La necesidad que el hombre siente de comunicarse con los demás es, en la perspectiva de los valores humanos, uno de los fenómeno más interesantes. Todavía es necesario que el contenido que le de sea verídico y al mismo tiempo convincente, es decir, marcado por su aspecto más personal. De lo simple a lo complejo, con la ayuda del lenguaje -de la mímica y de la gesticulación que lo acompañan- el hombre se determina en gran parte gracias a su prodigioso poder de exponer su personalidad, de darle vida y valor. Entre las diferentes modalidades que emplea para este objetivo, la poesía, evocando sus recursos más secretos, se dirige, en cada individuo, a unas fuerzas irreductibles, complejas y diseminadas. Hablar, en estas condiciones, de la poesía es una empresa ingrata. ¿Y cómo abordar el problema, cuando la fría y deliberada reflexión tiene por objeto dedicarse a una materia tan combustible como la vida poética de Villon?

Constantemente al límite del drama y del riesgo, sucesivamente marcada por caídas y arrepentimientos, entremezclada con burlas y mistificaciones donde la profundidad del sentimiento bordea la ligereza y el desafío, la atormentada vida de Villon debe el brillo de su proyecto y de su misterio al hecho de haber sido duplicada por la necesidad del poeta de expresarse completamente, no con la ayuda de un comentario, sino con la misma voz de esa ternura interior, constante foco de calor y fraternidad que, tomándonos como testigos, nos vuelve igualmente solidarios con su desgracia. Tan fuerte e insinuante es el valor persuasivo de la poesía de Villón, que frecuentemente nos parece alcanzar un estado de conciencia en crudo, mientras la desnudez misma de su voz está impresa de un dolor que traspasa las condiciones temporales en que se sitúa. Mediante el particularismo individual de su poesía Villon alcanza lo universal. Éste a veces puede estar tan circunscrito que se nos escapan los detalles. Su verosimilitud sin embargo está suficientemente justificada porque, aunque incomprensibles, resaltan en la visión coherente, si no imaginaria, de un mundo sólidamente construido.

Existe un mundo de Villon, un mundo que adquirió sus perfiles a través de su poesía y que nos supera hasta identificarse con la imagen que nos hacemos de este siglo XV ruidoso y burlón, sabio y pleiteador, burgués y libertino a la vez. Con todo, el mérito de esta poesía no reside en la creación descriptiva de ese mundo, sino en la puesta a punto de una realidad propiamente poética, que desborda en consecuencia las contingencias formales y anecdóticas de la esfera social.

A fuerza de preguntarse qué es la poesía, se tiende a perder de vista lo que le es propio, el ser significativa sólo en la medida que es excepcional, única e insustituible en la escala de los valores espirituales. Quiero decir que su eficacia va incluida en la expresión de su cualidad vivida, incluso si su poder de comunicación no es rigurosamente conforme a la intención del poeta. Lo importante es que responda a una serie de razones latentes en el espíritu del lector a quien, él, se encarga de hacer asumir una interpretación válida al sentido de cada postulado. No hay necesidad de preguntarse cual fue el significado exacto de la poesía de Villon en tal o cual época, puesto que, aunque el centro de nuestra atención hoy en día ha cambiado, esta poesía contiene suficiente vigor para emocionarnos apremiándonos a seguirla hacia una de sus múltiples derivaciones.

Lo que confiere a toda obra poética el poderío sonoro del eco lejano que suscita está, de alguna manera, esbozado por una unidad tonal, un feliz encuentro de la experiencia vivida y de su adecuada traducción a un lenguaje que transgrede su valor conceptual. Existe un lenguaje exclusivo de la poesía, pero cada poeta debe estar a la altura de inventarlo, de adaptarlo a su conveniencia.

La cuestión que se plantea es saber si una vez reducidos los factores específicos de su trama, puede descubrirse un poso común en la base de la poesía como un sentimiento propio de la naturaleza humana, como una función latente de su espíritu. ¿En qué medida esta función, unida al acto de pensar, actúa sobre el hombre? ¿Podrá ella, aislada del conjunto de las actividades mentales, erigirse en un modo de conocimiento?

