Alguien a quien yo conozco bien decía, hace mucho tiempo, que la física moderna derivaba del fascismo. Se comprende mediante qué rápido procedimiento este hombre, inútil añadir que se trataba de un poeta, llegaba a asimilar el infinito matemático, del que había oído hablar, a las ideas místicas : y del buen Dios al fascismo, no hay más que un paso que, por otra parte, el franqueaba alegremente.
Como consecuencia de una exagerada simplificación de los problemas, unas peligrosas actitudes logran oscurecer sus datos. Pero este viento de simplificación sopla también de otro lado. ¿Cuántas veces hemos oído decir que, puesto que los poetas se declaraban revolucionarios, ésto se debería reflejar en sus obras? Era el resultado de uno de esos procesos de simplificación que, frecuentemente, han deformado las discusiones, al apasionarse en debates sin salida. Era tomar la poesía por lo que había verdaderamente sido en algunos momentos de la historia, como medio de expresión, un poco más pueril que los demás, que servía para trasladar a versos rítmicos y rimados lo que, como decía Dostoievsky, era demasiado estúpido para poder expresarse en prosa. Ciertas facilidades técnicas, ciertos malabarismos con versos, algunos giros elegantes, algunas deseos de vencer dificultades puramente formales, al alcanzar una especie de apogeo, fueron tomados como objeto mismo de la poesía que, por esto, transformaba al poeta en un hábil manipulador de versos, en un profesional. Todo podía decirse en verso desde las reglas gramaticales de los escolásticos, hasta la enseñanza de la historia. Si, en efecto, tal fuese la poesía, ¿porqué no se utilizaría aún en nuestros días, ya para propagar una doctrina, ya para describir el sentimiento que suscita un hecho concreto? Esto es porque la poesía de la que hablo ha desaparecido con las formas sociales de esta nobleza ociosa, iniciada, que, entre sus criados, empleaba también un tipo de fabricantes de rimas para quienes la cultura servía como contraseña y escusa. Aunque este mundo ha desaparecido, no se puede decir lo mismo de la noción escolar de la poesía que, bajo esta forma anémica, híbrida y empobrecida vegeta aún en el espíritu de muchos de nuestros contemporáneos.
Sin embargo los románticos, primero en Alemania y a continuación en los demás países, se habían percatado ya qué fondo de inestimable riqueza contenía la poesía popular. Ésta, ni sabia, ni conformista, condujo a los poetas a ver en la poesía, no ya únicamente un medio de expresión, sino algo más, más vivo, más complejo y más profundo, algo que comprometía no solamente al talento y a la ciencia especializada, sino al carácter total de una entidad étnica, algo común al hombre, a toda la humanidad y que expresa, bajo su particular punto de vista, lo que el pensamiento mismo era incapaz de expresar. Así se llega a distinguir, fuera de la poesía escrita, una cualidad de las cosas y una función del hombre, inconsciente, es decir, no sometida a la razón discursiva, cuyas bases biológicas estarían todavía por descubrir en el canto de los pájaros, y en la compleja ornamentación de los atributos a través del reino animal. Inútil añadir que su naturaleza sexual me parece ahí suficientemente indicada. Aun sin ser expresada, la poesía puede todavía en nuestros días descubrirse entre las costumbres, en la vida cotidiana, entre las actividades más prosaicas, porque, partiendo del uso de postales a los carteles publicitarios, de la persistencia de los lugares comunes hasta las creaciones de la moda femenina, reúne esa otra facultad humana, fundamental, puesto que está implicada en la formación del pensamiento y del lenguaje, el don de la metáfora. En la elaboración colectiva de los valores humanos, un elemento poético sirve de germen y acompaña al acto mismo del pensar.
