¿Dónde acaba lo fortuito, dónde comienza lo necesario, cuando un hecho lejano hace resonar su eco en una nueva actualidad que nos rodea pero que sin embargo ya nos huye?

Cuando el problema de la obra de arte se pone en tela de jucio mediante una solución simplista como algunos de nuestros contemporáneos querrían dar a su conexión con el fenómeno económico-social inmediato, separando mecánicamente su significado de su contexto para asignar al primero un único valor de medio de expresiónde los sentimientos e ideas, los papeles pegados de Picasso (1912-1914) vienen a esclarecer el debate en curso, imprimiéndole un nuevo sentido.

Pese a su relación con las condiciones económicas y a la función social que asume, la obra de arte se presenta como un sistema de pensamientocoherente que sigue una evolución relativamente particular, en el sentido de que, relativamente poco sujeta a adaptaciones mecanicistas y a los perfeccionamientos que se querría que alcanzase con objeto de servir para propagar una causa o una doctrina, va, sin embargo, por un camino desviado, implicada en todas las manifestaciones del comportamiento humano. Ahora, esta actitud de desinterés formal en lo que concierne a las teorías sociales, actitud propia de la evolución de la pintura, determina la desconfianza de ésta hacia cualquier factor de explicación o exaltación y hace desviar el tema y la alegoriade sus privilegiados papeles para darles el valor de pretextos, aunque no los supere completamente.

Cuando la materia perecedera y sórdida pueda dirigirse, en estas circunstancias, hacia un sistema que, fijando a la vez los caracteres temporales de una pujante actualidad, transgreda los marcos del inconsciente, ya el problema mismo de la realidad en tanto que consciencia se planteará en la actividad llamada “arte”.

Igual que Sir Raman, partiendo de la clásica experiencia del reflejo de un rayo de luz sobre un espejo, experiencia falsamente reducida al golpe de una bola contra la banda del billar, llegó a constatar (al descubrir en el espectógrafo un notable exceso o déficit entre las longitudes de onda de los rayos torcidos y reflejados) que la luz que sucede al reflejo difiere de la precedente, Picasso confirmó lo mismo, en su esfera de investigación,

con una experiencia concluyente, que un trozo de papel blanco pegado sobre una hoja del mismo papel blanco no es el blanco inicial, es decir que gracias a esta operación se ha producido un cambio de una naturaleza a otra, que se deduce lógicamente de la percepción superpuesta. La técnica y la materia no son pues separablesmecánicamente, pero transmiten, incluidas intrínsecamente en la obra, tanto su concepto como su ejecución. La elaboración y el resultado final de una obra participan de un único sistema de funcionamiento, de un único modo de conocimiento.

Así, estos papeles pegados, en el modesto plano de su apariencia provisional y en el, considerable, de una nueva situación adquirida, constituyen el punto de partida de una orientación, dirigida más hacia la experimentación que hacia la afectividad, en la evolución del arte.

El medio y la expresión de la obra se confunden para dar origen a algo añadido a la obra realizada. Es un sedimento puro llamado poesíainherente en la obra de arte, cuya naturaleza será necesario buscar cuando se trate de profundizar en su sentido.

Paralelamente a la máscara cuyo valor reside en la sustitución de un importante órgano natural por una copia aumentada y artificial, y en el cambio de nivel que las diferentes materias aportan a la naturaleza de la apariencia que resulta de ellas, el papel pegado hace confluir en una homogeneidad de grado superior los elementos relativos heterogéneos, apropiados y transformados bajo el imperio de un medio favorable. Las nociones de identidad y de imitación, cuyo uso, vacío de sentido, en la interpretación de la obra de arte, constituye el principal argumento de los que querrían asignarle el papel de un medio de propaganda, son en lo sucesivo sustituidas por aquellas que están relacionadas, específicamente, con un proceso de simbolización.

La introducción del papel pegado en pintura me parece formular un punto de apoyo esencial para el estudio del acto de transferencia visual de las sensaciones primitivamente táctiles, gustativas, olfativas y auditivas que, en un estado anterior de la civilización y bajo una forma simbólico-asociativa, pudieron responder a una necesidad real en el plano representativo de la líbido. Al proceder directamente del deseo de retorno intra-uterino y al constituir para el hombre, como centro, una fuente de satisfacciones objetivas, la obra de arte ha presentado una utilidad, que la segmentación de este deseo, en adelante intelectualizado, ha dejado ridiculizada. Así, las experiencias de este tipo nos conducen a reintegrar al arte su primera utilidad, preparando para el porvenir, sobre un nuevo modo de pensar, las bases sobre las que el hombre volverá a encontrará el ámbito de la alegría y de su placer inmediato. Pero, para esto, los valores del mundo actual deben reinvertirse y, con ellos, la organización social que los condiciona y mantiene en el nivel de una constante contradicción.

Igual me parece dibujarse, en resumen, la trayectoria del arte que tiende a conciliar al hombre en movimiento con la realidad del mundo exterior, cuyos confines se asimilan por un instante, a la angustia de vivir que provoca y que la refleja en su aspecto cruel y doloroso, mientras que la huída del hombre fuera de esta realidad va unida, por ambivalencia, a su deseo de participar en ella y de amarla.