Parece, a primera vista, que, en unas épocas donde la noción de poesía aún no fue comprendida en los marcos limitados que se le conocían, deberíamos detectar más fácilmente esta facultad esencial que, en el límite de varios géneros literarios : relatos, estampas, moralejas, sátiras o críticas, sin embargo se desliga de ellos por la cualidad particular de su tonalidad. Se vislumbra a espaldas del poeta, a pesar del impulso que en la mayoría de casos se le dio en el sentido de una comunicación de hechos o de una transmisión de sentimientos. No podría precisarse formalmente una distinción de este tipo; la parte de poesía actividad del espíritu que está inmersa en el conjunto del poema, no podría existir separadamente sino más bien como una condición, una cualidad de la poesía expresada. Esta poesía latente, es decir inherente al proceso del pensamiento y, por otra parte, extendida como un sentimiento sobre la totalidad de las cosas, serviría entonces de potencial a la poesía manifiesta, poesía orientada en el sentido de su propia expresión que es el poema formulado. Si la poesía actividad del espíritu no pudiese tener una existencia propia, el poema tampoco podría servir únicamente de vehículo del pensamiento y todavía menos constituir un medio de expresión en estado puro. Así rechazamos colocar la prosa versificada de poemas didácticos del siglo XVIII bajo el signo de la poesía.

En Villon, la simplicidad por la que pretende dotar de una secuencia comunicable a hechos reales, hace más notorias las súbitas elevaciones de tono en las que oímos pasearse ese soplo lírico que escapa a la descripción. Existe en su poesía un dirección intencionada de su pensamiento hacia un objetivo que el se asigna, el de convencer al lector, de arrastrar su adhesión a unos sentimientos y unos pensamientos y una parte que se deduce de ello, al estado inicial, por decirlo así, donde el centro de gravedad conduce a una facultad del espíritu más secreta que se manifiesta sobre todo por un actividad no sometida al control de la consciencia.

Se constata, desde Villon, el intento de definir el género poético más explícitamente. Y la especialización en este terreno, que ha regulado el sistema por tabús poéticos y también por el de sus dispositivos formales y sentimentales, hace al mismo tiempo más dificultoso el reconocimiento de la parte de poesía residual. ¿Era esto un esfuerzo de los poetas de acercarse a lo esencial de la poesía? Siempre que se ha querido cultivar lo poético distinguiéndola de lo prosaico y articularlo en un sistema limitado, se ha llegado a ocultar el poder real de emoción de naturaleza poética bajo una maraña de fórmulas académicas. Algunos poetas, a lo largo de la historia, han sabido reducirlas a sus justas proporciones. Se podría adelantar que la voluntad práctica de producir obras poéticas mata la poesía. Ésta sólo sería, en este caso, un exceso, un adelantamiento, una cualidad añadida a la determinación voluntaria del poeta.

La poesía de Villon participa de un estado de espíritu ingenuo donde la frescura del sentimiento aún no está empañada por las especulaciones intelectuales que no se tardará en introducir en ella. Éstas, tributo de la toma de conciencia de la razón discursiva y paralelas al perfeccionamiento de la ciencia, caracterizan la era moderna.

Es preciso convenir que la poesía actual, sobre todo después de Verlaine, reencuentra en Villon un parentesco que difícilmente pueden ofrecerle las épocas intermedias. Esta correspondencia obedece en gran parte a las investigaciones cada vez más pronunciadas de los poetas para situar a un nivel puramente humano los móviles esenciales de un mundo más próximo a la naturaleza del hombre que aquel, hostil, que se ha desarrollado en su detrimento. A través de su sensibilidad el poeta herido por la dureza de un presente injusto y caótico, cada vez menos conforme a los deseos y necesidades del hombre, ha buscado en la nostalgia del pasado el concepto proyectado hacia el porvenir de un mundo paradisíaco perdido para siempre. Nada de fortuito en ésto. La evolución de la poesía a partir de este movimiento revolucionario que fue el romanticismo – por sí mismo contrapartida de la Revolución francesa y de las ideas de los enciclopedistas- debía llevar al poeta a reaccionar, por la posición particular que ocupaba en la sociedad, contra esta sociedad mediante la única arma que de que disponía, la de su afectividad. Su rechazo a adherirse a las premisas de la sociedad sólo captaba sus malas condiciones. ¿Acaso éstas no habían adquirido tales proporciones que los principios mismos de la sociedad habían sido engullidos bajo el peso de la injusticia?