A partir de esta actividad del espíritu del hombre se trata de definir la noción de lo que hoy es, más viva que nunca, la poesía. Mal conocida, enredada entre las ciencias implicadas en el porvenir del hombre, puesto que éstas se refieren a sus inicios, unida al acto de pensar, de cuyos escasos datos experimentales queda aún una débil imagen, la poesía ha ordeñado por una parte de la ciencia de las relaciones entre los hombres, la sociología, y por otra de las formas de lucha que la voluntad de los hombres ha adoptado para liberarse de las normas sociales. En el actual estado de investigaciones, tan difícil es anticipar una definición de la poesía como una definición del acto de pensar. Sin embargo, lo que me parece más importante incluso que la poesía que, a fin de cuentas, es un producto literario en muchos aspectos, es la postura del poeta en relación con la sociedad en que vive.
La necesidad engendra la función, la obligación crea su órgano. Por esta razón, yo sólo podría creer que una poesía de oficio, una poesía profesional por así decirlo, llegue a crear otra cosa como un oficio de poeta. Pero el poeta, tal como yo lo entiendo, es un ser que, acompañándose de una técnica particular a través de una larga evolución que le otorga el derecho a referirse a ella con total seguridad, representa un elemento de continua rebelión, de turbulencia, y, en consecuencia, una fuerza capaz de remover las capas profundas del pensamiento humano. En una sociedad basada en la contradicción, en las condiciones miserables de existencia que pone a disposición de los hombres, en una sociedad que se dedica a degradar al hombre, que desemboca, mediante sutiles maniobras que me avergüenza llamar intelectuales, en glorificar la miseria abriendo un campo de actividad a la caridad, el más bajo de los paliativos, en una sociedad en la que toda manifestación de lo bello se convierte, sin querer, en eficaces derivados de la lucha de clases, en la lucha por la dignidad humana, la que consiste en liberarse del yugo del trabajo miserablemente explotador, en una sociedad semejante, el poeta aparece a primera vista como un disidente. Pero su indignación es un arma de doble filo, porque, siendo ante todo una rebeldía aislada, sometida al capricho de las impresiones, puede igual adormecer las conciencias que servir a la revolución mediante las reivindicaciones que exige. No hablo exactamente de reivindicaciones expresadas linealmente por el método descriptivo o directamente demostrativo, sino de aquellas que se unen por un camino indirecto a la única fuerza constituida capaz de derribar el actual orden de la sociedad : el proletariado organizado.
Así, actualmente, la poesía no puede ser un fin en sí misma, algo así como la poesía por la poesía, sino un medio exclusivo del poeta para acceder a la conciencia revolucionaria. A pesar de la apariencia hermética de la poesía, a pesar de esta álgebra personal constituida por procesos de simbolización que, para ser traducida, precisa de una especie de iniciación, unida ella misma a la conjunción de ciertas características síquicas, se trata de una poesía hecha para el hombre y no de un hombre hecho para la poesía. Se trata de una poesía que podría abandonar los oropeles de las palabras y de las imágenes para fusionarse con la revolución, con esta revolución que exige una radical transformación del mundo y consecuentemente del hombre tal como se ubica en relación con este mundo. La poesía no es un fin, no es, como tal, un objetivo por alcanzar. Es un tránsito. Su forma está condicionada por el modo de pensar predominante actualmente. Y este modo de pensar es él mismo capaz de transformarse. El poeta aspira a que esta transformación sea posible. Sería falso creer que el poeta al sublevarse contra la familia, contra la sociedad, a causa del aislamiento en el que se encuentra y que le es necesario, es un ser asocial. Pienso, por el contrario, que su misma cualidad subversiva, de naturaleza afectiva y la experiencia profundizada del dolor que la ha modelado, le hacen particularmente sensible a la realidad de las luchas sociales. Cuando rechaza esta sociedad y el mundo que ella ha engendrado, es para crear a partir de él otro más conforme a sus deseos. Cuando, yendo aún más lejos, identifica las miserables condiciones de existencia con la realidad del mundo exterior y cuando se refugia en un mundo interior, no es un acto definitivo, un proceso que se detiene ahí, sino que es para proyectar sobre el futuro la representación de este mundo, como una entidad realizable, como una esperanza siempre creciente. No es posible, en la actual miseria que no puede no afectar las regiones secretas de la vida moral, no es posible, digo, que la poesía exprese otra cosa que la desesperación. Pero, ¡desgraciado aquel que se mantuviese en esta palabra como en un término definitivo!. Esa desesperación va virtualmente acompañada de una gran esperanza, la de ver terminar el doloroso estado de cosas que la han propiciado. Así se ha desarrollado en el poeta un espíritu particularista de casta, donde el odio por la clase posesora, acompañado de la imposibilidad de asimilarse a la clase de los desposeídos, y el rechazo a tomar el mundo exterior, rechazo derivado de un deseo exacerbado de integrarse totalmente en él, han engendrado un estado latente de ira y rencor, de explosión y frenesí cuyo más apropiado nombre fue hallado por P. Borel : la licantropía. Y es preciso no olvidar que la condición de ser maldito que se atribuye al poeta no es la expresión de un estado de cosas permanente en su naturaleza, sino que se debe a la sociedad de la que es producto y que actúa sobre su íntima formación.
