Koestler, el arma preferida por los contra-revolucionarios. Pretendemos defender la idea de libertad combatiendo este principio postulado como determinante en la acción de los comunistas.

Plantear el problema de la libertad intrínseca e integral del individuo sin tener en cuenta la división en clases de la sociedad actual, es ya hacer el juego de los mistificadores, pero contribuir a la iniciativa que, con el pretexto de la nobleza de sentimientos, intenta justificar su voluntad de regresión, no señala más que inconsciencia. Mediante su método analítico, desde hace mucho tiempo, los marxistas han desenmascarado estas deshonestidades del espíritu donde la buena o mala fe puesta en práctica no entra en consideración cuando se trata de estudiar el funcionamiento en el terreno de los intereses de clase.

Fin y medios, ¿acaso no son, por otra parte, en el proceso histórico, unas nociones episódicas, variables e incluso intercambiables, que se continúan y determinan recíprocamente? Por recurrir a un ejemplo reciente, ¿es necesario recordar que, durante la clandestinidad, bajo el efecto de extrañas circunstancias, muchos medios eran plausibles y efectivamente empleados contra los nazis y que, una vez alcanzado el objetivo, éste a su vez no se convierte en medio pensando en un fin más lejano?

Ante un estado de cosas excepcional se imponían medidas del mismo tipo, sin excluir aquellas que exigen la aceptación, por una parte de la colectividad, de una moral estricta, aunque no confirmada por la legalidad, basada en otros principios que los de carácter común o digamos eterno. Sabiendo, en la acción política, a qué tipo de seducción recurre la reacción para captar “idealistas” y con qué tolerancia enfoca todos los medios de traición y mentira para intentar comprometer al movimiento obrero revolucionario, es extraño que se invoque para este fin una libertad de espíritu de la que lo menos que puede decirse es que quedaría, por la misma estructura del medio que le permite expresarse, alienada, si no fuese conscientemente puesta al servicio del intento extremo de los poderes dominantes para perfeccionar su obra opresora.

VII

LA POESÍA DE LA RESISTENCIA

Sería erróneo creer que otorgo a la poesía de la Resistencia otro valor que aquel que históricamente ha demostrado en un momento singularmente apasionante. La conjunción de poesía y lucha solo fue válida para aquellos que asumieron la carga de estas dos actividades según la diversificada capacidad de su vida, hasta el punto que desaparece el comentario para hacer sitio al hecho en su esencial primacía. Su importancia principal reside en la demostración de que la autenticidad de esta poesía puede responder, en algunos casos, a necesidades colectivas, de la misma manera que que la experiencia poética, en general, responde a las del individuo. Esta poesía no se adhiere al acontecimiento, sino que se desarrolla conjuntamente con él. Le sirve de soporte afectivo y, a la inversa, sufre su condición y las consignas producidas por su estructura. Unos momentos colectivos insurrecionales pueden entonces, en ciertos casos, engendrar la íntima comunión de actividades de naturalezas aparentemente antagonistas.

La herencia de los valores consagrados por la corriente revolucionaria propiamente poética debe ser salvaguardada, no solamente porque constituye una consolidación y un enriquecimiento del terreno del conocimiento, sino también porque la corriente ideológica revolucionaria

– que se manifiesta al margen de la de la poesía – toma, para incorporarse a ella, un punto de apoyo sobre el transcurrir de estas dos corrientes en vistas del cumplimiento de una síntesis que podría entonces operar con el máximo de necesidad, es decir de autenticidad. Por esta condición la poesía se convertirá en un elemento activo en la realidad de la vida.