Este resentimiento social se traduce en el plano ideológico por el rechazo de todas las formas de pensamiento burgués, consideradas como una emanación de la casta en el poder y también como uno de sus sostenes, y en el plano poético, por la huida ante lo real y la reintroducción masiva de lo fantástico, de lo maravilloso y del sueño en la creación artística. Podríamos decir que nuestra época, que empezó con el romanticismo, se ha opuesto violentamente a la época clásica que la precedió, y que ha encontrado en la Edad Medio un eco válido, al igual que, por encima de de la poesía y el arte greco-latinos, ha tomado como referencia las épocas bíblicas y protohistóricas para confirmar sus tendencias estéticas hacia una profundización estilizada de lo real perceptible.

La poesía moderna encuentra así uno de los elementos de su mecanismo funcional en la poesía de Villon. Al igual que Baudelaire, en quien nos atrajo ver el iniciador de la poesía moderna porque el reconocimiento del mundo real del que extraía su substancia, representa, por su sinceridad, una reacción contra el romanticismo, Villon es el origen de una corriente igualmente moderna en poesía, él que, reaccionando contra el amor romántico de trovadores, convertido en convencional, y contra el formalismo religioso sin contacto con la realidad de su época, anuncia el fin de la Edad Media. Mediante esta toma de posición realista y, partiendo de los elementos de su vida para desembocar en una visión personal del mundo, Villon dota a la crítica poética de un nuevo criterio. En adelante la autenticidad de la poesía será una cualidad que residirá en un acuerdo válido y orgánico entre el hecho aprehendido y su transposición expresada. La poesía será verdadera cuando el sentimiento que la anima haya sido vivido íntimamente y no cuando es resultado de cualquier fórmula impostada. Es preciso, en suma, que el poeta haya experimentado de una manera suficientemente intensa para que su expresión poética le sea naturalmente adecuada.

La poesía de Villon no es solamente una poesía de circunstancia, es sobre todo una poesía de la circunstancia. Al depurar la realidad del mundo que le rodea para extraer el material para la imagen poética, el poeta moderno otorga al hecho vivido un sentido que, por serle particular, no está menos vertebrado en el primer contacto que tuvo con él. Aun cuando la imagen poética, tal como en la actualidad la entendemos, se debe sobre todo a los vaivenes más o menos sutiles de dos elementos cada uno tomado de esferas separadas, vaivén que tiene como objetivo la constitución de una nueva unidad, de entidad superior a la de cada uno de sus elementos y destinada a realizarse en la totalidad del poema, en Villon la imagen se confunde con la metáfora lingüística, concretizada en forma de proverbio o locución. Así puede fundirse más fácilmente en el conjunto del poema. La función metafórica del lenguaje estaría de alguna manera en el origen de la imagen poética. Y, la facultad de invención en el ámbito del habla al ser una actividad humana que se encuentra asociada al mecanismo del pensamiento ¿no sería pertinente deducir, a partir de este dato, que la función poética va íntimamente ligada al proceso de elaboración del pensamiento?

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Más que expresar un sentimiento de naturaleza externa al hombre donde éste se descubre como un reflejo, Villon se preocupó en definir la naturaleza humana en sus conexiones con las múltiples sensaciones tal como fueron selladas al cuerpo del lenguaje para servir a las relaciones entre los hombres. Carece Villon, tal como ya se ha señalado, de la facultad de maravillarse ante la naturaleza. No siente la necesidad de contemplarla, necesidad que, más o menos anticuada, encontramos en la mayor parte de los poetas de su época. ¿No habría que ver en esto sino uno de los signos de su estricta sinceridad? El sentimiento que para él deriva de la profundización de la situación humana sólo es válido cuando se coloca frente a la única instancia reconocida, la del mismo Villon. Esta profundización que parece excluir cualquier otra ternura hacia el mundo objetivo, ¿acaso no implica que todas la preocupaciones relacionadas con su vida se cumplen de este modo en el mundo tal como lo refleja su conciencia?

