La grandeza de la poesía reside en su universalidad. El poeta es grande en la medida en que el universo que le constituye desborda los marcos de su persona para integrarse en el mundo de los vivos. Dota a este mundo de un nuevo aspecto que, conforme a su visión, responde sin embargo a una imagen común para todos. Lo que pertenece en exclusividad al poeta se convierte entonces en una expresión suficientemente densa y poderosa para que cada hombre reconozca allí sus esperanzas y sufrimientos, su presente y su futuro.

Es evidente que, conociendo la poesía de Nazim Hikmet sólo por traducciones, lo que constituye su fluidez original no podría sernos transmitido. Y, sin embargo, a pesar de la imperfección inherente a toda traducción, esta poesía esta cargada de tal potencial humano que, incluso desnuda del encanto del lenguaje, se materializa y se reforma en nosotros con todo la frescura de su resonancia efectiva.

Si existe base para ver en Nazim un poeta que de lo particular supo elevar su concepción del mundo a un nivel superior, no es menos cierto que a la calidad de su sentimiento, completamente proyectado sobre el amor a la vida, debemos la emoción que se desprende de su obra. Su experiencia personal abarca la experiencia de buena parte de la humanidad, aquella que, dirigida hacia un radiante porvenir, no necesita conocer al detalle la historia ni la geografía de Turquía para comprender hasta qué punto la esclavitud del pueblo turco va unida a la quiebra de un sistema social y de una civilización caducados. Exaltando por completo las esperanzas del pueblo turco, la poesía de Nazim Hikmet abraza la expresión profundamente humana de las aspiraciones comunes a todos los pueblos. En este sentido, la poesía de Nazim pertenece al dominio cultural del hombre actual y, por la dimensión de su autenticidad histórica, adquiere el valor de una verdad permanente.

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Aunque dotada de una innegable originalidad, la poesía de Nazim no es extraña a la orientación de la poesía contemporánea occidental y se sitúa más particularmente en el la línea de la de Mayakovski y la de García Lorca. El tono familiar que Mayakovsky usó en apoyo a la exaltación revolucionaria y la inspiración popular que alimentó la poesía de García Lorca como una gracia exclusiva de la patria española, existen para recordar a propósito la poesía de Nazim que consiguió, no solamente incorporar las aspiraciones del pueblo en una forma accesible para todos, sino renovar el ámbito de la poesía turca confiriéndole el carácter eminentemente moderno que refleja el mundo y nuestra época. Al trasladar al plano del mundo moderno unas tradiciones profundamente ancladas en la cultura nacional, Nazim hizo trabajo de innovador. La influencia que ejerce sobre los poetas de su país ha sido unánimemente reconocida. Y el valor con el que, desde su prisión, combatió la injusticia y las persecuciones, la ha engrandecido aún más ante los ojos de sus compatriotas. Conscientes del papel histórico que Nazim ha representado en la literatura de su país, saben en lo sucesivo que su nombre está unido a la sorda pero poderosa batalla que las masas no han dejado de librar contra las oscuras fuerzas de la reacción.

Aunque, tras el advenimiento de la República, en 1923, la lengua turca tal como se habla hizo su aparición en la poesía, fue función de Nazim dotar a esta corriente de toda su amplitud, eliminando definitivamente de la poesía las expresiones falsamente sabias que se habían instalado en el ámbito limitado de la intelectualidad. Sin embargo, este revolucionario es también el más lúcido continuador de la tradición, de esa tradición cuyo origen se encuentra en forma de versículos proverbiales en la poesía persa de la Edad Media.

Y sobre todo profundizando los recursos que el folklore de su país le ofrecía, de los que adoptó, actualizándolas, algunas formas de expresión, Nazim fue inducido a abrazar el contenido de esta poesía hecha del calor humano en la que las llamadas a la justicia y a la rebelión contra la opresión tienen el sabor mismo de la vida. La poesía popular dio a Nazim, a través de los elementos de su lengua imaginada, la conciencia de la inmensa reserva de sentimientos de libertad de donde el alma del pueblo extrae su alimento espiritual, su sufrimiento y su alegría.

Función del lenguaje, la imagen poética, en Nazim, más que una metáfora o que un acercamiento de términos alejados, es un hecho poético. Es el que determina el carácter frecuentemente épico de sus poemas. Puede decirse que su poesía es una poesía de actos y que la circunstancia que le sirve de soporte participa de la experiencia de todos los hombres, de todas las latitudes. Por su dependencia recíproca, la forma y el contenido de los poemas de Nazim son inseparables tanto bajo el ángulo técnico como en el del porvenir humano. Podríamos, en este aspecto, adelantar que la poesía comienza donde los problemas de fondo y forma dejan de plantearse. La nueva realidad que nace, y que es la señal misma de autenticidad de la poesía, puede desde entonces integrarse en el acervo cultural de la humanidad y actuar como una importante palanca en la transformación del mundo.

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Los mejores años de su vida, Nazim los pasó en prisión, donde no dejó de escribir poemas. Y los muros de su prisión de Brousse, a pesar de su solidez, no pudieron impedir a la voz de la poesía hacerse escuchar y llegar hasta nosotros. La acción de los hombres apasionados por la libertad y la indignación suscitada en el mundo entero por la crueldad del gobierno turco contra un gran poeta arrancaron a Nazim de la muerte lenta que se le reservaba. Es inútil preguntarse de dónde viene ese encarnizamiento de los reaccionarios para querer suprimir a los poetas. ¿No es acaso la mejor prueba de la eficacia de sus escritos, cuando, bajo la presión de los acontecimientos, la poesía se convierte en un arma de liberación?

Desde Saint-Pol-Roux y Desnos, pasando por Max Jacob, Benjamin Fondane y Pierre Unik, la poesía dejó de ser un juego inocente. Y, si el asesinato de García Lorca por los franquistas “en su Granada”, como dijo Antonio Machado, ese otro gran poeta español muerto en el exilio, en Colliure, si ese asesinato inauguró la serie de crímenes cuya lista los fascistas no se consuelan de no poder ampliar, es el mismo espíritu del honor el que, por los sufrimientos infligidos a Nazim Hikmet, entró en juego. Y, a la luz de las crecientes fuerzas progresistas, no es una pírrica victoria para la conciencia mundial el haber contribuido a salvar este honor.