No basta constatar que los intentos de Baudelaire por unir sueño y poesía (como los de Nerval, Rimbaud, etc.) constituyen un fracaso o incluso explicitar ese fracaso por la situación del individuo frente a la realidad histórica del mundo y sus contradicciones, para condenarlos sin apelación. Si, con este fracaso, se denegaba a la sociedad que lo determinó cualquier valor constructivo, ¿qué quedaría de la aportación a la historia de las riquezas de todo tipo materiales y morales? Sin ellas, la integración de esta aportación (modificada) en la teoría de las revoluciones se convertiría en inoperante. Parece que Baudelaire (como Nerval o Rimbaud) haya adelantado a su época, porque puso en el plano de la consciencia, aunque de una manera aún teórica, el problema de la dualidad del sueño y de la acción y éste en el conjunto de un mundo que entonces no podía concebir su propia contradicción inherente en su unidad. Ésta, oculta y monolítica, parecía edificada en la certeza de que la cuestión no podía siquiera plantearse. Por otra parte, ¿cómo Baudelaire habría podido conciliar las antinomias cuyos datos concretos, al hallarse unidos a las raíces estructurales de la sociedad, rechazaban verse transportados a otro mundo que éste, localizado, de lo cotidiano “moderno” que Baudelaire había definido tan escrupulosa y correctamente en oposición a aquel, imaginario, de los Románticos? Si el fracaso de un intento intelectual de este tipo no llevase en sí mismo su complemento positivo – no sería sino a título de enseñanza o experiencia crítica vivida, cuya interdependencia necesaria y explícita con lo social parece evidente – la evolución de las sociedades sólo sería concebible en su forma convulsa, contrayéndose en momentos de crisis en los que la exasperación misma de los fracasos, en la impotencia de resolver su dualidad básica, expresa y objetiva los conflictos sociales y su repercusión sobre la individualidad. Incluso desconcertantes e insatisfactorios estos intentos se inscriben como adquisiciones en evolución, plenamente válidas en el terreno de lo humano. Sostenerlas como negativas, fijas e inmóviles, sería desconocer su poder de avance. Ahora bien, hasta nuestros días, este poder se ejerce en forma de poesía y los nuevos horizontes que abren, a pesar de los fracasos episódicos, en el terreno de la vida, demuestran que, vividos íntimamente, estos intentos conservan su actualidad de hecho tanto como las cuestiones que los han suscitado no han sido resueltos en el comportamiento del hombre realmente liberado de las servidumbres económicas y sociales.

Derivada de la cultura burguesa y alimentada por valores progresistas que esta cultura en fase ascendente ha producido, la poesía de vanguardia hoy tiende un puente entre esta última que tiene propensión de continuidad y la que, de todas formas, el poeta prepara y anuncia. El poeta se encuentra situado en el punto de ruptura entre la conciencia de su condición en la sociedad burguesa que lo ha formado y la del porvenir revolucionario del mundo hacia el que aspira. Y este sentimiento de desgarro, más o menos trágico, que sin embargo conlleva una posibilidad de reducción parcial de los contrarios en el reconocimiento del mundo real, no podría ser simplemente borrado si el poeta, en el ejercicio de su actividad, se colocase deliberadamente en el terreno de una sociedad imaginada, por llegar, aún no construida : la veracidad de sus facultades de expresión sería por ello profundamente alterada ¿Podría escribir y pensar como si todo transcurriese en un mundo que todavía no existe? El valor de la poesía reside en su presencia esencial, en el centro mismo de la época y del mundo.

Concentrando completamente su acción sobre la voluntad de transgredir la cultura de clase que el poeta, a pesar de su desconfianza, ha asimilado, su deber es asegurar, haciéndola viva y eficaz, la transferencia de los valores culturales progresistas en la sociedad sin clases cuyo advenimiento clama. Ésta, una vez establecida, creará su propia cultura sobre fundamentos de los que no conocemos sino sus principios generales : negando el estado de cosas que precedió a esta cultura, será por ello al mismo tiempo la expresión en un nivel superior. Y a su vez, contendrá el germen por desarrollar de la etapa siguiente que resultará, ella también, de un vuelco de los valores cuya forma, para nosotros imprevisible, tendrá un sentido contrario, de alguna manera, al que la precedió. A aquellos que se inquietan por el destino que la sociedad socialista daría a la poesía , se les podría decir – pero esto no es mas que una hipótesis – que si el cambio de su cualidad en cantidad se produjese, al transformarse, por ejemplo, la poesía fuera de sus marcos literarios, en un fenómeno corriente extendido en el conjunto de individuos y necesario para su vida, mientras que lo que hoy llamamos poesía perdería su cualidad unida a lo individual y tendería a desaparecer, no habría allí sino un proceso inverso al que ya se había efectuado cuando la poesía oral, mística o religiosa, se transformó en poesía escrita. Sin embargo, el carácter de esta nueva forma poética relacionada con el sentimiento de todos los hombres será diferente del de la poesía expresada por algunos; contendrá en potencia el resultado de todas las sucesivas cualidades que la habían designado como valor en las épocas que ella fue expresión verdadera y vivida. Al responder a nuevas necesidades, su contenido será concomitante con el destino de la sociedad.

En su reducida esfera, hoy cuando el desgarro del poeta se manifiesta conjuntamente con la conmoción que divide las conciencias entre un mundo presente y un mundo por llegar, se debe de desear superar la poesía objetivándola, incluso a través de la precariedad de las condiciones que le reserva la sociedad capitalista, la realidad única de la vida. Prefigura ya la naturaleza del hombre, de este hombre que alguno de nosotros hemos tomado la tarea de conducirlo hasta la plena realización de sus facultades profundas.