Poeta maldito, por supuesto, lo fue Villon igual que Verlaine, Baudelaire, Rimbaud y Lautréamont, sus compañeros de fatigas, de rebeldía y de miseria. Fue su precursor en este terreno en que la condición social impele al poeta, al margen de ella, a alzarse en una soledad orgullosa y un desafío permanente, Un actitud de este tipo que exige, por el voluntario descenso al ámbito del sufrimiento, una elevación que corresponda con la de la imaginación, dotada ésta última de virtudes apasionantes, es particularmente apta para hacer aflorar leyendas. En el caso de Villon sería útil, formando todo parte del mito, revisar la imagen simplista que, con todos los fragmentos, han inventado algunos de sus exégetas. ¿A qué hedor de moralismo obedecen para justificar al “chico malo” que fue Villon, y ésto, de una manera condescendiente, en nombre de la obra que dejó? Hay que ver en la discriminación entre la actividad del poeta y su vida un concepto resuelto y tenaz, según el cual la poesía sería una forma de expresión subordinada a un oficio. La vida de Villon está hasta tal punto estrechamente unida a su obra que no solamente es posible afrontar una excluyendo a la otra, sino que, interdependientes, se iluminan recíprocamente, se muestran en la distancia como dos caras inseparables de una sola realidad.

Es reconocible en la obra de Villon el carácter específicamente moderno que es el drama de la adolescencia, el de la dificultad de adaptarse a las condiciones de la sociedad. ¿En qué momento y gracias a qué fenómenos acontece la orientación del adolescente hacia la vida imaginativa? He aquí el problema de determinaciones instintivas que hasta hoy aún no ha recibido respuesta satisfactoria. Es preciso suponer que, movido por un violento impulso, pero difuso, de finalidad indeterminada, el adolescente duda en comprometerse ante una de las vías abiertas ante él donde la magia de la aventura juega el papel de un grito liberador. Si, a primera vista, parece que el delirante, el niño, el criminal y el poeta presentan rasgos comunes, sea en el campo de de la imaginación, sea en el de la acción, el intento que emprenden para resolver su inadaptación síquica choca con diferentes dificultades. La solución consiste para algunos en crear un mundo a su imagen, lo que frecuentemente les conduce a organizarse grupalmente. ¿Es quizá una operación de este tipo consecuencia de una rebeldía contenida la que, poniendo al descubierto su sensibilidad a flor de piel, herida muy temprana, susceptible y vulnerable, actuó sobre Villon como un mazo, sin que la elección entre los caminos de de la imaginación y de la acción haya debido plantearse en él con precisión? El hecho es que muy pronto se mostrarán estrechamente unidas, completándose la una a la otra, entremezclando sus causas y efectos hasta convertirse implícitamente en normas de conducta y razones para vivir.

Los desórdenes provocados al día siguiente de la ocupación inglesa ofrecían, como en toda época de excesos, a los jóvenes estudiantes del siglo XV posibilidades recrecidas de dar rienda suelta a su agitación. Se comprende que Villon, buscando un desahogo a su temperamento espiritual, en oposición con las fuerzas de orden representadas por su entorno, haya encontrado en su compañía disoluta y pintoresca un eco al sueño de aventura que le servía de visión del mundo. Así, de la afinidad de intereses y sobre la base de una única voluntad de alzarse contra el mundo circundante, nacen las asociaciones cerradas, los clanes. Las leyes, los argots, las iniciaciones, los grados jerárquicos de estos grupos dan testimonio de su similitud con las sociedades secretas de los pueblos primitivos. Yo haría mención por ejemplo a la casta ambulante de los iniciados, los Aréoï, en las islas Marquesas, formada por lo que hoy llamaríamos actores, saltimbanquis y poetas. Su consagración de tipo religioso les permitía todas las licencias, incluso la de matar. Los poderes combinados de atracción y repulsión que ejercían sobre la población revestían en todos los puntos el carácter de un terror sagrado. Este doble movimiento de miedo y de admiración populares debió actuar paralelamente, pero en menor grado, al revés en los Coquillards de los que sabemos con qué éxito exploró su historia Marcel Schwob. La organización de éstos últimos, aunque desprovista de atributos religiosos (y lo religioso y lo social son entre los primitivos la expresión de una única servidumbre) ¿no parece proceder de un mecanismo común a la formación de clanes? Ladrones y estafadores, pero también eruditos y poetas, detentadores de los secretos de la ciencia, iniciados en ritos misteriosos, aunque los Coquillards debían presentarse ante los ojos de la población como seres peligrosos, rodeados de leyendas, para algunos de sus afiliados, como Villon, este grupo de malhechores se correspondía con sus aspiraciones de liberación total.