Existen actualmente dos actitudes extremas de los poetas que, por contrarias que parezcan, tienden a conciliarse. La primera ve en la desesperación una interrupción definitiva y sin salida. Quiere desinvolucrarse de cualquier manifestación del mundo exterior. Construye una nueva torre de marfil, y quiere, en nombre de una libertad, ¡ay!, alienada por el capitalismo, hacer del poeta un ser sagrado, me temo, aislado y elevado por encima de la pelea. La segunda actitud, en nombre de cierto izquierdismo revolucionario, cuyo carácter idealista-anarquizante es evidente, consiste en criticar en los mínimos detalles la acción social y en encontrar por un camino desviado a los enemigos de la revolución.
En estas dos actitudes es preciso ver unas excusas. Los últimos estremecimientos de un escepticismo pequeño-burgués, semiconsciente, que se defiende contra la realidad de los hechos. Y, como cualquier escuela literaria sólo debe su existencia a la conjunción de intereses divergentes con vistas a salvaguardar este escepticismo, como cualquier escuela introduce un elemento pasional allí donde la investigación científica tendría todavía una razón de existir, en el actual estado de cosas, todas las escuelas que oponen su grupo fáctico de carácter totalitario al único partido válido, el de la revolución, todas estas escuelas no tienen otro nombre que el del escapismo.
No defiendo aquí el concepto fatalista y romántico de la revolución. La revolución no es un llamarada brusca y espectacular que se produce fuera de nosotros. Es un trabajo paciente, mudable y minucioso. Este trabajo es tanto de naturaleza política como intelectual y poética. Vivimos en una época revolucionaria. Esta dependerá de la culminación que se lleve a cabo al final, cuando se libre la gran batalla, si la dirección que tome este movimiento sirve a fin de cuentas a la clase dominante o a la clase dominada. Nuestra elección está hecha. ¿Debemos adoptar una línea intermedia que finalmente nos dejará fuera de combate? No. Si nuestra elección está hecha, es necesario que suframos por el partido tomado.
El poeta actual que sitúa su producción por encima de su propia existencia, se ha colocado en el terreno de la reacción. Pero el poeta que, dispuesto a entregar su vida por la revolución, le pone sin embargo palos en las ruedas, bajo pretextos que van de un esteticismo caduco a una filosofía postrevolucionaria, este poeta digo, debe ser apartado de la comunidad revolucionaria que se esta fraguando. Cuando se trata no de interpretar el mundo, sino de cambiarlo, nadie ha pretendido que no sea necesario conocerlo y comprenderlo. Puesto que ese mismo conocimiento del mundo implica la necesidad de su transformación. Las formas de esa transformación han sido experimentadas en la U.R.S.S. No hay mejores.
¿Aceptaremos hoy que en nombre de la poesía creemos valores de excusa que no podrán ser puestos al servicio de aquellos cuyo interés de clase quiere que se opongan a la revolución ascendente?. Declaro aquí con todas mis fuerzas : ¡No! El más alto valor poético es aquel que coincide, en un plano que le es propio, con la revolución proletaria.