En un estado estrictamente individual donde se ubicaba su consciencia para buscar apoyo, ¿qué otro camino hubiera podido solicitar la sensibilidad de Villon, sino el que suponía la total ruptura con los partidarios del poder? Ya se deja sentir a través de su obra la presencia de una burguesía acosadora y detestable. Si los románticos arrojaron luz sobre el sentido peyorativo de esa burguesía, Villon no siente sus consecuencias con menor horror. Frente a ella, el pequeño pueblo hacia el que vierte todas sus simpatías, estaba lejos de saber no solamente defenderse, sino incluso de conocer la naturaleza de la opresión que sufría. La lucha se encontraba aún al nivel de la persona humana y de las responsabilidades individualizadas. A penas comenzaban las leyes a delimitar su radio de acción en razón a unas categorías definibles por temas.

Villon se rebela contra la villanía de los hombres, ignora el sistema del cual son meros instrumentos. Y sus clamores por una vida mejor sobre esta tierra tienen como trasfondo la muerte horrible que tritura sin distinción a grandes y pequeños. Están surcados por acentos desgarrados. La ligereza irónica y sumisa, mordaz y cínica de los sarcasmos que despliega, confiere a sus gritos una dignidad que la osadía de su lenguaje no disminuye en absoluto.

El tono hablado de la poesía de Villon, cuyas huellas a partir de ahora se continuarán durante toda la historia poética. Su resonancia repercute a través de la obra de Verlaine y de Apollinaire. Realza con un sentido amistoso, familiar y confidencial, con caudal grave y sostenido o a veces chistoso que, a pesar de su desapego, o más bien por su causa, persiste hasta nosotros. El conocimiento del hombre, del hombre que vive en lucha con lo real sensible, de sus fronteras y de su entendimiento señalan el fin de la gratuidad en poesía. El hecho de la realidad no solamente está incorporado al espíritu del poeta, sino que se convierte él mismo en materia poética. Fusiona en una unidad dramática sentido y signo, el punto de partida y el trayecto recorrido. Así se crea un nuevo objeto, una nueva realidad emanada de la realidad circundante se sitúa entre los objetos sensibles.

Con cada poeta se cuestiona la poesía. Aunque cambie de forma, transformándose, no menos persigue, por nuevos senderos, la exploración de datos continuos. Tomados en la raíz de sus atributos y de su esencia, presentimos que ha sido necesario destruir la idea que anteriormente teníamos de ella para hacerla renacer de sus cenizas. Y, a través de conflictos y contradicciones que son también los de la historia, el papel de la poesía es conducir la experiencia vivida hacia el conocimiento objetivo. El poeta no solamente vive la vida, sino que en parte la determina. Para él, la existencia misma es un fenómeno poético al contrario de aquellos para los que escribir poemas es una profesión. Son numerosos los que al ubicarse en una de las dos posturas se manifestaron excluyendo a la otra. Pero cuando la canalización de las tendencias tanto hacia la invención expresada como hacia la acción sensible ocurre de forma inexorable, a la luz de esta reconciliación la poesía reviste su profundo significado. Y en virtud de este significado la poesía escrita es sólo un jalón, un paso, un hito indicador en el inmenso campo de la actividad que abarca la vida del poeta. Jamás coincidencia entre los diferentes tipos de operaciones mentales y afectivas relativas a la vida y a la imaginación fue más naturalmente ejemplar como en Villon. La poesía es una superación y una afirmación; superación del lenguaje, superación del hecho, afirmación objetiva que actúa sobre el mundo como factor de transformación y enriquecimiento. En esta mezcolanza de valores con acciones recíprocas que es la vida artística, el trayecto del espíritu parece duplicar la vida misma y, en consecuencia, en la medida en que ella concurre, se representa de manera más aproximada.